martes, 17 de diciembre de 2019

A Su Merced: Capítulo 17

—Gracias —dijo sin mirarlo a los ojos—. Me encantaría si tienes tiempo.

—Claro —había trabajado duro por la mañana y podía tomarse la tarde libre—. Será un placer.

Una hora más tarde, Pedro salía andando de la casa. Camila estaba en la cama después de un cuento. Había pospuesto las teleconferencias de la tarde y estaba ansioso por irse. Sólo un paseo en coche, se dijo. Sencillo, sin complicaciones. La obligación de un anfitrión. Pero eso no evitaba el chisporroteo de anticipación que experimentaba mientras recordaba la mirada de Paula. La sutil tentación que era su cuerpo cuando estaba cerca. Se puso las gafas de sol y se dirigió al garaje. Era raro que Jorge no tuviera la limusina estacionada delante como había dispuesto.  La voz de ella le alertó. Automáticamente aceleró el paso. Allí estaba de conversación con el chófer, los dos con las cabezas sobre un mapa extendido encima de la limusina. Jorge recorría una ruta con el dedo mientras se mantenía más cerca de lo necesario de la mujer que estaba a su lado, pero a Paula no le importaba. Se reía echándose el pelo detrás del hombro en un gesto evidentemente destinado a atraer la atención del conductor. Déjà vu. Lo golpeó con una brutalidad mareante. En las sombras del garaje, podría haber sido Laura flirteando. Esa sonrisa de sirena, la provocativa inclinación de la cabeza, la risa. Las dos eran tan parecidas en ese momento... Laura nunca había hecho otra cosa que flirtear con todo el mundo después de casarse, estaba seguro de eso. Pero cuando estaba de un humor torcido, encontraba un placer perverso en pavonearse ante otros hombres, provocándolo con la visión de una intimidad emocional que no compartía con él. Una nube ocultó el sol y sintió un frío repentino por la brisa del mar. Jorge dijo algo y Paula se inclinó más sobre el mapa. El movimiento tensó la tela de los vaqueros enfatizando sus curvas de un modo que puso rígidos los músculos abdominales y le dejó seca la garganta. Sus manos se morían por tocarla.

—¿Lista para marcharnos? —dijo en un tono cuidadoso para ocultar su estado de ánimo.

Jorge dió un brinco, clara evidencia de su complejo de culpa, y puso una distancia decente entre ambos. Ella dibujo una tentativa de sonrisa en sus labios. La mirada de bienvenida en su rostro hizo parecer que simplemente había estado ocupando el tiempo mientras lo esperaba.

—La limusina hoy no, creo —dijo haciendo un gesto en dirección a uno de los otros vehículos—. Iremos en el Jaguar, no hace falta que nos lleves —dijo a Jorge por encima del hombro.

Minutos después, iban por la carretera de la costa, él explicando los aspectos más importantes del entorno. Eso debería haberle hecho olvidar el irracional desagrado que había sentido cuando había visto a Paula divirtiéndose con Jorge. ¿Por qué le sorprendía? Debía de ser algo natural en ella, lo mismo que en Laura. ¿No decía el informe que era muy popular con los chicos? Aquello podía hacer más fácil resistirse a la tentación que ella representaba. Después de todo, él tenía gustos exigentes: no compartía a su mujer. Aun así, ardía por ella y eso le ponía furioso.

—¿No te importa venir sola conmigo? —preguntó Pedro—. Debería haberte preguntado si preferías ir en la limusina.

—No, esto me encanta. Es un coche precioso —dijo pasando la mano por el asiento, nunca había tocado un cuero más suave.

—Me alegro de que te guste —las voz profunda de Pedro le erizaba la piel.

Ella levantó la vista y, por un momento, se encontró con sus ojos, oscuros y brillantes llenos de una emoción que no pudo identificar. Después él volvió a dirigir su atención a la carretera y ella soltó despacio el aire que había retenido, preguntándose cómo se las arreglaba para alterarla tanto sólo con una mirada.

—Algunas mujeres prefieren no quedarse solas con un hombre que no es un amigo cercano o miembro de la familia.

—En Australia a nadie se le ocurriría algo así —dijo frunciendo el ceño.

Se dió la vuelta y miró una urbanización en la costa a la que se acercaban. Era moderna y completamente nueva. Pero su atención la atrajo una anciana vestida de negro que llevaba un borrico por un estrecho camino al lado de los enormes edificios nuevos.

—Supongo que aquí las costumbres son diferentes de las de allí —murmuró ella.

—Las cosas han cambiado, pero algunas costumbres perduran. Todavía tenemos una fuerte tradición de proteger a nuestras mujeres.

Paula apretó los labios ante la idea. ¡No habían recibido mucha protección ella o su madre de los varones de su familia!

—En Australia somos independientes. Las mujeres cuidamos de nosotras mismas —lo dijo en tono retador.

Luis Schulz, lejos de proteger a las mujeres de su familia, las había ignorado,dejado a su suerte. Si ése era un ejemplo de la protección de los varones griegos, no quería saber nada más. Su madre había seguido su camino contra viento y marea en un país distinto. A pesar de todo lo que había trabajado, nunca le había escuchado una queja.

—¿Nunca sientes la necesidad de protección? ¿Ni siquiera por la atención no deseada de algún hombre?

¿Por qué ese súbito interés? ¿Estaba pensando en ser él su guardián o algo así? Rechazó la idea de inmediato.

—Siempre he encontrado la protección en el número —era mucho mejor tener un grupo grande de amigos.

—¿Así que tienes muchos amigos varones? ¿No complica eso mucho la vida?

—En absoluto. Te limita mucho salir sólo con un chico —su único novio serio se había convertido en una pesadez. Y después de esa experiencia, Paula no estaba ansiosa por tener una relación íntima de nuevo.

Era más fácil ser parte de un grupo. No había tanta presión por emparejarse y podía salir y disfrutar sin preocuparse de los asuntos del sexo. Mas sencillo y más seguro. Sintió el escrutinio de Pedro y se volvió para mirarlo. Su desaprobación era evidente. Así que no creía que las mujeres debían hacerse cargo de su propia vida. Levantó la barbilla y miró el paisaje sorprendida por su disgusto. ¿Por qué le importaba tanto?

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