jueves, 27 de abril de 2023

Heridas Del Pasado: Capítulo 8

Con una mano agarraba la tela de encaje del vestido, apretándosela contra la pierna. Paula estaba gloriosa en su placer, y Pedro le agarró un muslo, levantándoselo y sintiendo la longitud de su pantorrilla, la suavidad. Más. Quería más. Soltó el delicado encaje que le había enredado alrededor de la cintura y la besó en la parta más plana del estómago mientras le bajaba con una mano las blancas braguitas para dejar al descubierto los oscuros rizos que tenía entre las piernas. Con la otra mano le agarró el trasero, tirando suavemente de su cuerpo hacia él mientras le sacaba las braguitas por los tobillos. Ignoró el leve temblor de sus manos, la excitación casi dolorosa presionando contra la costura de sus pantalones mientras se extendía sobre ella y se inclinaba para deleitarse en el sabor de su núcleo secreto. El sabor de su dulce calor húmedo era demasiado para él, pero podría contenerse. Quería darle todo el placer posible.


Paula temblaba. Nunca antes había sentido nada parecido. Un placer tan agudo y extremo que la hacía estremecerse. Una fina capa de sudor se le extendía por el cuello y la espalda. Agitó las caderas ante la exquisita tortura que la lengua de Pedro estaba provocando en su cuerpo, y se mordió la mano para evitar soltar un grito de puro placer.  Con la otra agarró las sábanas de la cama, anclándose a algo, a lo que fuera, antes de que su cuerpo se dejara llevar por una oleada de placer tan poderosa que temía no ser capaz de regresar jamás. Las oleadas agitaron su cuerpo como si intentaran desesperadamente llevarla hacia la orilla, pero no era el momento, todavía no. Él deslizó un dedo en lo más profundo de su interior y su cuerpo trató instintivamente de sujetarlo. Sus súplicas se convirtieron en demandas ininteligibles, respiraba de manera desesperada y sofocada al mismo tiempo. Su cuerpo estaba al borde de algo que no podía definir del todo, como unas olas que iban y venían cada vez más rápido hasta que… El orgasmo que Pedro había arrancado de su cuerpo se apoderó completamente de ella, el golpeteo de las olas era lo único que podía escuchar en aquel momento mientras su cuerpo temblaba y se estremecía. Solo se tranquilizó cuando sintió los brazos de él envolviéndola, manteniéndola a salvo y anclada a él mientras su alma se elevaba hacia el cielo nocturno. Su mente regresó entonces al hombre que la estrechaba entre sus brazos, sosteniéndola como si tratara de mantener fuera de la noche, la oscuridad… La mañana tal vez. Paula le rodeó la estrecha cintura con los brazos y sintió los poderosos músculos que le sostenían las caderas y los pantalones. Los dos estaban todavía vestidos, pensó maravillada y al mismo tiempo mortificada. Quería sentirlo entero sobre la piel, sin barreras. Le buscó la cremallera del pantalón con las manos, y él se movió como si hubiera adivinado su intención.


Pedro se echó hacia atrás, casi lamentando la pérdida de contacto. Por primera vez había encontrado paz en dar placer, en ofrecer algo de sí mismo a otra persona. Se bajó muy despacio él mismo la cremallera del pantalón, aflojando la presión que sentía en la entrepierna. Su erección quedó libre mientras deslizaba los pantalones y la ropa interior por las caderas. Él observó y esperó mientras Paula lo miraba, mordiéndose el labio inferior con gesto inconsciente, gimió al sentir el efecto que tenía sobre él y casi se le detuvo el corazón cuando ella se agarró el borde del vestido de encaje blanco y lo fue subiendo por los muslos, las caderas, el pecho y la cabeza, lanzándolo por los aires a alguna esquina de la habitación. El cuerpo de Paula era glorioso, sentada con las piernas dobladas a la altura de la rodilla y apretando las sábanas con una expresión de deseo apenas contenido. Sacó de la cartera el envoltorio de aluminio y lo rasgó con los dientes sin apartar los ojos de ella. Vió cómo observaba con fascinación mientras se colocaba el preservativo sobre su virilidad, alternando la mirada entre el rostro de él y su erección. Por si quedaba alguna duda de su deseo, ella abrió las piernas y dejó espacio para que Pedro se colocara entre ellas. Él apoyó el peso en los codos y se acercó a su cuerpo. Paula se estremeció suavemente y no pudo evitar presionarle los labios en el centro del pecho. Le sostuvo el rostro con las manos y asintió brevemente con la cabeza. Aquel gesto era lo único que él necesitaba. Presionó ligeramente su cuerpo contra el suyo, obligándose a ir despacio a pesar del rugido interior que le urgía a darse prisa. El calor húmedo de Paula le provocó una sensación tan increíble que casi se mareó de placer. Pero entonces sintió que ella se ponía tensa y detuvo al instante todo movimiento. Vió el ceño ligeramente frunció en el rostro de ella y cómo contuvo el aliento. Si le pedía que se detuviera, lo haría. Le costaría un mundo, pero lo haría. Pero no lo hizo. Lo miró a los ojos como si entendiera la batalla que estaba librando en su interior, y sonrió ligeramente.


–Por favor… por favor, no te detengas –le pidió pasándole la mano por la nuca y atrayéndolo hacia sí, más profundamente en su cuerpo.


Pedro empezó a moverse despacio, deslizándose suavemente en su interior, sintiendo cómo ella lo acogía completamente, y una parte de él se preguntó si aquello no sería lo que había echado de menos toda su vida. A ella. La respiración de Paula se hizo más agitada, sus gemidos, cargados de placer y necesidad, llenaban el aire entre ellos. Ella alzó las caderas hacia las suyas, sosteniéndole en su interior, cada vez más profundamente… El ritmo que estaba marcando disparó la sangre de él y su excitación hasta tal punto que no supo de quién de los dos era el latido que sentía dentro del pecho. La estrechó todavía más contra su cuerpo, inhalando su dulce aroma en el cuello, los suaves rizos de su largo cabello le hacían cosquillas en la piel del pecho. El deseo y la excitación se convirtieron en su oxígeno y lo inhaló como un hombre que se estuviera ahogando. Cuando la sintió apretarse a su alrededor y escuchó cómo contenía todavía más la respiración, supo que ambos estaban al borde, y con un último embate de sus caderas se derritieron los dos. Durante las horas nocturnas, entre el sueño y la vigilia, se buscaron el uno al otro llenándose de placer, buscando más, Y cuando los rayos del sol de la madrugada entraron en la habitación, Paula extendió el brazo y sintió solo el frescor de las sábanas frías y sedosas bajo la palma. Pedro había hecho lo que prometió. Le había dado una noche, y luego… Se marchó. 

