Había sido su amante desde que tenían dieciocho años y se había convertido en su mujer cuando descubrió que estaba embarazada. Interesante cómo la vida se repetía.
—Pedro... —repitió ella, su tono indignado devolviéndolo a la realidad.
—Relájate, ya te he visto desnuda muchas veces. Y sin duda voy a volver a verte desnuda la próxima vez que vengamos. Y luego está el parto...
—Puede que tengas derecho sobre el niño, pero ya no estamos casados —lo interrumpió ella, apartándose el pelo de la cara—. Y eso significa que nada de desfiles después de ir a comprar zapatos.
—Una pena —suspiró Pedro, tomando los zapatos plateados del suelo para ponerlos sobre la camilla—. Éstos son particularmente bonitos.
Paula abrió la boca para decir algo, pero él levantó las manos en señal de paz.
—Me voy, me voy —le dijo—. Te espero en la consulta.
Sabía que las cosas no iban a ser como antes, pero lamentaba que lo echase de su vida tan rápidamente. Aunque no pensaba dejar que Paula lo alejase de la vida de su hijo. No la había dejado sola a los dieciocho años y no pensaba hacerlo a los veintisiete. Aún no lo sabía, pero el suyo iba a ser el divorcio más corto de la historia.
Paula no había esperado terminar el día en el coche Pedro y no le gustaba nada estar allí. De nuevo, su ex marido estaba haciéndose cargo de su vida: La ginecóloga, el bocadillo a medio comer en su mano... Y, mientras estaban en la consulta, había llamado a su hermano pequeño, Bautista, para que fuera a buscar su coche al Juzgado porque, según él, podría volver a marearse. Una tontería, claro. Las mujeres embarazadas conducían prácticamente hasta que daban a luz. Aunque debía admitir que aquel día no era como cualquier otro. Y esperaba que, al despertar por la mañana, pudiese disfrutar mirando la fotografía de su hijo. El hijo de Pedro. Estudió el perfil de su ex marido mientras pasaban frente al club de golf que había cerca de su casa, un edificio colonial de dos pisos que había sido su sueño, con palmeras flanqueando la calle y un mar de hierba casi hasta la playa. La fortuna de la familia Alfonso y la herencia que le dejaron sus padres a ella habían facilitado mucho sus primeros años de matrimonio. Los dos estaban aún en la universidad, pero empezaron a trabajar en cuanto terminaron la carrera. Quizá, de haber tenido dificultades económicas, se habrían separado antes. Pero no quería pensar en eso. Tenía que hacer planes... Planes. Por primera vez desde que despertó aquella mañana, y tuvo que ir corriendo al baño a vomitar, se sentía feliz.
—Vamos a tener un niño —murmuró, incrédula.
—Eso parece.
—Necesito algún tiempo para creerlo. Y luego tendremos que empezar a tomar decisiones —Paula tragó saliva.
—Mañana a primera hora le diré a mi administrador que deposite dinero en tu cuenta corriente para que puedas despedirte de tu trabajo.
—¿Cómo has dicho?
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