jueves, 27 de marzo de 2025

Recuperarte: Capítulo 24

¿Cuántas veces tendría que revivirla?, se preguntó. O la otra pesadilla, la de que quizá Paula tenía razón y, sencillamente, no estaban hechos el uno para el otro. Pedro se levantó, moviendo el cuello dolorido, y se dirigió a la cocina sin molestarse en encender la luz. ¿Para qué? No había riesgo de chocar con nadie en el bufete a esas horas. Y había pasado allí tiempo suficiente como para conocerlo de memoria. Abrió la nevera, la lucecita rompiendo la oscuridad, y sacó un contenedor de comida de su restaurante favorito... Un sitio en el que lo conocían bien desde que Paula y él se separaron y donde encargaba la cena cada noche. Apoyado en la encimera, sacó una chuleta fría del contenedor y, después de comérsela, le tiró el hueso a Frida. Siguió comiendo más por costumbre que por apetito, sin dejar de pensar en la ecografía que llevaba en el bolsillo.


—Un poco diferente a como eran antes las cosas, ¿No? —sonrió, mirando a su perrita.


Había habido buenos tiempos, sí. Tirando el resto de las chuletas a la basura, buscó un buen recuerdo que reemplazase a la pesadilla. Dos años antes, Paula lo había sorprendido en Navidad con un par de cachorros adoptados en un refugio para animales. ¿Cómo podía haber olvidado su contagiosa sonrisa cuando le mostró a los dos ruidosos animalillos con lazos rojos en el cuello? Pedro miró a Frida, que gruñía de felicidad mientras mordisqueaba el hueso de la chuleta. Casi podía oír a Paula regañándolo por darle algo que no fuera pienso... Pero tenía razón cuando dijo que el divorcio no estaba saliendo como habían previsto. Su matrimonio tampoco había sido lo que ellos habían previsto, primero por el aborto y luego la pérdida de Camila. No, no quería pensar en eso. La vida era así, cambiaba de dirección y uno tenía que aceptarlo. Pero había un niño en camino y no pensaba ser un padre a distancia. Y no pensaba dejar que algún tipo como Adrián Ward educase a su hijo. Conquistar a Paula de nuevo era un principio para conseguirlo. Pero si eso no funcionaba, buscaría el método que hiciera falta. A la porra las pesadillas, la apuesta era demasiado alta como para perder el tiempo. 


Pedro en la playa, Paula despertó cansada y furiosa. Y tarde para trabajar. Aunque las náuseas matinales no la habían ayudado nada, esperaba poder comer algo cuando llegase a la oficina. Pero cuando abrió la puerta de su despacho se lo encontró tumbado en el sofá, dormido. Suspirando, se acercó a él dispuesta a echarlo de allí. ¿Y si entraba su jefe? ¿Y si se enteraba la recepcionista? ¿Por qué no podía entender que ya no estaban casados? No tenía derecho a entrar y salir de su vida como quisiera. Debía llamar antes, pedir una cita. Dejando el maletín sobre la mesa, se detuvo a unos centímetros de él. ¿De verdad tenían que pedir cita para hablar el uno con el otro? Qué triste. Sin pensar, sacó un pañuelo de papel del contenedor dorado que había sobre el escritorio y limpió una manchita en sus mocasines. Pero, mientras lo hacía, no pudo evitar admirar esas piernas tan largas, tan masculinas. No era justo que su cuerpo estuviera volviéndose loco por las hormonas cuando Pedro era oficialmente territorio prohibido. 

Recuperarte: Capítulo 23

Paula estaba saltando a la pata coja cuando Pedro llegó a su lado.


—¿Qué pasa? ¿Es el niño?


Ella se agarró a sus hombros, intentando resistir la tentación de apoyar la cara en su cuello.


—No es nada, es que me ha picado una medusa.


Pedro la llevó en brazos hasta el borde de la piscina y metiendo su pie en el agua fresca durante unos segundos antes de sacarlo para examinar la picadura, volviéndolo de un lado y de otro para estudiar la marca roja en el tobillo.


—Vamos dentro. Te pondré una pomada para las picaduras.


Pero ella no pensaba volver a entrar en casa de los Alfonso. Especialmente esa noche, cuando los recuerdos la tenían debilitada.


—No es nada. Ya se me está pasando el dolor y el agua ayuda mucho — murmuró, volviendo a meter el pie en la piscina—. Si me quedo aquí unos minutos, se me pasará. 


Pedro miró la casa y luego a ella. Y, de repente, se quitó los zapatos para meter los pies en el agua. ¿Quién era aquel hombre y qué había hecho con su adusto marido? Sus piernas se rozaban y Paula sintió algo que no tenía nada que ver con la picadura de la medusa y sí con el hombre que tenía a su lado. Maldito fuera por recordarle cosas que le habían gustado tanto de él en el pasado, por recordarle momentos felices. Claro que no era culpa de Pedro. Había sido débil con aquel hombre desde que tenía dieciocho años. Él la tomó del hombro, apretándola contra su pecho, anclándola allí con la presión de su mano. Y Paula dejó escapar un gemido cuando inclinó la cabeza para besar su cuello, sus pómulos... Antes de buscar sus labios.


—¡Frida! —gritó, cuando la perrita se metió entre los dos.


Paula se dejó caer sobre él, alivio y pena luchando en su interior.


—Frida acaba de evitar que cometiéramos un error —murmuró.


Pedro ni confirmó ni negó este hecho; sencillamente la miró. Y en sus ojos vió el brillo que sólo veía cuando estaban haciendo el amor. Pero, aunque le daba cierta pena, Paula sabía que había sido lo mejor. Si volvían a besarse, lo seguiría a cualquier parte. De hecho, ardiendo de deseo, prácticamente salió corriendo hacia su coche. Se levantó del sofá de su despacho y se pasó una mano por la frente cubierta de sudor. Al menos no le preocupaba que Paula le echase una bronca por quedarse a trabajar hasta muy tarde... Otra vez. Suspirando, se inclinó para acariciar a Frida. No sabía por qué había llevado a la perrita al despacho. Nunca lo había hecho antes. Pero Frida se había puesto a ladrar cuando subió al coche, como suplicándole que la llevara con él...


—Hola, chica —la saludó con voz ronca.


Luego miró el reloj de la pared... Las tres de la mañana. Sólo llevaba un hora dormido, tiempo suficiente para revivir lo que pasó nueve años antes cuando, furioso consigo mismo por haber elegido un sitio tan remoto para su luna de miel con una esposa embarazada, tuvo que llevar a Paula al hospital, temiendo que muriese sin que él pudiera hacer nada. Aquel viaje interminable era una pesadilla que se había repetido muchas veces desde entonces. 

Recuperarte: Capítulo 22

 —Sé que nuestro matrimonio ha terminado —mintió porque, después de todo, era abogado—, Pero espero que podamos volver a ser amigos. Por el niño, naturalmente.


Paula se detuvo.


—¿No vas a volver a incordiarme con lo de Adrián?


En cualquier otro momento lo habría hecho, pero el objetivo ahora era congraciarse con ella.


—Haré lo que pueda para esconder mis tendencias cavernícolas.


Ella soltó una carcajada y Pedro la miró, sorprendido. ¿Tan fácil era hacer que se le pasara un enfado? O no se había dado cuenta antes o el embarazo la había dulcificado. Quería besarla, tumbarla sobre la arena y celebrar el embarazo a la antigua. Pero si lo intentaba, Paula lo rechazaría. Así que, por el momento, aceptaría esos minutos con ella que le recordaban los buenos momentos del pasado. Desgraciadamente, enseguida llegaron a la casa.


—No es así como esperaba que fueran las cosas tras el divorcio —dijo Paula—. ¿Cuándo crees que empezaremos a pelearnos?


—Espero que nunca, pero no cuento con ello —bromeó Pedro, tomando un palo del suelo para tirárselo a Frida.


—No cuentes con ello, no. Especialmente si vuelves a sugerir que deje de trabajar.


—Quedo advertido.


—De todas formas, gracias por sugerir el paseo. Ha sido una manera agradable de relajarse después del trabajo.


—Ojalá lo hubiéramos hecho más a menudo.


Y esta vez no estaba mintiendo.


Ella abrió mucho los ojos, sorprendida.


—Sí, en fin... Tengo que irme.


—¿No me acompañas a la puerta?


—Lo dirás de broma.


—Si me dejas tirado aquí, me sentiré utilizado.


—Pedro... —Paula intentó enfadarse, pero no pudo disimular una sonrisa. 


—Eso sí era un coqueteo —suspiró él, dándole sus zapatos.


—Y lo haces muy bien.


—Gracias.


Se habría ofrecido a acompañarla al coche, pero la finca era muy segura y tenía que hacer algo para olvidar que estaban tan cerca y no podía tocarla.


—Frida necesita correr un rato.


—Buenas noches, Pedro —Paula se inclinó para acariciar a la perrita, ofreciéndole una torturante panorámica del escote de su blusa.


Verla alejarse moviendo las caderas era otra tortura. Y tendría que correr al menos cuatro kilómetros si quería pegar ojo aquella noche. Suspirando, tomó otro palo del suelo para tirárselo a Frida.


—Vamos, chica, ¿Te apetece correr un rato?


La perrita dió un salto, intentando tomar el palo en el aire, y Pedro echó el brazo hacia atrás para lanzarlo... Un grito rompió el silencio. Era Paula. 

Recuperarte: Capítulo 21

Pero el pasado amenazaba con tragárselo en un momento en el que necesitaba concentrarse de verdad. Quizá debería quitarse los zapatos y...


—Muy bien. ¿Qué querías decirme?


—¿Es un crimen que charlemos un rato? —sonrió Pedro.


—Estamos divorciados, no saliendo juntos.


—Tenemos que establecer un terreno común antes de que nazca el niño. La tensión no es buena para un recién nacido.


—Sí, estoy de acuerdo —asintió ella—. Pero no quiero que pienses que el niño es una varita mágica y que podemos volver a retomar la relación como si nada.


¿Tan transparentes eran sus planes? ¿Y qué había sido de su enfado por Adrián Ward?


—¿Qué te hace pensar que quiero volver a casarme contigo si acabamos de divorciarnos?


Ella frunció el ceño.


—Pedro, ¿Te das cuenta de que ésta es la primera vez que expresas algún sentimiento sobre el divorcio?


—¿Qué clase de robot pasa por algo como eso sin sentirse afectado?


Paula se quedó en silencio y ésa fue la respuesta. Él estaba a punto de explotar de deseo mientras ella, evidentemente, lo veía como una máquina sin emociones. Él podía no dedicarse a romper una fortuna en vajillas y copas de cristal cuando estaba enfadado, pero tenía sentimientos. Lo que no le gustaba era perder el tiempo dándole mil vueltas a todo.


—¿Por qué crees que tengo una alianza en el bolsillo?


—La primera vez que me quedé embarazada quisiste casarte conmigo porque era «Lo que debías hacer». Y quiero que entiendas que esta vez es diferente.


—Entonces estábamos enamorados.


—¿Enamorados? —Paula tropezó y Pedro la sujetó del brazo—. No esperaba que entendieras tan bien la diferencia entre antes y ahora.


—¿Querías que luchase por tí?


Claro que eso era lo que estaba haciendo, aunque ella no lo supiera todavía.


—No, claro que no —Paula se apartó el pelo de la cara—. Sólo pensé que con el niño... No sé qué pensé, la verdad. Pero no entiendo por qué sigues mostrándote celoso de Adrián. Sólo es un amigo, pero aunque fuera algo más, estamos divorciados.


¿Un amigo? Pedro no dudaba que el hombre quisiera ser mucho más que eso. ¿Qué querría Paula?


—¿Piensas salir con él? Sólo lo pregunto por curiosidad.


—Pienso tener un hijo —contestó ella.


—Las mujeres embarazadas también salen con gente. Y estoy seguro de que tú vas a ser una de las mujeres embarazadas más guapas del planeta.


—Estás coqueteando otra vez.


—No, sólo estoy diciendo la verdad.


