martes, 10 de diciembre de 2019

A Su Merced: Capítulo 10

Paula miró parpadeando aquellos brillantes ojos negros. Estaba tan cerca, que podía ver su piel suave pero con una ligera sombra a lo largo de la mandíbula. Resopló como respuesta instintiva a su olor: cálido y almizclado. Mil por cien feromonas masculinas.

—Basta —dijo él de nuevo en un tono áspero.

Durante un espacio de tiempo interminable se sostuvieron las miradas mientras latía un indefinible calor en medio del quebradizo silencio. Si hubiera sido capaz de soltarse de él, se habría alejado un poco y puesto algo de distancia entre ambos para volverse a sentir segura.

—Discúlpame —dijo él finalmente sacudiendo la cabeza mientras hablaba—. He llegado a conclusiones erróneas por lo extremo de la situación. He interpretado mal tu silencio —hizo una pausa y respiró tan hondo, que el pecho casi llegó a rozarla—. Estoy acostumbrado a tratar con gente que no es tan... tan poco impresionable por la riqueza como tú —sus ojos, hipnotizadores, miraban los de ella—. Siento mucho la ofensa que mis palabras te han causado.

Su corazón latía bajo los dedos de Paula. Sus ojos parecían bucear en el alma de ella. Paula habría apartado la vista si hubiera podido, pero la intensidad de su escrutinio la tenía paralizada, como atada a él. Aquello era peligroso. Tenía que acabar con ello. Ya.

—Acepto tus disculpas —dijo, estremeciéndose por lo forzado del sonido de su voz—. Duele que creas... —sacudió la cabeza, ¿Qué importaba?—. Ha sido un malentendido —dijo tan elegante como pudo.

—Gracias, Paula —su voz era un zumbido grave que acariciaba la piel.

Y entonces, él hizo algo completamente inesperado. Alzó su mano, se la llevó a los labios y, mientras seguía mirándola, la besó suavemente en el dorso. Una sensacional sacudida le recorrió el cuerpo mientras abría los ojos de par en par. Por un momento pudo ver el reflejo de su conmoción en los oscuros ojos. Oleadas de deseo recorrieron su cuerpo haciendo que sensaciones dormidas volvieran a la vida. Eso la asustó. Tiró de la mano y se la frotó con el pulgar de la otra como si quisiera borrar la ardiente sensación de sus labios en la piel. Dió un paso atrás y soltó el aire que no era consciente de haber estado reteniendo. Por primera vez miró de verdad a Pedro Alfonso tratando de ver algo más allá del estereotipo que le había asignado. Era algo más que el epítome del machismo rampante que había pensado la primera vez que lo había visto. Algo más que un padre luchando por la vida de su hija. Evidentemente estaba acostumbrado a tratar con la riqueza y el poder y, por lo que había dicho, con el tipo de gente que ella siempre había evitado. ¿El gesto severo de su rostro no era simplemente la forma de ocultar la desesperación de un hombre que protege a su familia del peor de los males? Y había más aspectos que sopesar. Tenía una chispa de energía sexual que hacía saltar todas las señales de alarma en su cabeza. Pero no podía sencillamente huir de él. No, sabiendo por qué estaba allí.

Paula respiró profundamente al ser consciente de que se encontraba metida en un lío. Algo había sucedido en aquella breve tormenta de emociones. Alguna barrera se había caído, alguna barricada interna se había apartado dejando sus sentimientos sin defensas. No sabía por qué, pero en vez de sentir dolor por su pérdida y furia al pensar en su abuelo, notaba una mezcla de sentimientos en su interior. Había conseguido escapar al férreo control que le había permitido salir adelante las últimas semanas. Algo de ese hombre, de ese extraño, había entrado dentro de ella, desasosegándola de un modo que no entendía. No era su tipo. En absoluto. Entonces, ¿Cómo podía explicar esa sensación de conexión, de vínculo entre ellos? No podía.

—Ahora nos entendemos —dijo él con una voz grave cuya sola vibración despertó en ella el deseo.

Ella asintió en silencio.

—¿Ayudarás? —había una indudable urgencia en el tono controlado.

—Por supuesto, haré lo que pueda —dijo ella—. No puedo ignorar la situación de tu hija.

La sonrisa de él fue tensa, superficial. Ya estaba planeando su siguiente movimiento, pudo verlo en sus ojos. Seguramente estaría pensando en cuál sería la mejor forma de organizar el aspecto logístico del análisis.

—Pero no lo olvides —advirtió ella—, no hay ninguna garantía de que funcione.

—Tiene que funcionar, no hay otra posibilidad.

Hacía que pareciera sencillo. Como si el resultado estuviera asegurado. Paula sintió un escalofrío. La terrible realidad era que probablemente ella no pudiera ayudar a la niña, pero no volvió a decir nada en voz alta. Entendía demasiado bien la desesperación de ver morir a alguien a quien amas. Ella había pasado por lo mismo mientras su madre estaba en el hospital incapaz de luchar contra la enfermedad que le robaba la vida demasiado pronto. Pedro podía parecer duro. De hecho, estaba segura de que lo sería, pero las arrugas que le rodeaban los ojos, las líneas que enmarcaban su boca, mostraban un dolor que no era menos real por ser salvajemente ocultado tras unos nervios de acero. Ésa debía de ser la razón por la que sentía aquella increíble conexión con él. Como si hubiera mucho más que su relación de primos políticos. Paula suspiró con alivio. Eso era. Había una explicación racional. Un sentimiento de camaradería con alguien que estaba pasando por lo mismo que ella había pasado. Lo miró a la cara y se dijo que todo iba bien. No tenía que preocuparse más por la fusión de deseo y miedo que provocaba en ella. Había una explicación después de todo.

—Arreglaré todo —dijo él y, por primera vez, su mirada fue cálida—. ¿Puedes estar lista mañana? —preguntó.

—Claro, cuanto antes, mejor.

—Bien —la agarró del codo y se dirigieron hacia la casa.

Notaba el calor de la mano a través de la manga de la camisa. Sentía los pulmones vacíos, como si alguien hubiera sacado todo el aire de ellos.

—Organizaré el vuelo para mañana —dijo él.

Paula se paró en seco.

—¿Perdón?

—Nuestro vuelo —le dedicó una mirada de impaciencia y echó a andar de nuevo llevándola tras de él—. Te llamaré con los detalles y te llevaré al aeropuerto.

—No entiendo —dijo frunciendo el ceño—. Es sólo un análisis, ¿Verdad? Un simple análisis de sangre, ¿No?

—Así es —dijo él—. Un análisis de sangre y, si es compatible, el médico sacará una muestra de médula.

—¡Espera! —se detuvo con las piernas abiertas para que tuviera que pararse y mirarla—. ¿Qué es eso del vuelo? Seguro que el análisis se puede hacer en Sidney.

Pedro levantó las oscuras cejas formando una «v».

—Puede hacerse en cualquier sitio, pero de este modo tú estarás a mano si el médico dice que adelante con el trasplante.

De nuevo Paula sintió esa punzada de inquietud por su presunción de que aquello iba a funcionar. Que ella iba a ser la donante de Camila.

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