martes, 4 de febrero de 2020

Venganza: Capítulo 23

Paula estaba sentada en la parte trasera del coche junto a Pedro y aún no sabía si le había disgustado la elección de su vestido. Él llevaba un traje negro, una camisa negra y una corbata azul oscura. Tan moderno y clásico a la vez que le robó el aliento porque el negro del traje lo hacía parecer más oscuro, más peligroso. Estaba mirando al frente, ofreciéndole sólo los duros rasgos de su perfil. Llegaron a una casa palaciega con lucecitas centelleando en árboles y a lo largo del muro que la rodeaba. El coche fue aminorando la marcha al situarse tras una fila de otros vehículos.

—Darío, para aquí. Iremos caminando.

El conductor asintió diligentemente, y Pedro salió deprisa para rodear el coche y abrirle la puerta a Paula. Y cuando ella le dió su mano, recordó el momento en Londres en que había creído que esa noche estaba marcada por el destino.  Tras una suntuosa cena, durante la cual Paula había intentando no sentirse fuera de lugar rodeada de tanto lujo, ahora estaba junto a Pedro mientras él charlaba con otros hombres. Se había fijado en sus abiertas miradas especulativas y en las de las mujeres sentadas alrededor de la mesa, algunas de las cuales la habían mirado con desdén y le habían recordado a algunas de las conquistas de Pedro. En un momento de debilidad, lo había buscado en Google y había sentido náuseas ante el desfile de impresionantes mujeres que habían pasado por su vida. Se le encogió el estómago. ¿Tendría una amante en la actualidad? ¿Habría estado viéndose con alguien durante las últimas noches en Roma? ¿Era ésa la razón por la que había llegado tan tarde a casa? Odiaba admitirlo, pero se había estado quedando despierta hasta oírlo volver al ático. Y ¿Por qué pensar que pudiera tener una amante le dolía tanto? Dió un sorbo de agua y tosió cuando el líquido se le fue por otro lado. Inmediatamente sintió la cálida mano de Pedro en su espalda, aunque verlo con esa expresión de preocupación casi hizo que volviera a atragantarse. Durante toda la noche había estado comportándose como el prometido perfecto, pero ella prácticamente lo apartó y lo ignoró.

—El lavabo. Iré a refrescarme un poco —le dijo antes de darle su vaso.

Después de eso, Pedro intentó centrarse en la conversación, pero no lo logró. ¿Dónde estaba Paula? Sintió pánico. Sabía que no se habría marchado sin él, pero aun así… Iban a casarse al día siguiente y, aunque había esperado sentirse agobiado por ello, lo que de verdad estaba sintiendo era impaciencia. Se dijo que estaba impaciente únicamente por llevarla a Sardinia, donde la tendría exactamente donde quería: bajo su absoluto control. Y entonces la vió. Estaba de pie en una esquina de la sala hablando con un hombre alto y distinguido. Pedro lo reconoció. Era un seductor, conocido por coleccionar jóvenes amantes mientras su mujer cuidaba de sus hijos. Una furia ciega iba acumulándose dentro de él según se abría paso entre la multitud. Ella estaba asintiendo en respuesta a lo que fuera que Sergio Corzo le decía. Allí estaba , alta y esbelta, con una actitud tan deliberadamente recatada mientras el resto de mujeres se paseaban por allí pavoneándose, que al verla se enfureció todavía más.

A Paula se le puso la piel de gallina y supo que Pedro estaba cerca. Tuvo que ocultar el escalofrío que sintió al notar su brazo deslizarse alrededor de su cintura.

—Es hora de marcharnos. Mañana nos espera un gran día. La boda.

Dentro del coche, la tensión flotaba en el aire, pero por otro lado. Pedro se sentía aliviado de tener a Paula a su lado, lejos de Sergio Corzo y del resto de hombres que se habían fijado en su pálida e inusual belleza.

—Bueno, ¿Y de qué estaban hablando Sergio y tú?

Paula lo miró brevemente, con recelo, antes de volver a mirar hacia otro lado.

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