Y, por esa noche, seguramente no debería decir nada más. Era hora de dar un estratégico paso atrás para conseguir su objetivo: Ponerle una alianza en el dedo antes de que se borrara la marca de la que había llevado. Aún no la había comprado, claro; ni siquiera él era tan organizado, pero no pensaba esperar mucho.

martes, 25 de marzo de 2025

Recuperarte: Capítulo 20

Paula estaba molesta con él desde que llegó su jefe, aunque nadie más se habría dado cuenta. Pedro había tenido que soportar una amable charla con Adrián Ward mientras Marcos, Agustina y ella hacían planes para decorar su casa. Él estaba genuinamente interesado en ver feliz a su hermano, por supuesto, pero no sabía nada sobre decoración y se pasó la tarde intentando entender qué era lo que tenía Ward que lo sacaba de quicio. Nunca la tocaba de manera inapropiada y escuchaba atentamente sus opiniones... Un año antes había intentado hablarle de sus sospechas y ella le contestó que estaba siendo paranoico. Yeso demostró, de nuevo, que su jefe era un tema que no podían discutir racionalmente. Ahora, mientras Ward se alejaba en su Jaguar, Pedro preparó su estrategia para hacer que se le pasara el enfado.


-¿Por qué no vamos a dar un paseo con Frida?


Su mujer siempre lo regañaba porque pasaba demasiado tiempo en la oficina, de modo que un paseo estaría bien. Pero mantuvo las manos en los bolsillos del pantalón porque ella no sería receptiva a sus caricias en aquel momento. Con las estrellas brillando en el cielo y el océano frente a ellos creando un ambiente romántico, todo sería más fácil. O eso esperaba. Paula vaciló un momento, jugando con las llaves del coche, pero por fin aceptó la oferta.


—Un paseo suena bien. Debería empezar a hacer un poco de ejercicio y, además, hay algo de lo que quiero hablar contigo. 


Sí, ya lo imaginaba, pero intentaría hablar de otra cosa antes de que ella sacase el espinoso tema de Adrián Ward. Paula caminaba a su lado, los tacones de sus zapatos hundiéndose en la hierba mientras se dirigían a la playa. Frida corría delante de ellos, la más juguetona de los dos perros. Él había insistido en que ella se quedase con Rocky porque era más protector. Pensar en Paula sola en aquella casa... Pedro intentó no sentirse frustrado cuando más necesitaba conservar la calma. Aunque no era fácil con aquel perfume que le llevaba la brisa. Ese perfume tan suyo, tan familiar para él. Paula se quitó los zapatos y corrió un poco para reunirse con la perrita al borde del agua, la brisa apretando la blusa contra sus pechos como a él le hubiera gustado... Suspirando, tomó sus zapatos. La exuberancia de ella lo dejaba... Como en trance. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que sintió eso? Dos años después de la boda había empezado a irritarlo que pudiera distraerse tan fácilmente y ya no le gustaba tanto su caprichoso carácter. Paula se volvió entonces para mirarlo por encima del hombro, la brisa jugando con su pelo. Era más fácil mirarla que hablar con ella. Cuando hablaban, él pretendía que no fuera tan sentimental mientras ella le exigía que dejara de usar su lógica de abogado. No podían ponerse de acuerdo. 

Recuperarte: Capítulo 19

Paula siguió acariciando a Frida y la perilla se tumbó de espaldas para recibir sus caricias, encantada. Pero ella volvió a cuestionarse su decisión de separar a los perros. ¿Había sido egoísta? ¿Debería haber dejado que se quedaran los dos con Pedro? Ella misma se los había regalado dos años antes, en Navidad. Entonces notó el roce de unos dedos en el tobillo y levantó la cabeza, sorprendida. Pedro, aprovechando que aún no había subido los escalones del porche, estaba pasando los dedos por su empeine; un sitio que, como él sabía muy bien, era una de sus zonas erógenas.


—Bonitos zapatos —murmuró, tocando la piel de color rojo cereza hasta que ella apartó el pie.


No, no se los había puesto para él. ¿O sí? Paula lo fulminó con la mirada, pero la caricia la había puesto nerviosa. Más que eso... Le gustaría que siguiera haciéndolo. Y, a juzgar por el brillo de sus ojos, Pedro también lo sabía. 


—Tócame otra vez y te tiro el zapato a la cara —le advirtió en voz baja.


—Siempre tan peleona —rió él, apartando el pelo de su cara.


—Eres mayorcito, puedes soportarlo —Paula se apartó.


—¿Puedes soportarlo tú?


—¿Crees que es un problema?


—Dímelo tú. Mi coche está en la puerta.


Paula apartó su mano.


—Deja de tontear.


—Perdona, ¿Has dicho algo? —Pedro sonrió—. Estaba muy ocupado admirando tus recién adquiridas curvas.


Ella levantó los ojos al cielo, sin saber si sentirse halagada o irritada por el comentario. Al menos estaba intentando, a su manera, hacerse el simpático, pensó. Pero no sabía si podría soportarlo. Adrián Ward salió a la terraza en ese momento, con sus vaqueros de diseño y su chaqueta italiana. Inmediatamente, Pedro pasó un brazo sobre su hombro y, frustrada, Paula tuvo que reconocer que le gustaba el calor de su mano. ¿No acababa de decirle que no la tocase? Pero cuando miró a su ex descubrió que no estaba mirándola a ella. Estaba mirando a Adrián fijamente. Y ella pensando que podría pasar una tarde agradable con un Pedro reformado. Pero no, su ex marido no había cambiado en absoluto. Pedro Alfonso estaba marcando su territorio.  Suficientes ocasiones como para reconocer las señales. Pero habiendo estado en esa situación tantas veces, sabía cómo salir de ella. Su mujer tenía carácter, eso estaba claro, pero también tenía un corazón generoso. Aunque, en algún momento, él había dejado de preocuparse por hacer las paces y a ella había dejado de importarle que no lo intentase siquiera. Esa noche, sin embargo, pensando en el niño, decidió que era hora de capitalizar su habilidad para hacer las paces con un paseo por la playa. Sólo tenía que convencerla para que fuese con él antes de que pudiera subir al Mercedes. 

Recuperarte: Capítulo 18

 —Has sido mi nuera durante nueve años y eso no es algo que uno olvide tan fácilmente.


Oh, no, las hormonas otra vez haciendo de las suyas mientras miraba a Ana con una nueva perspectiva: Como la abuela de su hijo. ¿Por qué no podían celebrarlo? Pedro y ella habían soñado con ese momento tantas veces... Y lo habían experimentado el día que Camila llegó a sus vidas. Una lágrima escapó de sus ojos entonces.


—No sé qué decir... Gracias, tú también eres muy especial para mí.


Ana sacó un pañuelo de papel.


—Me alegra saberlo.


Mientras intentaba contener la emoción, Paula se preparó para enfrentarse con el resto del grupo, esperando que fuesen tan amables como Ana. Siendo hija única, seguía sintiéndose un poco abrumada por la familia de Sebastián, pero aquel día no estaría todo el mundo; el segundo hijo, Juan Pablo, estaba en las fuerzas aéreas y acababan de enviarlo a Afganistán.


—Nos alegra verte antes de irnos a Washington —Carlos Renshaw, el padrastro de Pedro, pasó un brazo por los hombros de su mujer.


El antiguo piloto de las fuerzas aéreas ahora servía en la Plana Mayor del ejército, de modo que Ana y Carlos dividían su tiempo entre Carolina del Sur y la capital de la nación. El hermano mayor de Pedro, marcos, estaba sentado al lado de su prometida, Agustina. Y la pareja se miraba con tanto amor que Paula tuvo que apretar el pañuelo que tenía en la mano.


—Hola, Paula —el más joven de los Alfonso, Bautista, la saludó apartándose el flequillo de la cara.


Un ladrido llamó su atención entonces hacia la playa y cuando levantó la mirada vió a Frida... Corriendo con Pedro. ¿Había salido temprano del bufete? Sorprendida, se permitió un segundo para observarlo jugando con la perra, su perra ahora. Incluso se había cambiado el traje por un pantalón corto y una camiseta. Con el pelo alborotado por el viento estaba guapísimo, pensó. ¿Qué locura era ésa de sentirse más atraída por él ahora que antes del divorcio? ¿Sería porque ahora no lo podía tener?  ¿O el resultado de su desorden hormonal? Marcos Alfonso se levantó de la silla para saludarla.


—Gracias por venir. Espero que no te importe que miremos los planos aquí mismo.


—No, claro que no —sonrió Paula.


Lo que quería era marcharse, pero ¿Quién podía discutir teniendo enfrente aquella vista de un millón de dólares? La vista de la playa, no la de Pedro. Paula intentó concentrarse en el trabajo, haciendo lo posible por no mirar a su ex marido, que subía los escalones del porche.


—Me alegro de estar aquí. Adrián vendrá enseguida y...


—Hola, preciosa.


Después de eso hubo un incómodo silencio. Afortunadamente, Frida llegó corriendo a su lado, ofreciéndole una alternativa.


—Hoy has salido temprano de trabajar, ¿No? —Paula se inclinó para acariciar a la perrita.


—Un hombre tiene que cenar.


Ella se contuvo para no recordarle cuántas veces había cenado en la oficina. ¿Estaría haciendo un esfuerzo por el niño?, se preguntó. De ser así, sólo el tiempo diría si podía seguir haciéndolo. 

Recuperarte: Capítulo 17

Al día siguiente, Paula se dirigió a la finca de los Alfonso, tan grande que, además del edificio principal, tenían varias casitas de invitados. Pedro ocupaba una de ellas desde que se separaron. La casa principal era un edificio blanco de tres pisos, con enormes ventanales frente al mar. Una larga escalera llevaba al porche, que daba la vuelta a todo el edificio y en el garaje había una flota de coches de lujo para toda la familia. Detuvo su Mercedes descapotable frente a un macizo de azaleas y dejó escapar un suspiro. Aunque agotada después de una larga tarde discutiendo con una señora muy rica, pero de dudoso gusto en decoración, estaba deseando terminar el día allí. Le caían muy bien el hermano de Pedro y su prometida. Les había preguntado muchas veces si querían consultar con otro decorador de la empresa, pero ellos habían insistido en que la querían a ella. Mientras subía los escalones del porche, intentó recordarse a sí misma que no tenía por qué estar nerviosa. Ella era una mujer de veintisiete años con una prometedora carrera por delante. Había decorado de todo, desde mansiones históricas a una extravagante cabaña sobre un árbol que salió en el Architectural Digest. Era consultora en un programa de decoración... Además, la familia de Pedro era encantadora. No iban a mostrarse antipáticos con ella sólo porque Pedro y ella estuvieran divorciados. O eso esperaba. Pero cuando iba a empujar la puerta se detuvo. Ya no era parte de la familia, pensó. Sintiendo un pellizco en el corazón, llamó al timbre. Sólo esperaba no ponerse a llorar, como le ocurría últimamente tan a menudo. La puerta se abrió y su ex suegra, una bella mujer de pelo rubio ceniza, la recibió con un cariñoso abrazo. En vaqueros y con un jersey de manga corta nadie diría que Ana era una de las senadoras más importantes del Estado. Aunque había estado nueve años casada con Pedro, Paula seguía impresionada por la influencia y el dinero de la familia Alfonso. El padre de Pedro había sido senador, un puesto que pasó a ocupar su mujer tras su prematura muerte. Y ahora que Ana estaba en una lista de candidatos a Secretario de Estado, el hijo mayor estaba internando conseguir su asiento en el Senado. Ana recibió a Paula en la puerta.


—Entra, cariño. Veo que te encuentras mejor, estás radiante. 


¿Sería por el embarazo?


—Gracias, Ana —su temblorosa voz pareció hacer eco en aquella casa de techos altísimos. 


Atravesaron un salón con dos sofás de terciopelo azul y varios sillones tapizados en color crema que le daban un aire cómodo pero informal. El toque de lujo lo daban las alfombras persas que cubrían el suelo.


—Vamos a tomar el postre en la terraza —le dijo la madre de Pedro—. He guardado un plato para tí. Sé que el pastel de chocolate es tu favorito.


Aunque Paula quería que aquélla fuese una reunión de trabajo, al oír las palabras «Pastel de chocolate» no pudo contenerse. Seguramente sería su primer antojo.


—Muchas gracias.


Ana la miró entonces.


—Aunque Pedro y tú ya no estén casados, yo te sigo queriendo.


Se lo había dicho muchas veces, pero oírlo en aquel momento, cuando el divorcio era firme, significaba mucho para ella; especialmente estando embarazada. Incluso más porque la madre de Pedro no sabía nada sobre el niño. 

jueves, 20 de marzo de 2025

Recuperarte: Capítulo 16

Entonces miró a Ward, que estaba muy ocupado babeando sobre sus zapatos de Prada. ¿Qué pensaría aquel tipo del embarazo de Paula?


—Ni se te ocurra —dijo ella entonces, clavando un dedo en su pecho.