Heridas Del Pasado: Capítulo 7

Se deshizo de aquel pensamiento tan rápidamente como lo había formado en un movimiento mental que llevaba muchos años practicando. Lo que estaba considerando era una locura. Pero entonces Paula le depositó otro beso en el pecho y todo su ser se sumergió en una oleada de deseo. Sintió cómo un gruñido intentaba abrirse paso a través de su garganta, pero lo contuvo.


–¿Por favor? –susurró Paula entre aquellos besos infernales que estaba repartiendo por su cuerpo, en los lugares de su piel que otras mujeres evitaban.


–¿No te das cuentas, Pedro? No deberías tener que rogar por esto.


–No estoy rogando, te lo estoy pidiendo. Esta es mi elección. Lo que quiero. Quédate conmigo, solo por esta noche. Por favor.


Y finalmente Pedro perdió la batalla. La batalla contra comportarse de manera decente, alejándose sin tocar a Paula. Porque no podía soportarlo más. Quería tocarla, sentir su piel, tan pálida contra la suya que casi parecía brillar. Sentía tanto deseo de hacerla vivir el placer que casi le dolía físicamente. Sintió cómo el último vestigio de contención se convertía en polvo bajo sus labios. Esta vez fue incapaz de sofocar el gruñido que surgió de la parte de atrás de su garganta mientras envolvía a Paula entre sus brazos, estrechándola contra sí y disfrutando del festín de sus labios tal y como había deseado desde el primer momento. No fue un primer beso suave y cuidadoso, aquello fue puro deseo, desesperación incluso.  Pedro se sumergió en las profundidades de su boca con su lengua, provocando en ella pequeños maullidos de placer. Sus manos, ahora libres, se deslizaron por su pelo. Pero no estaban lo suficientemente cerca, pensó. La levantó del suelo, de modo que Paula le rodeó la cintura con las piernas y sus labios se encontraron con los de él. Pedro le ladeó suavemente la cabeza y encontró el delicado arco de su cuello. Presionó los labios con la boca abierta contra su piel, trazándola con la lengua. Paula echó la cabeza hacia atrás, dejando expuesta la pálida columna de su cuello y la v de sus perfectos senos, acentuada por el colgante de plata que se sumergía entre ellos. Pedro estaba maravillado por su ligereza. Podría haberla sostenido entre sus brazos durante toda una eternidad. Pero su cuerpo se revolvía inquieto, queriendo más, exigiéndolo. Tal vez Paula no conociera todavía las palabras, pero su cuerpo conocía los movimientos, y el instinto los acercaba cada vez más en su deseo. La llevó al dormitorio sin romper ni una sola vez el contacto entre sus labios y la piel de ella. Cuando la colocó al borde de la cama, soltó una palabrota. Tenía las pupilas tan grandes que sus ojos parecían completamente negros. Estaba ebria de deseo.


–¿Estás segura?


–Nunca he estado tan segura de algo –afirmó ella con una media sonrisa.


–Quiero que entiendas que puedes detener esto en cualquier momento. Cuando quieras.


Ella asintió con gesto casi infantil, y Pedro aspiró con fuerza el aire mirándola bajo la luz de la luna que entraba a través de los grandes ventanales. El vestido de encaje blanco le colgaba por los hombros, exponiendo las clavículas de un modo tan tentador que le resultó imposible resistirse. Se inclinó hacia delante para abrirle las piernas y poder depositar sus besos allí. Sus labios se encontraron con aquel hueso duro recubierto de piel suave y comenzó a succionarlo suavemente. Entonces se echó hacia atrás solo lo justo para colocar la frente contra la suya.


–Quiero que sepas que puedes decir «No» en cualquier momento. Quiero que seas capaz de decirlo. 


–No quiero que te detengas, Pedro. Quiero que me beses. Quiero que me toques, quiero que… 


Pedro no podía seguir soportando su deseo, bastante tenía con luchar con el suyo. Así que ahogó sus palabras con un beso. Los labios de Paula se entreabrieron para él, ofreciéndole acceso y convirtiéndose al mismo tiempo en su condena. Tiró suavemente del fino encaje del vestido, exponiendo los suaves y pálidos planos de su pecho, el cuello plateado… Ella apoyó la espalda en el cabecero de la cama y él se abrió camino a besos hacia sus senos. Las puntas sonrosadas de los pezones se alzaban sobre la piel blanca y brillante. Tomó uno en la boca, recorriendo con la lengua el rígido pico, arrancándole un gemido de placer y atrayéndola de manera instintiva hacia sí. 

Heridas Del Pasado: Capítulo 6

Sintió cómo Paula acortaba la distancia entre ellos, el calor de su cuerpo apretado contra el suyo. En las partes sin dañar, porque los nervios de la piel herida que cubrían casi la mitad de su torso habían perdido sensibilidad. Se preparó para el momento de abrir los ojos, esperando encontrar repulsión y horror en ellos, o incluso la mórbida fascinación que descubría en ocasiones. Pero lo que vió al abrirlos fue maravilla y algo parecido a la admiración. Ella estaba completamente embelesada. «No me gusta el fuego», había dicho Pedro. Sí, tenía el torso desfigurado gravemente por las cicatrices que le recorrían desde el antebrazo hasta el cuello, cubriéndole casi la mitad del pecho. Los dibujos que formaba la cicatriz en el pecho eran dolorosamente hermosos para ella, y no podía ni imaginar el dolor que debió experimentar para que se curaran, ni el tiempo que debió necesitar.


–¿Qué ves? –preguntó Pedro. 


Exigió casi. Y ella dijo las palabras que le vinieron a la cabeza.


–Magnificencia.


«Masculinidad pura». Aunque esto último no llegó a decirlo en voz alta. Dejaría claro el deseo que sentía. Extendió la mano, pero él la atrapó al vuelo y la envolvió con sus grandes dedos con suavidad y al mismo tiempo firmeza. Paula le lanzó una mirada fija, consciente de que estaba reteniendo el aire en los pulmones. Consciente de que tenía la piel en llamas por el deseo de volver a sentir la conexión que habían experimentado antes cuando se besaron. Apretó la mano de Pedro, entrelazada en la suya, y acortaron la distancia entre sus cuerpos. Él se contenía, pero ella se dió cuenta de que estaba haciendo un esfuerzo por contenerse. El instinto pudo más que ella y le depositó un suave beso en el pecho, en el músculo pectoral cubierto por una zona de cicatriz que le recordó a un gran roble blanco, nudoso y majestuoso al mismo tiempo. Trazó el camino que sus labios habían cubierto por el pecho con la mano libre, deleitándose al sentir cómo Pedro contenía la respiración.  Por muy inocente que fuera, podía reconocer el deseo en sus ojos porque lo sentía en su interior. Depositó otro beso en el centro de su pecho y se sintió extrañamente expuesta. Quería saberse rodeada por sus brazos, esconderse allí de aquella pasión que le resultaba abrumadora. Un escalofrío de deseo le recorrió todo el cuerpo, y fue entonces cuando él le soltó por fin la mano. Paula lo miró a los ojos, que estaban clavados en los suyos.


