jueves, 13 de febrero de 2020

Venganza: Capítulo 34

Después del aborto, Paula estaba mucho más débil de lo que ella había pensado y concluyó que todo lo que le había sucedido, la muerte de su hermano, su embarazo y su infructuosa búsqueda de trabajo, le estaban pasando factura ahora. Al caer la tarde ya se encontraba exhausta y todos los días se iba a dormir a la misma hora que Horacio. Casi tres semanas pasaron mientras se recuperaba. Pedro se mostraba cortés en todo momento, pero distante. En ningún momento volvió a mencionar la deuda ni le dijo que se marchara. Paula encontró un gran consuelo en la compañía de Horacio, con el que hablaba a diario, leía o jugaba al ajedrez. Bobby, el perro de Malena, también había demostrado ser aliado suyo al seguirla a todas partes con clara devoción. Pedro aparecía por la casa de vez en cuando, después de viajar a Roma o a cualquier otra parte, y siempre que lo veía, no podía evitar sentir una sacudida por dentro, que se hacía más y más difícil de ignorar a medida que se recuperaba. Una noche después de que Horacio se hubiera ido a la cama. Salió a la terraza a tomarse una taza de té. Se tropezó al ver a Pedro sentado junto a la mesa de hierro forjado tomándose un café. Estaba mirando dentro de la taza, pero alzó la mirada al oírla. El corazón le comenzó a palpitar con fuerza.

—Lo siento… —se dió la vuelta para marcharse.

Él se levantó, y dijo:

—No, espera.

—Mira, en serio… —le dijo ella al girarse de nuevo hacia él. Se sentía algo incómoda.

—Paula, siéntate. No voy a morderte.

Él parecía cansado y, al acercarse, Paula pudo ver que tenía una pila de papeles sobre la mesa. Se sentó y, tras un momento, le preguntó tímidamente:

—¿Estás trabajando?

—Podría decirse —respondió él con una carcajada antes de mirarla fijamente—. Estoy arreglando lo que hizo tu hermano; estudiando la oferta de adquisición que nos hizo para que no vuelva a pasar.

—¿Aún sigues trabajando en ello? Si hay algo que pueda hacer… Conocía a Ariel, tal vez yo vea algo que a tí se te escape —y añadió a la defensiva—: Tengo estudios.

Pedro la miró; sus ojos se veían rojizos bajo la luz de la vela que titilaba sobre la mesa en el tranquilo aire de la noche.

—¿Por qué no? —dijo él tras pensárselo un instante—. Me vendría bien que alguien me ayudara con las cuentas. En unos días tengo que marcharme a Roma, pero me gustaría dejarlo todo solucionado primero.

Paula no dudó de que la estaba poniendo a prueba de algún modo y al instante se vio en el despacho de Pedro por primera vez. Era enorme, con ordenadores, faxes y fotocopiadoras por todas partes. Todo lo que se podría necesitar en una oficina moderna. La llevó hasta una mesa sobre la que había una hoja impresa con columnas y cifras e, inmediatamente. Se sintió como en casa. Sabía de números; se había refugiado en ellos durante los últimos años para escapar de Ariel.

—Lo que ves delante de tí es el desastre que aún intento solucionar. Una parte del ataque de tu hermano fue soltar numerosos virus en nuestro programa de contabilidad. He estado intentando solucionarlo primero aquí, para asegurarme de que no queda nada suelto.

Paula lo miró e intentó ocultar su impacto. Ver la realidad de lo que había hecho su taimado hermano resultaba desconcertante, por decir poco.

—Aunque ahora la empresa tiene más seguridad que nunca, no puedo evitar estar nervioso, y por eso estoy asegurándome de saber qué hizo tu hermano antes de que se enteren los demás.

Paula se sintió avergonzada.

—Tengo que admitir que el hecho de que tú, su hermana, esté ofreciéndose a solucionarlo es bastante irónico.

Paula alzó la barbilla, no permitiría que nada de lo que él dijera la afectara.

—¿Por qué no me dices qué quieres que haga?

Pedro miró hacia donde Paula estaba sentada en el suelo, con las piernas cruzadas y rodeada de papeles. Habían trabajado juntos hasta muy tarde la noche anterior y, cuando había entrado en su despacho por la mañana, se la  había encontrado allí, trabajando en lo que había comenzado por la noche. En las últimas semanas la culpabilidad y una emoción mucho más perturbadora habían estado combatiendo en su interior. Él había hecho todo lo que había podido por darle espacio, pero aún tenía preguntas pendientes… demasiadas preguntas. Lo único sobre lo que no tenía dudas era que no quería dejarla marchar ni tener que decirle adiós. Ella estaba vestida de negro y tenía el pelo recogido y sujetado por un lápiz. Vicenzo podía ver la exquisita línea de su cuello y la seductora forma de sus firmes pechos. Sus piernas eran claras y largas. De vez en cuando, ella alargaba una mano para acariciar a Bobby, que estaba tendido a su lado y mirándola con adoración. Y mientras la veía acariciar la cabeza del perro, Pedro que él también quería sentir su mano sobre él, acariciándolo. Por todas partes.

Paula oyó a Pedro moverse en la silla. Era difícil intentar concentrarse en las cuentas mientras lo oía moverse por detrás. Al ver que se acercaba, se levantó. Él se apoyó contra la mesa y se cruzó de brazos. Ella se preparó para lo que pudiera pasar.

—Si no fuiste a la universidad, ¿Cómo obtuviste el título?

La inofensiva pregunta la sorprendió.

—Lo hice a través de la universidad a distancia… Ariel no me dejaba asistir a clases en la facultad.

—¿Y siempre hacías lo que tu hermano te decía? —le preguntó él con mofa—. No sé por qué, pero me cuesta creerlo… aunque lo veo lógico. No hay duda de que le eras más útil sin tener que ajustarte a los horarios de las clases que se interpusieran en sus ajetreadas vidas sociales.

Paula apretó los puños. Había hecho lo que su hermano le había dicho porque no había tenido elección… a menos que hubiera preferido vagabundear por las calles de Londres desde los dieciséis años. Admitir que había tenido la esperanza de que Ariel cambiara algún día y se convirtiera en el hermano protector y afectivo con el que siempre había soñado era algo que ahora la avergonzaba.

—Ya te he dicho que mi vida con mi hermano no era como piensas.

—¿Y eso por qué, Paula? ¿A cuántas ilusas herederas embaucaron hasta hacerles creer que él las amaba para luego poder quedarse con su dinero?

Paula se sintió dolida. ¿Cómo podía haber olvidado que una vez que estuviera recuperada, Pedro volvería a atacarla? Se giró para marcharse.

—No tengo por qué escuchar esto…

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