jueves, 12 de diciembre de 2019

A Su Merced: Capítulo 13

Paula se recostó en el asiento y escuchó las explicaciones de Pedro sobre el puerto de Heraclion y algunas de sus historias y tradiciones. Se notaba que realmente amaba el lugar, pero a pesar del entusiasmo por su hogar, notó algún cambio en él. Evitaba su mirada y le hablaba en tono frío y profesional. ¿Habría hecho algo que le había ofendido? No se le ocurría qué. A pesar del largo sueño en el avión, el cambio horario le hacía imaginar cosas. Además, ¿No era más fácil de manejar el Pedro distante que al que había tenido que enfrentarse en Sidney? Se dijo que tenía que alegrarse por el cambio.

Veinte minutos después el coche se detenía junto a una casa moderna. Una casa como nunca había visto Paula. Una sola mirada le confirmó lo que ya sospechaba: ese hombre tenía mucho más dinero del que ella podía soñar. Pedro abrió la puerta del coche y salió corriendo en cuanto se detuvo con los brazos abiertos para abrazar a una niñita. Debía de tener tres o cuatro años, pensó. Se le heló el corazón al notar la palidez de la niña y su cabeza sin pelo debido al tratamiento médico. Su puerta se abrió y al levantar la vista se encontró con la sonrisa de Jorge. «Ahora o nunca», se dijo. Respiró hondo y sacó las piernas del coche ignorando la repentina sensación de agotamiento que experimentó al ponerse de pie. Había sido un largo viaje. Caminó lentamente hacia la casa deseando no interrumpir la reunión familiar.

Hubo una alegre carcajada por parte de la niña en respuesta a un murmullo de Pedro. Después se dieron la vuelta y Paula se detuvo en seco por el cambio que vió en él. Las sombras habían desaparecido de su rostro. Había amor en su mirada mientras abrazaba a la niña. Parecía más joven, más sexy, más vivo. Después su mirada se dirigió a Camila, reparando en lo pequeña y frágil que era. La niña la miró fijamente. Después se revolvió dentro del abrazo de Pedro y le tendió los brazos a ella. Claramente, sin posibilidad de error, la llamó «mamá».  Agradecida, Paula bebió un sorbo de café hirviendo. Estaba demasiado dulce, pero era lo que necesitaba. El café le dió una sensación de calor que contrarrestó el frío que todavía la atenazaba. Oyó el sonido de unos tacones que se alejaban en el vestíbulo. El sonido suave del griego de la madre de Pedro que se marchaba. Por primera vez en su vida deseó tener más habilidad con el idioma. Se había rebelado pronto, rechazando aprender griego en cuanto fue lo bastante mayor como para entender las diferencias entre su madre y su familia de Grecia. Pero en ese momento habría dado cualquier cosa por saber qué decía a Pedro su madre. Y aún más por saber lo que decía su hijo. La señora Alfonso había sido tan acogedora, tan comprensiva con la conmoción que le habían causado las palabras de Camila... pero se iba y la dejaba sola con Pedro y Camila.

El momento en que Camila la había mirado con tanta excitación y la había llamado «mamá»... Paula se estremeció. Se había sentido horrorizada, como si hubiera ocupado el lugar de su prima muerta. Su aturdida mirada había pasado de la niña a Pedro y había visto en el rostro de él un destello de emoción tan fuerte que supo sin ninguna duda que estaba recordando a su esposa. Y ser consciente de ello fue como sentir un cuchillo en el pecho. ¿Por qué no le había dicho que había un gran parecido entre su prima y ella? ¿Le había dado miedo de que no quisiera ir a Grecia? Era imposible escapar. Todo volvía a la familia. La determinación de Pedro para salvar a su hija. El ADN que conectaba a Paula y Camila. El extraordinario parecido con una muerta a la que no había conocido. Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas al pensar en su madre. Cómo le habría gustado volver a contactar con la familia que había dejado atrás. Inevitablemente Paula pensó en su abuelo, recobrándose de su ataque en algún rincón de esa isla, pero su compasión no llegaba tan lejos. El hombre que había repudiado a su madre, para ella estaba en otro planeta. Una sombra moviéndose al fondo del enorme salón atrajo su atención y levantó la vista. Allí estaba Pedro, llenando el hueco de la puerta con sus anchos hombros. Se estremeció y se enderezó en su asiento.