–No sigas.


–¿Por qué?


–No sabes lo que estás haciendo. Lo que estás pidiendo –afirmó él casi con rabia.


–Tal vez sea un poco ingenua, pero…


–¿Un poco ingenua? Eres completamente inocente, Paula.


–¿Y eso significa que no sé lo que quiero?


–Significa que no entiendes las implicaciones de lo que quieres.


–Eso le sucede a todo el mundo, ¿No?


–Esto es algo que debes hacer con alguien capaz de quedarse a tu lado.


«Nadie se queda nunca a mi lado», aseguró su mente, rebatiendo todos y cada uno de sus argumentos. Sabía en el fondo que aquello era lo que anhelaba con todo su ser. Nunca había estado tan segura de nada en su vida, y temía que si Pedro se alejaba ahora, perdería algo con lo que solo había soñado en sus noches más oscuras.


–No pido nada más que esta noche.


Pedro se había equivocado. Era una seductora. Una seductora que le estaba ofreciendo algo que le resultaba casi imposible rechazar. Era tan hermosa, tan pura… Una luz para su oscuridad, y terminaría arrastrándola con él si le daba lo que quería. Nunca se había permitido a sí mismo aceptar algo tan puro. Las compañeras de cama que escogía conocían el juego. El placer de dar y recibir, nada más. Porque había aprendido hacía mucho tiempo que cualquier otra cosa era un sueño ridículo. Pero se negaba a ser él quien le enseñara a Paula aquella lección. Y, sin embargo, no podía evitar pensar que si se alejaba ahora, si la dejaba allí sola, algo profundo dentro de él se rompería. 

Heridas Del Pasado: Capítulo 5

 –Ni siquiera sé cómo te llamas –murmuró Paula–. Para poder darte las gracias.


–Pedro.


Ella repitió su nombre, la palabra se le deslizó por la lengua, y vio un deseo repentino y profundo en sus ojos. Lo sintió. Y la alimentó con una confianza en sí misma que no sabía que tenía.


–Gracias, Pedro.


Él sacudió la cabeza quitándole importancia y se dió la vuelta. Pero Paula no estaba preparada para dejarle ir.


–Yo te he contado un secreto –dijo deteniendo su marcha mientras buscaba desesperadamente algo que decir–. Antes de que te vayas, ¿Te importaría compartir tú uno conmigo?


Pedro frunció entonces el ceño, como si recordara su anterior confesión, como si estuviera pensando si acceder o no.


–¿Como mi color favorito? –preguntó acercándose despacio a ella.


–No, eso ya lo sé. Es el azul –aseguró Paula sonriendo al ver su expresión asombrada–. Llevas un traje azul oscuro. La correa de tu reloj es de cuero azul.


Pedro había llegado hasta ella, y ahora que estaban tan cerca tuvo que echar el cuello hacia atrás para mirarlo. Era realmente impresionante, con aquellos ojos penetrantes del color de la miel clavados en los suyos.


–Hoy es mi cumpleaños –dijo casi en un susurro, como si de verdad estuviera compartiendo un secreto.


–¿De veras? –preguntó Paula con una gran sonrisa.


–Normalmente no… Celebro las cosas –murmuró casi como disculpándose.


Paula quiso decirle que lo entendía, que ella también odiaba celebrar su cumpleaños. Pero le pareció demasiado personal, demasiado intrusivo. Estiró el brazo con la botella de champán que todavía tenía agarrada y se la ofreció. Pedro la agarró con sus grandes manos y se la llevó a los labios sin apartar ni un instante los ojos de ella. Tras dar un buen sorbo, se la devolvió, y ella puso los labios donde habían estado los suyos. Aquella certeza le despertó de nuevo la sangre, provocándole un sonrojo en las mejillas y entre los senos. Pedro podía ver lo que su cuerpo estaba pidiendo, y temió que ni siquiera ella fuera consciente. Y que Dios ayudara a todos los hombres cuando fuera consciente de su poder. La belleza de aquella mujer podía hacer caer ejércitos enteros.


–Tú sabes cómo me llamo –afirmó él.


Paula sonrió y asintió, entendiendo lo que quería decir.


–Paula Chaves–afirmó con acento fuerte.


Pedro murmuró aquellas palabras casi inconscientemente, y ella lo miró a los labios de un modo que la bestia interior que había en él rugió de orgullo. No debería estar allí. Asintió brevemente con la cabeza a modo de despedida. Porque si no se iba de allí enseguida, tal vez no se iría nunca. Y ella era demasiado pura, demasiado inocente. Nunca la habían besado hasta aquella noche. Esbozó una sonrisa casi de disculpa y se dió la vuelta para marcharse. Había llegado a la puerta y tenía la mano en el picaporte, pero las palabras de Paula lo detuvieron.


–¿Puedo preguntarte una cosa más antes de que te vayas?


Él giró la cabeza sin saber qué esperar. Pero desde luego no era lo que dijo ella a continuación. 


–¿Me enseñas tus cicatrices?


Pedro escuchó en su interior un rugido furioso, como si una herida grande se hubiera reabierto. Se le debió notar en la cara, porque Paula dió un paso atrás. Él se arrepintió al instante. No quería que se asustara. Pero se asustaría igualmente si veía las cicatrices. Como todas. Recordó la primera vez que se desnudó ante una mujer. A los diecisiete años, era lo bastante ingenuo como para pensar que Malena sentía algo por él. Pero, ¿Por qué no enseñárselas a Paula? No volvería a verla jamás cuando saliera de aquella habitación.


–No son bonitas –le advirtió.


–Eso me da igual –respondió ella desafiante sin apartar los ojos de los suyos ni un instante.


Allí estaba aquella fuerza otra vez. El acero que había reconocido dentro de su suave perfección. Pedro apretó los dientes, se dió la vuelta y regresó a su lado, sacándose la camisa de la cinturilla del pantalón mientras se acercaba. Se desabrochó los botones uno a uno, y Paula siguió manteniéndole la mirada. Cuando llegó al último botón, la miró una última vez antes de quitarse la blanca camisa y dejarla a un lado. Paula no apartó la mirada al principio, y eso tenía que reconocérselo. Pero Pedro terminó por cerrar los ojos, no estaba dispuesto a ver aquellas hermosas facciones arrugadas por el asco. 

martes, 25 de abril de 2023

Heridas Del Pasado: Capítulo 4

 –Pero no te gusta –afirmó.


–No me gusta el fuego.


–Yo no puedo trabajar sin él –respondió ella sin indagar sobre la causa de sus heridas. 


