martes, 17 de diciembre de 2019

A Su Merced: Capítulo 19

—Pero el dolor aún está vivo —murmuró él—. Casi imposible de soportar —las palabras salieron de detrás de ella erizando la piel de su nuca.

Se dió la vuelta y se separó hasta la distancia de un brazo. El deseo de que la abrazara era insoportable.

—Eres fuerte, Paula. Más fuerte de lo que crees. Algún día el dolor se suavizará.

Lo miró a la sombría cara dejando que sus palabras la empaparan. Era su expresión lo que atraía su atención.

—Sean cuales sean los errores de tu abuelo, pertenecen al pasado, son anteriores a tí —dijo Pedro.

Pero no era tan sencillo, además tenía que averiguar si lo que había entre Pedro y ella era sólo fruto de su imaginación. ¿Sentía él lo mismo que ella? Dió un solo paso reduciendo la distancia de separación hasta el punto que sentía el calor del cuerpo de Pedro. Sintió un escalofrío como si hubiera dado un paso en dirección al peligro. Su olor provocó en ella una ola de deseo. Alzó la cabeza hacia él. El ritmo de su corazón se disparó cuando vió la boca sólo a la distancia de un aliento de la suya. Deseaba que la agarrara, que le dijera que él también sentía... Eso era lo que quería, ¿No? ¿Poner fin a esa incertidumbre? Se había imaginado tantas veces su abrazo esos días que la necesidad de él la consumía. Él seguía de pie, mirándola. Sus labios se habían separado ligeramente como si se prepararan para saborearla. Podía besarlo sólo con ponerse de puntillas. Él también lo esperaba: el brillo de sus ojos se lo decía, lo mismo que el latido de la base del cuello, pero él no iba a tomar la iniciativa. Paula lo entendió con una repentina claridad que la empujaba a dar el primer paso. ¿Por qué? ¿Por qué tenía ella que dar el primer paso? Pedro debería haber visto la invitación en sus ojos. Entonces le llegó la respuesta. Una sombra se interpuso entre ellos, una sombra del pasado. Pedro la miraba pero, se dió cuenta, no la veía a ella. Se sentía atraído porque le recordaba a la mujer a la que había amado y perdido hacía diez meses. Su prima, Laura. Paula dió un paso atrás horrorizada por lo que casi había hecho.

—¿Qué pasa? —dió un paso hacia ella, pero lo detuvo con la mano.

—Es Laura, ¿Verdad? —susurró ella—. Me miras así porque estás pensando en ella.

Pedro vió su expresión de aturdimiento y dolor, y sintió como si el suelo se hubiera abierto bajo sus pies. Si no fuera por el sufrimiento que había en los ojos de Paula, en sus labios temblorosos, se habría echado a reír a carcajadas por lo absurdo de la idea. Le dolía el cuerpo de reprimir su deseo de ella. Había luchado para reprimir sus instintos y no darle un beso que terminara con los dos en aquel lecho de agujas de pino.  Él suspirando por Laura. ¡Por la mujer que había destruido su creencia en el matrimonio como una forma de compañerismo! Por alguien que había visto su boda como un escalón más en el camino de la riqueza. Por quien cruelmente había rechazado a su propia hija y le había enseñado a él a desconfiar de las mujeres. De las bonitas especialmente. Sonrió. Suponía que debía algún agradecimiento a Laura, le había quitado la venda de los ojos. Sabía que Paula no era Laura. Pocas mujeres podían ser tan destructivas. Pero desde que se había casado sabía que lo que sentía por Paula era mejor resolverlo en la cama, sin ataduras. Aunque una parte de él quería creer en la fantasía que sentía cuando la miraba: la ilusoria promesa del auténtico compañerismo. Pero eso era imposible. Pasión física era todo lo que podía ofrecerle a una mujer. Si ella no fuera tan vulnerable por la muerte de su madre, habría sugerido una aventura para placer mutuo. Eso era todo lo que podía ofrecer, pero no podía seducir a una chica que acababa de perder a su madre.

—Lo has entendido mal —dijo con una voz tan áspera como grave.

—¿Sí? He visto la foto en la habitación de Camila. Sé cuánto nos parecemos.

—¡No! —se detuvo conmocionado por el error de Paula, buscando las palabras para explicar pero sin revelar lo que su hija y él habían vivido—. Al principio puede haber un parecido, sí, pero no después.

Quería besarlo, hasta que olvidara el dolor y la pasión incendiara sus ojos. Deseaba a aquella mujer como nunca había querido antes. Con un ansia que hacía que le asustara la posibilidad de olvidar sus intentos de ser un hombre civilizado. ¡Sto Diavolo! Necesitaba ser protegida de él.

—Laura siempre ocupará un lugar importante como madre de mi hija —dijo lentamente, eligiendo las palabras—. Pero lo nuestro no era exactamente amor. Ambos queríamos casarnos y esperábamos que el amor llegara con el tiempo —como habría sucedido si Laura hubiera sido una mujer diferente—, pero créeme, Paula — miró dentro de aquellos ojos dorados—, cuando te miro es sólo a tí a quien veo, te lo puedo asegurar absolutamente: no estoy buscando alguien que reemplace a Laura. Y no lo haré nunca.

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