jueves, 26 de diciembre de 2019

A Su Merced: Capítulo 25

Casualmente se encontró con ella; salía de uno de los aseos del piso de abajo. Iba ligeramente encorvada y sus ojos esquivaron la mirada de él. La boca era una delgada línea de sufrimiento en medio de la palidez del rostro.

—Paula... —buscó su mano, pero ella la apartó dando un paso atrás y apoyándose en la pared.

Con un nudo en el estómago, Pedro dejó caer la mano.

—¿Qué quieres? —dijo ella en tono airado.

—Quiero disculparme —dijo en tono áspero—, estaba enfadado con mi chófer, no contigo, debería haberse mantenido en contacto conmigo. En el futuro sólo tienes que pedirlo y te llevaré a donde quieras.

Silencio.

—Siento si has pensado que yo estaba sugiriendo que...

—¿Qué? ¿Que soy una fulana?

Se encontró con la mirada de ella y lo que vio allí, una mezcla de angustia y furia, se le grabó en la conciencia. Paula siguió hablando deprisa antes de que pudiera responder:

—¿Que porque decidí no acostarme contigo anoche tengo que buscar algo dediversión con otro? —su voz era un abrasador y agonizante susurro—. ¿Qué te crees que soy? ¿Una perra caliente?

—Paula, yo...

—Mantente alejado de mí —dijo golpeando la mano que él ni siquiera se habíadado cuenta de que le había tendido.

Había lágrimas en sus ojos y le temblaba el labio inferior. Pedro sentía un profundo dolor al notar la incomodidad de ella. Lo había causado él. No deseaba otra cosa que besarla para consolarla.

—Te he dicho que te alejes —susurró cuando él redujo la distancia que los separaba y apoyaba la mano en la pared al lado de ella.

Respiró hondo y luchó contra el deseo de acercarse más y abrazarla.

—El problema es, Paula, que no puedo mantenerme alejado de tí. Ya no — volvió a respirar con fuerza—. ¿No lo entiendes? —la miró a los ojos y supo que estaba perdido—. ¿Por qué te crees que estaba tan furioso con Jorge?

—Porque pensaste que yo estaba seduciéndolo —dijo ella llanamente.

Pedro negó con la cabeza. Ella cambió de postura y miró por encima de los hombros de él.

—Tengo que irme y...

—¿Por qué, Paula? —preguntó en tono perentorio.

Despacio, como si tuviera que luchar con cada músculo de su cuerpo, alzó la mirada hacia él. Parecía increíblemente cansada.

—Porque no quieres perderme de vista —murmuró despacio, después miró al infinito.

Pedro asintió. Tenía las dos manos apoyadas firmemente en la pared, eso le ayudaba a no tomar su rostro entre las manos.

—Y ¿por qué ocurre eso? —susurró él mirándola morderse el labio inferior.

—Porque soy la única persona que quizá puede ayudar a Camila —dijo finalmente con un hilo de voz rehuyendo su mirada.

—Error.

Paula alzó la mirada tras escuchar esa única palabra. La conexión entre ellos fue como una descarga eléctrica.

—Es porque estoy celoso —admitió desnudando su alma—. Tengo celos de cualquiera que te tenga cuando yo no puedo.

Paula abrió los ojos de par en par y él deseó más que nada en el mundo tomar aquellos exuberantes labios entre los suyos. El cuerpo entero tembló de deseo contenido.

—¿Entiendes, Paula? —su voz era salvaje—. Tengo celos de mi chófer porque ha pasado todo el día contigo. No he pensado ni un segundo que tú pudieras seducirlo —hizo una pausa para reunir valor—. Lo que quiero es que me seduzcas a mí.

El desnudo reconocimiento quedó reverberando en el aire entre ambos. Nunca había estado tan desesperado por que una mujer lo tocara. Y más aún, porque le comprendiera. Apreció cómo el color volvía al rostro de ella. Y sintió un calor en su bajo vientre en respuesta. Paula tenía los ojos tan abiertos, tan claros, que sintió que podía perderse en lo que prometían. Sintió el aroma de ella, excitante, prometedor, seductor. Escuchó su ligera respiración, corta y rápida. Casi podía saborear su lengua. Desde la noche anterior había deseado ese sabor con locura. Sólo tenía que levantar una mano, agarrar su cara, reducir la distancia entre ellos y después...

—Kyrie Alfonso —la suave voz del ama de llaves rompió el silencio.

Volvió a la realidad. Hasta ese momento, se había comportado como si nada más existiera. Sólo estaba aquel espacio que compartía con Paula. Parpadeó y se irguió. Se dió la vuelta. El ama de llaves estaba de pie al fondo del pasillo, cerca de la puerta del servicio. Llevaba un teléfono inalámbrico en la mano y tenía los ojos abiertos de par en par por la sorpresa. Desvió la mirada rápidamente. En todos lo años que llevaba trabajando en esa casa nunca había visto a otra mujer que no fuera Fotini. Incluso antes de la boda nunca había tenido la costumbre de seducir a las invitadas.

—Llaman del hospital —explicó.

Pedro sintió un nudo en la garganta. El momento de la verdad había llegado. El temor le atenazó el pecho hasta un punto que casi no podía respirar. Sintió los ojos de Paula puestos en él y cuadró los hombros. Había hecho todo lo que había podido, ya sólo le quedaba soportar lo que fuera. Echó a andar, agarró el teléfono, dio las gracias en un susurro, se dió la vuelta y se encontró con la mirada de ella al otro extremo del pasillo.

—Pedro Alfonso al habla —dijo de forma automática cambiando al griego.

—Tenemos los resultados, señor —reconoció la voz del médico de Camila—. Nos gustaría que trajera a su hija lo antes posible para el tratamiento. Creemos que la donante es compatible, seguiremos adelante con el trasplante.

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