—¿Se ha ido tu madre?

—Así es —dijo y el timbre de su voz fue como lija en los nervios de Paula—. Mis padres viven a unos kilómetros de aquí.

Así que estaban solos. Pedro y ella. ¿Por qué saberlo le provocaba cierta ansiedad? Pedro cruzó el salón y se quedó de pie al lado del sofá donde se sentaba ella. Tuvo la sensación de que él estaba invadiendo su espacio e hizo un gran esfuerzo para no recoger los pies. Supo por el brillo de sus ojos que él se había dado cuenta de su incomodidad.

—Siento —dijo— que tu llegada haya sido tan... difícil. Si hubiese sabido cómo iba a reaccionar Cami al verte, le habría pedido a mi madre que hablara con ella antes de que llegáramos.

Las disculpas eran auténticas y sintió cómo su indignación se desvanecía a pesar de la terrible situación en la que le había puesto. La alegría que había podido ver en el rostro de él cuando tenía a su hija en brazos había desaparecido. Le preocupaba a Paula saber lo que deseaba volver a ver a ese otro Pedro.

—Está bien —murmuró ella—. No ha pasado nada, simplemente la sorpresa.

—Algo más que eso, estoy seguro. Te quedaste blanca cuando Camila te llamó «mamá». Debería...

—Ya está —interrumpió, después se detuvo mientras un horrible pensamiento penetraba en su agotada cabeza—. Se lo has explicado, ¿Verdad? No cree que...

—No. Le he explicado que tu parecido con su madre se debe a que son primas. Camila ya ha entendido que eres una visitante especial que ha cruzado el mundo para verla. Estaba tan excitada cuando se fue a la cama, que estoy sorprendido. No podía esperar para jugar con su largo tiempo perdida prima.

—Pero seguramente... —empezó Paula.

—No te da miedo pasar algo de tiempo con ella, ¿Verdad? —retó—. Es sólo una niña, y está muy sola. A causa del tratamiento, no ha podido relacionarse con otros niños como debería. Y ahora, por razones obvias, siente curiosidad por tí. ¿Es mucho pedir?

—Te iba a decir que, como no voy a estar aquí mucho tiempo, igual era mejor no interferir en su rutina.

Pero era más que eso, pensó Paula. Había algo que hacía que quisiera mantener la distancia con su familia, con Camila y su padre. A lo mejor el deseo supersticioso de no tentar al destino creyendo que realmente iba a poder ayudar a la niña. O el miedo atávico a ocupar el lugar de una mujer muerta aunque sólo fuera un corto espacio de tiempo. Y eso le hizo pensar inmediatamente en Pedro, no en Camila. Lo miró de soslayo y descubrió que él la estaba mirando intensamente. De nuevo sintió esa fuerza que la lanzaba hacia él. Le asustaba esa atracción, ese anhelo. Y no estaba preparada para enfrentarse a ello.

—Estoy seguro de que un cambio de rutina no hará daño a Camila.

Paula se inclinó hacia delante bruscamente y dejó la taza encima de la mesa. Le temblaba la mano. Y el modo en que la miraba exacerbaba el temblor. Se puso de pie de un salto.

—Tienes una casa magnífica —dijo, decidida a llevar la conversación a un terreno sencillo e impersonal.

—Me alegro de que te guste, Paula —incluso su voz era diferente: un zumbido acariciante que resonaba dentro de ella y que le erizaba la piel.

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