jueves, 13 de febrero de 2020

Venganza: Capítulo 33

—Por favor, no —le dijo con una mano extendida hacia él y dando un paso atrás.

Pedro siguió acercándose más y más, con una intensa expresión en su rostro hasta que estuvo tan cerca que ella pudo olerlo, pudo sentir su calor envolviéndola y la quebradiza coraza que la había ayudado a seguir adelante desde que había salido del hospital se resquebrajó. La emoción brotó en forma de un entrecortado llanto y todo lo vió borroso a través de las lágrimas que le inundaban los ojos y le caían por las mejillas. Pero antes de que se derrumbara, él ya estaba allí, envolviéndola con sus brazos y abrazándola como si nunca fuera a dejarla marchar. Cuando el llanto de Paula se había desvanecido hasta convertirse en hipo, se dió cuenta de que estaban sentados en el borde de la cama y de que él tenía la camisa empapada. Comenzó a apartarse y él la soltó. No podía mirarlo. Pedro le dió un pañuelo de papel y se sonó la nariz ruidosamente. Se secó los ojos.

—Lo siento…

—No.

La vehemencia del tono de Pedro le hizo mirarlo.

—No. No digas que lo sientes. Tú no tienes culpa de nada, Paula.

Se puso de pie y se alejó mientras su cuerpo desprendía una tensión que ella podía captar. Algo estaba cambiando, algo estaba cambiando a su alrededor. Paula podía sentirlo y eso la hacía sentirse mucho más nerviosa que nunca al lado de ese hombre. Él se giró bruscamente, pasándose una mano por el pelo con impaciencia.

—Soy yo el que tiene que disculparse. Es culpa mía; es culpa mía que acabaras en el hospital.

—No, Pedro. El médico ha dicho que lo me sucedió es muy común. No es culpa de nadie.

Pedro no podía entender por qué Paula no estaba despotricando contra él y por qué estaba desaprovechando la oportunidad de culparlo. Cuando había estado en sus brazos, sus desgarradores sollozos le habían hecho una brecha en su interior y sentir su suave cuerpo contra el suyo había despertado en él un instinto de protección hacia ella. Paula lo había puesto en una situación que no le había permitido nunca a ninguna mujer y sabía que hasta el momento no había sido capaz de afrontar la realidad y que tal vez ella no habría aceptado el dinero a cambio de alejarse de su bebé… del bebé de los dos. Necesitaba desesperadamente algo de equilibrio, algo familiar a lo que aferrarse. Aún no creía del todo que ella no hubiera sido cómplice de su hermano, pero eso era algo que estaba cambiando, que estaba empezando a ver con menos claridad.

Paula se levantó para recoger su bolso, pero Pedro la detuvo agarrándole la mano.

—¿Qué estás haciendo?

—Me marcho. Esto debe de ser lo que querías.

Pedro retrocedió y por un momento Paula podría haber jurado que lo que vió en sus ojos fue verdadero dolor.

—Yo no le habría deseado a nadie esto por lo que has pasado, Paula—su rostro reflejaba furia… y algo más.

Algo que hizo que Paula se sonrojara.  Ella sabía instintivamente que, independientemente de lo que hubiera pasado entre los dos, Pedro no era tan despiadado y que tal vez él ya estaba sufriendo su propio caos interno.

—Lo siento, no me refería a eso. Lo que quería decir es que ahora querrás que me vuelva a mi casa.

—¿No estás olvidándote de la deuda?

Paula palideció, y Pedro se maldijo a sí mismo; no sabía qué le pasaba con esa mujer que le hacía decir sin pensar lo primero que se le pasaba por la cabeza… Lo primero que se le pasó por la cabeza para intentar que se quedara allí, bajo su control.

—Mira, olvida lo que he dicho. No estás en condiciones de ir a ninguna parte, Paula. Estás débil y aún no te has recuperado emocionalmente. Mi padre está preocupado por tí.

Se sentía dolida por el hecho de que, a pesar de todo lo que había sucedido. Pedro siguiera teniendo en mente su venganza. ¿Por qué, si no había mencionado la deuda que todavía le debía? Se forzó a parecer más fuerte de lo que se sentía.

—Sí, pero no me importa irme. Tal vez sea lo mejor, antes de que tu padre llegue a esperar algo más de nosotros…

—No, Paula. No dejaré que te marches así. Necesitas descansar y recuperarte. Eso, por lo menos, debes admitirlo —la miró de arriba abajo antes de añadir—: No puedes mantenerte en pie y estás tan pálida como un fantasma.

En ese momento, como si su cuerpo estuviera aliado con Pedro, se mareó y se balanceó ligeramente.

—Ya está. No discutas. Voy a decirle a Lucía que te suba algo de comida —le dijo sentándola en la cama— y que te ayude a meterte en la cama. Tienes que dormir.

Paula intentó protestar, pero lo cierto era que no tenía fuerzas. Apenas se dió cuenta de que Pedro se había marchado ni de que Lucía volvió para llevarle un delicioso plato de pasta, un zumo y pan. La mujer, muy amablemente, la ayudó a ponerse una camiseta, se aseguró de que comiera y la metió en la cama.

Paula estaba dormida cuando Pedro volvió a entrar en la habitación un rato después. Se sentó en una silla en una esquina para verla dormir. Paula Chaves era un enigma. O era la cazafortunas y manipuladora hermana de un hombre tan corrupto como ella… o era algo para lo que él no tenía referencia. Recordaba que la noche que sufrió el aborto le había dicho que su vida no se había parecido en nada a la de su hermano y ahora tenía una cosa clara: no la dejaría marchar a ninguna parte tan pronto, no hasta que descubriera quién era en realidad.

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