Noviembre, día de las elecciones.
—Tenemos nuevos resultados de las votaciones —dijo el locutor desde la pantalla.
Estaban reunidos en el salón de la casa de los Alfonso. Paula contuvo el aliento, todo parecía ocurrir a cámara lenta. Sentada en el sofá al lado de Pedro, agarró con fuerza su mano. Sus familias y amigos los rodeaban. Nunca podría haberse imaginado cinco meses antes que su vida iba a cambiar tanto como consecuencia de una impulsiva decisión que lo había llevado a acabar en brazos de su amor platónico. Pero, después de meses de dura campaña, estaba a su lado, enamorada de él y disfrutando del nuevo mundo que Pedro había abierto para ella. Siempre había pensado que era el tipo de persona que prefería una vida en la sombra, lejos de los focos y del ámbito de lo público. Al lado de él estaba descubriendo lo inspirador que era poder estar en el centro de las cosas y poder mejorar las vidas de otras personas. Su relación le daba la oportunidad de tener además una familia más grande que la había acogido con los brazos abiertos desde el primer momento. A sus hermanas y cuñados tampoco les costó establecer una amistad con los hermanos de Pedro. Ana y el general habían llenado su vida de felicidad y la trataban como si fuera su hija. Nadie podría nunca reemplazar a la tía Libby en su corazón, pero le encantaba poder sentir de nuevo el amor incondicional que sólo podían dar unos padres. Apretó con fuerza la mano de él al escuchar las palabras del locutor.
—Se ha escrutado ya el noventa y uno por ciento de los votos. Y parece que hay un claro vencedor. Se trata de… —decía el periodista en esos instantes.
Recordó que tenía que respirar y concentrarse en Pedro y en el televisor. Pero los medios de comunicación a los que habían permitido el paso a la residencia de los Alfonso no dejaban de hablar.
—Pedro Alfonso. Él será el nuevo senador que representará al estado de Carolina del Sur —anunció el locutor.
El salón, lleno de gente, estalló en gritos y aplausos. Pedro la abrazó con fuerza. Le hubiera encantado quedarse entre sus brazos, pero sabía que había muchas personas en esa habitación que querrían celebrarlo con él. Le dió un rápido e intenso beso en los labios. Después se separó de él.
—Felicidades, senador Alfonso —le dijo.
Pedro la besó de nuevo y no pudo evitar estremecerse.
—Gracias, señora Alfonso.
No se acostumbraba a su nuevo nombre, pero le encantaba oírlo. Llevaban sólo dos semanas casados, después de celebrar por su cuenta una íntima boda. No habían querido esperar más. Los dos habían estado deseando que su matrimonio fuera por fin oficial. Las familias sabían ya que se habían casado. El resto del mundo, en cambio, lo sabrían durante el discurso de aceptación del cargo de senador. No habían querido mezclar la noticia de su matrimonio con la campaña. Las promesas que los habían unido eran algo personal y no querían hacerlas parte de la agenda política de Pedro. Todo el mundo se les acercó para abrazarlos y felicitarlos con cariño. Estaba radiante. Le encantaba verse tan rodeada de familiares y gente que los quería. Pedro recibió las felicitaciones sin soltarla y ella se dejó querer. Alguien tiró serpentinas y confeti al aire y los periodistas gráficos aprovecharon la feliz ocasión para retratar el momento de la victoria. Las paredes del salón se llenaron de carteles de Pedro y todos parecían llevar pegatinas y gorros con la cara del nuevo senador. Oyó en la distancia a alguien descorchando una botella de champán. Era una suerte que los medios se hubieran concentrado en entrevistar a Ana antes que a nadie. Eso le dió a él algo de tiempo para recibir las felicitaciones de su familia. Juna Pablo se acercó y le dió una fuerte palmada en la espalda.
—Espero que no se te suba a la cabeza, hermano. Recuerda que aún te puedo dar una paliza en el campo de golf —le dijo.
—Claro que sí —repuso Pedro con una gran sonrisa—. Supongo que jugar al golf es todo lo que saben los del Ejército del Aire.
Bautista se echó a reír al escuchar sus palabras y le pasó unos billetes a Federico.
—¡Pero…! No me digas que apostaste contra mí, Bauti.
—No, hombre, apostamos sobre el margen de votos por el que ganarías — repuso su hermano.
Le dió una cariñosa palmadita en la cara a su nuevo cuñado.
—Entonces te perdonamos —le dijo ella.
—¿Y quién confiaba más en mí y apostó por una victoria aplastante?
—Creo que será mejor que nos llevemos ese secreto a la tumba —respondió Federico mientras se metía el dinero en el bolsillo de la chaqueta.
Era el más reservado de los cuatro y no solía sonreír a menudo, pero esa noche no dejaba de hacerlo. Miró entonces a Ana y al general. Parecían estar encantados y muy orgullosos. Y a ella ya ni siquiera le importaba que hubiera periodistas presentes grabando y fotografiando cada abrazo y cada gesto de los presentes. No tenía nada que ocultar y confiaba plenamente en el amor que Pedro y ella compartían. Los reporteros se concentraron en ese instante en el general y ella aprovechó para hablar con su marido.
—¿Cuándo vamos a ir a la sede de la campaña para que des la rueda de prensa y aceptes oficialmente el cargo de senador?
—Muy pronto —repuso él mientras le acariciaba la sien con los labios—. Pero antes quiero pasar un minuto a solas contigo. Después podemos irnos.
Colocó la mano sobre su torso.
—Supongo que todos entenderían que nos retiráramos unos minutos para cambiarnos de ropa y arreglarnos.