Agitó las pulseras de plata que le colgaban de la muñeca. Joyas. Seguramente se dedicaba a la joyería.


Pedro no se había dado cuenta de lo fuerte que era la luz del salón de baile hasta que se apagó. La gala benéfica debía haber terminado y el personal del hotel había terminado de limpiar. Miró de reojo el reloj y vio que eran casi las dos de la madrugada.


–¿Qué vas a hacer ahora? –preguntó a la joven.


Ella se encogió de hombros.


–No lo sé. No puedo volver a la suite porque mi hermano estará allí y no estoy preparada para…


–No puedes quedarte toda la noche aquí –aseguró Pedro–. El hotel está completo por la gala. Puedes quedarte en mi suite.


Y por primera vez en la noche, fue como si sus palabra hubieran roto el hechizo. Allí estaba la vacilación, la incertidumbre sobre sus intenciones. Pero no tenía nada de qué preocuparse.


–Estarás sola en ella –aseguró levantándose y poniendo freno a sus deseos–. Vamos –dijo tendiéndole la mano. 



Paula lo siguió a través de los oscuros pasillos del hotel, agarrada a la botella de champán con la que se había hecho al principio de la noche, agradecida de que él mantuviera la cordura, cuando estaba claro que la de ella había salido volando. Porque al principio, cuando le dijo que podía quedarse en su suite, tuvo un momento de inseguridad. Pero luego, cuando añadió que estaría sola en ella, se sintió… Decepcionada. Y eso era absurdo. Hasta ella misma podía reconocerlo. Después de todo, acababa de decirle que estaba enamorada de otro hombre. Pero Ignacio nunca, nunca había despertado en ella los sentimiento que aquel hombre le suscitó con su presencia, su contacto… Sus labios. Sabía que debería sentirse avergonzada, pero no era capaz. Los anchos hombros del desconocido ocupaban casi por completo la anchura del pasillo tenuemente iluminado mientras ella le seguía. Era grande en comparación con ella. No se consideraba pequeña con su metro sesenta y cinco de altura, pero él debía sacarle al menos treinta centímetros. El hombre se detuvo al final de la última puerta del pasillo, sacó una llave tarjeta y la abrió, haciendo un gesto para dejarla pasar. Tardó unos instantes en captar el increíble lujo de la habitación. Sí, su familia tuvo mucho dinero en el pasado, pero su pequeño departamento compartido en el sur de Londres era la prueba de la situación actual. ¿Y aquello? Mullidas alfombras y enormes ventanales que se abrían a la impresionante vista del panorama nocturno de Lac Peridot. Atisbó por el rabillo del ojo los muebles obscenamente caros y una puerta que seguramente llevaría al dormitorio y al baño incorporado. Se giró, esperando encontrarlo justo detrás de ella. Deseando que así fuera. Pero lo encontró en el umbral, como si se mostrara reacio a entrar. 

Heridas Del Pasado: Capítulo 3

Paula deslizó la mirada por su rostro sin saber qué buscaba. Sintió cómo se le erizaba el vello de la piel, pero resistió el deseo de estremecerse bajo su mirada, porque tenía miedo. No de él, sino de lo que le estaba sucediendo. Él frunció el ceño un instante, como si estuviera librando una batalla interior. Luego extendió el brazo y le alzó la barbilla con un dedo, mirándola como si la estuviera inspeccionando.


–¿Estás segura?


Paula asintió, incapaz de hablar. Él se movió despacio, como dándole la oportunidad de darse la vuelta, de cambiar de opinión. Observó con los ojos muy abiertos y expresión fascinada cómo inclinaba la cabeza hacia ella Y… en lugar de presionar los labios contra los suyos, apretó la mejilla contra la suya como acariciándola hasta que finalmente giró la cabeza hacia la suya y le rozó los labios. Una vez. Y luego dos. Se le expandió el corazón ante la sensación suave y al mismo tiempo firme de sus labios. Algo en su interior salió a la superficie de la piel reclamando llegar a él, sentir más que aquel contacto. El fuego atravesó las venas de ella, el corazón le latía con tanta fuerza que temía no volver a recuperar nunca el equilibrio. Entonces se abrió a la lengua del hombre y la encontró con la suya. La primera e impactante sensación de notarlo dentro de ella la llenó de una sensación deliciosa. Se perdió por completo en el beso, en el baile de sus cuerpos, en la sensación embriagadora que la consumía. No pudo contener un gemido de placer que le surgió de los labios, y lo lamentó a instante porque el dejó de besarla y apoyó la frente en la suya, respirando agitadamente, como si estuviera tan impactado como ella.


–¿Es… Es siempre así? –se atrevió a preguntar Paula.

 

–No –respondió él sombríamente–. Nunca.


Le tomó una mano en la suya con delicadeza, acariciándosela hasta que tropezó con la cicatriz que le cubría la palma hasta la muñeca. Paula apartó la mano y se rio con cierta sonrojo.


–Mi madrastra las odia –confesó, consciente de que sin duda había notado las pequeñas cicatrices y punzadas que tenía en los dedos, aparte de la más grande–. Dice que las damas de alta alcurnia deberían tener unas manos inmaculadas y finas. 


–¿Y tú qué piensas? –preguntó él.


Paula dió la vuelta a sus manos y las observó con imparcialidad por primera vez en mucho tiempo. Viéndolas como algo más que una parte del cuerpo, como las herramientas que utilizaba para crear sus piezas de joyería, para fundir y moldear metales preciosos, para crear cosas bonitas.


–Yo creo que hablan de trabajo duro, sacrificio y lecciones duramente aprendidas, y estoy orgullosa de cada una de ellas.


A Pedro le resultó extraño escucharla hablar de aquel modo de un tema que para él había marcado tanto su vida, y que lo hiciera con orgullo y desafío en lugar de con asco o una fascinación enferma. Él se había encontrado con ambas reacciones. Y luego había otro tipo de mujeres, las que simplemente veían lo que él podía darles en lugar de las cicatrices que cubrían casi la mitad de su torso.


–Tú no lo entenderías –aseguró la joven.


Y Pedro se rió con ganas y ella lo miró con asombro. Entonces él asintió, se aflojó la corbata y se desabrochó el botón superior, luego ladeó la cabeza y se tiró ligeramente del cuello de la camisa. Sabía que así vería una parte de las cicatrices que le besaban el cuello brillar bajo la luz de la luna.


–Lo siento.


Mientras se volvía a abrochar la camisa, reflexionó sobre las veces que había escuchado aquella frase. Desde los médicos y enfermeras que lo trataron al principio hasta el propio Sergio. Y peor, de las mujeres que finalmente decidían que no podían soportar tocarlo. Todos tenían aquel tono de compasión mezclada con repulsión. Pero la voz de aquella mujer no era así y por primera vez preguntó:


–¿Qué es lo que sientes?


