Paula había aprendido a arreglárselas sola desde entonces y no estaba dispuesta a sacrificar el terreno ganado.
—Ah, claro, no podemos hablar de Camila —se le rompió la voz, pero siguió adelante de todas formas—. Tenemos que fingir que la niña a la que los dos quisimos tanto durante cuatro meses no ha existido nunca.
—Pelearnos por el pasado no cambia el presente —de nuevo, Pedro se negaba a mencionar el nombre de Camila.
Paula se mordió los labios, respirando profundamente para no llorar. ¿El pozo de lágrimas no tenía fondo después de todo?
—Muy bien, tú ganas. No me apetece discutir.
—Sí, tienes razón. No debemos discutir en este momento. Y, de todas formas, tenemos que hablar de un tema más urgente.
—¿Qué tema?
—Vamos a buscar a la doctora Cohen —dijo Pedro, tomándola del brazo.
Paula iba a decir que tenía su propio médico cuando recordó algo que él había dicho antes... Que no llevaba preservativos en el bolsillo porque ellos no los necesitaban. Lo cual la llevó a la siguiente conclusión: no los llevaba porque, aunque estaban divorciándose, no estaba saliendo con ninguna otra mujer.
—Ahí está tu hijo —la doctora Cohen señaló la pantalla del aparato—. Y tiene un buen latido, así que está muy sano.
Pedro no podía apartar los ojos de aquella cosita que parecía una judía. Su hijo. Jamás hubiera podido predecir cómo acabaría aquel día. Como máximo, había esperado que sus hermanos lo emborrachasen para darle la bienvenida a su nueva vida de soltero. Ni en sus mejores sueños hubiera podido imaginar que iba a tener que perseguir a una ginecóloga por los pasillos del Juzgado para pedirle que aceptase a una paciente sorpresa. Ni en sus mejores sueños podría haber imaginado que ahora, cuando ya no podía tocarla, su mujer iba a quedar embarazada. La doctora Cohen tecleó algo en su ordenador y la imagen de la pantalla quedó congelada.
—Y eso es todo por hoy —dijo, sonriendo—. Cuando te hayas vestido pasa por mi consulta.
Paula apretó la sábana de papel que cubría la camilla.
—¿Por qué? ¿Ocurre algo?
—Nada que yo haya visto —contestó la ginecóloga quitándose las gafas—. Pero si decides seguir conmigo, tendré que darte una cita para tu próxima visita.
Luego alargó la mano para sacar dos fotografías en blanco y negro que habían salido de la impresora.
—Una fotografía del niño para cada uno. Enhorabuena, papá y mamá.
Paula apretó la mano de la doctora Cohen.
—Gracias por su ayuda.
—Imagino que éste ha sido un día difícil para los dos. Me alegro de haber podido hacer algo.
Cuando la doctora salió de la sala, Paula se cubrió con la sábana.
—¿Te importa esperar fuera, Pedro? Tengo que vestirme.
Él apartó los ojos de la fotografía. La sábana la cubría por completo pero, ahora que lo había mencionado, no podía dejar de pensar en su cuerpo desnudo bajo aquella delgada barrera. Sus pechos parecían más grandes... ¿Sería por el embarazo? Pedro sintió el deseo de tocarlos. Daba igual el tiempo que estuvieran separados, nunca olvidaría el cuerpo de su mujer.
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