jueves, 12 de diciembre de 2019

A Su Merced: Capítulo 16

—Kalimer sas —dijo en tono grave.

—Kalimera, Camila.

Inmediatamente los ojos de la niña brillaron mientras inclinaba la cabeza a un lado como si quisiera verla mejor, después empezó a hablar en griego a toda velocidad y Paula no pudo entender nada.

—Siga, parakalo —dijo Paula sonriendo. «Despacio, por favor»—. Then katalaveno —«no entiendo».

Camila abrió la boca sorprendida y la chica que la cuidaba le explicó que Paula no entendía el griego.

—Hablo un poco —dijo Paula—, pero hace mucho tiempo que no lo uso — hablaban inglés en casa.

—Desafortunadamente Camila no habla inglés —dijo la chica que se presentó como la niñera.

Pero la barrera del lenguaje no disuadió a Camila. Bajó del triciclo y fue hacia Paula sin detenerse hasta que la agarró de la mano. Paula sintió los diminutos ycálidos dedos cerrarse alrededor de los suyos. Miró hacia abajo, a la pálida y seria cara de Camila y a sus oscuros ojos y algo se desheló dentro de ella. No había duda de por qué Pedro había sido tan categórico con que fuera a Grecia. La vida era demasiado preciosa como para desperdiciarla. Y al ver aquel pequeño rostro, tuvo un atisbo de lo que debía de sentir por su hija.

—Ela —dijo Camila tirando de la mano. «Vamos».

Fuera, en el jardín, le habían dicho, pero ¿Dónde? Pedro miró en la piscina, el césped y todas las zonas cercanas a la casa. A lo mejor Paula había decidido dar un paseo por la costa. El médico esperaba dentro para tomar la muestra de sangre. Atravesó el jardín y tomó el camino que llevaba al olivar a través de un paseo de frutales. El doctor podía esperar, no era problema, pero él quería resolver aquello ya. Quería saber las posibilidades que había de que aquello funcionara. Tenía que... Oyó una risa más adelante. Sus pasos se hicieron más lentos mientras rodeaba un seto. Y entonces se detuvo. La luz del sol iluminaba dos cabezas, una desnuda y pálida y otra oscura y con una hermosa mata de pelo que lanzaba seductores destellos castaños. Camila y Paula. Sentadas con las piernas cruzadas en la hierba del viejo huerto inclinadas sobre algo que había en el suelo.

—Escarabajo —decía Camila en griego.

—Escarabajo —decía Paula.

—Escarabajo verde.

—Escarabajo verde —repetía Paula.

Su hija estaba enseñando griego a Paula. Tras ellas, en la pared de piedra estaba sentada la niñera haciendo una cadena de margaritas.

—Nariz —decía Camila apoyando un dedo en la nariz de Paula.

—Nariz —repetía Paula imitando el gesto y haciendo reír a Camila.

Pedro tragó para empujar el nudo que tenía en la garganta. Había escuchado reír a su hija en pocas ocasiones en los últimos meses. Era lo mejor que había escuchado en siglos. Debió de moverse, porque las dos lo miraron. Inmediatamente, Eleni se puso de pie y corrió a abrazar a su padre.

—¡Papá!

Se inclinó y la levantó todo lo arriba que pudo. Despues, la abrazó fuerte contra el pecho. Y por encima de sus hombros, su mirada se cruzó con la de Paula. Una punzada de calor le atravesó el pecho calentando lugares congelados por el dolor. Eso era lo que conseguía saber que ella le entendía. Prometía mucho, pero también amenazaba su control.

—Vamos —dijo dándose la vuelta bruscamente—. Hay alguien que quiere verte.

Pedro se quedó de pie en las escaleras de la entrada viendo desaparecer el coche del doctor por el camino. Sentía en la cara el calor del sol y en el cuello la caricia de la brisa. Registraba las sensaciones físicas, pero eso era todo. No sentía nada más. Ni la excitación, ni la febril esperanza del día anterior. Ni siquiera la impaciente anticipación que había esperado. Se había quedado sin emociones. ¿O se estaba mintiendo a sí mismo? ¿Pretendiendo que no sentía nada para no tener que afrontar el tremendo abismo de miedo que amenazaba con devorarlo?

—¿Pedro? —dijo una voz suave, tentadora.

Nunca había oído su nombre en labios de ella, se dió cuenta. Y le gustó. Demasiado para un hombre que se suponía se había quedado sin emociones.

—Pedro, ¿Va todo bien? —más cerca, su voz estaba justo tras él, su mano en la manga.

El fuego se extendió por su cuerpo inmediatamente. Cerró el puño para evitar la respuesta instintiva: cubrir la mano con la suya y mantenerla ahí. Se dió la vuelta para encontrarse con su mirada. El sol arrancaba destellos de su pelo, iluminaba la belleza de sus facciones clásicas. Pero no había nada más impactante que el brillo de sus ojos dorados. ¿Cómo podía haber pensado, siquiera un instante, que era la viva imagen de Fotini? No había comparación. Laura había estado tan viva, tan llena de pasión, pero la belleza había sido un poco menos generosa con ella. Había estado demasiado absorta en sí misma. Había sido vivaz, pero nunca, ni una sola vez, había conectado con él del modo que lo había hecho Paula con sólo esa mirada. Un escalofrío le recorrió la espalda, un presentimiento del destino. ¡No! Él no creía en esas cosas. Paula no le entendía. ¿Cómo iba a poder si apenas se entendía él? No había ninguna conexión. Le desconcertaba ser consciente de cuánto deseaba que las ilusiones se hicieran realidad.

—Sí, todo va bien —dijo sorprendido al encontrar su voz convertida casi en un murmullo. Dió un paso atrás, sintió que la mano se caía y pensó que era mejor así.

—El médico ha dicho que llamará en cuanto tenga los resultados —dijo ella—. Creo que va a ser una larga espera.

Pedro tuvo el súbito deseo de que los resultados se retrasaran. ¿Qué iba a hacer si las noticias eran malas? ¿Si no era posible el trasplante? ¿Cómo se enfrentaría a Camila? Ese pensamiento le asustaba más que nada en el mundo. Necesitaba salir de allí hacer algo para llenar las siguientes horas. Quedarse esperando lo volvería loco.

—Es casi la hora de la comida de Cami —se descubrió diciendo—. Después, se echa una larga siesta, ¿Te apetecería dar una vuelta por ahí o estás cansada del viaje?

La miró intensamente, esperando una respuesta. Quería pasar tiempo con esa chica, reconoció. Algo en ella lo atraía a pesar de la confusión que producía en él. Algo que no era sólo sexo. Quizá, si conseguía conocerla, podría descubrir qué era ese algo indefinible que la hacía diferente del resto de las mujeres.

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