–Que creas que tienes que esconderlas.


Pedro sintió una descarga que le atravesó el cuerpo. Nadie le había dicho nunca algo así.


 –Las mías son de fundir –continuó ella–. Es…


–Ya sé lo que es fundir –Pedro sintió que el tono le hubiera salido más áspero de lo debido–. Interés profesional. Me dedico a la minería.


Ella asintió, como si aquello lo explicara todo, incluida su multimillonaria empresa, de la que claramente no sabía nada. 

Heridas Del Pasado: Capítulo 2

 –Me temo que solo queda espacio de pie.


Su respuesta le sorprendió, y también el acento cantarín y dulce.


–Toma asiento –lo invitó finalmente.


Algo confundido, Pedro obedeció y ocupó un lugar a su lado en la cómoda hierba. Exhaló un suspiro de alivio. Se alegraba de no estar en la fiesta. Odiaba aquella parte de su trabajo como director general de Industrias mineras Alfonso. «El chismeo», como lo denominaba Sergio. Pedro prefería llamarlo «pérdida de tiempo», pero no pensaba discutir con su director, amigo más íntimo y tutor legal en el pasado. El responsable de comercio andorrano había decidido que aquella gala benéfica sería un buen punto neutral para sondear una posible operación minera con el principado. Miró de reojo a la mujer que tenía al lado. Era muy joven.


–¿Quieres un poco?


Pedro sacudió la cabeza cuando le ofreció la botella. No tenía costumbre de beber, se negaba a permitir que nada le embotara los sentidos hasta semejante extremo. Permanecieron en silencio unos instantes, como si ninguno de los dos se sintiera obligado a hablar. Era un alivio.


–¿Tú crees que hay cosas que son imperdonables? –preguntó al aire de la noche sin mirarlo.


Pedro escogió cuidadosamente las palabras antes de hablar.


–Creo que en toda historia siempre hay dos partes.


Ella se quedó pensativa unos instantes.


–Esta noche he roto un compromiso.


–Bueno, en ese caso o él no valía la pena o ella no ha sido lo bastante constante en sus sentimientos. 


–¿Así de simple?


–Normalmente es sencillo cuando sacas a tus sentimientos de la ecuación –algo que a él se le daba bien–. ¿Lo amas? –preguntó con curiosidad.


–Creía que sí.


También conocía aquella sensación.


–Entonces, o te mintió a tí o la mintió a ella.


–No, no es eso. Quiero decir, yo nunca… Él nunca… 


Pedro frunció el ceño ante su confusión. Entonces ella se giró para mirarlo y sintió por primera vez el impacto de toda la fuerza de su belleza.


–¿Qué se siente cuando te besan?


Él dejó escapar un aire que no sabía que estaba reteniendo.


–¿Creías que lo amabas pero nunca lo has besado? –preguntó sin poder disimular la incredulidad.


«¿Qué se siente cuando te besan?». Paula estaba avergonzada. No tendría que haber hecho semejante pregunta, y menos a un hombre como aquel. Aunque no sabía quién era ni conocía su nombre, estaba claro que él sí sabía lo que era besar, acariciar… Un sonrojo le cubrió las mejillas, y confió en que no lo hubiera percibido bajo el cielo estrellado. Se sentía ingenua y pequeña a su lado, porque tenía una presencia corporal imponente. Tenía unos brazos y unos músculos fuertes, pómulos altos cubiertos por una barba corta y unos labios sensuales. Los ojos de un color avellana tan brillante que podría haberse perdido en sus profundidades. Pensó que no iba a contestarle, y dio un respingo cuando lo hizo.


–Hay muchos tipos de besos. Besos manipuladores, para conseguir lo que uno quiere. Besos crueles para castigar. Y besos suaves que una madre le da a su hijo –murmuró–. Y luego están los besos apasionados, que suelen ser un poco egoístas. Pero, ¿El primer beso? ¿Sinceramente? Casi con toda seguridad, incómodo y confuso.


Paula se sintió algo triste al escuchar aquello.


–Entonces a lo mejor debería quitármelo de encima sin más.


El hombre se rió suavemente.


–A lo mejor.


–¿Serías tan amable de besarme ahora?


Entonces aquel hombre de quien no conocía siquiera el nombre la miró. Y Paula lo sintió. El estremecimiento mientras aquella mirada penetrante le llegaba hasta las profundidades del alma, como si la comprendiera. Aquello era lo que quería, se dió cuenta. Durante todos aquellos años. Alguien que la entendiera. Y que después decidiera quedarse. 

Heridas Del Pasado: Capítulo 1

"Estúpida, estúpida, estúpida". ¿Qué diablos había hecho? Paula había salido corriendo del suntuoso salón de baile del hotel La Sereine tras su discusión con Ignacio, temblando por la devastación que había visto en sus ojos y en los de su prometida cuando reveló accidentalmente el plan de él de dejar a Sofía en el altar. Ignacio Tersi, el hombre al que pensaba que amaba desde hacía seis años. Pero no era así. Se dio cuenta de ello cuando vió el horror y la tristeza reflejados en los rostros de la pareja de prometidos. Nada de lo que había sentido alguna vez por Ignacio había suscitado tanto dolor.


Paula Chaves aspiró con fuerza el aire mientras sentía cómo le caían libremente las lágrimas por las mejillas. Lágrimas por ellos y por sí misma. Porque sabía que había destrozado algo entre ellos que había buscado para ella durante mucho, mucho tiempo. Sabía que lo que pensaba que sentía por Ignacio no era más que un deseo desesperado de ser amada. Se maldijo a sí misma por su debilidad. Una parte de ella deseaba desesperadamente volver, explicárselo a Sofía y disculparse con Ignacio… Pero lo cierto era que temía causar más daño que otra cosa. Así que se dejó caer sobre la suave hierba que rodeaba el lago bajo el cielo nocturno. Agarró con fuerza el cuello de la botella de champán a la que se había agarrado mientras lanzaba las palabras que amenazaban con romper el lazo entre dos personas que claramente se amaban. Nunca había sido muy de beber, pero a sus veintidós años, pensó que si había algún momento bueno para emborracharse hasta perder la consciencia, sin duda era aquel. Ignacio, el mejor amigo de su hermano mayor, había estado presente en su vida desde que ella cumplió dieciséis años. Gonzalo e Ignacio se habían unido al instante tras un acuerdo empresarial beneficioso para ambos, y no había ni un solo recuerdo familiar en los últimos seis años en el que no estuvieran los dos. Contuvo una carcajada al pensar en la palabra «Familia». No había visto a su padre ni a su madrastra en casi dieciocho meses. Y estaba bien así. Se preguntó qué pensaría su padre de lo que había pasado. Seguramente le dedicaría aquella mirada con la que en realidad no la estaba viendo a ella, sino a otra mujer, una a la que había amado tanto que no fue capaz de recuperarse de su pérdida. Y luego daría un respingo cuando empezara a hablar, porque entonces se vería que no era su madre por mucho que se parecieran. No tenía recuerdos de ella, ni ningún objeto heredado. Valeria, su madrastra, se había encargado de que fuera así. Solo conservaba un collar. El que siempre llevaba puesto como homenaje a la mujer que había muerto dándole la vida. Alzó la vista hacia el cielo nocturno y se presionó los párpados con las palmas de las manos. Oh, Dios, ¿Qué había hecho?