—¿No debería saberlo tu jefe? —le preguntó Pedro al oído, mientras fingía estar muy interesado acariciando a Rocky.


—Se lo diré yo, cuando me parezca. Y deberías ser lo bastante inteligente como para no hacerme enfadar en este momento.


Sabía que Paula no iba a robarle a su hijo, pero él lo quería todo: Al niño y a ella. De modo que debía ser diplomático.


—¿Ha habido algún problema en la vista? —preguntó Ward.


—No, el divorcio es oficial —dijo ella—. Gracias por invitarme a cenar... Pero la verdad es que estoy agotada. Otro día, Adrián.


La preocupación por su salud se mezcló con el alivio cuando vió que Paula rechazaba la invitación. Mientras lo acompañaba a su Jaguar, Pedro recordó sus paseos por la playa de noche... Memorables, pero no frecuentes últimamente. Seguir con su trabajo mientras intentaba conquistarla de nuevo no sería fácil, pero a él siempre le habían gustado los retos. ¿Y quién necesitaba dormir? Paula estaba atravesando el camino de piedra que ella misma había diseñado. Le había preguntado su opinión, por supuesto, pero ese tipo de cosas se las dejaba a ella, que era la experta.


—Gracias por no decir nada. Aún no estoy preparada para contárselo a todo el mundo. Necesito tiempo para acostumbrarme... Además, quiero estar segura de que todo va bien.


—Lo entiendo.


Pensar que pudiera perder el niño otra vez, recordar el infierno que tuvo que pasar tantos años atrás, cuando estuvo a punto de morir de una hemorragia, hizo que se le encogiera el corazón. Y se negaba a pensar en la niña que habían perdido unos meses antes. Ni siquiera podía pronunciar su nombre por el dolor que provocaban esas dos sílabas.


—¿Te importaría no contárselo a tu familia todavía?


—Yo creo que eso es algo que deberíamos hacer juntos. Pero lo haremos cuando tú digas.


—No puedo creer que estés siendo tan razonable. Pero la verdad es que eso significa mucho para mí. 


—Que estés contenta es una prioridad en este momento.


Ella apartó la mirada.


—Sí, claro. El niño es lo primero.


—Tú me sigues importando —sonrió Pedro.


Y lo decía en serio. La deseaba y quería estar con ella. Aunque no sabía muy bien si algún día se entenderían como pareja, tenían algunos recuerdos preciosos. Eso y el niño sería suficiente. Tenía que serlo.


—Es imposible que no me importes después de nueve años de matrimonio.


Pedro vió que le temblaban los labios. Qué ironía que hiciera falta un divorcio para suavizar a Paula, pensó. No pensaba desperdiciar esa ventaja, pero cuando iba a acariciar su cuello los faros de un coche iluminaron el porche.


—¡Paula! —la llamó Ward—. No olvides que mañana tenemos que ver a Marcos y su prometida para discutir los detalles de su nueva casa.


Pedro apartó la mano. No iba a poder evitar que Adrián y Paula fueran juntos a casa de su hermano, pero al menos sabía dónde iba a cenar él al día siguiente. 

Recuperarte: Capítulo 15

Pedro había hecho lo posible por ser civilizado con aquel hombre en el pasado. Al fin y al cabo, era el propietario de la empresa de decoración en la que trabajaba Paula. Ward se había hecho un nombre como el decorador favorito de las estrellas del deporte mientras su mujer se encargaba de decorar mansiones más clásicas. Al principio no le había prestado mucha atención, pero con el paso de los años empezó a pensar que Ward sentía algo por ella. Quizá porque, entre otras cosas, la hacía viajar justo cuando él tenía algún día libre. Además, el instinto le había servido suficientes veces en los tribunales como para saber que no le fallaba con el jefe de su mujer. Pedro le pasó un brazo por el hombro mientras atravesaban el camino de piedra rodeado de macizos de flores.


—¿Por qué estoy aquí? Soy el marido de Paula.


—Ex marido —Ward se apoyó en una de las columnas del porche con un aire de propiedad que hizo a Pedro apretar los dientes—. Pensé que Paula necesitaría animarse un poco después de la vista, así que he reservado mesa en un restaurante. Si nos vamos ahora mismo, todavía llegaremos a tiempo.


—¿Cenar? —repitió ella, confusa—. Gracias, pero...


Entonces oyeron ladridos en el interior de la casa. Rocky. Paula corrió a saludarlo y a Pedro le dieron ganas de apartar al molesto Ward de un empujón y seguir con su vida normal: dar un paseo por la playa con ella, hablar del niño mientras los perros jugaban en la orilla... Aunque tenía una montaña de trabajo esperándolo porque había tenido que tomarse un día libre para solucionar el lío en que se había convertido su vida personal. Se detuvo al lado de Ward, que medía al menos seis centímetros menos que él.


—Ya ha cenado.


Las cestas de helechos que colgaban del techo del porche se movían con la brisa mientras Ward miraba el bocadillo que Paula llevaba en la mano con cara de desprecio.


—Ah, ya veo.


Cuando Marianna abrió la puerta Rocky se lanzó sobre ella, entusiasmado.


—Hola, precioso. ¿Me has echado de menos? Yo sí te he echado de menos... Sí, te he echado mucho de menos.


Paula adoraba a aquel perro y el perro la adoraba a ella. Pedro recordó entonces la imagen de una niña acariciando al perrillo... Y maldita fuera, la visión fue como un puñetazo en el estómago. Pero iba a ser padre otra vez. La realidad del niño lo envolvió entonces por primera vez, en un día que había ido demasiado rápido como para que pudiera pensar. Su instinto de abogado le decía que tenía el caso más importante de su vida entre manos: reunir de nuevo a su familia. Perderla no era una opción. De modo que miró a Ward con expresión amenazante.


—Será mejor que saques tu agenda de teléfonos y te pongas a buscar otra cita.


—Pero bueno... —Paula se había vuelto hacia ellos, enfadada—. Estoy aquí, puedo hablar por mí misma.


—Pues claro que puedes —dijo Ward, pasándose una mano por la bien cuidada barba—. Ahora eres una mujer libre.


Inclinándose para acariciar a Rocky, Pedro ni siquiera se molestó en esconder una sonrisa. Los dos adoraban a los perros, pero ¿Cómo sería mirar a su hijo por primera vez? Una conexión que no se rompería nunca... 

Recuperarte: Capítulo 14

 —Ya sufriste un aborto —suspiró él, mientras pisaba el freno para detenerse en una señal de Stop—. Tienes que tomarte las cosas con calma.


Que se tomase las cosas con calma, claro. Y que intentase no pensar en los celos que había tenido de su jefe en el pasado. Afortunadamente, sólo quedaban unos metros para poder escapar.


—Eso lo decidirá el médico, no tú. Perdí el primer niño porque era un embarazo ectópico, pero sabemos por la ecografía que este niño viene bien.


—Yo tengo suficiente dinero... Más que suficiente para que no sigas trabajando. ¿Por qué vas a arriesgarte?


Paula recordó aquel terrible aborto. Pedro y ella habían ido de luna de miel a las montañas, esperando cimentar su relación. En lugar de eso, cuatro días después empezaron los dolores y la hemorragia. Y luego tuvo que soportar el interminable viaje hasta el hospital. El médico le había dicho que, si hubiera llegado una hora después, podría haber muerto. Ella sabía perfectamente que las cosas podían ir mal.


—Esa es la razón por la que quería esperar hasta la semana que viene para hablar contigo —suspiró, tomando el maletín.


—Siete días para preparar tus argumentos.


—Siete días para levantar mis defensas y no dejar que me manipules.


—Vamos a dejarlo —Pedro la miró un momento antes de volver a mirar la carretera—. No quiero que discutamos.


—Acepto eso como una disculpa.


Él no dijo nada, por supuesto. Nunca se disculpaba. Después de discutir le hacía regalos extravagantes, pero nunca decía las palabras mágicas: Lo siento. Mientras estacionaba frente a la casa de ladrillo con columnas blancas, Paula tuvo que parpadear para controlar las lágrimas. Y, sin decir nada, Pedro se inclinó para abrazarla.


—Sólo son las hormonas, ¿Lo entiendes?


—Lo entiendo —dijo él, apretando su hombro antes de salir del coche.


Paula cerró la puerta con la cadera, distraída tomando el bolso y el maletín, pero al darse la vuelta chocó con Pedro. Y la simpatía había desaparecido de su rostro mientras miraba hacia el porche, donde su jefe, Adrián Ward, esperaba sentado en una mecedora.  Pedro tuvo que hacer un esfuerzo para no subir los escalones de un salto, tomar a Adrián Ward por las solapas del traje de chaqueta italiano y echarlo de allí a patadas. Aquel canalla, por lo visto, no quería perder el tiempo ahora que Paula era una mujer libre. Pues iba a llevarse una sorpresa. Pero no inmediatamente. Ella lo había pasado muy mal ese día, de modo que se contuvo. Un divorcio, un embarazo sorpresa y la decisión de volver a conquistar a su esposa también lo tenían a él nervioso. Y, además, Adrián Ward había sido objeto de muchas discusiones en el pasado.


—¿Qué está haciendo aquí?


—No tengo ni idea —Paula se encogió de hombros mientras se dirigía al porche.


Ward se levantó de la mecedora, estirándose la chaqueta.


—¿Qué está haciendo él aquí? 

Recuperarte: Capítulo 13

Había sido su amante desde que tenían dieciocho años y se había convertido en su mujer cuando descubrió que estaba embarazada. Interesante cómo la vida se repetía.


—Pedro... —repitió ella, su tono indignado devolviéndolo a la realidad.


—Relájate, ya te he visto desnuda muchas veces. Y sin duda voy a volver a verte desnuda la próxima vez que vengamos. Y luego está el parto...


—Puede que tengas derecho sobre el niño, pero ya no estamos casados —lo interrumpió ella, apartándose el pelo de la cara—. Y eso significa que nada de desfiles después de ir a comprar zapatos.


—Una pena —suspiró Pedro, tomando los zapatos plateados del suelo para ponerlos sobre la camilla—. Éstos son particularmente bonitos.


Paula abrió la boca para decir algo, pero él levantó las manos en señal de paz.


—Me voy, me voy —le dijo—. Te espero en la consulta. 


Sabía que las cosas no iban a ser como antes, pero lamentaba que lo echase de su vida tan rápidamente. Aunque no pensaba dejar que Paula lo alejase de la vida de su hijo. No la había dejado sola a los dieciocho años y no pensaba hacerlo a los veintisiete. Aún no lo sabía, pero el suyo iba a ser el divorcio más corto de la historia.


Paula no había esperado terminar el día en el coche Pedro y no le gustaba nada estar allí. De nuevo, su ex marido estaba haciéndose cargo de su vida: La ginecóloga, el bocadillo a medio comer en su mano... Y, mientras estaban en la consulta, había llamado a su hermano pequeño, Bautista, para que fuera a buscar su coche al Juzgado porque, según él, podría volver a marearse. Una tontería, claro. Las mujeres embarazadas conducían prácticamente hasta que daban a luz. Aunque debía admitir que aquel día no era como cualquier otro. Y esperaba que, al despertar por la mañana, pudiese disfrutar mirando la fotografía de su hijo. El hijo de Pedro. Estudió el perfil de su ex marido mientras pasaban frente al club de golf que había cerca de su casa, un edificio colonial de dos pisos que había sido su sueño, con palmeras flanqueando la calle y un mar de hierba casi hasta la playa. La fortuna de la familia Alfonso y la herencia que le dejaron sus padres a ella habían facilitado mucho sus primeros años de matrimonio. Los dos estaban aún en la universidad, pero empezaron a trabajar en cuanto terminaron la carrera. Quizá, de haber tenido dificultades económicas, se habrían separado antes. Pero no quería pensar en eso. Tenía que hacer planes... Planes. Por primera vez desde que despertó aquella mañana, y tuvo que ir corriendo al baño a vomitar, se sentía feliz.


—Vamos a tener un niño —murmuró, incrédula.


—Eso parece.


—Necesito algún tiempo para creerlo. Y luego tendremos que empezar a tomar decisiones —Paula tragó saliva.


—Mañana a primera hora le diré a mi administrador que deposite dinero en tu cuenta corriente para que puedas despedirte de tu trabajo.


—¿Cómo has dicho?

martes, 18 de marzo de 2025

Recuperarte: Capítulo 12

Paula había aprendido a arreglárselas sola desde entonces y no estaba dispuesta a sacrificar el terreno ganado.


