martes, 4 de febrero de 2020

Venganza: Capítulo 24

—Estábamos hablando sobre el reciente auge económico y la posterior caída que se ha vivido en Irlanda y los efectos que ha tenido en Europa.

En ese momento, miró a Pedro, con gesto desafiante. No tenía duda de que probablemente él había pensado que había estado intentando seducirlo, pero había sido Sergio el que había ido hacia ella. Contuvo las ganas de decir algo más y se limitó a apretar los puños sobre su regazo. Pedro la miró, con los ojos brillantes. ¿Había estado hablando de economía? No sabía qué pensar… Cuando entraron al departamento y Paula se quitó el chal, se giró para dirigirse a su dormitorio, pero él estaba bloqueándole el paso con su impresionante y dominante presencia. Ella dió un paso atrás.

—Me voy a dormir…

¿Por qué de pronto se sentía como si le faltara el aliento? Una descarga eléctrica pareció colarse entre los dos acompañada por una sensación tan erótica que Paula pensó que debería salir corriendo… y deprisa. Pero no podía moverse, la profunda y oscura mirada de Pedro la tenía clavada al suelo. El alargó la mano y le alzó la barbilla. Posó los ojos en su boca.

El corazón de Paula comenzó a golpearle el pecho frenéticamente. Su aroma la envolvió y su aliento le rozó la boca antes de darse cuenta de que Pedro estaba a punto de besarla. Sin embargo, justo en ese momento, ella tuvo una reacción visceral. Anhelaba ese beso, pero no podía arriesgarse a que él la rechazara. Nada había cambiado. Le puso las manos en el pecho para empujarlo y apartó la cabeza haciendo que la boca de Pedro se posara en su mejilla. Sólo eso ya la hizo perder el equilibrio. El la rodeó por la cintura y la llevó contra su cuerpo. Paula emitió un grito ahogado mientras el calor la invadía y comenzaba a notar la excitación de Pedro junto con la correspondiente humedad de deseo entre sus piernas.

—No. No te dejaré hacerlo. No te deseo.

Aunque lo dijo, ella misma sabía que estaba mintiendo porque lo deseaba más que nada. Pedro bajó la mirada hasta su hombro y al instante comenzó a deslizar sobre su piel el único tirante del vestido. Paula intentó detenerlo, pero tenía las manos atrapadas contra su pecho, que parecía una pared de acero, una cálida pared de acero. El corazón le latía tan deprisa que estaba segura de que él podía estar notándolo. Pedro bajó la cabeza y comenzó a besarla sobre el hombro para, a continuación, bajar más todavía el tirante del vestido. Avergonzada, Paula notó cómo uno de sus pechos quedaba al descubierto.

—Pedro, por favor, no…

—Pedro, por favor, sí… —dijo él con un sonido gutural haciéndole recordar el momento en que la había tomado aquella noche—. No te engañes a tí misma, Paula. Deseas esto tanto como yo.

Ella sacudió la cabeza desesperadamente para negarlo, a pesar de saber que estaba mintiéndose. Contuvo el aliento cuando él le bajó el vestido hasta exponer sus pechos por completo y a continuación le sujetó las manos, desafiándola a detenerlo. Paula no podía moverse, ni pensar, ni hablar. Con un brillo triunfante en los ojos, él bajó la cabeza y cerró su boca alrededor de la cumbre de uno de los pechos. Y. cuando captó el seductor aroma de su excitación, su deseo aumentó. Sabía que de un momento a otro podría desnudarla y tomarla allí mismo, de pie contra la pared. Con un esfuerzo supremo, se detuvo y se apartó, antes de subirle rápidamente el vestido para ocultar la imagen de sus pechos. Verla con el moño medio deshecho, el rostro sonrojado y su pulso acelerado bajo la pálida piel de su cuello, le indicó el deseo que ella sentía por él. Volvió a colocarle el tirante y ella se estremeció.

—Mañana vamos a casarnos y éste será un matrimonio en toda regla. En la cama y fuera de ella. Tendré alguna recompensa a cambio de casarme conmigo, Paula. No creo que sea necesario que busquemos amantes cuando los dos sabemos lo bien que nos puede ir… por lo menos hasta que nuestro deseo se consuma, algo que, sin duda, acabará pasando.

Paula intentó recuperar el equilibrio; estaba atormentada por haber dejado que Pedro le hiciera perder el control y se sintió dolida y furiosa ante su fría declaración.

—Vete al infierno, Pedro. No dejaré que te acerques a mi cama.

—Unas palabras muy valientes, Paula—le respondió él con voz sedosa—. Pero creo que ya hemos demostrado que no será así.

Y antes de que ella pudiera ser la primera en marcharse, él se giró y se alejó, dejándola allí, despeinada y con un deseo insatisfecho.

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