—Sé que nuestro matrimonio ha terminado —mintió porque, después de todo, era abogado—, Pero espero que podamos volver a ser amigos. Por el niño, naturalmente.
Paula se detuvo.
—¿No vas a volver a incordiarme con lo de Adrián?
En cualquier otro momento lo habría hecho, pero el objetivo ahora era congraciarse con ella.
—Haré lo que pueda para esconder mis tendencias cavernícolas.
Ella soltó una carcajada y Pedro la miró, sorprendido. ¿Tan fácil era hacer que se le pasara un enfado? O no se había dado cuenta antes o el embarazo la había dulcificado. Quería besarla, tumbarla sobre la arena y celebrar el embarazo a la antigua. Pero si lo intentaba, Paula lo rechazaría. Así que, por el momento, aceptaría esos minutos con ella que le recordaban los buenos momentos del pasado. Desgraciadamente, enseguida llegaron a la casa.
—No es así como esperaba que fueran las cosas tras el divorcio —dijo Paula—. ¿Cuándo crees que empezaremos a pelearnos?
—Espero que nunca, pero no cuento con ello —bromeó Pedro, tomando un palo del suelo para tirárselo a Frida.
—No cuentes con ello, no. Especialmente si vuelves a sugerir que deje de trabajar.
—Quedo advertido.
—De todas formas, gracias por sugerir el paseo. Ha sido una manera agradable de relajarse después del trabajo.
—Ojalá lo hubiéramos hecho más a menudo.
Y esta vez no estaba mintiendo.
Ella abrió mucho los ojos, sorprendida.
—Sí, en fin... Tengo que irme.
—¿No me acompañas a la puerta?
—Lo dirás de broma.
—Si me dejas tirado aquí, me sentiré utilizado.
—Pedro... —Paula intentó enfadarse, pero no pudo disimular una sonrisa.
—Eso sí era un coqueteo —suspiró él, dándole sus zapatos.
—Y lo haces muy bien.
—Gracias.
Se habría ofrecido a acompañarla al coche, pero la finca era muy segura y tenía que hacer algo para olvidar que estaban tan cerca y no podía tocarla.
—Frida necesita correr un rato.
—Buenas noches, Pedro —Paula se inclinó para acariciar a la perrita, ofreciéndole una torturante panorámica del escote de su blusa.
Verla alejarse moviendo las caderas era otra tortura. Y tendría que correr al menos cuatro kilómetros si quería pegar ojo aquella noche. Suspirando, tomó otro palo del suelo para tirárselo a Frida.
—Vamos, chica, ¿Te apetece correr un rato?
La perrita dió un salto, intentando tomar el palo en el aire, y Pedro echó el brazo hacia atrás para lanzarlo... Un grito rompió el silencio. Era Paula.
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