jueves, 19 de diciembre de 2019

A Su Merced: Capítulo 22

¿Qué otra cosa había esperado? La dura y fría realidad fue como un cubo de agua arrojado en el rugiente incendio que la tenía hechizada. Estuvo a punto de desplomarse todavía agarrada a sus hombros. Pedro dejó que resbalara por la pared hasta que se apoyó en los dos pies. A pesar de eso, podría haberse caído redonda si él no hubiera seguido sujetándola. Le temblaban las rodillas como si hubiera corrido una maratón.

—¿No dices nada, Paula? —dijo con un gesto en los labios que apagó en ella el último resto de excitación que le quedaba.

Se sentía vacía, como si sus palabras le hubieran robado algo vital. Se había comportado como una idiota, allí no había nada para ella. Lo supo en ese momento, incluso sin escuchar sus palabras. Cada sílaba había sido como una garra que se clavaba en su vulnerable y estúpido corazón.

—No quiero tu comprensión —dijo él—. No hay sitio en mi vida para eso —dijo en un susurro e hizo una pausa—, pero aceptaré tu cuerpo, Paula. Cada preciosos centímetro de él. Quiero perderme en tu suavidad. Quiero olvidarme del mundo durante una hora. Una sola noche. Eso es todo. Es olvido lo que quiero, Paula. Sexo y éxtasis y sencillo placer animal. Nada más. Nada de sentimientos ni ternura. Nada de relaciones. Nada de futuro.

Le pasó un pulgar por el pezón, una vez, dos, deliberadamente, mientras la miraba fijamente con un rostro oscurecido por el deseo. Se estremeció como respuesta involuntaria a sus caricias. Su cuerpo era tan débil... No estaba horrorizada por la fiereza de su mirada, sino porque tenía que reconocer que seguía deseándolo, seguía respondiendo a sus caricias, incluso después de haberle dejado meridianamente claro que no la quería. Que cualquier cuerpo caliente de mujer le hubiera satisfecho. Y se sentía avergonzada por cómo había respondido.

—Bueno, Paula, ¿Me darás lo que quiero? ¿Lo que he ansiado desde la primera vez que te ví? ¿Me concederás el dulce olvido?

Paula abrió la boca, trató de encontrar las palabras, cualquier palabra que pusiera fin a aquello, pero no se le ocurrió nada. Se lo quedó mirando sintiendo aún el eco del deseo resonando en su cuerpo, recordando el éxtasis de su mutuo anhelo, pero se sentía rebajada, había hecho que se sintiera como una prostituta. Se había acercado a él para ayudarlo, para aliviar su dolor, compartir la carga. Y se había dado cuenta, con una sinceridad brutal, que, a pesar de todas las excusas que se había puesto, había deseado su afecto, había deseado entablar una relación, aunque fuera frágil, con aquel complicado, difícil hombre que había tomado el control de su vida desde el momento en que había aparecido apenas hacía una semana. Pero él sólo la había visto como un cuerpo de mujer. Labios y pechos y caderas para disfrutar un momento de placer y nada más. No la quería. No la necesitaba. Ni a su mente ni a su corazón ni a la persona que era. Respiró con un estremecimiento para alejar el dolor que le laceraba el pecho. Al menos era sincero. Debería agradecerle que se lo hubiera dicho antes de que hubiera sucumbido víctima de su ardor y del propio deseo. Un deseo de amor, se daba cuenta mientras apartaba la cabeza incapaz de soportar la penetrante mirada.  Las manos de él la sujetaron de un modo muy posesivo mientras preguntaba:

—¿Es eso un no? —dijo lentamente, aunque apreciaba su urgencia tras tanta contención.

Señor, no le costaría mucho ofrecerle lo que deseaba. No cuando su cuerpo respondía a sus caricias como si fueran almas gemelas. No duba ni un instante que físicamente sería algo glorioso. ¿Y cómo se sentiría después? Paula deslizó las manos hacia abajo desde los hombros y empujó con todas sus fuerzas. Tenía que escapar. Ya. Durante un instante, él no se movió. No tenía la fuerza para desplazarlo a pesar de su creciente desesperación. Y entonces, de pronto, él dio un paso atrás, se le ensombreció la mirada y dejó caer las manos. No recordaba haber corrido por el pasillo, ni cerrado la puerta, ni haberse desnudado y permanecido de pie bajo una ducha caliente. Todo lo que sabía era que había dejado su autoestima tras ella, con Pedro Alfonso.




Pedro recorría el salón mirando impaciente el reloj. ¿Dónde estaba ella? El sol ya se había ocultado por el oeste y no había vuelto. Paula llevaba fuera desde por la mañana temprano. Se detuvo frente a la ventana frunciendo el ceño mientras miraba el olivar que se extendía hasta el mar. Había desayunado antes casi de que se levantara el servicio, se había escabullido fuera de la casa y dicho al ama de llaves que estaría fuera de casa todo el día. Y se había llevado a Jorge con ella. No sabía qué estaba más si contento porque ella no estaba sola o celoso. No estaba bien. Se controlaba tan poco en lo que concernía a Paula... Se colaba en sus pensamientos todo el tiempo. ¿Dónde estaba? Sabía la respuesta. Lo estaba evitando. Lo increíble era que no hubiera desaparecido completamente y no sólo un día, después de lo que le había hecho.

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