jueves, 12 de diciembre de 2019

A Su Merced: Capítulo 14

Los rayos del sol de la tarde entraban a través de las ventanas panorámicas iluminando lo que hubiera jurado era una sonrisa de diversión en el rostro de él. Seguramente no. No era posible que pudiera darse cuenta de la atroz mezcla de ansiedad y excitación que estaba sintiendo por saber que estaba sola con él. Paula se dirigió a la enorme cristalera que ocupaba una de las paredes. Supuso que sería una carísima obra arquitectónica, pero apenas pensó en ello. Su mente estaba completamente ocupada en el hombre que la estaba mirando.

—Nunca he visto nada igual —dijo ella finalmente—. Es tan moderno, tan único.

«Brillante, Paula. Estoy segura de que estaba deseando escuchar ese incisivo comentario sobre su casa», se dijo. Seguro que el sitio había salido en más de una revista de arquitectura.

—Lo diseñó un amigo —respondió—. Un compañero de colegio. Me conoce y sabe lo que me gusta, así que el trabajo fue sencillo.

Por debajo de ella se extendía una vista verde y plata: un viejo olivar rodeado por un muro de piedra que bajaba por la colina hasta el mar. Más allá brillaba el agua de una cala. Era un paisaje lleno de paz, tentador. Supuso que el sitio habría tenido el mismo aspecto durante cientos de años. Posiblemente miles. No había ninguna otra señal de habitantes a la vista, pero claro, si uno tenía la fortuna de Pedro Alfonso  no querrías compartir aquel pedacito del paraíso con vecinos.

—Es una vista preciosa —la voz de él le llegó justo de detrás y se quedó helada—. ¿Estás segura de que estás bien?

—Sí —se obligó a volverse hacia él, pero no lo miró a los ojos—. Sólo cansada.

—Claro, ha sido un largo viaje. Si me acompañas, te enseñaré tu habitación.

No había nada en su voz para alarmarla, su tono era suave, como si la ardiente mirada que antes había visto en él sólo fuera fruto de su imaginación. Paula echó un vistazo a su rostro. Tenía las mismas líneas de control de su primer encuentro. La velocidad con la que pasaba de la intensidad febril a la helada contención la desequilibraba. Nunca estaría cómoda con ese hombre. El silencio en que recorrieron las lujosas salas era casi opresivo.

—¿Por qué no me dijiste que me parecía a mi prima? —dijo mientras subían por una escalera de mármol.

Fue un alivio romper el silencio. Se encogió de hombros y siguió subiendo las escaleras.

—No tenía importancia.

¿No importaba? Paula se detuvo agarrando la barandilla con una mano. ¿No importaba que se pareciera a su esposa muerta lo bastante como para confundir a su propia hija? Un poco más arriba, él también se detuvo y la miró.

—Debería habértelo dicho, pero, como ya te he explicado, no se me ocurrió que Cami reaccionara como lo hizo. Sólo puedo volver a disculparme.

Paula observó su expresión y se preguntó cómo había reaccionado él la primera vez que la vió. ¿Habría pensado en su esposa muerta? Tenía que haberlo hecho, por supuesto. Enfrentarse cara a cara a alguien que recordaba tanto a una persona a quien se ha amado y perdido debía de ser una impresión terrible.

—Esta bien —mintió.

La reacción de Camila la había afectado. Soltó la barandilla de metal y siguió andando. Llegó a donde él la esperaba con aquella indescifrable expresión.

—¿Nos parecemos tanto? ¿Laura y yo?

No había duda sobre la llamarada de emoción que había en sus ojos por la pregunta. A lo mejor no debería haber preguntado, debería haber respetado su dolor, pero quería saber.

—No —dijo con brusquedad—. A primera vista hay un parecido superficial, pero las diferencias son más profundas.

Saber que era única, no un reflejo de Laura no le resultó tan cómodo como debería. O quizá había sido el modo en que había desechado él el parecido. Supuso que a sus ojos nadie podía compararse con la mujer a la que amaba. Paula suspiró y empezó a subir las escaleras al lado de él. ¿Qué quería, que la mirara y viera a su esposa? ¿Que reaccionara con ella como había hecho con Laura? ¿Como si ella fuera la mujer que amaba? ¡No! Claro que no.

—No se me ocurrió que Cami recordara tan bien a su madre —dijo ella—, pero no sé mucho de niños pequeños. Ha pasado un año desde que...

—Diez meses —dijo él cuando llegaban al final de las escaleras—. Diez meses casi exactos desde el accidente.

Paula se mordió la lengua al escuchar el tono de rabia, de emoción. Deseó acercarse a él y... ¿Y qué? ¿Aliviar su dolor? ¿Quién era ella para calmar el dolor de otro? Apenas podía contener el suyo. No podía siquiera entender lo que debía de ser perder a tu amor, alguien que pensabas que sería tu compañera para toda la vida.

—Cami tiene una foto de su madre en la habitación —dijo él interrumpiendo sus pensamientos—. La puse allí cuando Laura murió, parecía ayudarla cuando la echaba de menos.

Se preguntó si las fotos le habrían ayudado a él a manejar su propia pérdida. Mirándolo pensó que no.

—Ya hemos llegado —dijo de pronto señalando con un gesto una puerta de dos hojas—. Esta es tu habitación. Ya te han deshecho el equipaje —con una sonrisa forzada dijo—. Te dejaré para que descanses y te instales.

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