–¿Está ocupado este asiento?


Desde el momento en que Pedro vió aquella figura al lado de Lac Peridot, un extraño instinto de autoprotección le hizo saber que debía marcharse de allí. Salir corriendo. Desde la vacía baranda que rodeaba el salón de baile del hotel andorrano, donde estaba celebrándose una gala benéfica, había visto a aquella mujer de pelo oscuro vestida de encaje blanco bajo la luz de la luna. Pedro Alfonso sabía que no era prudente acercarse a una mujer que estaba tan claramente perdida en sus pensamientos, pero no pudo evitarlo. Había algo bellamente trágico en ella. La joven se sentó de manera descuidada y miró hacia el lago con una botella entre la tela del vestido. No se trataba de una seductora experimentada, su habitual compañía. Había en ella una inocencia, un brillo, que lo atraía. Aunque no era en absoluto un caballero andante. No. Era la bestia sobre la que las madres alertaban a sus hijas. Por primera vez desde hacía años, no podía negarse el deseo de ver más de cerca a la mujer que le había atrapado la vista y la imaginación. Se apartó de la baranda y dejó atrás los sonidos y el ambiente del baile para caminar despacio por la suave hierba, deteniéndose a un metro de donde estaba la joven.


–¿Está ocupado este asiento?


Ella se lo quedó mirando desde la hierba. La confusión se reflejó un instante en el rostro de la joven. 

Heridas Del Pasado: Sinopsis

La mujer a la que no podía olvidar… ¡El hijo al que no podía renunciar!


Salvaje. Poderoso. Millonario. A Pedro lo precedía su reputación. ¡Y él quería que siguiera siendo así! Era una manera de protegerse de su traumático pasado. Hasta que la encantadora Paula entró en su mundo de inimaginable riqueza… Y puso del revés su vida cuidadosamente ordenada con una noche de pura pasión. Era la única mujer capaz de ver al hombre que había detrás de las cicatrices. Pero Pedro la apartó de sí para protegerla. Y ahora Paula había regresado con una noticia que lo obligaba a cuestionarse todo: Estaba embarazada.

jueves, 20 de abril de 2023

Refugio: Capítulo 53

La boda fue sencilla y bonita. Se celebró en el registro civil, recientemente instalado en el centro cívico que había diseñado Pedro. Decidieron hacerlo en Londres porque la mayoría de sus familiares y amigos vivían cerca de allí. Agustín y Fiorella llegaron a Londres con los abuelos de Pedro. Los padres de Agustín se quedaron en Dorset para ocuparse de las vacas de Paula, que ahora ya eran la propiedad del granjero. Desde que había vendido el ganado, la futura mamá no había hecho otra cosa que dormir. Pedro y Paula prepararon la boda sólo dos semanas antes del enlace. El joven no quería dejarla escapar.


—Cuanto antes nos casemos, mejor. Además, Matías necesita el departamento —dijo Pedro, de buen humor.


El arquitecto le vendió a su amigo el piso con todo el mobiliario, teniendo en cuenta que ese tipo de muebles no pegaban nada con el estilo de la granja. Además, alquiló un pequeño local en Dorchester para montar su estudio, hasta que la granja estuviera en condiciones.


Se casaron un día soleado del mes de abril. La luz lanzaba chispas, reflejándose en el Támesis y las gaviotas hacían guiñar los ojos con el vaivén de sus alas. Paula pensó que ese lugar tan emblemático para sus vidas tenía que ser el adecuado para unirse en matrimonio. La celebración se llevó a cabo en el restaurante con los ventanales que daban al río abiertos de par en par. Tras los brindis y los discursos comenzó la fiesta. Los camareros retiraron las mesas y un disc-jockey se ocupó de poner todo el rato canciones de amor. Completamente desinhibidos, Pedro y Paula estuvieron bailando prácticamente toda la velada, ajenos a los invitados que les animaban y felicitaban.


—No sabía que te gustara tanto bailar… —rió Paula, dándose cuenta de que Pedro se ponía colorado.


—No sé de qué me hablas…


—Luego te lo explico, mi amor —replicó Paula, dándole una palmadita en la mejilla.


Agustín se acercó y el semblante de Pedro se oscureció.


—Pedro ¿Querrías prestarme a la Señora Alfonso para bailar una canción? Fiorella no soporta más mis pisotones…


—Está bien —sonrió el joven—. Pero con una condición. Que me devuelvas el favor con tu futura esposa.


Ambas parejas comenzaron a bailar disfrutando del cálido ritmo de la música. Agustín miró a Paula de arriba a abajo.


—Estás guapísima y espero que seas muy feliz, porque te lo mereces, Paula.


—Gracias, Agustín. Yo también te deseo que seas feliz con Fiorella. Los dos se lo merecen.


—¿Vendrán a nuestra boda?


—Por supuesto.


—Lo dices por pura educación.


—Mira, Agustín, una boda no tiene nada que ver con las buenas maneras. Se trata de la unión entre dos personas que se aman y que quieren compartir ese día tan señalado con sus amigos. Te prometo que iremos a su enlace, tal y como han venido al nuestro.


En ese momento se paró la música.


—Sería mejor que nos retiráramos para que los invitados puedan ir marchándose —propuso Pedro a Paula.


—De acuerdo. 


—¿Pau, le vas a tirar tu ramo a alguien en especial? Hay que seguir la tradición.


—Sí, ya sé.


La señora Alfonso siguió el consejo del señor Alfonso y le tiró el maravilloso ramo a Fiorella y Agustín, que rieron encantados.


Los recién casados salieron del restaurante entre confetti y los buenos deseos de los invitados. Cruzaron el hall de entrada, donde se encontraba el ascensor. Llegaron al ático y entraron en el departamento. Los dos enamorados se abrazaron.


—Ha sido un día precioso, ¿Verdad?


—Estoy encantada de que lo hayamos celebrado aquí, Pedro.


—Y yo también me alegro de pasar la noche en el que ha sido mi departamento.


—¿Por qué?


—Porque nos vamos a dar un baño en el jacuzzi.


—Estupendo…


—¿Cómo se quita este vestido?


—Es fácil, hay que bajar la cremallera —dijo Paula, deshaciéndose del traje de novia y acercándose al baño de burbujas.


