martes, 25 de febrero de 2020

Venganza: Capítulo 46

Una hora después estaba esperando en las escaleras a que Tomás volviera con el todo terreno. Oyó un ruido detrás y se giró; era Horacio, e inmediatamente se sintió hundida.

—Lo siento —le dijo con lágrimas en los ojos. El hielo que había cubierto su corazón se estaba derritiendo.

—¿Qué sientes? Tienes que hacer lo que tienes que hacer.

—Gracias por entenderlo.

Tomás detuvo el coche en la puerta, y Paula se agachó para besar a Horacio en las mejillas. Él le agarró la mano y le dijo:

—No creo que lo sepas, Paula, pero Pedro no había vuelto a esta casa desde que se marchó cuando tenía diecisiete años. Y aun así te ha traído aquí porque creo que sabía que, por primera vez, estaba dispuesto a volver a arriesgar su corazón.

Se vió tentada a ir a buscarlo, a preguntarle, pero tenía que ser fuerte porque al final, pasara lo que pasara, acabaría con el corazón destrozado. Tenía que marcharse. Inmediatamente.

—Lo siento, Horacio —y con esas palabras subió al coche y giró la cabeza para que él no la viera llorar mientras se alejaba.

Cuando estaban llegando al aeropuerto y se disculpó ante Tomás por pedirle que diera la vuelta, el hombre no pareció sorprendido. Y cuando le pidió que se detuviera en Tharros y salió de una pequeña boutique vestida con un sencillo vestido de tirantes blanco estampado con pequeñas margaritas, el hombre no dijo nada. La villa estaba en silencio cuando regresaron y en ese momento creyó a Horacio, que en una ocasión le había dicho que hacía mucho tiempo que allí no se respiraba alegría. Se juró en silencio que haría todo lo que pudiera por cambiar eso, pero primero…

Paula respiró hondo y abrió la puerta del despacho de Pedro. Él estaba junto a la ventana, con las manos en los bolsillos, y se le veía tenso. Cuando se giró y la vió allí, en la puerta y con ese vestido blanco, le pareció estar viendo un espejismo. Tenía que serlo. Parecía un ángel. No podía ser real. Pero entonces ella comenzó a caminar hacia él y se puso de puntillas para rodearlo por el cuello y decirle:

—Siento haberme ido…, pero tenía miedo —lo miró con los ojos llenos de lágrimas—. No soy libre sin tí, Pedro. Tú eres mi libertad.

Su dulce aroma lo envolvió y le dijo que era real. Paula había vuelto a él vestida de blanco.

—Oh, Paula… —la abrazó tan fuerte que ella apenas podía respirar y hundió su cabeza entre su cuello y su pelo. La besaba mientras le susurraba—: La única razón por la que antes no he hecho nada es porque sabía que, si te tocaba, jamás podría dejarte marchar y después me odiarías por no haberte dado la oportunidad de irte. Pero no sabes lo duro que ha sido estar aquí y pensar que ibas a subir a ese avión…  Incluso he pensado en emborracharme para evitar salir detrás de tí y traerte de vuelta.

—No he podido hacerlo —dijo ella mientras buscaba su boca para besarlo—. Dejar la isla, dejarte, era demasiado.

Se besaron como si fuera la primera vez, como si hubieran estado años separados, y cuando finalmente se apartaron, ella lo miró y sonrió.

—Pepe… Pedro… te quiero tanto…

Él sonrió también y su cuerpo se excitó ante la mirada inocentemente sexual que vió en sus ojos, ante la suavidad de su cuerpo. Le rodeó la cara con las manos y, con voz temblorosa, le preguntó:

—¿Te casarás conmigo otra vez, Paula? Aquí, en el jardín, delante de las personas que queremos… para que pueda demostrarte lo mucho que te amo y que te necesito…

—¡Claro que me casaré contigo! Una y otra vez, si quieres —y acercó la boca a la suya para robarle el alma con el más dulce de los besos.

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