Dios, qué bien le quedaban los zapatos de tacón con esas piernas kilométricas. Paula tenía pasión por los zapatos... Aunque a Pedro no le importaba nada que se los probase delante de él. Desnuda. Maldita fuera, ¿Cuánto tiempo tardaría en olvidar su vida con Paula? Aquel amable adiós era lo mejor. Necesitaba despedirse educadamente... necesitaba terminar con aquel matrimonio. Punto. Él llegó al ascensor un segundo antes de que se cerraran las puertas, pero tuvo que sujetarlas con las dos manos. Ella lo miró, sorprendida, y él pensó que le lanzaría alguno de sus habituales epítetos... O incluso el maletín de piel que llevaba en la mano. Pero no. Se limitó a apartar la mirada. Pedro se colocó a su lado, los dos solos en el ascensor.
—¿Cómo está Rocky?
—Bien —contestó ella.
—Frida se comió ayer el mango de uno de los palos de golf de Marcos.
Su hermano se había empeñado en que jugasen dieciocho hoyos para relajarse un poco. Y Pedro había ganado. Siempre ganaba. Lo de relajarse era otra cosa.
—Afortunadamente, Marcos está de buen humor últimamente gracias a su prometida y a su floreciente carrera como senador. Así que Frida está a salvo de su ira por el momento.
Ella ni siquiera parecía estar escuchando. Qué raro, pensó. Porque aunque había dejado de quererlo a él, Pedro sabía que seguía queriendo mucho a los perros. Normalmente, a él no le gustaban las discusiones fuera de los juzgados, pero había visto suficientes divorcios como para saber que si no lograban mostrarse amistosos sólo estaría retrasando el golpe para más tarde.
—No esperarás que no volvamos a hablarnos en la vida. Además de tener que volver a vernos en la fecha prevista para finalizar el divorcio, Hilton Head es una comunidad relativamente pequeña. Vamos a encontrarnos, queramos o no.
Ella se mordió los labios y, sin querer, Pedro imaginó esos mismos labios deslizándose sensualmente por su cuerpo... La imagen hizo que su frente se cubriera de sudor.
—Parece que deberíamos haber redactado unas reglas de comunicación en ese acuerdo. Pero... A ver si lo entiendo: No vamos a decirnos nada más que hola y adiós. ¿Podemos saludarnos con la cabeza si nos encontramos por la playa paseando al perro? ¿O deberíamos delimitar las zonas por las que debe pasear cada uno?
Ella apretó el asa de su maletín, sin dejar de mirar los botones del ascensor.
—No intentes buscar pelea conmigo, Pedro. Hoy no.
¿Buscar pelea? No era él quien buscaba pelea, era ella. Él era el más tranquilo de los dos, al menos por fuera. ¿Qué le pasaba a Paula?
—¿Algo no ha ido como esperabas?
Ella rió, una risa baja, oscura, un triste eco de las desinhibidas carcajadas que solían escapar de su garganta.
—Todos pierden. ¿No es eso lo que siempre dices de los casos de divorcio?
Sí, en eso tenía razón. Pedro puso una mano al lado de su cabeza, en la pared del ascensor. Sabía que estaba acorralándola, pero sólo quedaba una planta para conseguir la respuesta que buscaba.
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