Pedro se quitó su traje oscuro sin perder de vista ni un instante a su esposa. Ambos se metieron en la bañera y dejaron cerca del borde una botella de Champán con dos copas. La descorcharon y brindaron por su amor.


—Por nosotros, señora Alfonso. Por nosotros tres…


Paula elevó la copa y dijo:


—A nuestra salud —y bebió un sorbito del vino cuyas burbujas le hicieron cosquillas en la nariz, mientras que las burbujas del baño le hicieron sentir alegría por todo el cuerpo.


La novia estaba exultante. Se acomodó en la parte de la bañera que le correspondía y con la punta del pie comenzó a escalar el muslo de Pedro… Los ojos del novio se dilataron y, con un gesto elegante, puso a su mujer sobre él y le dijo: 


—Te quiero.


Fue entonces cuando Paula pudo comprobar que su marido sabía moverse muy, pero que muy bien. 






FIN

Refugio: Capítulo 52

 —Y tú ¿Cuándo te has preocupado por mi cerebro? Te recuerdo que también a tí te interesaba mi cuerpo.


Entonces, Pedro se puso a decir tonterías de puros celos que tenía hasta que Paula soltó una carcajada.


—¿Por qué pediste información acerca de las propiedades de Dorset?


—Porque pensé que podría estar junto a tí, para ver si cambiabas de opinión.


—No he cambiado de opinión: No me voy a instalar en Londres —dijo Paula tranquilamente.


—Y entonces, ¿Por qué te vas a casar con Agustín?


—¿De veras crees que me casaría con él?


—No lo sé. Me doy cuenta de que tampoco te conozco tanto como pensé en su día.


—No me voy a casar con él, Pedro. Le voy a vender el ganado para que se lo regale a Jenny, su novia.


—Mi abuela no me lo había explicado claramente… Siempre se sale con la suya. Pero no entiendo por qué vendes tus vacas, a las que tanto quieres.


—Estoy embarazada, Pedro.


—¿Cómo…?


—Voy a tener un niño, por eso voy a vender la granja y me voy a vivir a Berkshire, para que veas de vez en cuando al niño. Es que soy incapaz de vivir en Londres. No podría criar a mi hijo allí…


—¿El niño es mío?


—¡Por supuesto, de quién iba a ser si no!


—De Agustín…


Paula se puso a reír.


—Fiorella me habría matado, antes de que me acercara a Agustín… Además, ya te he dicho mil veces que es simplemente mi vecino — continuó diciendo la granjera—. Te quiero, Pedro. Pero quiero ser yo misma. No soportaría las servidumbres de la capital.


—Olvídate de Londres. Yo también la detesto. Ayer tuve que pagar una fortuna porque la grúa estuvo a punto de llevarse mi coche —dijo Pedro—. Paula, cásate conmigo y vivamos aquí con nuestro hijo. Podríamos arreglar algunas partes de la granja y convertir los establos en un estudio para que yo pudiese continuar trabajando desde aquí.


—¡Pero si todo esto es horrible comparado con tu maravilloso departamento!


—Un cliente me ha hecho una espléndida oferta… Y no voy a rechazarla.


—¿Venderías tu departamento? Al fin y al cabo, representa la culminación de tu éxito profesional.


—No, eso sólo significa un montón de ladrillos y cemento. Mi verdadero éxito es éste —dijo el arquitecto posando su mano sobre el vientre de Paula.


Paula se lanzó a los brazos de Pedro, sin poder evitar soltar un gemido.


—Pensé que nunca dejarías la capital. ¿Qué va a pasar con tus clientes?


—La mayoría de ellos vive ahora entre el campo y Londres. Lo ideal de vivir aquí es que nos evitaremos los insufribles atascos londinenses cada vez que tengamos una reunión.


—Pero esta casa es horrible…


—Es maravillosa.


—Es un desastre.


Pedro sonrió.


—Necesita un poco de atención, ya verás cómo queda preciosa… Lo vas a disfrutar de lo lindo. Pondremos rosas a los dos lados de la entrada…


—Ya hay un par de rosales, de hecho —dijo Paula, riendo alegremente.


—¿Lo ves? La casa es perfecta…


—Pero tengo que pagar la hipoteca —dijo Paula, preocupada.


—Yo puedo comprarte la granja y, con ese dinero, tú puedes hacer una inversión, para cuando no me soportes más.


—O cuando tú quieras vivir sin mí.


—Eso no ocurrirá jamás —dijo Pedro, tomándola por la espalda—. Te he echado mucho de menos, mi amor. Me resultaría imposible vivir sin tí. De hecho, he intentado olvidarte trabajando más de lo normal, pero has estado en mi mente día y noche. 


El hombre la estrechó con pasión y ella le devolvió el abrazo poniéndose frente a él.


—Yo también lo he pasado fatal —reconoció Paula—. Nunca pensé que pudiese echar tanto de menos a un ser humano.


—Deberíamos haber hablado tranquilamente de todo esto. Así me podrías haber comunicado antes lo de tu embarazo.


—Pensé que te sentirías obligado a ejercer de padre y mudarte a Ealing o Richmond, algún sitio lo suficientemente cerca de tu trabajo. La otra alternativa habría sido vivir en el campo y eso habría arruinado tu carrera profesional.


—Paula, no tienes que preocuparte por mi carrera. Desde que gané el premio, he podido rechazar los proyectos que no me interesan. También me he creado algún que otro enemigo… He dejado a un lado a clientes a los que no podría haber contentado.


—Eso no augura nada bueno —comentó Paula, mirando a Pedro a los ojos.


El arquitecto sonrió.


—El otro día, una antigua clienta llamada Patricia Kennedy me acosó sexualmente. Por supuesto, no accedí a su proposición.


—Espero que pudieses escapar —le comprendió la joven, mientras le estrechaba aún más en sus brazos.


—Fue verdaderamente triste por ella y por su marido, que ya no puede contentarla sexualmente… Te amo Paula, y nunca podré querer a nadie más como te quiero. No tienes por qué preocuparte de mis clientes.


—Está bien —aceptó Paula, mirándolo a los ojos—. Pedro, confío en tí y espero que puedas confiar en mí tú también.


—Por supuesto que confío en tí. Aunque no en Agustín… —dijo Pedro, riendo.


—Agustín va a estar muy ocupado con Fiorella los próximos años.


El hombre se separó ligeramente de su amada.


—¿Puedo hacer una llamada?


Paula sonrió.


—No me lo digas: Vas a hablar con tu abuela.


Pedro le devolvió la sonrisa, burlonamente.


—¿Cómo lo sabes?


Paula puso agua a calentar mientras lo observada de lejos. Se dió cuenta de que su amado la miraba con verdadero apetito.


—Quizá necesites dormir una pequeña siesta para reponerte de tu viaje —dijo Jem con picardía.


