Pedro, sin dejar de mirarla, le apartó la mano de su sexo, y con unas delicadas caricias, encontró el centro de su deseo, buscó ese lugar donde parecía confluir todas sus terminaciones nerviosas mientras ella, con la respiración entrecortada, se aferraba a sus hombros. Pero él apartó la mano y al instante Paula lo sintió adentrándose en ella; esa intrusión aún ligeramente desconocida, pero deliciosamente familiar a la vez. Tenía tan poca experiencia… Pedro no podía creer que no se hubiera dado cuenta aquella primera vez.
Los pechos de Paula se movían arriba y abajo contra su torso acompañados de una agitada respiración. Cuando se deslizó más adentro, la sintió acomodándose a su miembro con una serie de movimientos convulsos y giros de cadera. Eso era lo que lo había cautivado la primera vez, lo que le había hecho pensar que era una amante experimentada, pero ahora podía notar la naturaleza no instruida de sus movimientos. Se había equivocado con ella, pero no podía pensar en eso ahora porque estaba embrujándolo otra vez. Agachó la cabeza y la besó intensamente mientras se hundía completamente en su interior. Ella, con los brazos apretados alrededor de su cuello, le mordisqueaba el labio inferior y cuando él comenzó a moverse adentro y afuera, el mundo quedó reducido a ese dormitorio, a ese momento, a esa mujer y a la explosión que estaba aproximándose más y más rápido a cada movimiento de sus caderas. Se tambalearon juntos en el precipicio del éxtasis y después, con un último gemido.
Paula cayó en una vorágine de placer tan devoradora que temió que la hubiera arrastrado para siempre, de no haber estado aferrada a Pedro. Cuando finalmente volvió a la tierra y a la realidad de lo que había sucedido, se apartó del abrazo de Pedro. Se puso la ropa y se sentó en una silla situada en una esquina del dormitorio, en la oscuridad. Se quedó mirándolo mientras dormía, como si eso pudiera ayudarla a ponerle algo de sentido a la situación. Aún no podía creerse lo que había ocurrido y estaba enfadada consigo misma; su patético intento de resistirse a su beso no había durado ni diez segundos. Intentó desesperadamente justificar sus actos: vivía un difícil momento emocional y no había tenido las defensas suficientes para hacerle frente a Pedro. Sin embargo, sabía que se estaba mintiendo a sí misma. Había dicho que jamás se acostaría con él, pero prácticamente le había dado envuelto su regalo de boda al no haber opuesto resistencia. El recuerdo de ese incendiario beso la asaltó. No era posible que un beso significara tanto… Se tocó los labios. Estaban algo hinchados. Sensibles. Había sido maravilloso besarlo y ser besada por él. Se levantó asustada por lo que estaba sintiendo y salió en silencio de la habitación para ir a recoger la cocina. Vió las gotas de sangre de su pie y tembló mientras las limpiaba. ¿Había cedido ante él porque había estado buscando otra vez esa conexión? ¿La conexión que jamás había existido? Oyó una tos desde la puerta y alzó la vista. Pedro estaba allí, vestido únicamente con los pantalones cuyo botón estaba abierto y con los brazos cruzados sobre ese formidable pecho. El rostro de Paula se sonrojó y su cuerpo se llenó de unrenovado deseo. Él enarcó una ceja.
—¿No querríamos repetir lo que ha pasado, verdad?
Ella se enfureció. Se sentía expuesta y vulnerable, y su cuerpo aún palpitaba ligeramente.
—No —respondió ella evitando su mirada mientras limpiaba el suelo—. No nos gustaría.
Al instante él estaba a su lado, y la levantó del suelo tirándole del brazo.
—Estaba hablando de la jarra que se ha caído, no de lo que ha pasado después.
—Y tú sabes perfectamente bien de lo que estoy hablando yo.
—Eso ha sido un ejercicio para demostrar la facilidad con la que caerás en mi cama. Así que, sí, Paula, con esa clase de química habrá muchas repeticiones.
Ella intentó soltarse, pero él le agarró el brazo con más fuerza cuando vio algo por detrás de su cabeza y alargó la mano para recogerlo. Era el anillo de boda.
—No quiero verte sin este anillo, Paula—le dijo poniéndoselo en la mano.
En lugar de decirle que se lo había quitado mientras cocinaba, le respondió simplemente:
—Sí, señor.
Pedro le apretó la mano y ella seguía evitando su penetrante mirada.
—Juega conmigo. Eso ayudará a animar las cosas. Y cuando esté listo para dejarte marchar, cuando haya nacido mi heredero, entonces podrás quitarte el anillo y arrojarlo al mar, si eso es lo que quieres.
—Eso no sucederá porque no voy a abandonar a mi hijo —dijo temblorosa y mirándolo finalmente. La mirada de Pedro era tan fría que la recorrió un escalofrío.
—¿No? He visto de primera mano lo fácil que es para una mujer abandonar a su familia, así que no creo en los vínculos maternales. Te marcharás con un buen incentivo en el bolsillo.
Esas brutales palabras la atravesaron confirmándole la falta de confianza que Pedro tenía en ella y generaron varias preguntas: ¿De quién estaba hablando? ¿De su madre? Sin embargo, su corazón no quería saber nada… nada que la hiciera sentir algo por él.
—Piensa lo que quieras, Pedro. Ya lo verás cuando llegue el momento.
Finalmente le apartó la mano y fue hacia la puerta.
—Me voy a la cama. Sola.
—Ya sabes dónde estoy cuando te despiertes llena de deseo en mitad de la noche, Paula—esas palabras resonaron dentro de ella, pero a pesar de su crueldad y de lo que acababa de suceder, deseaba algo; no sólo sus besos, sino el derecho a saber qué era eso que lo hacía tan desconfiado.
Paula fue a su dormitorio, había perdido el apetito. Pedro apoyó las manos sobre la encimera donde hacía un momento había curado el pie de ella. Donde habían ardido por un beso. Se maldijo por dejar que lo provocara y acabar diciendo lo que había dicho. Era gracioso que la hubiera atacado con el comentario de despertarse con deseo por la noche, porque él ya estaba ansioso por sentirla bajo su cuerpo otra vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario