Pedro no esperó a que la mujer terminara. Salió corriendo de la casa y se subió a su moto de un salto. Lo único que podía ver era el terror en el rostro de Paula aquel día en Dublín cuando pensó que iban a chocar contra un coche. Al llegar a la clínica descubrió que ella ya se había marchado. La veterinaria le estaba explicando que Bobby se había deshidratado y que se quedaría allí dos días ingresado, pero la interrumpió para preguntarle:
—¿Cuándo se ha marchado mi mujer?
—No hace mucho… estaba algo pálida. Le he preguntado si quería que llamara a alguien, pero me ha dicho que estaría bien…
De nuevo en la moto, Pedro se forzó a calmarse y a centrarse para poder encontrarla, pero justo en ese momento vio un pequeño coche aparcado al otro lado de la carretera y a Paula sentada sobre la hierba junto a la puerta abierta; estaba claro que había estado vomitando. Bajó de la moto y fue directamente a ella para tomarla en sus brazos. Estaba temblando y tan pálida que se asustó al verla así. En un momento de claridad, había sacado una botella de agua de una máquina en la clínica y la hizo beber.
—Pedro…
—Shhh. No hables. Ahora voy a llevarte a casa. Ya estás a salvo —le dijo mientras la tomaba en brazos.
—El coche. Es el coche de la enfermera. No lo he golpeado, ¿Verdad? —el miedo de su voz hizo que se le encogiera el corazón.
—No, cielo, el coche está bien. Y Bobby está bien.
Se subió a la moto y la sentó en su regazo. Le dijo que se agarrara y ella lo hizo, sin protestar. Ya de vuelta en la villa, Paula se sentía más fuerte… y también como una verdadera estúpida. En el camino de vuelta, al verse sola, sin Bobby, se había derrumbado y había rememorado el fatal accidente con todo lujo de detalles. Bajó de la moto sin ayuda y dijo temblorosa:
—Creí que podría hacerlo. Qué estupidez. Ni siquiera era yo la que conducía esa noche, pero no he podido…
—Lo entiendo, pero ¿En qué estabas pensando? ¿Por qué no me has llamado o has esperado a que Tomás y Lucía volvieran?
Paula miró a Pedro y pudo ver que había palidecido.
—¿Estás enfadado porque he salido de la villa?
—Claro que no. Estoy enfadado porque casi arriesgas tu vida por un perro.
—Pero se había desmayado, Pedro, no sabía si respiraba… Y después de todo lo que ha pasado no podía dejar que Bobby muriera sólo porque a mí me daba demasiado miedo conducir.
Pedro farfulló algo ininteligible y la metió en casa para llevarla al salón, donde la sentó antes de servirle una copa de whisky.
—No, gracias —dijo ella arrugando la nariz.
—Bien —Pedro se la bebió de un trago antes de sentarse a su lado—. Creo que es hora de que me cuentes cómo acabaste en el coche con ellos esa noche.
—No quiero hablar de ello —dijo Paula al levantarse—. Eso no te devolverá a tu hermana.
—No, pero creo que has estado castigándote demasiado por algo que no fue culpa tuya.
—Pues hasta hace poco tiempo te hacía muy feliz culparme por ello…
Pedro se levantó, sonrojado.
—Sí, es verdad, pero me equivocaba y lo hacía porque estaba hundido y porque pensaba que eras como tu hermano —se acercó a ella, le tomó las manos y la sentó en el sofá—. Paula, si no le cuentas a alguien lo que pasó esa noche, entonces nunca podrás liberarte.
—¿Pero es que no lo ves? Nunca me libraré de ello… si no hubiera estado allí, si no hubiera pensado que tenía que vigilarlos…
—Cuéntamelo, Paula. Merezco saber lo que le pasó a mi hermana.
¿Cómo podía negarle eso? Lo miró a través de un velo de lágrimas y comenzó a explicárselo todo: esa noche Malena y Ariel habían estado en el departamento y ella había cocinado para los dos. Después había oído a su hermano hablar por teléfono y quedando en ir al club. Paula tenía la noche libre y por una vez Ariel no la había obligado a llevarlos porque tenía un coche nuevo con el que quería impresionar a Malena. Ese mismo día había descubierto que tenía planeado llevarse a Malena a Las Vegas en cuestión de semanas para proponerle matrimonio. Todo formaba parte de su plan para hacerlo sin que la familia de ella interfiriera y no tuviera que firmar ningún acuerdo prematrimonial. En ese punto miró a Pedro.
—Apreciaba a Malena. Era muy dulce conmigo. No se merecía haber conocido a mi hermano… Ariel sabía que nos caíamos bien y por eso se aseguraba de que no la viera mucho —sonrió con tristeza—. Yo quería ayudarla, pero no sabía qué hacer… si hablar con ella o avisar a su familia… Malena los había mencionado en alguna ocasión, pero yo descubrí lo del plan de Ariel ese mismo día… y pensé que había tiempo. Aquella noche no podía dejar que la llevara a la ciudad estando tan borracho… y ella no estaba mejor. Lo convencí para que me dejara conducir, pensé que les estaría haciendo un favor, que estaría protegiendo a tu hermana. Me sentía tan mal por lo que tenía planeado que quería encontrar un modo de detenerlo…
Él le agarró la mano con fuerza.
—Paula, dime qué pasó.
—En el último minuto Ariel insistió en conducir y me subí al coche pensando que al menos así podría asegurarme de que condujera con precaución. Ninguno de los dos quiso ponerse el cinturón y después… comenzó a caer una lluvia torrencial. De pronto ví luces viniendo hacia nosotros, Ariel había tomado una vía de acceso equivocada y estaba conduciendo en sentido contrario. Eso es todo lo que recuerdo, hasta que alguien estaba ayudándome a salir del coche.
En ese momento Pedro se levantó y la levantó a ella del sofá. Paula se tambaleó ligeramente, porque aún se sentía algo aturdida.
—Estás agotada.
Asintió y no dijo ni una palabra cuando él la agarró de la mano y la llevó a la cocina. En silencio, le preparó una tortilla e insistió en que comiera. Después, Paula dejó que la llevara al dormitorio y, con un casto beso en la frente, se despidió de ella en la puerta.
—Que descanses, Paula. Hablaremos mañana.
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