Paula siguió acariciando a Frida y la perilla se tumbó de espaldas para recibir sus caricias, encantada. Pero ella volvió a cuestionarse su decisión de separar a los perros. ¿Había sido egoísta? ¿Debería haber dejado que se quedaran los dos con Pedro? Ella misma se los había regalado dos años antes, en Navidad. Entonces notó el roce de unos dedos en el tobillo y levantó la cabeza, sorprendida. Pedro, aprovechando que aún no había subido los escalones del porche, estaba pasando los dedos por su empeine; un sitio que, como él sabía muy bien, era una de sus zonas erógenas.
—Bonitos zapatos —murmuró, tocando la piel de color rojo cereza hasta que ella apartó el pie.
No, no se los había puesto para él. ¿O sí? Paula lo fulminó con la mirada, pero la caricia la había puesto nerviosa. Más que eso... Le gustaría que siguiera haciéndolo. Y, a juzgar por el brillo de sus ojos, Pedro también lo sabía.
—Tócame otra vez y te tiro el zapato a la cara —le advirtió en voz baja.
—Siempre tan peleona —rió él, apartando el pelo de su cara.
—Eres mayorcito, puedes soportarlo —Paula se apartó.
—¿Puedes soportarlo tú?
—¿Crees que es un problema?
—Dímelo tú. Mi coche está en la puerta.
Paula apartó su mano.
—Deja de tontear.
—Perdona, ¿Has dicho algo? —Pedro sonrió—. Estaba muy ocupado admirando tus recién adquiridas curvas.
Ella levantó los ojos al cielo, sin saber si sentirse halagada o irritada por el comentario. Al menos estaba intentando, a su manera, hacerse el simpático, pensó. Pero no sabía si podría soportarlo. Adrián Ward salió a la terraza en ese momento, con sus vaqueros de diseño y su chaqueta italiana. Inmediatamente, Pedro pasó un brazo sobre su hombro y, frustrada, Paula tuvo que reconocer que le gustaba el calor de su mano. ¿No acababa de decirle que no la tocase? Pero cuando miró a su ex descubrió que no estaba mirándola a ella. Estaba mirando a Adrián fijamente. Y ella pensando que podría pasar una tarde agradable con un Pedro reformado. Pero no, su ex marido no había cambiado en absoluto. Pedro Alfonso estaba marcando su territorio. Suficientes ocasiones como para reconocer las señales. Pero habiendo estado en esa situación tantas veces, sabía cómo salir de ella. Su mujer tenía carácter, eso estaba claro, pero también tenía un corazón generoso. Aunque, en algún momento, él había dejado de preocuparse por hacer las paces y a ella había dejado de importarle que no lo intentase siquiera. Esa noche, sin embargo, pensando en el niño, decidió que era hora de capitalizar su habilidad para hacer las paces con un paseo por la playa. Sólo tenía que convencerla para que fuese con él antes de que pudiera subir al Mercedes.
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