—Ah, claro, no podemos hablar de Camila —se le rompió la voz, pero siguió adelante de todas formas—. Tenemos que fingir que la niña a la que los dos quisimos tanto durante cuatro meses no ha existido nunca.


—Pelearnos por el pasado no cambia el presente —de nuevo, Pedro se negaba a mencionar el nombre de Camila.


Paula se mordió los labios, respirando profundamente para no llorar. ¿El pozo de lágrimas no tenía fondo después de todo?


—Muy bien, tú ganas. No me apetece discutir.


—Sí, tienes razón. No debemos discutir en este momento. Y, de todas formas, tenemos que hablar de un tema más urgente.


—¿Qué tema?


—Vamos a buscar a la doctora Cohen —dijo Pedro, tomándola del brazo.


Paula iba a decir que tenía su propio médico cuando recordó algo que él había dicho antes... Que no llevaba preservativos en el bolsillo porque ellos no los necesitaban. Lo cual la llevó a la siguiente conclusión: no los llevaba porque, aunque estaban divorciándose, no estaba saliendo con ninguna otra mujer.


—Ahí está tu hijo —la doctora Cohen señaló la pantalla del aparato—. Y tiene un buen latido, así que está muy sano.


Pedro no podía apartar los ojos de aquella cosita que parecía una judía. Su hijo. Jamás hubiera podido predecir cómo acabaría aquel día. Como máximo, había esperado que sus hermanos lo emborrachasen para darle la bienvenida a su nueva vida de soltero. Ni en sus mejores sueños hubiera podido imaginar que iba a tener que perseguir a una ginecóloga por los pasillos del Juzgado para pedirle que aceptase a una paciente sorpresa. Ni en sus mejores sueños podría haber imaginado que ahora, cuando ya no podía tocarla, su mujer iba a quedar embarazada. La doctora Cohen tecleó algo en su ordenador y la imagen de la pantalla quedó congelada.


—Y eso es todo por hoy —dijo, sonriendo—. Cuando te hayas vestido pasa por mi consulta.


Paula apretó la sábana de papel que cubría la camilla. 


—¿Por qué? ¿Ocurre algo?


—Nada que yo haya visto —contestó la ginecóloga quitándose las gafas—. Pero si decides seguir conmigo, tendré que darte una cita para tu próxima visita.


Luego alargó la mano para sacar dos fotografías en blanco y negro que habían salido de la impresora.


—Una fotografía del niño para cada uno. Enhorabuena, papá y mamá.


Paula apretó la mano de la doctora Cohen.


—Gracias por su ayuda.


—Imagino que éste ha sido un día difícil para los dos. Me alegro de haber podido hacer algo.


Cuando la doctora salió de la sala, Paula se cubrió con la sábana.


—¿Te importa esperar fuera, Pedro? Tengo que vestirme.


Él apartó los ojos de la fotografía. La sábana la cubría por completo pero, ahora que lo había mencionado, no podía dejar de pensar en su cuerpo desnudo bajo aquella delgada barrera. Sus pechos parecían más grandes... ¿Sería por el embarazo? Pedro sintió el deseo de tocarlos. Daba igual el tiempo que estuvieran separados, nunca olvidaría el cuerpo de su mujer. 

Recuperarte: Capítulo 11

 —Si todo va bien...


Él se volvió a toda velocidad.


—¿Por qué? ¿Te ocurre algo?


—No lo creo, pero me he hecho la prueba de embarazo esta mañana, así que...


—¿Estás de dos meses y lo has descubierto hoy? ¿Ni siquiera has ido al ginecólogo?


Paula tuvo que hacer un esfuerzo para no levantarse y darle un empujón. Si lo hacía, seguramente acabaría desmayándose de todas formas.


—No me levantes la voz.


—Ah, qué raro —dijo Pedro, irónico—. Normalmente eres tú la que grita.


—Siéntate y escúchame, por favor—suspiró ella. Luego esperó hasta que se sentó a su lado, el roce de su pierna demasiado tentador— Sé que suena raro, pero al principio no podía creer que estuviera embarazada.


—¿Era de eso de lo que querías hablar conmigo la semana que viene?


—Cuando el ginecólogo lo hubiera confirmado. 


Esperó mientras él procesaba esa información. Aquello no iba tan mal como había temido. Quizá a pesar de los insultos que se habían lanzado el uno al otro durante los últimos años, podían ser civilizados cuando se trataba del niño. Pedro puso un brazo en el respaldo del sofá, casi tocando su hombro.


—Sigo sin entender una cosa.


—¿Qué?


—Si te has hecho una prueba de embarazo esta mañana, ¿Por qué no me lo has dicho antes de que el divorcio estuviera finalizado?


Y ella esperando que no hubiera una discusión... Debería haber imaginado que Pedro no iba a dejarlo pasar. Y quizá su tenacidad era precisamente la razón por la que no se lo había dicho. ¿Y si intentaba detener el procedimiento? Ya había sufrido suficiente por aquel hombre y no habría podido soportar que quisiera seguir casado con ella sólo por el niño.


—Esto no cambia nada.


—¿Cómo que no?


Paula se levantó, nerviosa.


—Me pondré en contacto contigo después de ir al ginecólogo —suspiró, tomando su maletín—. Tenemos siete meses para determinar la custodia y la pensión alimenticia.


En un segundo, Pedro estaba a su lado.


—No estoy hablando de eso. ¿De verdad crees que habría seguido adelante con el divorcio si me hubieras dicho lo del niño? ¿O querías que fuera un secreto? ¿Querías apartarme de tu vida lo antes posible?


—Eso no es justo —replicó Paula. Aunque había una parte de verdad en lo que estaba diciendo, sabía que aquello era lo mejor para los dos— Estábamos a punto de separarnos cuando nos enteramos de que había una niña en adopción. Seguimos juntos por Camila y no sirvió de nada. Al contrario, nos alejamos aún más después de que nos la quitaran. Y yo no puedo... No puedo pasar por eso otra vez.


—No... —Pedro tragó saliva—. No utilices a Camila para desviar la conversación.


Ocho meses antes, cuando les quitaron a Camila, Paula hubiera dado lo que fuera por tener el consuelo de su marido. Pero se había encerrado en sí mismo, la había dejado fuera; básicamente la había dejado sola, lidiando con el momento más duro de su vida. 

Recuperarte: Capítulo 10

 —Dime, Paula. ¿Por qué esperar cuatro días para ver al médico si no puedes comer y te vas desmayando por las esquinas?


Paula miró a su ex marido y experimentó un lazo con las mariposas a las que pinchaban con un alfiler. De alguna forma, Pedro sabía que tenía un secreto y no pensaba dejarla ir hasta que la hubiera sonsacado. ¿Los abogados recibían un detector de mentiras cuando les daban el título? Tenía dos pociones, la primera no contestar y esperar el veredicto del médico el viernes. Si no estaba embarazada, no tendría que decirle nada. Salvo que sabía en su corazón que, contra toda posibilidad, llevaba un niño dentro. Lo cual la llevaba a la siguiente opción: decirle la verdad ahora porque, si no lo hacía, él se cabrearía mucho cuando lo supiera. Y con razón.


—Sobre ese día hace dos meses, en tu coche...


—Me acuerdo —dijo él, con los ojos brillantes.


Claro que se acordaba, pero la admisión le recordó la pasión de su último adiós. Casi podía oler la lluvia y el sexo en el aire...


—No usamos nada.


Pedro frunció el ceño.


—Pues claro que no. Tú no tomas nada y yo no tengo por costumbre llevar preservativos en el bolsillo porque... No los necesitamos.


Luego sacudió la cabeza, volvió a mirarla y sacudió la cabeza de nuevo, incrédulo.


—¿Estás embarazada?


Ella asintió, encogiéndose de hombros, incapaz de pronunciar esas palabras después de haber tenido que acostumbrarse a la idea de que nunca tendría esa oportunidad. Él se dejó caer sobre un sillón, su rostro absolutamente inexpresivo, aunque un poco pálido.


—Estás embarazada.


—Creo que estoy de dos meses.


Pedro se pasó una mano por la cara.


—Ya me imaginaba lo de los dos meses. 


—Gracias por no preguntar de quién es el niño.


No hubiera podido soportar esa acusación en un día en el que sus emociones estaban desnudas.


—Parece que no soy tan imbécil como crees.


—No, pero solías cuestionar mi horario de trabajo.


Le había preguntado sobre las horas que pasaba con su jefe más de una vez. Sí, Adrián Ward tenía reputación de mujeriego, pero Pedro debería saber que podía confiar en ella. Le habían dolido mucho sus infundadas sospechas. El juraba que podía leer la verdad en los ojos de la gente, pero con Paula, por lo visto, no era así.


—¿Estás intentando buscar pelea sacando el tema de Adrián Ward?


—No, claro que no. ¿Para qué? Con una prueba de ADN sería fácil demostrar quién es el padre.


Pedro se levantó y empezó a pasear, apoyando luego las manos en la ventana. Sus anchos hombros parecían querer salirse de la chaqueta.


—Vamos a tener un hijo.


También a Paula le parecía irreal. 

Recuperarte: Capítulo 9

 —¿Has estado enferma?


Ella bajó los pies del sofá.


—Gracias por preocuparte, pero ahora que estamos divorciados soy responsable de mí misma.


La doctora Cohen levantó las cejas.


—¿Están divorciados?


Paula asintió con la cabeza, mirando el reloj.


—Desde hace media hora.


La doctora volvió a ponerse las gafas para mirar a Pedro. 


—Tomando eso en consideración, junto a una bajada repentina de azúcar, es lógico que se haya desmayado —anunció, dándole un golpecito en la muñeca— . Y yo pensando que estaba usted embarazada. Es que ésa es mi especialidad.


Paula apartó la mirada como había hecho innumerables veces durante esos nueve años cuando alguien mencionaba un embarazo. Pero Pedro se colocó entre ella y la doctora Cohen, territorial, protector. «Territorial, protector». Intentar olvidar esos apelativos para un hombre que ya no era su marido, y el deseo que iba con ellos, no sería tarea fácil.


—Pero sea o no un embarazo, descubriremos la razón para el desmayo — estaba diciendo la doctora.


Ella suspiró. ¿Cuántas veces había cambiado de conversación tras la inevitable letanía de consejos y comentarios? «¿Cuándo vas a hacerme abuela? ¿No es hora de que tengan familia? Paula y tú tratan a esos perros como si fueran sus hijos. Claro que no todo el mundo quiere tener niños».


—Hay muchas razones para un desmayo además de no haber comido. Pero si el problema persiste, le recomiendo que acuda al médico —dijo, colocándose el bolso al hombro—. Y ahora, si me perdonan, creo que ha llegado mi torno de subir al estrado.


El general la escoltó hasta la puerta mientras Ana se acercaba al sofá.


—Me alegro mucho de que estés bien, pero si necesitas algo no dudes en llamamos.


Como que la orgullosa Paula se mostraría necesitada alguna vez, pensó Pedro, irónico. Seguía sorprendiéndolo que quisiera verlo la semana siguiente. Después de despedirse su familia salió de la sala, dejándola solo con Paula por primera vez desde que se arrancaron la ropa en el asiento trasero del coche dos meses antes. Y el silencio pesaba mucho. Pedro se apoyó en una mesa y cruzó los brazos para no tocarla.


—No creo que debas conducir.


Ella se puso los zapatos, llamando su atención hacia esas fabulosas piernas...


—Y yo no creo que sea sensato que tú y yo estemos juntos en un coche. 


—Sigo siendo irresistible, ¿Eh? —Pedro no pudo evitar la broma.


—No seas imbécil —replicó ella—. Sólo quiero echarme un rato.


Y él debería pensar en su salud, no en esas preciosas piernas que se enredaban tan bien en su cintura.


—Deberías ir al médico... O al hospital.


—Tengo que ir al médico a finales de semana.


Su instinto legal le dijo que allí había algo interesante.


—Si te encuentras tan mal, ¿Por qué esperar hasta finales de semana?


Paula apartó la mirada entonces. Pero él se había pasado los tres últimos años interrogando a testigos y sabía cuándo una persona estaba escondiendo algo. Y sabía sin la menor duda que ella tenía un secreto escondido bajo esa preciosa cabeza suya. Y pensaba descubrir ese secreto antes de salir de la habitación. 

jueves, 13 de marzo de 2025

Recuperarte: Capítulo 8

 —Deberíamos llamar a una ambulancia —dijo el padrastro de Sebastián por tercera vez, con la autoridad que uno esperaría de un general condecorado.


Pedro estaba de acuerdo. Pero la doctora, que había ido al Juzgado para testificar en un juicio, parecía pensar que siete minutos y cuarenta segundos de pérdida de consciencia no eran nada importante. La doctora Cohen estaba sentada al borde del sofá, mirando su reloj mientras sujetaba la muñeca de Paula. Al verla caer al suelo la había tomado en brazos, asustado. Y después de tumbarla en un sofá le quitó los zapatos y la chaqueta mientras su madre se movía de un lado a otro, nerviosa, y el general buscaba ayuda. Aunque le había pedido a su familia que no fuera al Juzgado, allí estaban. Y, por lo visto, había sido una suerte. Dos de sus hermanos estaban en una esquina con su madre y el general. Y él estaba de pie, esperando. Pedro odiaba la inactividad, en parte la razón por la que le gustaba tanto su trabajo. Le gustaba tener siempre algo que hacer; quizá era una manera de controlarlo todo. ¿Por qué no abría Paula los ojos? ¿Y cuántas veces iba a tomarle el pulso la doctora Cohen? Se iba a encontrar con una demanda si su ex mujer no despertaba en diez segundos. Se inclinó sobre el sofá para tocar la otra mano de Paula, demasiado fría en su opinión.


—Voy a llevarla al hospital ahora mismo. Si despierta en el camino, genial. Y si no... En cualquier caso la atenderán antes.


La doctora se levantó, quitándose las gafas de montura dorada sujetas al cuello por una cadenita.


—Como marido de la señora, ésa es su decisión.


¿Marido? ¿No era eso restregar sal sobre la herida? Pero no pensaba darle explicaciones y perder así la poca autoridad que tenía sobre la salud de Paula en ese momento. Sin embargo, Pedro miró por encima del hombro como para advertirle a su familia que no dijese nada. Un gemido hizo que todos se volviesen hacia el sofá. paula estaba abriendo los ojos.


—¿Paula? —murmuró Pedro, apretando su mano—. Vamos, despierta. Nos has dado un buen susto.


—¿Pedro? —murmuró ella, intentando incorporarse—. ¿Qué ha pasado? 


—Te desmayaste en el pasillo. ¿No te acuerdas?


Si había algún día digno de ser olvidado para siempre, era aquél.


—Ah, el Juzgado. Tus zapatos de Salvatore Ferragamo...


—¿Qué?


Pedro no sabía qué tenían que ver sus zapatos con aquello, pero al menos Paula recordaba dónde estaba. Su madre lo apartó a un lado para ponerle un pañuelo mojado sobre la frente.


—No te incorpores, cielo. Quédate tumbada un ratito.


—Gracias, Ana—Paula aceptó el pañuelo con una sonrisa.


—¿Cómo te encuentras? —preguntó Pedro.


Ella apartó la mirada, aparentemente muy interesada en las cortinas. 


—Se me olvidó tomar el desayuno. No sé... A lo mejor ha sido una bajada de azúcar.


—¿Y la comida? —Pedro señaló el reloj de la pared—. Son las tres de la tarde.


—¿Ya son las tres? —Paula apartó el pañuelo de su frente y lo pasó por su cuello—. No lo sé... Estaba nerviosa y no podía comer nada.


Si no podía comer, debía ocurrirle algo serio. Paula nunca se saltaba las comidas, una de las cosas que más le gustaban de ella. Viéndola saborear ostras los había hecho acabar en la cama más de una vez...


Recuperarte: Capítulo 7

 —Muy bien. ¿Qué quieres? ¿Que nos digamos adiós civilizadamente?


Paula reaccionó por instinto al calor del cuerpo de su marido, el olor de su colonia, el roce de su mano. ¿Cuánto tiempo tardaría su memoria sensorial en olvidarlo?


—Ya nos despedimos en tu coche —le espetó, irritada—. Y tus derechos conyugales terminaron oficialmente hace cinco minutos.


Aunque él tendría montones de oportunidades de pasarlo bien con las estudiantes de Derecho que entraban y salían de su bufete a todas horas. Paula había visto su corte de admiradoras alguna noche, cuando fue a buscarlo.


—Muy bien, cálmate —suspiró él, poniendo una mano en la pared, su cuerpo creando una barricada entre ellos y la gente que los miraba sin disimular su interés—. Sé perfectamente que no habrá más desfiles de zapatos en el futuro.


Paula miró sus Jimmy Choo plateados intentando no recordar. No quería hacer una escena. Ya era bastante difícil soportar esas últimas horas sin tener que ver imágenes de lo que podía haber sido. Si pudiera aparecer en el despacho de Sebastián con una taza que dijera: «Los hombres de verdad cambian pañales» o alguna broma por el estilo para anunciar la buena noticia... Claro que, si lo hiciera, seguramente él no estaría en el despacho. «Respira», se dijo a sí misma.


—No quiero un adiós civilizado. Es que hay algunas cosas que... Tenemos que hablar cuando esté más calmada. Pero nos veremos la semana que viene, en algún sitio neutral y público.


Entonces sonó el móvil de Pedro. No contestó, pero...


—¿Lo has tenido encendido durante la vista? —suspiró Paula—. No, definitivamente no deberíamos hablar hoy.


—Como tú quieras.


No era precisamente lo que ella quería, pero no había alternativa.


—Adiós, Pedro.


Pero no era un adiós definitivo y lo sabía. A partir de aquel día ya nunca podrían romper del todo. Y tenía una semana para reunir valor y hacer planes. Pasó por el vestíbulo del Juzgado sin darse cuenta de que la familia de Pedro estaba allí, esperándolo. La clase de familia numerosa con la que ella había soñado siendo hija única de unos padres de mediana edad que la habían querido, sí, pero que ahora ya no estaban. Paula se llevó una mano al estómago, sus pulseras de plata tintineando, y rezó por la vida que llevaba dentro. Entonces oyó pasos tras ella... Pedro, claro. No iba a dejarla ir tan fácilmente. Qué extraño que, aunque nunca luchaba, ganaba siempre. Él fue quien pulsó el botón del ascensor, inclinando a un lado la cabeza para estudiarla con su penetrante mirada. Y ella no quería subir a esa claustrofóbica caja para recordar su último viaje.


—Gracias, pero he decidido bajar por la escalera.


Se volvió entonces, pero lo hizo a tal velocidad que, de repente, se le doblaron las rodillas. Lo único que pudo ver mientras caía al suelo eran los mocasines de Pedro, que ella misma le había regalado las Navidades anteriores. 

Recuperarte: Capítulo 6

 —Déjatelos puestos —le ordenó—. De repente me gusta el color limón.


Ella empezó a quitarle el cinturón, tocando por encima de la tela el duro bulto de su deseo empujando contra la cremallera. Luego... Sí, encontró el terciopelo de su erección y empezó a acariciarlo. Sin perder el tiempo, Pedro metió la mano bajo su falda, tirando de la fina tira del tanga hacia arriba, el roce de la tela aumentando la excitación hasta que... Se rompió. Él apartó a un lado el insignificante pedazo de seda, que Paula se había puesto para sentirse más como una mujer y menos como un fracaso en la relación más importante de su vida. Sin pensar en ello, se colocó encima y Pedro empujó hacia arriba. Rápido, fuerte, sin vacilaciones, con un ritmo entrenado durante nueve años. Una sincronía que sólo compartían en la cama. Paula tomó sus manos para colocarlas sobre sus pechos mientras él la penetraba con una urgencia tan poderosa como la tormenta. Movía las caderas en círculo, aprovechando cada sensación de aquel último y explosivo encuentro. Una última vez juntos.


Un recuerdo más que guardar y con el que atormentarse mientras tomaba una copa de vino en la playa. Sola. Si pudieran comunicarse tan bien fuera de la cama como en ella... Incluso ese momento de pasión estaba cargado de tensión por el «Después»; por la tristeza de que no hubiera nada más entre ellos. Las sacudidas de placer se abrían paso en su interior, el deseo de terminar casi doloroso. Pedro enredó los dedos en su pelo, apretando los dientes de una manera que ella reconocía, conteniéndose hasta que le temblaron los brazos. Sus gemidos se mezclaban con los de él, urgentes, rápidos, terminando en un grito que la satisfacía tanto como destruía otro trozo de su alma. El placer se mezcló con el dolor en una amarga despedida, hasta que se dejó caer sobre el hombre que había sido su marido, sus cuerpos sacudidos por los espasmos. En el interior del coche sólo podían oírse sus jadeos y el golpeteo de la lluvia sobre los cristales. Paula sabía que no tenían nada que decirse. Todo había terminado entre ellos. Sólo tendrían que volver a verse una vez más ante el juez, unas semanas más tarde. Ni siquiera tenían que preocuparse por usar anticonceptivos. Su aborto nueve años antes la había dejado infértil. Aunque siguieron intentándolo... Sin resultados.


Luego, brevemente, había vuelto la esperanza cuando, durante cuatro maravillosos meses, Paula se convirtió en madre. La pequeña Camila seguía en su memoria tanto como en su corazón. Pedro y ella habían dejado a un lado sus problemas maritales para lanzarse de cabeza a la paternidad. Pero entonces la madre biológica de Camila cambió de opinión. Paula sintió ganas de llorar, por ella, por él, por su hija. Pero cuando una persona se había secado por dentro era difícil encontrar lágrimas. Seis meses antes le habían quitado a Camila de los brazos, de su casa, de su vida. Y su corazón estaba roto. Tan roto como su matrimonio con Pedro Alfonso. 

Recuperarte: Capítulo 5

 —Déjatelos puestos —le ordenó—. De repente me gusta el color limón.


Ella empezó a quitarle el cinturón, tocando por encima de la tela el duro bulto de su deseo empujando contra la cremallera. Luego... Sí, encontró el terciopelo de su erección y empezó a acariciarlo. Sin perder el tiempo, Pedro metió la mano bajo su falda, tirando de la fina tira del tanga hacia arriba, el roce de la tela aumentando la excitación hasta que... Se rompió. Él apartó a un lado el insignificante pedazo de seda, que Paula se había puesto para sentirse más como una mujer y menos como un fracaso en la relación más importante de su vida. Sin pensar en ello, se colocó encima y Pedro empujó hacia arriba. Rápido, fuerte, sin vacilaciones, con un ritmo entrenado durante nueve años. Una sincronía que sólo compartían en la cama. Paula tomó sus manos para colocarlas sobre sus pechos mientras él la penetraba con una urgencia tan poderosa como la tormenta. Movía las caderas en círculo, aprovechando cada sensación de aquel último y explosivo encuentro. Una última vez juntos.


Un recuerdo más que guardar y con el que atormentarse mientras tomaba una copa de vino en la playa. Sola. Si pudieran comunicarse tan bien fuera de la cama como en ella... Incluso ese momento de pasión estaba cargado de tensión por el «Después»; por la tristeza de que no hubiera nada más entre ellos. Las sacudidas de placer se abrían paso en su interior, el deseo de terminar casi doloroso. Pedro enredó los dedos en su pelo, apretando los dientes de una manera que ella reconocía, conteniéndose hasta que le temblaron los brazos. Sus gemidos se mezclaban con los de él, urgentes, rápidos, terminando en un grito que la satisfacía tanto como destruía otro trozo de su alma. El placer se mezcló con el dolor en una amarga despedida, hasta que se dejó caer sobre el hombre que había sido su marido, sus cuerpos sacudidos por los espasmos. En el interior del coche sólo podían oírse sus jadeos y el golpeteo de la lluvia sobre los cristales. Paula sabía que no tenían nada que decirse. Todo había terminado entre ellos. Sólo tendrían que volver a verse una vez más ante el juez, unas semanas más tarde. Ni siquiera tenían que preocuparse por usar anticonceptivos. Su aborto nueve años antes la había dejado infértil. Aunque siguieron intentándolo... Sin resultados.


Luego, brevemente, había vuelto la esperanza cuando, durante cuatro maravillosos meses, Paula se convirtió en madre. La pequeña Camila seguía en su memoria tanto como en su corazón. Pedro y ella habían dejado a un lado sus problemas maritales para lanzarse de cabeza a la paternidad. Pero entonces la madre biológica de Camila cambió de opinión. Paula sintió ganas de llorar, por ella, por él, por su hija. Pero cuando una persona se había secado por dentro era difícil encontrar lágrimas. Seis meses antes le habían quitado a Camila de los brazos, de su casa, de su vida. Y su corazón estaba roto. Tan roto como su matrimonio con Pedro Alfonso. 

martes, 11 de marzo de 2025

Recuperarte: Capítulo 4

—Necesito oírtelo decir... Dime que me deseas tanto como yo a tí — murmuró, con voz ronca.


