jueves, 20 de febrero de 2020

Venganza: Capítulo 44

Al día siguiente, Paula se despertó algo desorientada porque había dormido casi catorce horas. Salió de la cama y se dió una ducha, tras la cual se puso un vestido de tirantes negro. Mientras se vestía una parte de ella se rebeló contra ese color y pensó que había llegado el momento de seguir adelante y empezar a liberarse de su pena, aunque el hecho de que Pedro hubiera precipitado ese cambio la puso muy nerviosa. Entró en el comedor, pero allí no encontró ni a él ni a Horacio. Imaginó que Horacio podía seguir durmiendo y fue al despacho.

—Buenos días. Los estaba buscando.

—Ahora mismo iba a ir a buscarte —le respondió Pedro cuando se toparon en la puerta del despacho. Estaba vestido con un traje de chaqueta—. Tenemos que hablar.

Cuando entraron en el despacho, él estaba tan serio que Paula se asustó. Le indicó que se sentara y, al hacerlo, ella se sintió algo estúpida, como si estuviera en una entrevista de trabajo. Miró a su alrededor y vio que los papeles con los que había estado trabajando no estaban allí.

—¿Qué has hecho con los papeles? Yo los habría colocado.

—Los he destruido.

—Pero aún no te había dado el informe.

—Sé lo que hizo Ariel y ya no supone una amenaza.

—Pero… entonces… eso podrías haberlo hecho hace semanas.

—Sí…, pero mientras yo aún te veía como una amenaza, tenía que asegurarme de que sabía lo que había hecho tu hermano.

—¿Y cómo sabes que ya no soy una amenaza?

—Aún lo eres, Paula. Ese es el problema, aunque no me refiero a esa clase de amenaza —la miró fijamente antes de levantarse e ir hacia la ventana—. Me llamas Pepe cuando hacemos el amor.

Paula se sonrojó e inmediatamente olvidó cuál era esa amenaza de la que estaba hablando. De pronto sintió la necesidad de protegerse, de defenderse.

—Lo siento… no significa…

Él sacudió la cabeza y sonrió.

—No, no te disculpes. Me gusta. Hace mucho tiempo que nadie me llama Pepe.

—Pero esa noche en Londres…

La sonrisa desapareció.

—Me presenté como Pepe, sí, porque cuando te conocí no tenía intención de llevarte a la cama. Mi único deseo esa noche era encontrarte y hacerte saber lo que creía que habías hecho. Pero lo cierto era que yo mismo me sentía culpable por no haberla protegido. Habíamos discutido unas semanas antes de que muriera y me dijo que no me metiera en su vida, que la dejara en paz…

—No es culpa tuya que conociera a Ariel.

—Lo sé, pero aun así… Cuando entré en el club y te ví allí sentada con ese vestido, y te giraste y me miraste… he estado perdido desde ese momento, Paula, y todo por lo que me hiciste al mirarme. Antes de conocerte habría tenido náuseas de pensar en sentirme atraído por la hermana de Ariel, pero después, en cuanto nos vimos, ocurrió todo lo contrario y me vi actuando por puro instinto y diciéndote que me llamaba Pepe… Fue como si tuviera que ser otra persona para justificar la atracción que sentía por tí. En mi mente me convencí de que estaba ocultando mi identidad para ver lo mercenaria y manipuladora que eras. Y cuando te pedí que vinieras a mi hotel y te negaste… En ese momento lo único que podía pensar era en lo furioso que estaba por el hecho de que me hubieras rechazado mientras que yo te deseaba tanto. Ví mi orgullo herido y casi olvidé para qué había ido a buscarte —dijo con una risa amarga.

—Pero después volví… —añadió Paula.

Él se acercó y la miró.

—Pero después volviste —sorprendiéndola, se arrodilló ante ella y le preguntó—: ¿Por qué volviste, Paula?

—Me sentí atraída. Jamás había conocido a alguien que me hiciera sentir así… y esa semana… había sido terrible. Saliste de la nada y de pronto fue como si en el mundo no existiera nada más que tú. Sólo… sólo quería perderme en esa sensación. Quería huir del dolor, de la pena.

Pedro volvió a asomarse a la ventana, con las manos metidas en los bolsillos. Finalmente, volvió a girarse hacia ella.

—Te debo una disculpa, Paula. Más que una disculpa. Por todo y, sobre todo, por esa noche, por la mañana siguiente. Estaba enfadado conmigo mismo por haber perdido el control y lo pagué contigo. Cuando apareciste en Dublín y me contaste lo del embarazo, te insulté porque pensaba que eras como las otras mujeres a las que había conocido en mi vida.

—Tu padre me contó lo de tu madre —le dijo ella en voz baja.

—Sí. Mi madre dejó una familia rota. Mi padre nunca se recuperó, y él y yo nos volcamos en Malena, la sobreprotegimos… como si con eso pudiéramos suplir el abandono de su madre.

—¿Era ésa la razón por la que pensabas que abandonaría a mi bebé a cambio de dinero?

El se estremeció y asintió lentamente.

—Yo nunca habría hecho eso, Pedro. Nada en este mundo me habría convencido para alejarme de mi bebé, de mi hijo. Nada. Me habría quedado. Por eso me resultó tan sencillo firmar el acuerdo prematrimonial. No me importa el dinero — «Y me importas tú», tuvo que admitirse a sí misma.

Deseaba que él la creyera y su corazón se aceleró al ver cierta expresión en los ojos de Pedro.

—Lo sé —dijo él—. Te creo. Y no sabes cuánto me ha costado volver a confiar. Mi madre nos partió el corazón y desde ese día me he negado la necesidad instintiva de formar mi propia familia.

—Pero ¿Por qué insististe en casarte conmigo?

—Me dije que lo hacía porque estabas embarazada de mi hijo, me dije que era para detener un escándalo mediático, me dije que era para controlarte y castigarte haciéndote ver que no podrías sacar ningún beneficio de tu marido millonario…. pero la realidad es que mis razones para casarme contigo eran mucho más ambiguas —tomó aire antes de continuar—. Porque desde el momento en que nos conocimos, comencé a cambiar. Tú me has cambiado.

Paula tardó en asimilar esas palabras.

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