jueves, 19 de diciembre de 2019

A Su Merced: Capítulo 24

Afortunadamente Jorge eligió ese momento para obsequiarle con otra de sus historias, distrayéndola de los pensamientos que quería evitar. Al rato se estaba riendo tanto, que ni siquiera se dió cuenta de que habían atravesado las puertas de seguridad de la finca. Fue sólo cuando tomaron una curva de la carretera privada y apareció la casa cuando fue consciente de que habían llegado. Y de que Pedro la estaba esperando. De pie, con los brazos en jarras en la cima de la escalera. Una imponente figura que dominaba la escena. La sonrisa de Paula se transformó en un rictus de labios temblorosos. ¿Podría alguna vez ser capaz de mirar a ese hombre y no sentir esedesesperado anhelo en lo más profundo? Bajó las escaleras y abrió la puerta del pasajero antes de que la limusina se detuviera del todo.

—¿Dónde has estado? —la agarró del codo para ayudarla a salir de su asiento en cuanto se quitó el cinturón de seguridad.

—Haciendo turismo —dijo levantando la vista hacia sus ojos. Eran inescrutables. Puro negro impenetrable. Pero el gesto de su cara nonecesitaba interpretación. Estaba furioso.

Paula se encogió de hombros pero él no aflojó . En lugar de eso, metió la cabeza en el coche y vociferó en griego al chófer. Era demasiado rápido para que ella pudiera entenderlo, pero por el gesto de Jorge, adivinó que no debía de ser muy agradable. ¿Cuál era el problema de Pedro?

—Lo siento —interrumpió Paula—. No sabía que necesitaras el coche hoy.

Pedro la miró. Un destello de emoción en los oscuros ojos la hizo estremecerse. La energía reprimida que mostraba hacía que se le erizara el pelo. Daba la sensación de estar esperando el momento adecuado para saltar.

—No —cortó—, tengo más de un coche. Pero me habría gustado saber dónde estabas, te espero desde hace horas.

¿Qué? ¿Se había preocupado por ella? Seguro que no. No cuando la miraba de ese modo.

—No sabía que tenía que informarte de mis movimientos.

Lo llevaba claro si pensaba que iba a disculparse. Le había ofrecido el coche y luego le molestaba que lo usara. ¿Le preocupaba que desapareciera su preciosa médula ósea si la perdía de vista?

—¿Por qué has apagado el teléfono móvil? ¿Dónde has estado todo este tiempo?

Inclinó la cabeza sobre ella de modo que podía observar un tic que tenía en la base de la mandíbula y sentir en la nariz su masculino aroma. Y sentir la traidora debilidad de su reacción ante la presencia de él.

—Esta tarde hemos ido a las montañas, Kirie Alfonso —dijo Jorge desde el interior del coche—. No había cobertura.

—Podías haber mandado un mensaje —interrumpió ella— si era algo importante.

Pedro le dedicó una mirada de soslayo, después dijo algo a Jorge y cerró de un portazo. Seguía agarrándola del brazo cuando el coche giró al final de la casa en dirección al garaje.

—¿Sabes que Jorge está prometido? —dijo en un tono de tranquilidad letal—. ¿Lo sabías? —ella hizo un movimiento e inmediatamente la soltó.

—No, no lo sabía —dijo mirándolo y preguntándose qué demonios pasaba.

—Entonces quizá debería decirte que su prometida es muy posesiva, una joven muy celosa.

Durante un par de segundos lo miró fijamente con la mandíbula temblorosa mientras iba comprendiendo las implicaciones de sus palabras. ¿Le estaba advirtiendo? ¿Quién pensaba que era, una especie de seductora que iba del jefe alchófer? Sintió una náusea. Su tono era tan frío como calientes sus ojos y se sentía como si le hubiera dado una bofetada. En ese momento se dio cuenta de la clase de mujer que él pensaba que era.

—¡Apártate de mí! —dijo ella.

Sorprendentemente, él obedeció y le dejó paso libre para que escapara escaleras arriba.

«Bien hecho, Alfonso», pensó Pedro mientras la miraba desaparecer dentro de la casa como si la persiguieran los perros del Hades. ¡Sto Diavolo! No lo habría hecho peor si se lo hubiera propuesto. Se quedó de pie dominando el impulso de correr tras ella. Lo último que ella necesitaba era que alguien invadiera su espacio. No cuando acababa de herirla otra vez, vuelto a insultar, como un celoso perro del hortelano. ¡Celoso de su conductor! Había sentido celos cuando la había visto reírse con Jorge. Era tan hermosa cuando sonreía sin ningún vestigio de presión en su rostro, que era como un golpe devastador en su pecho. Dolía saber que con él nunca se había reído tan libremente. Sacudió la cabeza. Debería haber guardado su rabia para Jorge. Demonios, ese tipo era un mujeriego reputado y envidiado por la mitad de los hombres de la comarca. Debería tener unas palabras con él. Y en el futuro, llevaría a Paula a donde quisiera ir. Cuadró los hombros y empezó a subir las escaleras. Tenía que disculparse.

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