—Yo sólo sé que necesito esto —Paula no podía decir en voz alta que lo deseaba. 


No podía hacerlo después de tantas noches solitarias en el balcón de su casa, con el ruido de las olas, una copa de vino y sus lágrimas como única compañía. Pedro no dejaba de mirarla mientras acariciaba sus pechos.


—No me lo digas si no quieres, pero eso no evitará que yo te diga lo sexy que eres.


Paula cerró los ojos cuando él inclinó la cabeza para besar la sensible curva de su cuello. Sabía lo que le gustaba, lo que la hacía temblar. Lo sabía mejor que nadie.


—O cómo me enciendes con esos zapatos de tacón. Amarillos... ¿Quién lleva zapatos amarillos? —Pedro metió la mano bajo la falda para acariciar sus muslos, subiéndolas luego para tocar el borde de las braguitas.


Ella echó la cabeza hacia atrás.


—Son de color limón —dijo con voz ronca.


—Muy seductores.


Si el sexo y la cuenta en el banco fueran suficientes para estar juntos, seguramente podrían haber llegado a las bodas de oro. Ese pensamiento debería enfriar el placer que le daban sus dedos...  Pero no fue así. Paula desabrochó los botones de su camisa con gestos frenéticos, apartando la tela hasta que pudo tocar su piel. Aquel torso tan masculino, tan bien formado, hizo que olvidase el mundo que los esperaba fuera del coche. Besó, mordió y lamió mientras Pedro enredaba los dedos en su pelo para deshacer el moño, dejando que su larga melena oscura cayera por su espalda. Su móvil sonó entonces, una interrupción poco bienvenida, pero él tomó el aparato y lo lanzó al suelo con impaciencia. Ya era hora de que hiciera eso. Paula se agarró a sus hombros, clavando las uñas en su carne mientras se erguía para apretarse contra él. Y luego sostuvo su cara entre las manos, devorándolo con los ojos, hambrienta después de tantos meses sin él. pedro apartó la chaqueta y acarició sus pechos por encima de la camisola de satén, haciendo un círculo con el dedo sobre la endurecida punta, enviando escalofríos por todo su cuerpo. Y cuando inclinó la cabeza para reemplazar la mano con la boca, Paula no pudo controlar el deseo de restregarse sensualmente contra él.


—Ya es suficiente —los labios húmedos sobre el satén hacían que el placer fuera casi insoportable—. Quiero más.


Y, afortunadamente, Pedro entendió la contradictoria orden porque se sentó, con Paula colocada a horcajadas sobre él. Pero cuando iba a quitarse los zapatos, él se lo impidió. 

Recuperarte: Capítulo 3

 —¿Qué es lo que quieres?


Paula levantó los ojos por fin. Y en esa mirada oscura vió lo último que esperaba ver, especialmente después de seis meses durmiendo separados. Esos ojos oscuros de ella brillaban con un incontenible... Deseo. 


Su matrimonio empezó y terminó en el asiento trasero de un coche. Paula se había escapado con Pedro Alfonso a los dieciocho años. Todavía no habían llegado al hotel cuando las hormonas los hicieron tomar una carretera vecinal para abrazarse y besarse con el frenesí del primer amor. Ahora, nueve años después y a punto de formalizar el divorcio, las hormonas y las emociones de nuevo la cegaban. Y todo por un brillo de pena en los ojos de Pedro cuando estaban poniendo por escrito con qué perro se quedaría cada uno de ellos. Ese brillo de vulnerabilidad de su exageradamente estoico marido había hecho que le diese un vuelco el corazón. Y la había excitado. Paula intentó salir de la sala a toda prisa para no hacer alguna idiotez, como por ejemplo lanzarse sobre su marido. Pero no tuvo suerte. A duras penas habían logrado salir del ascensor con la ropa puesta cuando, después de correr bajo la lluvia hacia su coche, Pedro arrancó echando chispas del estacionamiento y se detuvo en la primera carretera secundaria que encontró. Deseando aliviar el dolor que sentía entre las piernas, aunque no el de su corazón, ella le echó los brazos al cuello mientras él se colocaba encima. Las ventanillas tintadas ofrecían una intimidad adicional a su escondite. Había musgo español colgando de los árboles, como velos de novia, una imagen a la vez hermosa y triste. La lluvia golpeaba el techo del lujoso deportivo y, sin dejar de besarse, cayeron en el asiento de atrás, aquel coche más amplio que el que Sebastián conducía cuando era un adolescente. Y esta vez tampoco tenían que preocuparse por un embarazo inesperado. Pedro se quitó la corbata y la enredó en su cuello para tirar de ella. Derritiéndose, Paula respiró su colonia de Armani, un aroma que le era tan familiar... Con la avaricia de tomar todo lo que pudiera una última vez, ansiosa después de meses sin su cuerpo, exploró la boca de Pedro con la lengua mientras acariciaba sus hombros, su espalda, el duro trasero bajo los pantalones.


—Paula, si quieres parar, dilo ahora —murmuró Pedro, el flequillo oscuro cayendo sobre su cara un testimonio de las emociones que intentaba controlar quien tenía fama de ser el abogado más implacable de Carolina del Sur.


—No hables, por favor.


Si hablaban empezarían a pelearse. Se pelearían sobre sus horas interminables en el bufete, sobre el carácter de ella, tan explosivo como alguna de las casas que había decorado... Y descubrirían, una vez más, que no tenían absolutamente nada en común salvo la atracción física y los preciosos hijos que habían perdido. Un trueno retumbó en el cielo mientras Pedro tomaba su cara entre las manos, sus ojos azul eléctrico lanzando destellos que podrían rivalizar con los relámpagos.


Recuperarte: Capítulo 2

Dios, qué bien le quedaban los zapatos de tacón con esas piernas kilométricas. Paula tenía pasión por los zapatos... Aunque a Pedro no le importaba nada que se los probase delante de él. Desnuda. Maldita fuera, ¿Cuánto tiempo tardaría en olvidar su vida con Paula? Aquel amable adiós era lo mejor. Necesitaba despedirse educadamente... necesitaba terminar con aquel matrimonio. Punto. Él llegó al ascensor un segundo antes de que se cerraran las puertas, pero tuvo que sujetarlas con las dos manos. Ella lo miró, sorprendida, y él pensó que le lanzaría alguno de sus habituales epítetos... O incluso el maletín de piel que llevaba en la mano. Pero no. Se limitó a apartar la mirada.  Pedro se colocó a su lado, los dos solos en el ascensor.


—¿Cómo está Rocky?


—Bien —contestó ella.


—Frida se comió ayer el mango de uno de los palos de golf de Marcos. 


Su hermano se había empeñado en que jugasen dieciocho hoyos para relajarse un poco. Y Pedro había ganado. Siempre ganaba. Lo de relajarse era otra cosa.


—Afortunadamente, Marcos está de buen humor últimamente gracias a su prometida y a su floreciente carrera como senador. Así que Frida está a salvo de su ira por el momento.


Ella ni siquiera parecía estar escuchando. Qué raro, pensó. Porque aunque había dejado de quererlo a él, Pedro sabía que seguía queriendo mucho a los perros. Normalmente, a él no le gustaban las discusiones fuera de los juzgados, pero había visto suficientes divorcios como para saber que si no lograban mostrarse amistosos sólo estaría retrasando el golpe para más tarde.


—No esperarás que no volvamos a hablarnos en la vida. Además de tener que volver a vernos en la fecha prevista para finalizar el divorcio, Hilton Head es una comunidad relativamente pequeña. Vamos a encontrarnos, queramos o no.


Ella se mordió los labios y, sin querer, Pedro imaginó esos mismos labios deslizándose sensualmente por su cuerpo... La imagen hizo que su frente se cubriera de sudor.


—Parece que deberíamos haber redactado unas reglas de comunicación en ese acuerdo. Pero... A ver si lo entiendo: No vamos a decirnos nada más que hola y adiós. ¿Podemos saludarnos con la cabeza si nos encontramos por la playa paseando al perro? ¿O deberíamos delimitar las zonas por las que debe pasear cada uno?


Ella apretó el asa de su maletín, sin dejar de mirar los botones del ascensor.


—No intentes buscar pelea conmigo, Pedro. Hoy no.


¿Buscar pelea? No era él quien buscaba pelea, era ella. Él era el más tranquilo de los dos, al menos por fuera. ¿Qué le pasaba a Paula?


—¿Algo no ha ido como esperabas?


Ella rió, una risa baja, oscura, un triste eco de las desinhibidas carcajadas que solían escapar de su garganta.


—Todos pierden. ¿No es eso lo que siempre dices de los casos de divorcio?


Sí, en eso tenía razón. Pedro puso una mano al lado de su cabeza, en la pared del ascensor. Sabía que estaba acorralándola, pero sólo quedaba una planta para conseguir la respuesta que buscaba. 

Recuperarte: Capítulo 1

 Islas Hilton Head, Carolina del Sur


Hace dos meses…


Pedro Alfonso había estado en los Juzgados más veces que el peor de los delincuentes. Después de todo, era uno de los abogados criminalistas más prestigiosos de Carolina del Sur. Pero aquel día estaba sentado en el primer banco y otro abogado parecía tener control total sobre su vida. Y no le gustaba nada. Claro que divorciarse no estaba precisamente en la lista de cosas que le apetecía hacer. Pero quería terminar con todo el papeleo y que el juez lo diese por finalizado de una vez. Estaba guardando los documentos en el maletín y apenas prestó atención mientras se despedía de su abogado y estrechaba la mano del de Paula. Pero intentó apartar los ojos de su esposa, la única mujer que había podido hacerle perder los nervios... su famosa «Calma bajo el fuego» en los ambientes judiciales. Al menos habían completado la mayor parte del trabajo con sus abogados en aquel nublado día de verano y sólo quedaba pendiente la fecha de la vista con el juez. El acuerdo era justo para los dos, algo nada fácil dada la fortuna de su familia y el dinero que ganaba su mujer como decoradora. Ni siquiera habían tenido que discutir la disolución de sus bienes... Probablemente la primera vez que no habían discutido por algo. Lo peor de todo: Decidir qué hacían con los perros. Ninguno de ellos quería perder a Rocky y a Frida y, por fin, decidieron que cada uno se llevaría uno de los terrier de padre desconocido que habían rescatado de un refugio. ¿Qué habrían hecho Paula y él de haber tenido hijos? Pero no quería pensar en ello. No iba a pensar en esa herida abierta en un día tan espantoso. Pero no podía dejar de mirar a Paula, a pesar de lo que le decía el sentido común. Ella se levantó de la silla, tan guapa como era su costumbre. Siempre lo había sido. Con los ojos oscuros y el pelo largo más oscuro aún, era la fantasía exótica de cualquier hombre cuando se conocieron en un crucero de graduación por el Caribe. Pero pensar en ese verano sólo serviría para distraerlo, se dijo.  Tomando su maletín, empezó a planear todo lo que podría hacer de vuelta en el bufete el resto de la tarde. Claro que también podría trabajar por la noche. Ahora que había vuelto a la finca familiar no tenía a nadie que lo esperase en casa. Llegó a la puerta al mismo tiempo que Paula y enseguida se sintió envuelto en su perfume, Chanel. Sí, él sabía mucho de la que pronto sería su ex mujer; por ejemplo qué perfumes le gustaban, lo que le gustaba comer por las mañanas, las etiquetas de su ropa interior. Lo sabía todo. Salvo cómo hacerla feliz.


—Gracias, Pedro —Paula ni siquiera lo miró, la falda de su traje azul apenas rozándolo mientras pasaba a su lado.


¿Ya estaba? ¿Sólo un «Gracias»?


Aparentemente, él seguía sintiendo algo por ella además de la atracción física porque eso lo molestó. No esperaba que lo celebrasen con champán, pero al menos deberían ser capaces de despedirse educadamente. Aunque la cortesía nunca había sido uno de los puntos fuertes de su extravagante esposa. Ella no era de las que escapaban de un momento potencialmente contencioso. Entonces, ¿Por qué se dirigía hacia el ascensor a toda velocidad, los tacones de sus zapatos repiqueteando sobre el suelo de mármol? 

Recuperarte: Sinopsis

¿Embarazada?


Unos segundos después de firmar los papeles del divorcio, Paula Alfonso se desmayó. Atónito, su ahora ex marido, Pedro Alfonso, descubrió que Paula estaba embarazada. De dos meses, porque exactamente dos meses antes tuvo lugar su último y apasionado encuentro.


