jueves, 13 de marzo de 2025

Recuperarte: Capítulo 5

 —Déjatelos puestos —le ordenó—. De repente me gusta el color limón.


Ella empezó a quitarle el cinturón, tocando por encima de la tela el duro bulto de su deseo empujando contra la cremallera. Luego... Sí, encontró el terciopelo de su erección y empezó a acariciarlo. Sin perder el tiempo, Pedro metió la mano bajo su falda, tirando de la fina tira del tanga hacia arriba, el roce de la tela aumentando la excitación hasta que... Se rompió. Él apartó a un lado el insignificante pedazo de seda, que Paula se había puesto para sentirse más como una mujer y menos como un fracaso en la relación más importante de su vida. Sin pensar en ello, se colocó encima y Pedro empujó hacia arriba. Rápido, fuerte, sin vacilaciones, con un ritmo entrenado durante nueve años. Una sincronía que sólo compartían en la cama. Paula tomó sus manos para colocarlas sobre sus pechos mientras él la penetraba con una urgencia tan poderosa como la tormenta. Movía las caderas en círculo, aprovechando cada sensación de aquel último y explosivo encuentro. Una última vez juntos.


Un recuerdo más que guardar y con el que atormentarse mientras tomaba una copa de vino en la playa. Sola. Si pudieran comunicarse tan bien fuera de la cama como en ella... Incluso ese momento de pasión estaba cargado de tensión por el «Después»; por la tristeza de que no hubiera nada más entre ellos. Las sacudidas de placer se abrían paso en su interior, el deseo de terminar casi doloroso. Pedro enredó los dedos en su pelo, apretando los dientes de una manera que ella reconocía, conteniéndose hasta que le temblaron los brazos. Sus gemidos se mezclaban con los de él, urgentes, rápidos, terminando en un grito que la satisfacía tanto como destruía otro trozo de su alma. El placer se mezcló con el dolor en una amarga despedida, hasta que se dejó caer sobre el hombre que había sido su marido, sus cuerpos sacudidos por los espasmos. En el interior del coche sólo podían oírse sus jadeos y el golpeteo de la lluvia sobre los cristales. Paula sabía que no tenían nada que decirse. Todo había terminado entre ellos. Sólo tendrían que volver a verse una vez más ante el juez, unas semanas más tarde. Ni siquiera tenían que preocuparse por usar anticonceptivos. Su aborto nueve años antes la había dejado infértil. Aunque siguieron intentándolo... Sin resultados.


Luego, brevemente, había vuelto la esperanza cuando, durante cuatro maravillosos meses, Paula se convirtió en madre. La pequeña Camila seguía en su memoria tanto como en su corazón. Pedro y ella habían dejado a un lado sus problemas maritales para lanzarse de cabeza a la paternidad. Pero entonces la madre biológica de Camila cambió de opinión. Paula sintió ganas de llorar, por ella, por él, por su hija. Pero cuando una persona se había secado por dentro era difícil encontrar lágrimas. Seis meses antes le habían quitado a Camila de los brazos, de su casa, de su vida. Y su corazón estaba roto. Tan roto como su matrimonio con Pedro Alfonso. 

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