martes, 11 de marzo de 2025

Recuperarte: Capítulo 3

 —¿Qué es lo que quieres?


Paula levantó los ojos por fin. Y en esa mirada oscura vió lo último que esperaba ver, especialmente después de seis meses durmiendo separados. Esos ojos oscuros de ella brillaban con un incontenible... Deseo. 


Su matrimonio empezó y terminó en el asiento trasero de un coche. Paula se había escapado con Pedro Alfonso a los dieciocho años. Todavía no habían llegado al hotel cuando las hormonas los hicieron tomar una carretera vecinal para abrazarse y besarse con el frenesí del primer amor. Ahora, nueve años después y a punto de formalizar el divorcio, las hormonas y las emociones de nuevo la cegaban. Y todo por un brillo de pena en los ojos de Pedro cuando estaban poniendo por escrito con qué perro se quedaría cada uno de ellos. Ese brillo de vulnerabilidad de su exageradamente estoico marido había hecho que le diese un vuelco el corazón. Y la había excitado. Paula intentó salir de la sala a toda prisa para no hacer alguna idiotez, como por ejemplo lanzarse sobre su marido. Pero no tuvo suerte. A duras penas habían logrado salir del ascensor con la ropa puesta cuando, después de correr bajo la lluvia hacia su coche, Pedro arrancó echando chispas del estacionamiento y se detuvo en la primera carretera secundaria que encontró. Deseando aliviar el dolor que sentía entre las piernas, aunque no el de su corazón, ella le echó los brazos al cuello mientras él se colocaba encima. Las ventanillas tintadas ofrecían una intimidad adicional a su escondite. Había musgo español colgando de los árboles, como velos de novia, una imagen a la vez hermosa y triste. La lluvia golpeaba el techo del lujoso deportivo y, sin dejar de besarse, cayeron en el asiento de atrás, aquel coche más amplio que el que Sebastián conducía cuando era un adolescente. Y esta vez tampoco tenían que preocuparse por un embarazo inesperado. Pedro se quitó la corbata y la enredó en su cuello para tirar de ella. Derritiéndose, Paula respiró su colonia de Armani, un aroma que le era tan familiar... Con la avaricia de tomar todo lo que pudiera una última vez, ansiosa después de meses sin su cuerpo, exploró la boca de Pedro con la lengua mientras acariciaba sus hombros, su espalda, el duro trasero bajo los pantalones.


—Paula, si quieres parar, dilo ahora —murmuró Pedro, el flequillo oscuro cayendo sobre su cara un testimonio de las emociones que intentaba controlar quien tenía fama de ser el abogado más implacable de Carolina del Sur.


—No hables, por favor.


Si hablaban empezarían a pelearse. Se pelearían sobre sus horas interminables en el bufete, sobre el carácter de ella, tan explosivo como alguna de las casas que había decorado... Y descubrirían, una vez más, que no tenían absolutamente nada en común salvo la atracción física y los preciosos hijos que habían perdido. Un trueno retumbó en el cielo mientras Pedro tomaba su cara entre las manos, sus ojos azul eléctrico lanzando destellos que podrían rivalizar con los relámpagos.


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