Paula atravesó las puertas correderas del aeropuerto. Estaba en Creta. Respiró hondo preguntándose cómo el aire de Grecia podía ser igual que el de su casa, pero lo suficientemente distinto como para hacer que se estremeciera de emoción. Se mordió el labio No iba a llorar, ¿Verdad? No era que aquel lugar significara mucho para ella, pero sí había significado para su madre. A pesar de sus dolorosos recuerdos, su madre había sido una optimista. Había planeado llevarla allí. Un viaje de chicas, había dicho dando la lata para que se sacara el pasaporte para el día que tuvieran dinero ahorrado para el viaje. Y, aunque no visitaran a la familia, había muchas cosas que ver en Creta. Parpadeó por la brillante luz. Había planeado sorprender a su madre y comprar los billetes cuando llevara un año trabajando en su profesión. Eso ya no sucedería. Nunca se había sentido tan sola en su vida.
—¿Estás bien? —una mano la agarró del codo y la llevó hacia delante.
Pedro no la había tocado desde la conversación en el parque. Había sido escrupuloso guardando las distancias. Y se había convencido a sí misma de que se había imaginado su respuesta a él. Pero en ese momento era aterradoramente real. Instantáneo. Devastador.
—Estoy bien —dijo sin mirarlo—. A lo mejor un poco cansada.
—Podrás descansar cuando lleguemos a casa —soltó la mano y Paula sintió como si le quitaran un peso del pecho y pudiera respirar normalmente—. Pronto llegaremos y mi casa no está lejos de la costa —dijo haciendo un gesto en dirección a una limusina negra y brillante.
No había esperado menos. Era evidente que había entrado en otro mundo: uno de riqueza y privilegios. Lo sabía desde que había descubierto que Pedro era eldueño de la compañía aérea. ¿Era ése el mundo que su madre había dejado por amor? No sorprendía que Luis Schulz hubiera quedado conmocionado por su elección como marido de una australiano sin un céntimo. Paula caminó despacio hacia la limusina asustada de pronto por lo que la esperaba al final de ese viaje. ¿Cómo iba a estar a la altura de las expectativas de Pedro? ¿Qué pasaba si no servía? Pero no había sido capaz de negarse. Había llegado a estar convencida de que si no hubiera aceptado salir de Sidney, la habría cargado al hombro y se la habría llevado a la fuerza. La fantasía hizo que un escalofrío le recorriera la espalda, pero lo que la había hecho ir había sido la vulnerabilidad que había adivinado tras su obstinada determinación y aire de agresividad.
—Ya estamos —dijo Pedro, haciendo un gesto ante la puerta trasera del coche.
Un joven de uniforme permanecía de pie sonriendo manteniendo la puerta abierta para que pasara. Se escuchó la discreta vibración de un teléfono y Pedro se detuvo frunciendo el ceño ante el número que mostraba la pantalla.
—Discúlpame un momento —dijo—. Es una llamada de casa. Mejor voy a atenderla.
Paula notó la tensión mientras se alejaba, vió el gesto de su boca mientras se llevaba el teléfono al oído. Estaba esperando malas noticias. Paula se detuvo sin poder evitar mirarlo. Después vió cómo se dibujaba una sonrisa en sus labios. Su tierna expresión la dejó sin respiración.
—Camila —dijo él.
Y lo que escuchó en su voz hizo que se volviera hacia el coche y el conductor sintiéndose como una espía. No importaba que la conversación hubiera sido en griego y deprisa, demasiado rápido para que ella la entendiera. Era demasiado personal para inmiscuirse. Pedro levantó la vista para contemplar el cielo azul mientras escuchaba la voz de la niña que le contaba que había visto unos gatitos el día anterior y lo útil que sería tener un gato para mantener los ratones, que no había, a raya. Casi se echó a reír por lo transparente de su estrategia. Había una sonrisa en su rostro mientras le prometía que estaría muy pronto en casa y se despedía de ella. Se dió la vuelta en dirección al coche, ansioso de emprender el camino. Allí estaba Paula, la encarnación de su última esperanza. Apresuró el paso. Ella no estaba en el coche, sino de pie al lado del conductor, Jorge. El chófer había perdido algo de su distancia profesional y estaba cerca de ella gesticulando mientras hablaba. Mientras Pedro miraba, Paula sonrió, luego se echó a reír, un dulce sonido que acarició sus sentidos. Se detuvo para mirar la expresión del rostro de la joven. La sombra del dolor había desaparecido de su cara y la vio como debía de ser antes de la muerte de su madre. Despreocupada, feliz... increíblemente hermosa. Su vibrante encanto despertaba en él sentimientos hacía tiempo enterrados. Jorge dijo algo y Paula volvió a reír mientras sus ojos le sonreían. Pedro hizo un sonido de desagrado mientras sentía una punzada en el pecho. Incomodidad. Fastidio. ¿Celos? No, eso era imposible. Apenas conocía a esa mujer. No tenía ningún derecho sobre ella, ningún interés en una relación personal. La idea era absurda. Metió el móvil en el bolsillo y se dirigió al coche.
—¿Listos? —dijo en tono brusco.
Jorge inmediatamente volvió a su posición al lado de la puerta. La sonrisa de Paula desapareció y apartó la vista. Pedro sintió algo de desagrado en medio del regocijo por el retorno a casa. ¿Qué más quería? Tenía lo que necesitaba: la oportunidad de salvar a Camila. Eso era lo que importaba. Lo otro, el persistente anhelo, su respuesta física a ella, era desasosegante. Sobre todo para un hombre como él, que no confiaba en nadie. Alguien que había aprendido más a dudar que a confiar, a ser precavido más que impulsivo. Esperó a que Paula entrara en el coche para pasar él y después se sentó en la esquina del ancho asiento trasero. Evitando la mirada de ella, empezó a explicarle lo que se veía desde la limusina. Información detallada y totalmente impersonal. Eso ayudaba a levantar las barreras que se debilitaban cada vez que la miraba, barreras que serían muy útiles los siguientes días.
Ojalá pueda salvar a la niña!
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