Sorprendido de que su mujer siguiera queriendo separarse, Pedro juró hacer lo que hiciera falta para recuperarla. La seducción había funcionado una vez… Y haría lo que fuese necesario para que funcionase de nuevo, porque Paula estaba esperando un hijo suyo y un Alfonso siempre conservaba lo que era suyo. 







Ésta es la historia de Federico en la piel de Pedro.

martes, 4 de marzo de 2025

Compromiso Fingido: Epílogo

Noviembre, día de las elecciones.


—Tenemos nuevos resultados de las votaciones —dijo el locutor desde la pantalla.


Estaban reunidos en el salón de la casa de los Alfonso. Paula contuvo el aliento, todo parecía ocurrir a cámara lenta. Sentada en el sofá al lado de Pedro, agarró con fuerza su mano. Sus familias y amigos los rodeaban. Nunca podría haberse imaginado cinco meses antes que su vida iba a cambiar tanto como consecuencia de una impulsiva decisión que lo había llevado a acabar en brazos de su amor platónico. Pero, después de meses de dura campaña, estaba a su lado, enamorada de él y disfrutando del nuevo mundo que Pedro había abierto para ella. Siempre había pensado que era el tipo de persona que prefería una vida en la sombra, lejos de los focos y del ámbito de lo público. Al lado de él estaba descubriendo lo inspirador que era poder estar en el centro de las cosas y poder mejorar las vidas de otras personas. Su relación le daba la oportunidad de tener además una familia más grande que la había acogido con los brazos abiertos desde el primer momento. A sus hermanas y cuñados tampoco les costó establecer una amistad con los hermanos de Pedro. Ana y el general habían llenado su vida de felicidad y la trataban como si fuera su hija. Nadie podría nunca reemplazar a la tía Libby en su corazón, pero le encantaba poder sentir de nuevo el amor incondicional que sólo podían dar unos padres. Apretó con fuerza la mano de él al escuchar las palabras del locutor.


—Se ha escrutado ya el noventa y uno por ciento de los votos. Y parece que hay un claro vencedor. Se trata de… —decía el periodista en esos instantes.


Recordó que tenía que respirar y concentrarse en Pedro y en el televisor. Pero los medios de comunicación a los que habían permitido el paso a la residencia de los Alfonso no dejaban de hablar.


—Pedro Alfonso. Él será el nuevo senador que representará al estado de Carolina del Sur —anunció el locutor.


El salón, lleno de gente, estalló en gritos y aplausos. Pedro la abrazó con fuerza. Le hubiera encantado quedarse entre sus brazos, pero sabía que había muchas personas en esa habitación que querrían celebrarlo con él. Le dió un rápido e intenso beso en los labios. Después se separó de él.


—Felicidades, senador Alfonso —le dijo.


Pedro la besó de nuevo y no pudo evitar estremecerse.


—Gracias, señora Alfonso. 


No se acostumbraba a su nuevo nombre, pero le encantaba oírlo. Llevaban sólo dos semanas casados, después de celebrar por su cuenta una íntima boda. No habían querido esperar más. Los dos habían estado deseando que su matrimonio fuera por fin oficial. Las familias sabían ya que se habían casado. El resto del mundo, en cambio, lo sabrían durante el discurso de aceptación del cargo de senador. No habían querido mezclar la noticia de su matrimonio con la campaña. Las promesas que los habían unido eran algo personal y no querían hacerlas parte de la agenda política de Pedro. Todo el mundo se les acercó para abrazarlos y felicitarlos con cariño. Estaba radiante. Le encantaba verse tan rodeada de familiares y gente que los quería. Pedro recibió las felicitaciones sin soltarla y ella se dejó querer. Alguien tiró serpentinas y confeti al aire y los periodistas gráficos aprovecharon la feliz ocasión para retratar el momento de la victoria. Las paredes del salón se llenaron de carteles de Pedro y todos parecían llevar pegatinas y gorros con la cara del nuevo senador. Oyó en la distancia a alguien descorchando una botella de champán. Era una suerte que los medios se hubieran concentrado en entrevistar a Ana antes que a nadie. Eso le dió a él algo de tiempo para recibir las felicitaciones de su familia. Juna Pablo se acercó y le dió una fuerte palmada en la espalda.


—Espero que no se te suba a la cabeza, hermano. Recuerda que aún te puedo dar una paliza en el campo de golf —le dijo.


—Claro que sí —repuso Pedro con una gran sonrisa—. Supongo que jugar al golf es todo lo que saben los del Ejército del Aire.


Bautista se echó a reír al escuchar sus palabras y le pasó unos billetes a Federico.


—¡Pero…! No me digas que apostaste contra mí, Bauti.


—No, hombre, apostamos sobre el margen de votos por el que ganarías — repuso su hermano.


Le dió una cariñosa palmadita en la cara a su nuevo cuñado.


—Entonces te perdonamos —le dijo ella.


—¿Y quién confiaba más en mí y apostó por una victoria aplastante?


—Creo que será mejor que nos llevemos ese secreto a la tumba —respondió Federico mientras se metía el dinero en el bolsillo de la chaqueta.


Era el más reservado de los cuatro y no solía sonreír a menudo, pero esa noche no dejaba de hacerlo. Miró entonces a Ana y al general. Parecían estar encantados y muy orgullosos.  Y a ella ya ni siquiera le importaba que hubiera periodistas presentes grabando y fotografiando cada abrazo y cada gesto de los presentes. No tenía nada que ocultar y confiaba plenamente en el amor que Pedro y ella compartían. Los reporteros se concentraron en ese instante en el general y ella aprovechó para hablar con su marido.


—¿Cuándo vamos a ir a la sede de la campaña para que des la rueda de prensa y aceptes oficialmente el cargo de senador?


—Muy pronto —repuso él mientras le acariciaba la sien con los labios—. Pero antes quiero pasar un minuto a solas contigo. Después podemos irnos.


Colocó la mano sobre su torso.


—Supongo que todos entenderían que nos retiráramos unos minutos para cambiarnos de ropa y arreglarnos.


Pedro la tomó de la mano y atravesaron deprisa la multitud de personas reunidas en el salón. De camino al vestíbulo, sus hermanas le dieron un breve abrazo y se dirigieron unas miradas que le llamaron la atención. Parecía claro que estaban tramando algo. Les preguntó qué les pasaba, pero él la distrajo con otro beso y, antes de que pudiera darse cuenta de lo que pasaba, estaban en el dormitorio que Paula había ocupado desde que llegara a la casa de los Alfonso. Pedro cerró la puerta de una patada y la abrazó con fuerza, besándola con la misma pasión de siempre, una pasión de la que no querían hacer partícipe ni a su familia ni a los fotógrafos de la prensa. Su marido se separó minutos después y apoyó su frente contra la de ella.


—Quiero darte las gracias por hacer que este sueño se haga realidad.


—Habrías ganado conmigo o sin mí —le dijo ella mientras tomaba su apuesto rostro entre las manos.


—Ya he tenido bastantes debates estos meses, así que no te llevaré la contraria —repuso él besando las palmas de su mano—. Pero quiero que entiendas que este momento significa mucho más ahora que te tengo en mi vida y que tú aportas más de lo que te imaginas a mi carrera política, otra manera de ver las cosas.


Sus palabras la emocionaron.


—Gracias por decir eso, de verdad.


—Para que veas lo agradecido que estoy yo, quiero darte algo a cambio —le dijo Pedro.


—Pero… Pero ya lo has hecho.


Esa experiencia le había ayudado a conocerse mejor.


—Te tengo a tí y todo un futuro por delante para formar una familia —añadió ella.


—Pero quiero que tengas un hogar.


—Nuestro hogar será cualquier sitio donde estemos los dos. 


—Estoy de acuerdo contigo, pero sé que para tí será duro dividir nuestras vidas entre la capital y esta casa.


Pedro se separó de ella y fue a recoger una carpeta que alguien había dejado en la mesita de noche. Era la primera vez que la veía. Ese detalle le recordó hasta qué punto su marido conseguía trastornarla con sus besos y caricias. Le entregó un documento que parecía oficial. Lo miró con el ceño fruncido. Empezó a leerlo, pero apenas reconocía las palabras. Comprendía lo que decía el texto, pero no terminaba de entenderlo.


—Son las escrituras de Beachcombers, la mansión de tía Silvia —murmuró.


—Así es.


—Pero… Si ya la hemos vendido…


La venta había sido complicada, pero había terminado por aceptar el hecho. Miró de nuevo las escrituras y vió el nombre que aparecía en ellas. Comprendió entonces las miradas conspiradoras que se habían dirigido sus hermanas entre sí.


—Así es. Lo que no sabes es que tú has sido la compradora —le dijo Pedro— . Federico se encargó de todo el proceso de compraventa para que mi nombre no apareciera en ninguna de las transacciones. Después, todo lo que tuvimos que hacer es poner a tu nombre la propiedad de esa casa —le contó él mientras le secaba unas lágrimas con la mano—. Pasaremos mucho tiempo en Washington, pero tenemos que mantener nuestra residencia oficial aquí, en Carolina del Sur. Pensé que la casa de tía Silvia sería la mejor opción.


Abrazó las escrituras contra su corazón.


—¿Estás seguro? Pero ¿Y tu familia?


—Estoy completamente seguro —le prometió Pedro con su mirada verde llena de convicción—. Charleston no está tan lejos de Hilton Head, podremos venir a verlos cuando queramos. De esta forma, tú podrás estar cerca de tus hermanas. Además, mi casa aquí se quedará demasiado pequeña en cuanto empecemos a tener hijos.


Soñaba con ese futuro tanto como él.


—Todo eso suena fenomenal. Muchas gracias. No sé cómo agradecértelo, no sé cómo expresar cuánto significa esto para mí —le dijo.


Ya empezaba a imaginarse cómo adaptaría la casa para que se convirtiera en el mejor hogar para ellos dos. Ya se habían llevado a cabo las reparaciones básicas después del incendio y ella quería devolverle a la casa el esplendor de las mansiones sureñas. Todo sin renunciar al aire acondicionado, una moderna cocina y varios dormitorios para que sus hermanas pudieran visitarlos con sus familias. Les llegaban los sonidos de una fiesta que iba ascendiendo de intensidad en el salón. Eso le recordó que esa noche no tendrían demasiado tiempo para estar juntos.  Oyó el timbre de la puerta. Se imaginó que serían más colegas de Pedro, gente del partido que había participado en la campaña y quería felicitar al nuevo senador. Algunos fuegos artificiales comenzaron a estallar en la distancia y a la casa de los Alfonso no dejaban de llegar reporteros. A pesar de las interrupciones y el ruido, Pedro mantenía la mirada fija en ella, como si no pudiera escuchar ni ver nada más.


—No sabes lo que me alegra verte tan feliz. Es muy importante para mí que tengamos nuestro propio hogar. Estuvo bien vivir en el antiguo cobertizo para carruajes mientras estuve soltero, pero ahora nos merecemos tener más intimidad para poder explorar todas las ventajas que conlleva la vida de casado —le dijo


Pedro con una picara sonrisa.


—Que no se te olvide nunca que ya no estás soltero.


Se relajó entre los brazos del hombre que le había robado el corazón y que le había entregado a cambio el suyo. Pedro le levantó la mano y le besó el dedo adornado por el anillo de compromiso y la alianza.


—Ha sido una suerte que apostara por tí como lo hice y fuera siempre a por todas. Has resultado ser la ganadora. 







FIN





Compromiso Fingido: Capítulo 53

Sin darle tiempo a reaccionar, Pedro la tomó en brazos. Le recordó al fatídico día del incendio, cuando él la sacó de la casa en llamas. Los encargados de su campaña electoral aplaudieron y silbaron al verlos así. No podía creer que sólo hubiera pasado una semana desde el fuego en Beachcombers. Atravesó deprisa las oficinas hasta llegar a su despacho. Una vez dentro, cerró la puerta con una patada y ella, sin soltar su cuello ni un momento, dejó de nuevo los pies en el suelo. No entendía cómo podía haber pensado que sería capaz de renunciar a aquello. Él besó su cuello y se acercó a su oreja.


—Has estado…


—¿Increíble? —sugirió ella con una gran sonrisa.


—Desde luego —confirmó Pedro—. No puedo creer que quisiera protegerte de la prensa. Debería haber dejado que te enfrentaras a ellos desde el principio.


Ella no estaba tan segura. No creía que hubiera sido capaz de hacerlo el primer día, cuando vió en la prensa las escandalosas fotografías de ellos dos. Pero durante esa semana había aprendido mucho sobre ella misma y sobre el amor. Había descubierto que había muchas cosas más importantes en la vida que lo que los demás pensaran de ella.