Pedro la tomó de la mano y atravesaron deprisa la multitud de personas reunidas en el salón. De camino al vestíbulo, sus hermanas le dieron un breve abrazo y se dirigieron unas miradas que le llamaron la atención. Parecía claro que estaban tramando algo. Les preguntó qué les pasaba, pero él la distrajo con otro beso y, antes de que pudiera darse cuenta de lo que pasaba, estaban en el dormitorio que Paula había ocupado desde que llegara a la casa de los Alfonso. Pedro cerró la puerta de una patada y la abrazó con fuerza, besándola con la misma pasión de siempre, una pasión de la que no querían hacer partícipe ni a su familia ni a los fotógrafos de la prensa. Su marido se separó minutos después y apoyó su frente contra la de ella.
—Quiero darte las gracias por hacer que este sueño se haga realidad.
—Habrías ganado conmigo o sin mí —le dijo ella mientras tomaba su apuesto rostro entre las manos.
—Ya he tenido bastantes debates estos meses, así que no te llevaré la contraria —repuso él besando las palmas de su mano—. Pero quiero que entiendas que este momento significa mucho más ahora que te tengo en mi vida y que tú aportas más de lo que te imaginas a mi carrera política, otra manera de ver las cosas.
Sus palabras la emocionaron.
—Gracias por decir eso, de verdad.
—Para que veas lo agradecido que estoy yo, quiero darte algo a cambio —le dijo Pedro.
—Pero… Pero ya lo has hecho.
Esa experiencia le había ayudado a conocerse mejor.
—Te tengo a tí y todo un futuro por delante para formar una familia —añadió ella.
—Pero quiero que tengas un hogar.
—Nuestro hogar será cualquier sitio donde estemos los dos.
—Estoy de acuerdo contigo, pero sé que para tí será duro dividir nuestras vidas entre la capital y esta casa.
Pedro se separó de ella y fue a recoger una carpeta que alguien había dejado en la mesita de noche. Era la primera vez que la veía. Ese detalle le recordó hasta qué punto su marido conseguía trastornarla con sus besos y caricias. Le entregó un documento que parecía oficial. Lo miró con el ceño fruncido. Empezó a leerlo, pero apenas reconocía las palabras. Comprendía lo que decía el texto, pero no terminaba de entenderlo.
—Son las escrituras de Beachcombers, la mansión de tía Silvia —murmuró.
—Así es.
—Pero… Si ya la hemos vendido…
La venta había sido complicada, pero había terminado por aceptar el hecho. Miró de nuevo las escrituras y vió el nombre que aparecía en ellas. Comprendió entonces las miradas conspiradoras que se habían dirigido sus hermanas entre sí.
—Así es. Lo que no sabes es que tú has sido la compradora —le dijo Pedro— . Federico se encargó de todo el proceso de compraventa para que mi nombre no apareciera en ninguna de las transacciones. Después, todo lo que tuvimos que hacer es poner a tu nombre la propiedad de esa casa —le contó él mientras le secaba unas lágrimas con la mano—. Pasaremos mucho tiempo en Washington, pero tenemos que mantener nuestra residencia oficial aquí, en Carolina del Sur. Pensé que la casa de tía Silvia sería la mejor opción.
Abrazó las escrituras contra su corazón.
—¿Estás seguro? Pero ¿Y tu familia?
—Estoy completamente seguro —le prometió Pedro con su mirada verde llena de convicción—. Charleston no está tan lejos de Hilton Head, podremos venir a verlos cuando queramos. De esta forma, tú podrás estar cerca de tus hermanas. Además, mi casa aquí se quedará demasiado pequeña en cuanto empecemos a tener hijos.
Soñaba con ese futuro tanto como él.
—Todo eso suena fenomenal. Muchas gracias. No sé cómo agradecértelo, no sé cómo expresar cuánto significa esto para mí —le dijo.
Ya empezaba a imaginarse cómo adaptaría la casa para que se convirtiera en el mejor hogar para ellos dos. Ya se habían llevado a cabo las reparaciones básicas después del incendio y ella quería devolverle a la casa el esplendor de las mansiones sureñas. Todo sin renunciar al aire acondicionado, una moderna cocina y varios dormitorios para que sus hermanas pudieran visitarlos con sus familias. Les llegaban los sonidos de una fiesta que iba ascendiendo de intensidad en el salón. Eso le recordó que esa noche no tendrían demasiado tiempo para estar juntos. Oyó el timbre de la puerta. Se imaginó que serían más colegas de Pedro, gente del partido que había participado en la campaña y quería felicitar al nuevo senador. Algunos fuegos artificiales comenzaron a estallar en la distancia y a la casa de los Alfonso no dejaban de llegar reporteros. A pesar de las interrupciones y el ruido, Pedro mantenía la mirada fija en ella, como si no pudiera escuchar ni ver nada más.
—No sabes lo que me alegra verte tan feliz. Es muy importante para mí que tengamos nuestro propio hogar. Estuvo bien vivir en el antiguo cobertizo para carruajes mientras estuve soltero, pero ahora nos merecemos tener más intimidad para poder explorar todas las ventajas que conlleva la vida de casado —le dijo
Pedro con una picara sonrisa.
—Que no se te olvide nunca que ya no estás soltero.
Se relajó entre los brazos del hombre que le había robado el corazón y que le había entregado a cambio el suyo. Pedro le levantó la mano y le besó el dedo adornado por el anillo de compromiso y la alianza.
—Ha sido una suerte que apostara por tí como lo hice y fuera siempre a por todas. Has resultado ser la ganadora.
FIN
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