jueves, 26 de diciembre de 2019

A Su Merced: Capítulo 26

Pedro miró a través de la pared de cristales y sintió un nudo en el pecho del tamaño de un balón de fútbol. Tragó con dificultad y trató de contener la emoción. Se había enfrentado al trauma del trasplante y los difíciles días que lo habían seguido sin poder hacer otra cosa que acompañar a Camila. Había hecho todo lo necesario. Mantenido las emociones a raya. Y se había quedado admirado ante la determinación de la niña. Tan increíblemente frágil, pero con el corazón de un león.

Durante las largas semanas que había pasado desde el trasplante había tenido que hacerse cargo de todo: delegando el control de su imperio empresarial, parando las intrusiones de la prensa, respondiendo interminables preguntas de amigos y parientes, haciendo lo que había que hacer. ¿Por qué ver a su hija de pronto le impactaba tanto? Se apoyó en la pared respirando con dificultad. Le sudaban las palmas de las manos y le temblaban los brazos. El amargo sabor del miedo le llenaba la boca.

Todavía nadie sabía si el trasplante salvaría a Camila. Levantó la cabeza y miró al interior de la habitación donde estaba su hija. Estaba apoyada en una montaña de almohadas. Miró a un enorme libro de dibujos y dijo algo que Pedro no pudo oír. Debía de haber sido una broma porque incluso a través del cristal pudo oír la risa de la mujer que estaba su lado. Paula. No podía ver su sonrisa porque la cubría una mascarilla, pero sí podía ver la delicia que brillaba en sus ojos. El dolor en su interior aumentó. Se le aceleró el pulso como le pasaba siempre que ella estaba cerca. Paula y Camila. Camila y Paula. Sacudió la cabeza como si así pudiera aclarar el torbellino de emociones que lo bombardeaba. Las había visto juntas antes. Paula visitaba todos los días a Camila y ésta lo quería, así que era una de las pocas personas que tenía permitida la entrada, pero intentaba no coincidir con él en el hospital. No se lo podía reprochar. No habían vuelto a verse a solas desde la tarde que se había enfrentado a ella tras un ataque de celos. Después de aquello, estaba maravillado de que no se hubiera marchado. Técnicamente no había nada que la retuviera en Grecia, pero se había quedado. Por Camila, estaba claro que no había sido para estar cerca de él.

—¿Pedro? —se dió la vuelta y vió a su madre, que casi corría por el pasillo en su dirección—. ¿Ha pasado algo? Pareces tan...

—No ha pasado nada —aseguró y se apoyó en la pared de cristal—. No hay cambios. Parece evolucionar razonablemente bien.

—¿Entonces qué va mal? —dijo mientras él la abrazaba y le daba un par de besos.

—Nada —mintió.

Su madre miró a Camila y sonrió.

—Es bonito verlas juntas... tienen un lazo real. A primera vista la chica es tan parecida a Laura... Pero las diferencias más allá de la superficie son enormes.

—No sigamos por ahí —murmuró él.

Siguió mirando a Paula a través del cristal. Deseó poder interpretar su expresión.

—Esconder la verdad no hará que desaparezca —dijo su madre.

—Créeme. No me escondo de nada.

—¿De verdad? Tuerces el gesto cada vez que ves a Paula. E interrumpes cualquier conversación sobre Laura.

—No es ni el momento ni el lugar.

—¿Entonces cuándo es? Has evitado hablar de Laura desde el día del accidente.

—No hay nada de que hablar. Pero no te preocupes, soy consciente de las diferencias entre Paula y su prima —su cuerpo respondía vigorosamente ante esas diferencias—. Paula no es una maldita heredera y no ha sido educada para ser superficial y egoísta.

—¡Pedro! No me refiero a eso. Y no es justo que seas tan severo, no después de cómo defendiste a Laura. Hiciste todo lo que un marido podía hacer para apoyarla. Mucho más de lo que hubiera hecho la mayoría de los hombres.

¿Y qué había conseguido? A pesar de su vigilancia, su paciencia, no había podido salvarla de sí misma. A lo mejor si la hubiera querido de verdad...

—Tuvo una grave depresión posparto —siguió su madre—. No es culpa de nadie que su estado se degradara tan deprisa.

—No estoy de acuerdo —respondió él—. Mi esposa eligió no seguir los consejos médicos y rehuir a su familia. Si no hubiera bebido, no habría perdido el control y no habría tenido el accidente con el coche.

Si hubiera estado con ella aquella noche. Podría no haber dado importancia a la fiebre de Camila y haberla dejado con la niñera. Habría podido posponer la última conferencia con Singapur. Habría podido...

—No fue culpa de nadie, hijo. No fue culpa tuya —escuchó las palabras de su madre como en la distancia—. Y la enfermedad de Camila tampoco es culpa de nadie. No te culpes, Pedro. Necesitas tiempo para cerrar las heridas, para aprender a volver a confiar.

Se preguntó qué pensaría su madre si supiera cuánto deseaba su cuerpo confiar en Paula Chaves. Cómo controlaba sus sueños. Lo increíblemente fuerte que era la conexión que sentía con ella, pero había aprendido bien la lección. Confianza y compañerismo eran ilusiones. Sabía que no debía caer en sus falsas promesas. Tras su matrimonio, lo último que necesitaba era una nueva relación. Y menos con otra Schulz. Su madre se alejó y comenzó el ritual del lavado de manos y la mascarilla para poder visitar a Camila.

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