jueves, 27 de marzo de 2025

Recuperarte: Capítulo 23

Paula estaba saltando a la pata coja cuando Pedro llegó a su lado.


—¿Qué pasa? ¿Es el niño?


Ella se agarró a sus hombros, intentando resistir la tentación de apoyar la cara en su cuello.


—No es nada, es que me ha picado una medusa.


Pedro la llevó en brazos hasta el borde de la piscina y metiendo su pie en el agua fresca durante unos segundos antes de sacarlo para examinar la picadura, volviéndolo de un lado y de otro para estudiar la marca roja en el tobillo.


—Vamos dentro. Te pondré una pomada para las picaduras.


Pero ella no pensaba volver a entrar en casa de los Alfonso. Especialmente esa noche, cuando los recuerdos la tenían debilitada.


—No es nada. Ya se me está pasando el dolor y el agua ayuda mucho — murmuró, volviendo a meter el pie en la piscina—. Si me quedo aquí unos minutos, se me pasará. 


Pedro miró la casa y luego a ella. Y, de repente, se quitó los zapatos para meter los pies en el agua. ¿Quién era aquel hombre y qué había hecho con su adusto marido? Sus piernas se rozaban y Paula sintió algo que no tenía nada que ver con la picadura de la medusa y sí con el hombre que tenía a su lado. Maldito fuera por recordarle cosas que le habían gustado tanto de él en el pasado, por recordarle momentos felices. Claro que no era culpa de Pedro. Había sido débil con aquel hombre desde que tenía dieciocho años. Él la tomó del hombro, apretándola contra su pecho, anclándola allí con la presión de su mano. Y Paula dejó escapar un gemido cuando inclinó la cabeza para besar su cuello, sus pómulos... Antes de buscar sus labios.


—¡Frida! —gritó, cuando la perrita se metió entre los dos.


Paula se dejó caer sobre él, alivio y pena luchando en su interior.


—Frida acaba de evitar que cometiéramos un error —murmuró.


Pedro ni confirmó ni negó este hecho; sencillamente la miró. Y en sus ojos vió el brillo que sólo veía cuando estaban haciendo el amor. Pero, aunque le daba cierta pena, Paula sabía que había sido lo mejor. Si volvían a besarse, lo seguiría a cualquier parte. De hecho, ardiendo de deseo, prácticamente salió corriendo hacia su coche. Se levantó del sofá de su despacho y se pasó una mano por la frente cubierta de sudor. Al menos no le preocupaba que Paula le echase una bronca por quedarse a trabajar hasta muy tarde... Otra vez. Suspirando, se inclinó para acariciar a Frida. No sabía por qué había llevado a la perrita al despacho. Nunca lo había hecho antes. Pero Frida se había puesto a ladrar cuando subió al coche, como suplicándole que la llevara con él...


—Hola, chica —la saludó con voz ronca.


Luego miró el reloj de la pared... Las tres de la mañana. Sólo llevaba un hora dormido, tiempo suficiente para revivir lo que pasó nueve años antes cuando, furioso consigo mismo por haber elegido un sitio tan remoto para su luna de miel con una esposa embarazada, tuvo que llevar a Paula al hospital, temiendo que muriese sin que él pudiera hacer nada. Aquel viaje interminable era una pesadilla que se había repetido muchas veces desde entonces. 

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