jueves, 13 de febrero de 2020

Venganza: Capítulo 36

—Somos una pareja de recién casados, ¿Te acuerdas? —le dijo al apartarse—. Sonríe para las cámaras.

Paula miró a su alrededor y los numerosos flashes de las cámaras la cegaron. Había vuelto al mundo real. Pedro la metió en un todo terreno con los cristales limados y se marcharon.

—Si tenías planeado esto para reafirmar ante todo el mundo tu nueva imagen como hombre de familia…

—Créeme, había olvidado que los paparazis siempre están por aquí esperando que llegue algún famoso.

Pero eso nunca le había sucedido cuando había ido allí con otras mujeres; siempre había estado atento y nunca lo habían fotografiado. Estaba claro que ver a Paula tan entusiasmada en el helicóptero lo había distraído. La villa a la que la llevó era totalmente distinta de la villa familiar en la que había estado alojada. Era el sueño de todo arquitecto: ángulos y esquinas abstractos, cristal por todas partes y totalmente blanca por dentro. Tenía una piscina infinita con vistas al Mar Tirreno. Era perfectamente agradable y bonita, pero… fría. Sin vida. Un lugar donde llevar a una amante. ¿Sería ése el lugar donde se reunía con ellas? El debió de imaginar en qué estaba pensando porque dijo:

—Aquí es donde me divierto y celebro reuniones sociales o de negocios…

Paula se sonrojó. ¿Acaso estaba planeando divertirse allí con ella? Intentó ponerle algo de entusiasmo a su voz, sin saber por qué sentía la necesidad de mostrarse simpática.

—Está… muy… limpia.

Él se rió a carcajadas, con la cabeza hacia atrás, y ese sonido le resultó tan extraño y su sonrisa tan maravillosa que se lo quedó mirando embobada.

—Nunca había oído a nadie usar esa palabra para describirla.

—Disculpa mi dificultad para expresarme —dijo ella, algo irritada.

En ese momento él se acercó y le agarró la mano para llevársela a la boca y besarla.

—Nos iremos en una hora. Te enseñaré dónde puedes cambiarte.

Una hora después, Paula entró en el salón y Pedro levantó la vista de unos documentos que había estado ojeando. Él llevaba un traje negro y una camisa blanca desabrochada en el cuello. Ella llevaba un vestido de seda ajustado desde el cuello hasta los pies, sin mangas y con la espalda al aire. Se había dejado el pelo suelto en un intento de no sentirse tan desnuda. Él se acercó y le dio una caja de terciopelo rojo.

—Por tu cumpleaños… y, además, hará juego con tu vestido —un vestido color azul real, que la hacía incluso más pálida, más vulnerable.

Paula lo miró a él, a la caja, y después volvió a mirarlo, vacilante, con desconfianza. Ante esa actitud. Pedro, furioso, abrió la caja esperándose ver la misma reacción de siempre: unos ojos abiertos de par en par, sorpresa fingida, algo de pavoneo ante el espejo y agradecimientos excesivos y algo pegajosos. Ella  abrió los ojos de par en par, bien, pero ahí terminó toda similitud. Miró a Pedro. Miró los impresionantes pendientes de zafiro que descansaban sobre terciopelo blanco. Alargó la mano para tocarlos reverentemente. Se sonrojó. Volvió a mirarlo y él tuvo que contenerse para no tirar la caja al suelo y tomarla en sus brazos. Estaba preciosa, sin apenas maquillaje y con una piel ligeramente dorada por el sol.

—Han debido de costarte una fortuna.

Así era, pero ninguna otra mujer había comentado nada nunca sobre el valor de las joyas.

—Son un regalo de cumpleaños… vamos, pruébatelos.

—Pero… ¿Y si pierdo uno?

—Están asegurados —no era cierto, pero si eso la hacía sentirse mejor…

—¿Estás seguro? —preguntó ella algo desconfiada.

Pensó en lo que habían costado en comparación con su inmensa fortuna.

—Sí.

Sólo en ese momento, y con el máximo cuidado. Paula los sacó de su hogar de terciopelo y se los puso. Ni siquiera se miró en el espejo.

—Gracias —le dijo fríamente.

—De nada —Pedro cerró la caja y tuvo la sensación de que el resto de la noche tampoco iba a ser exactamente como él había planeado.

Y así fue. La llevó a un restaurante nuevo con una lista de espera que se alargaba hasta el próximo año. Ella sonrió educadamente durante la velada, pero parecía incómoda y completamente ajena a las miradas de envidia que le dirigían las mujeres y a las de admiración de los hombres.

—¿Va todo bien? —le preguntó él en un momento de la cena.

—Oh, sí, es precioso… impresionante…

—¿Pero?

—Bueno, es un poco como la villa… limpio y elegante —sonrió, dejándolo sin aliento—. Siempre me ha gustado imaginarme en el Mediterráneo, sentada en una pequeña Iratloria con vistas al mar…

En ese momento se sonrojó y Pedro tuvo que controlar su impulso de agarrarla y llevársela muy lejos de todo aquello. Lo cierto era que él tampoco estaba disfrutando demasiado en ese lugar, y haber visto antes la villa a través de los ojos de Paula lo había hecho sentirse algo incómodo. Aun así, siguió insistiendo, quería forzarla a sacar su verdadera personalidad. Pidió champán y fresas. Le pidió que bailara con él, pero ella rechazó la invitación.

1 comentario: