jueves, 13 de febrero de 2020

Venganza: Capítulo 35

Pero él reaccionó deprisa y la agarró de un brazo, haciéndola gemir… no de dolor, sino por el contacto de su piel. Cuando Pedro levantó la mano, ella agachó la cabeza.

—¿Creías que iba a pegarte? —le preguntó él horrorizado.

Paula tembló y lo miró y entonces supo que, de todas las cosas que temía de ese hombre, la violencia no era una de ellas. Sólo había levantado el brazo para sujetarla y calmarla.

—No —dijo con voz temblorosa—. No sé qué…

—Alguien te ha pegado. ¿Fue Mortimer?

Paula no podía comprender el salvaje brillo en los ojos de Pedro. Negó con la cabeza. Él la agarró con más fuerza. No la dejaría marchar.

—¿Quién te pegó, Paula?

—¿Por qué? ¿Por qué te importa eso? —le preguntó con desesperación; quería evitar que él viera su parte más vulnerable y secreta. Nadie lo sabía, ni siquiera Juan ni Diego. Le avergonzaba, le avergonzaba su debilidad.

—Dímelo, Paula.

Y entonces hizo algo ante lo que ella no pudo luchar; comenzó a acariciarle los brazos. Paula bajó la cabeza y dijo:

—Ariel. A veces cuando bebía, me pegaba. La mayoría de las veces lograba evitar los golpes, pero… otras veces…

Pedro maldijo para sí y la soltó. Inmediatamente, ella puso espacio entre los dos.

—Como te he dicho, no todo era lo que parecía.

En ese momento, alguien llamó a la puerta y allí apareció Lucia.

—El signore Alfonso está esperando a Paula en la terraza…

—Ajedrez… —ella miró a Pedro, pero él seguía con esa extraña expresión en la cara. No debería haberle contado nada—. Le prometí a tu padre que echaríamos una partida de ajedrez, pero puedo quedarme aquí…

—No —respondió él bruscamente—. Ve con mi padre. Yo puedo ocuparme de esto.

Pedro la vió salir del despacho y se pasó una mano por el pelo mientras recordaba su cara de tenor al pensar que iba a pegarla. Estaba comenzando a sentirse vulnerable ante todas las contradicciones que estaba viendo en ella, y no le gustaba tener que admitir esa emoción porque ya lo había devastado en una ocasión y no permitiría que volviera a suceder.

Esa noche, después de que Horacio se hubiera retirado, y cuando Paula se disponía a irse a la cama, Pedro la hizo detenerse antes de llegar a la puerta del comedor. Ella se giró con reticencia y él se levantó de la mesa y se acercó con las manos metidas en los bolsillos.

—¿Sí?

—Mañana es tu cumpleaños.

Paula palideció; desde que sus padres habían muerto, nadie había recordado su cumpleaños. Al día siguiente cumpliría veintitrés años.

—Sí —respondió vacilante.

—Tengo una villa en la Costa Esmeralda, en Porto Cervo. Te llevaré allí mañana por la noche y saldremos a cenar…

Paula agarró con fuerza el pomo de la puerta. De pronto la idea de salir de la villa la asustaba en extremo.

—Pero ¿por qué querrías hacer algo así?

Él se encogió de hombros.

—Digamos que podríamos firmar una tregua, ¿No te parece?

Ella también se encogió de hombros; no supo de qué otro modo responder.

—Bien. Nos marcharemos sobre las cuatro de la tarde.

La vió salir de la sala y se preguntó si se había vuelto loco. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué se sentía obligado a celebrar su cumpleaños? Se reconfortó diciéndose que ésa sería la última prueba a la que la sometería. La llevaría a un lugar donde descubriría cómo era esa mujer en realidad y así podría calmar las voces de duda que oía en su cabeza…

Al día siguiente, a las cuatro en punto, Paula esperaba impaciente en el vestíbulo con una bolsa en la mano. Pedro salió de su despacho y miró la pequeña bolsa de viaje.

—¿Esto es todo?

Paula asintió. Él se encogió de hombros y juntos montaron en el todo terreno. Tras diez minutos de trayecto, llegaron a un campo donde los esperaba un helicóptero. Cuando aterrizaron y la ayudó a salir, las piernas no le respondían, tanto por la emoción de haber hecho su primer viaje en helicóptero, como por haber estado sintiendo el impresionante cuerpo de Pedro a su lado en un espacio tan reducido. Y por si eso no había sido suficiente, él decidió sacarla en brazos. Cuando comenzó a protestar,  la besó durante un largo momento llenándole el cuerpo de deseo.

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