jueves, 27 de febrero de 2020

La Adivina: Prólogo

Paula Chaves se inclinó para tomar la curva mientras el viento le daba en la cara. Le encantaban la velocidad y el poder de la motocicleta, le encantaba llevar el control. Saboreó el momento en un mundo que, repentinamente, parecía girar fuera de su eje. Especialmente porque cada kilómetro la acercaba un poco más al pueblo de Blossom, Texas. Una sensación extraña hizo que redujera la velocidad cuando estaba a las afueras.

Paula, que tenía dotes de adivinación, siempre prestaba atención a ese tipo de cosas y se miró hacia dentro para comprobar si la sensación tenía que ver con el pueblo o con que pudiera perder a su abuela allí. Cruzando los límites de Blossom, encontró la respuesta. El cielo era de color gris y había una sensación de tristeza, de pena, como si el espíritu del pueblo tuviese una herida infectada. Más que eso, a aquel sitio le esperaban malos tiempos. No era una buena premonición ya que, en poco más de un mes, ella sería parte de una feria que estaría en Blossom durante cuatro semanas. Y creía en las premoniciones. Genial, pensó. Más problemas. Tenía que preocuparse por la salud de su abuela, que sufría de artritis y estaba recuperándose de una operación de cadera llena de complicaciones. Sus días yendo de un lado a otro del país habían terminado y había elegido Blossom como el sitio en el que iban a instalarse definitivamente.

Lo único que Paula sabía sobre Blossom era que su madre había muerto allí. Tenía cinco años cuando su abuela recogió sus cosas, la metió en una canastilla y se lanzó a la carretera. Desde entonces, habían estado solas en el mundo. Pasara lo que pasara, encontraría una casa para su abuela, que había dedicado su vida a cuidar de ella. Ahora era su turno. Tenían que volver a operarla la semana siguiente en Lubbock, Texas, y quería que su abuela tuviera algo positivo en lo que apoyarse. Algo que representase su nueva casa en Blossom: folletos, anuncios, fotografías, todo lo que pudiera encontrar para darle ánimos. Añadió entonces otro objetivo a su lista: comprobar que el pueblo se merecía a su abuela. Siguió las indicaciones hasta el Ayuntamiento, en el centro de la localidad. El banco y los edificios de oficinas, junto con los edificios oficiales, estaban situados en una zona llamada «Parque del Ayuntamiento», un oasis de hierba y flores que contenía hasta un romántico cenador. Además de los edificios oficiales, había un salón de belleza, una tienda de moda, una ferretería y un restaurante llamado BeeHive Diner. Allí parecía desaparecer la nube gris que tanto la había preocupado. Una sensación de alegría alejó la amarga premonición. La promesa de una buena vida pareció florecer allí, junto con los pensamientos, las rosas amarillas y las sencillas margaritas. Por primera vez desde que entró en los límites de Blossom, sonrió. Sí, su abuela podría ser feliz allí. Aquel pueblo había sufrido, pero estaba recuperándose. Y, de repente, tuvo la visión de un Blossom más fuerte, más unido.

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