—Me alegra haber sido de ayuda, eso es todo. Creo en tí y en lo que representas.


—Gracias. Eso significa para mí más de lo que piensas. Siento mucho lo que pasó esta tarde —le dijo Pedro tomando sus manos—. Quiero hablarte de Brenda.


—No tienes que hacerlo —repuso ella—. Lo entiendo.


—Pero necesito decirlo —insistió Pedro—. Debería habértelo dicho de otra forma, pero es que no tengo demasiada práctica hablando del pasado. De hecho, no tengo ninguna.


—¿No le contaste a nadie lo de Brenda? —preguntó con incredulidad.


Le emocionó que hubiera confiado en ella lo suficiente como para contarle algo tan importante de su pasado, algo que no le había dicho nunca a nadie. Le parecía increíble que la pusiera por delante de su propia familia.


—Nadie llegó a conocerla en mi familia y yo tampoco conocí a la suya. Nadie supo nunca hasta qué punto íbamos en serio. Tú eres la primera.


No se le pasó por alto la importancia de que se lo dijera a ella ni hasta qué punto se sentía cerca de Pedro en esos instantes.


—Gracias por elegirme a mí para hablar por primera vez de ello.


Se arrepintió de su reacción de esa tarde y de lo defensiva que había estado con él después de que le hablara de Brenda. Pedro tomó entonces su cara entre las manos y sus ojos verdes la miraron con intensidad. 


—Quiero que entiendas que ese pasado no empaña de ninguna forma lo que siento por tí —le dijo él mientras le acariciaba los labios con los pulgares—. Y, para aclarar las cosas y evitar que tengas dudas sobre lo que siento por tí, te lo diré bien claro. Te quiero, Paula Chaves. Te quiero.


Eran las palabras mágicas. Tan especiales que ni siquiera se había atrevido a soñar con ellas. Pero pensó que quizás fuera mejor así. La realidad estaba ganando a su imaginación por goleada.


—Sé que me quieres, pero me encanta oírlo —le dijo ella con emoción—. Y resulta muy conveniente, la verdad, porque yo también te quiero.


Pedro exhaló con fuerza y se dio cuenta de que había estado conteniendo el aliento, esperando su reacción. Metió entonces la mano en el bolsillo de su chaqueta y le enseñó lo que contenía, era su anillo de compromiso.


—Entendería que quisieras uno distinto para representar este nuevo comienzo. Pero, de un modo u otro, quiero que esta vez nuestro compromiso sea real.


Colocó su mano sobre la de Pedro, sobre el diamante y sobre la promesa real que simbolizaba.


—Éste es el que quiero. No cambiaría nada de nuestro pasado porque todo lo que ha ocurrido es lo que nos ha llevado hasta este momento tan perfecto. Sí, me casaré contigo.


Pedro la besó con fuerza en los labios. Después se apartó y la miró sonriente.


—No te voy a dar tiempo a que cambies de opinión —le dijo mientras le colocaba de nuevo el anillo.


Ella cerró el puño, sujetando la sortija en su sitio.


—Nadie podría sacármelo del dedo —le aseguró ella.


—De eso estoy seguro. Eres más fuerte de lo que pensaba.


Creía que Pedro tenía razón. Ella era la primera sorprendida con su renovada seguridad. Se colgó del cuello de su prometido y se puso de puntillas para besarlo de nuevo. Era el final perfecto para un día perfecto.


—Estoy más que preparada para hacer que esta relación sea real. 

Compromiso Fingido: Capítulo 52

Todos se quedaron callados al ver lo directa que era.


—Pero, esperen… ¿No habíamos hablado ya de ellas? —añadió con sarcasmo.


Alguien comenzó a reírse y los otros siguieron su ejemplo. Consiguió relajar un poco el ambiente. Le llamó la atención que todos parecían estar sudando por culpa del bochornoso calor. Todos menos Paula, que seguía imperturbable y fuerte.


—Gracias por venir, de verdad —continuó ella—. Su trabajo es muy importante. La gente tiene que estar informada. Pero si estoy aquí hoy es para asegurarme de que la información que transmiten desde sus medios es la correcta y, por encima de todo, la verdad. Así nos evitaremos más tarde cualquier problema legal.


Sus palabras lo dejaron boquiabierto. Paula era más fuerte de lo que se había imaginado. Leandro, a su lado, sacudió la cabeza.


—Dios mío, tiene a la prensa comiendo de la palma de su mano. Nunca había conocido a nadie como ella.


La miró de nuevo. Su belleza y la seguridad que transmitía brillaban más que el sol de Carolina del Sur.


—Yo tampoco —susurró él.


Paula continuó hablando desde el estrado.


—No creo que la foto de un conocido candidato vestido para jugar al golf, en un campo de golf y con una empleada del club de golf sea merecedora de un escándalo. Supongo que es fácil para mí decir eso porque yo conozco a Pedro y confío en él, pero supongo que esa confianza no surge de la nada.


No dudó ni un momento de su palabra. No entendía cómo podía haber pensado que Paula no podría enfrentarse a lo que la vida le pusiera delante. Era mucho más fuerte de lo que había pensado. Creía que era una mujer increíble.


—Para eso son las campañas electorales —prosiguió ella con un tono más firme—. Es el momento ideal para conocer bien a los candidatos y ver quién representará mejor nuestros intereses en el Senado. Yo prefiero concentrarme en conocer mejor el programa electoral que Pedro Alfonso ofrece para mejorar este país y olvidarme de fotografías que no hacen sino distraernos para que no podamos llegar a ver lo inteligente, carismático y dinámico que es este joven político.


Sintió algo al escucharla que no había esperado volver a sentir. Era un sentimiento que crecía en su interior con más fuerza aún que en el pasado. Se dió cuenta de que amaba a esa mujer. Paula lo miró entonces con una sonrisa que consiguió emocionarlo.


—Si estás listo para hablar, Pedro, me encantaría que nos explicaras los planes que tienes para mejorar la legislación en lo referente a los programas de acogida de menores. 


Lo que quería era hablar con ella y decirle que la quería. También la deseaba, eso era obvio, pero había mucho más entre ellos que la pasión que habían compartido. Pero todas esas cosas formaban parte de su vida privada y en ese momento lo que tenía que hacer era lidiar con la prensa cuanto antes para poder hablar con Paula. Se concentró en lo que tenía entre manos y fue hacia el micrófono. Estaba preparado para responder a lo que ella le había sugerido. Podría haberlo hecho con los ojos cerrados y las manos atadas a la espalda. Aquél era su ambiente y estaba acostumbrado a nadar en esas aguas. Después de la rueda de prensa tendría una conversación completamente distinta con Paula, una que no sabía si saldría como esperaba. Pero no estaba dispuesto a dejar que pasara de largo la mejor oportunidad de su vida.


Paula aplaudió tras escuchar el discurso de Pedro. Estaba orgullosa de él, pero también muy nerviosa. Habían conseguido salvar una pésima situación que podía haber arruinado la campaña de él, pero no sabía si iba a ser capaz de recuperar lo que había entre ellos después de que le devolviera el anillo de mala gana esa misma tarde. Las miradas y sonrisas que Pedro le había dedicado durante el discurso le decían que no estaba todo perdido. Había sido una suerte que hubiera aprendido a confiar en ese hombre y, más importante aún, que aprendiera a confiar en sí misma. Leandro se inclinó hacia ella.


—Te arriesgaste mucho al salir antes a hablar —le dijo el director de la campaña.


—Pedro lo merece.


El hombre le ofreció la mano.


—Siento haberte subestimado. No sé cómo no he aprendido aún a interpretar el verdadero carácter de los demás.


—Acepto tu disculpa —repuso ella dándole la mano—. Supongo que sólo estabas intentando salvaguardar la carrera de Pedro y eso es algo que me gusta.


Pedro se despidió con la mano de la prensa y se acercó a ellos dos. Entraron de nuevo en la sede del partido. Había varios televisores encendidos y ya podían escuchar las valoraciones de los periodistas sobre la rueda de prensa a la que acababan de asistir.


—¡Leandro, búscate tu propia chica! Ésta ya está comprometida —le dijo Pedro a su colega.


Avergonzada, le dió un codazo en las costillas.


—No hables de mí así —repuso riendo. 

Compromiso Fingido: Capítulo 51

Pedro dió vueltas por el vestíbulo de la sede de su partido. Intentaba aclarar sus ideas. Le quedaban menos de dos minutos para salir por esa puerta y enfrentarse a la prensa. Tenía que explicarles por qué estaba bajando tanto su candidatura según las últimas encuestas. Sus colaboradores seguían en la sala de juntas de sus oficinas. Podía oír sus conversaciones en un tono más bajo de lo habitual, intentaban darle el silencio y el espacio que necesitaba antes de salir a hablar con los medios. Tenía en el bolsillo de la chaqueta las notas en las que iba a basar su discurso. Aquello podía ser el fin de su carrera política, pero era inevitable. Tenía que terminar con esa campaña de presión por parte de la prensa que estaba destrozando a Paula y estaba dispuesto a renunciar a esas elecciones para conseguirlo. Se daba cuenta de que un hombre de verdad tenía que defender por encima de todo lo que más le importaba. No había podido hacer nada por Brenda, pero estaba dispuesto a salvaguardar con uñas y dientes el bienestar de Paula. No podría soportar que su vida quedara arruinada sólo porque él estaba demasiado preocupado por ganar un puesto en el Senado. Creía que con ella había perdido la mejor oportunidad de su vida, mucho más de lo que podría nunca alcanzar con su carrera política. Decidió que encontraría otra manera de cambiar el mundo. Tenía los recursos necesarios y más empuje que mucha gente. Paula le había enseñado que había otras maneras de vivir y de mejorar la existencia de los demás. Miró de nuevo el reloj. Treinta segundos. Agarró el picaporte de la puerta para salir al estrado. Leandro lo esperaba ya allí con la prensa.  Sintió una mano en el hombro que lo sobresaltó. Se dió cuenta de que había estado tan ensimismado que no había oído a nadie entrar. Se dió la vuelta y se encontró con…


—¿Paula? ¿Qué estás haciendo aquí?


Sus ojos castaños brillaban más que nunca y los miraban con tal intensidad que no pudo sino pensar en abrazarla. Pero era el momento menos apropiado para dejarse llevar por su deseo.


—He entrado por la parte de atrás. Tu madre me esperaba allí y me dejó pasar —le dijo Paula mientras agarraba con fuerza las solapas de su traje—. Pedro, ¿Qué vas a decirle a la prensa?


—La verdad. Les diré que he dejado que dicten mis decisiones hasta tal punto que he llegado a hacer daño a otros. Y que, si voy a ser un buen senador, tengo que estar dispuesto a sufrir los ataques de la prensa.


Le estaba costando mucho no tomarla en sus brazos. No podía dejar de mirar las suaves curvas que se escondían bajo su elegante vestido amarillo.


—Diré lo que tenga que decir para protegerte y librarte de ellos para siempre — añadió él.


Paula tomó su brazo por el codo.


—Voy contigo.


—¡De eso nada! —replicó él con el ceño fruncido.


—Trata de detenerme —repuso Paula con el mismo gesto.


Antes de que pudiera reaccionar, ella se colocó frente a él y salió por la puerta. Fue tras ella tan deprisa que estuvo a punto de darse de bruces con Leandro. No había visto nunca a una mujer tan decidida como ella. Ni tan atractiva… Pero iba a meterse en un buen lío. Su director de campaña parecía estar a punto de desmayarse. Le pasaba cada vez que las cosas no salían como estaban previstas. El tiempo que perdió sorteando a Leandro fue todo lo que necesitó Paula para colocarse frente al micrófono. Tenía un público de lo más atento a sus pies.


—Buenas tardes, damas y caballeros de la prensa. Sé que esperaban oír al diputado Alfonso, pero tengo que confesar que soy un poco insolente y no estaba dispuesta a dejar pasar la oportunidad de hablarles yo primero.


Les dedicó la mejor de sus sonrisas mientras los miraba con estudiada timidez por debajo de sus pestañas. Le llamó la atención que no se hubiera dado cuenta antes de lo recta y firme que era su espalda bajo su maravillosa melena roja. Tantos años con un corsé habían hecho que se volviera una mujer fuerte y decidida a la que ni siquiera la prensa podía amedrentar.


—Supongo que estamos aquí reunidos para hablar de unas comprometedoras fotos.