martes, 18 de marzo de 2025

Recuperarte: Capítulo 9

 —¿Has estado enferma?


Ella bajó los pies del sofá.


—Gracias por preocuparte, pero ahora que estamos divorciados soy responsable de mí misma.


La doctora Cohen levantó las cejas.


—¿Están divorciados?


Paula asintió con la cabeza, mirando el reloj.


—Desde hace media hora.


La doctora volvió a ponerse las gafas para mirar a Pedro. 


—Tomando eso en consideración, junto a una bajada repentina de azúcar, es lógico que se haya desmayado —anunció, dándole un golpecito en la muñeca— . Y yo pensando que estaba usted embarazada. Es que ésa es mi especialidad.


Paula apartó la mirada como había hecho innumerables veces durante esos nueve años cuando alguien mencionaba un embarazo. Pero Pedro se colocó entre ella y la doctora Cohen, territorial, protector. «Territorial, protector». Intentar olvidar esos apelativos para un hombre que ya no era su marido, y el deseo que iba con ellos, no sería tarea fácil.


—Pero sea o no un embarazo, descubriremos la razón para el desmayo — estaba diciendo la doctora.


Ella suspiró. ¿Cuántas veces había cambiado de conversación tras la inevitable letanía de consejos y comentarios? «¿Cuándo vas a hacerme abuela? ¿No es hora de que tengan familia? Paula y tú tratan a esos perros como si fueran sus hijos. Claro que no todo el mundo quiere tener niños».


—Hay muchas razones para un desmayo además de no haber comido. Pero si el problema persiste, le recomiendo que acuda al médico —dijo, colocándose el bolso al hombro—. Y ahora, si me perdonan, creo que ha llegado mi torno de subir al estrado.


El general la escoltó hasta la puerta mientras Ana se acercaba al sofá.


—Me alegro mucho de que estés bien, pero si necesitas algo no dudes en llamamos.


Como que la orgullosa Paula se mostraría necesitada alguna vez, pensó Pedro, irónico. Seguía sorprendiéndolo que quisiera verlo la semana siguiente. Después de despedirse su familia salió de la sala, dejándola solo con Paula por primera vez desde que se arrancaron la ropa en el asiento trasero del coche dos meses antes. Y el silencio pesaba mucho. Pedro se apoyó en una mesa y cruzó los brazos para no tocarla.


—No creo que debas conducir.


Ella se puso los zapatos, llamando su atención hacia esas fabulosas piernas...


—Y yo no creo que sea sensato que tú y yo estemos juntos en un coche. 


—Sigo siendo irresistible, ¿Eh? —Pedro no pudo evitar la broma.


—No seas imbécil —replicó ella—. Sólo quiero echarme un rato.


Y él debería pensar en su salud, no en esas preciosas piernas que se enredaban tan bien en su cintura.


—Deberías ir al médico... O al hospital.


—Tengo que ir al médico a finales de semana.


Su instinto legal le dijo que allí había algo interesante.


—Si te encuentras tan mal, ¿Por qué esperar hasta finales de semana?


Paula apartó la mirada entonces. Pero él se había pasado los tres últimos años interrogando a testigos y sabía cuándo una persona estaba escondiendo algo. Y sabía sin la menor duda que ella tenía un secreto escondido bajo esa preciosa cabeza suya. Y pensaba descubrir ese secreto antes de salir de la habitación. 

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