—¡No! —dijo negando con la cabeza—. No, está bien. Prefiero verlo sola.
No podía ni imaginarse tener que hacer frente a los dos a la vez. Además, aquel encuentro era demasiado privado, demasiado personal como para compartirlo.
—Será más fácil si estoy yo —insistió él—. El ataque... tiene afectada el habla.
Paula asintió.
—Te olvidas de que soy logopeda. Estoy acostumbrada a trabajar con gente que tiene problemas en el habla y —siguió antes de que él pudiera decir nada—, dado que hablará despacio, entenderé el griego.
—No te hará falta. Habla inglés.
Eso le sorprendió. Se lo había imaginado como un patriarca pasado de moda que nunca habría aprendido otro idioma distinto del suyo.
—Kyrie Schulz la recibirá ahora —dijo una enfermera que salía de una habitación al lado de donde estaban. Tenía los ojos fijos en Pedro, ni siquiera miró a Paula.
—Gracias —dijo Paula dirigiéndose a la habitación.
—Paula... —sonó como si Pedro quisiera decirle algo más.
—Hasta luego —dijo antes de que pudiera seguir y desapareció en la habitación.
Inmediatamente el olor de flores le llenó la nariz. Durante un momento horrible, el recuerdo de su madre en el hospital la inundó. Sintió náuseas. Se le erizó la piel, tragó y tuvo que agarrarse al marco de la puerta, pero parpadeó y el deja vu cesó. Las similitudes entre esa habitación y la espartana sala de su madre eran casi nulas. Todo estaba lleno de un lujo que la familia Chaves nunca se habría podido permitir, pero a pesar de todo no era más que una habitación de hospital. A pesar de su poder, Luis Schulz no era más que un enfermo indefenso como lo había sido su madre. Notó el completo silencio mientras intentaba controlar su respiración. Una cortina ocultaba la cabecera de la cama. ¿Estaba siquiera despierto? No se movía nada, no hacía ningún ruido, pero la enfermera había dicho que podía pasar. Debía de estar acostado, esperándola. A lo mejor adivinando que estaba demasiado nerviosa. Paula levantó la barbilla y apretó los puños. Si Luis Schulz podía soportar verla, no le iba a negar la oportunidad de hacerlo. Lentamente se acercó a la cama. Se sentía ridícula por estar tan nerviosa. ¡No tenía nada de lo que avergonzarse! Las sábanas permitían adivinar un cuerpo grande. Una mano grande y nudosa yacía encima del cobertor. Sintió calor en la piel al imaginarse cómo sería el dueño de una mano así, fuerte, capaz. Seguramente sentirse incapacitado sería un infierno. Se acercó más y entonces lo vió. Luis Schulz, el padre de su madre. Patriarca de la familia Schulz. El hombre que había repudiado a su hija. Unos brillantes ojos oscuros se encontraron con los suyos y puso sentir la fuerza de su poder, la energía. Las cejas pesadas componían un gesto fiero. La nariz era prominente, exactamente como la esperaba en una tirano. Por suerte ella no había heredado aquella nariz, pensó. Un movimiento atrajo su atención. Un gesto torpe proveniente de la mano de la sábana. Oyó el silbido de la dificultosa respiración y reconoció el sonido de la frustración en estado puro. Un hombre tan orgulloso no debía soportar verse así. Paula lo miró a la cara. Esa vez no vió el poder, sino la fragilidad. Tenía las mejillas hundidas, el cráneo prominente bajo la piel. La boca torcida en un mueca.
—Vienes a... regocijarte —su voz era apenas inteligible. Tuvo que inclinarse para poder oírlo.
—No —dijo ella mirándolo a los ojos, parecían lo único aún con vida.
—Vienes... por mi... dinero —murmuró.
—¡No! —dijo sintiendo que la rabia empezaba a vencer a la compasión. Lo miró fijamente—. Tenía curiosidad —dijo finalmente cuando pudo controlar la voz.
—Más cerca —susurró—. Acércate más.
Paula dió un paso en dirección a la cabecera de la cama y miró a su abuelo enterrado entre la montaña de almohadas. De cerca sus ojos eran febriles. Tardó un momento en darse cuenta de qué hacía tan brillantes los ojos: lágrimas. Debió de notar el estupor en su cara, porque parpadeó y torció la cabeza. Lo miró y se preguntó si sería emoción auténtica o un efecto del ataque.
—Te pareces a... ella —luchaba para encontrar las palabras.
El silencio se instaló entre ellos golpeándola como un arma. Se sentía insensible. No, insensible, no. Sentía todo: miedo, resentimiento, desprecio, dolor. Y algo más, una generosa conexión que no podía explicar.
—Te pareces a... Alejandra.
Se le quedó la respiración en la garganta al escuchar esas palabras. Volvió a mirarla con los ojos más fieros que antes, pero parecía simplemente una máscara para ocultar sus sentimientos.
Que duro es el abuelo de Pau!!
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