—Lo has adivinado.


La granjera retiró el agua del fuego y ofreciéndole la mano a su amante, subió al dormitorio lentamente.



Refugio: Capítulo 51

A continuación, fue a visitar a Patricia y tuvo que estacionar en doble fila: La multa iría incluida en la minuta. La clienta estaba vestida con ropa liviana y le recomendó Pedro que se relajara.


—Sube al dormitorio, los planos para la azotea están extendidos sobre la cama. Yo voy un momento al cuarto de baño.


Cuando salió, Patricia llevaba un salto de cama que la dejaba prácticamente al desnudo. Pedro cerró los ojos y dijo:


—No, Patricia, por favor. No destruyas nuestra relación profesional. Los conozco a tí y a Antonio desde hace un montón de años y no quiero arruinarlo todo.


—Oh, Pedro, te quiero. Antonio ya no puede hacerme feliz en el sentido que estás pensando, además está fuera. Podrías prestarme un poco de tu calor… Te necesito, querido.


—Patricia, lo siento, pero no va a funcionar.


—Mírame, dime: ¿Qué ves?


La mujer se paseó ante su vista. El joven arquitecto no contestó. Tenía delante a una mujer que luchaba desesperadamente contra el paso del tiempo. Estaba demasiado bronceada, llevaba implantes de silicona e incluso lentes de contacto de color azul. Todavía, con las curvas propias de la edad y su auténtico color de ojos, resultaría por lo menos interesante.


—Lo siento, pero me marcho —dijo Pedro, mientras le besaba en la mejilla.



—¿Qué pasa con los planos?



—Envíamelos por correo.



El joven bajó a la calle y descubrió que la grúa se estaba llevando su BMW. Estuvo a punto de discutir con el agente de Policía, pero se calló y pagó la multa convenientemente. Cuando terminó con el problema del coche, ya no llegaba a su cita con el segundo cliente. Había perdido otro posible proyecto… Cuando llegó a casa, en su contestador había un mensaje de otro cliente. 


—Hola, Pedro. Soy Matías. Te llamo porque necesito un departamento en Londres como el tuyo. ¿Sabes si queda alguno en venta? Llámame. Hasta pronto.


Pedro se puso cómodo en el sofá, pensando en el día tan frustrante que había tenido. Se puso una copa de whisky y llamó a Matías.


—Lo siento, pero todos los apartamentos están vendidos y el mío no está en venta.


—Te pagaría lo que quisieras.


—Proponme una cifra…


El arquitecto casi se atraganta con la respuesta y dijo:


—Bueno, lo pensaré. Adiós.


Londres estaba empezando a agobiarle y pensó que, después de todo, quizá Paula tuviera razón. Si le vendía el departamento a Matías por esa suma, podría comprar alguna casa en Dorset, cerca de la granja de ella. Podría habilitar su propio estudio para seguir con su trabajo como arquitecto. De ese modo, Paula no tendría que vivir en Londres, ni abandonar a sus vacas. A lo mejor, con el tiempo llegarían a conocerse mejor e incluso ella le aceptaría en matrimonio. La granja sería el lugar ideal para vivir. Lo único que habría que acondicionar serían los establos y tendrían que encontrar espacio para su estudio… Se terminó la copa y trabajó un poco con una cuestión de papeleo. Rápidamente, se fue a la cama. A la mañana siguiente, se puso en contacto con varias inmobiliarias de Dorchester y les pidió que le enviaran información sobre cualquier propiedad de la zona que estuviera en venta. Más tarde, se dirigió en coche a Kent, para preparar un nuevo proyecto. Allí, puso en marcha los primeros esbozos para la rehabilitación de un secadero de lúpulo. De vuelta a casa, tenía otra llamada en el contestador. La contestó y pidió por teléfono comida preparada a una tienda cercana. Pedro se la comió y se fue a dormir. A la mañana siguiente, recibió mucha información de las agencias inmobiliarias. Se sentó para echar un vistazo y, de repente, descubrió que la granja de Paula estaba en venta. Inmediatamente después, llamó a su abuela.


—¿Me quieres decir por qué demonios se vende la propiedad de Paula…?


—Te iba a llamar hoy, pero no sabía muy bien cómo decírtelo.


—¿Qué le pasa a Paula?


—Le va a vender el ganado a Agustín como regalo de boda.


—¿Agustín Stockdale? —dijo Pedro, notando cómo se le helaba el corazón.


—Es mejor que vengas por aquí y vayas a verla. No tiene aspecto de encontrarse muy bien.


—Yo tampoco estoy bien, abuela. Ahora mismo voy a la granja — concluyó el arquitecto, pensando en la cantidad de trabajo que se le iba acumulando en el estudio.


Metió un par de prendas en una maleta y salió hacia Dorset. Llegó en menos de dos horas ignorando los límites de velocidad. Eran las diez de la noche cuando apareció por la casa de Paula.


—¡Pedro… Qué alegría!


—¿Me quieres contar qué es lo que te pasa? —preguntó el joven, tomándola por el brazo e introduciéndola en la cocina.


—No me toques, no me gusta que me pongas las manos encima para hablar conmigo —replicó Paula.


Pedro no se había dado cuenta de lo que había sobre la mesa y la granjera suspiró pacientemente.


—Me ha dicho mi abuela que te vas a casar con Agustín. No sólo le vas a vender las vacas sino que vas a vender la granja también.


Paula era consciente del enredo que tenía Pedro en la cabeza. ¿Por qué habría pedido información sobre Dorset? Era posible que hubiese pensado en trasladarse por la zona… La joven comenzó a explicarle su situación.


—Agustín se ha portado muy bien conmigo.


—Tenía el ojo puesto en las vacas y en tu cuerpo. ¿Pero, acaso en tu cerebro? 

Refugio: Capítulo 50

 —Lo siento, pero todavía me parece estar viéndote llegar, hace un año, en tu coche caro, procedente de la capital…


—Eso era antes, ahora no soy así. Es más, creo que nunca he sido así.


Paula preparó el té y se lo tomaron tranquilamente.


—¿Qué vas a hacer?


—¿Con el bebé? Pues tenerlo, por supuesto.


—¿Y seguir viviendo aquí?


—Sí, bueno, no sé… ¿Crees que podría con el bebé y la granja a la vez? El problema es que sin las vacas no puedo hacer frente a la hipoteca con la que estoy pagando las deudas del tío Tomás. Si me dedico a trabajar, no puedo dejar todo esto así como así. La granja entera necesita un mantenimiento que resulta muy caro. Supongo que tendré que volver a la vida profesional.


—¿Cómo abogada? —preguntó Agustín.


—Sí. Odiaba tener que tratar todo el rato con matrimonios rotos… Pero bueno, quizá pueda introducirme en otra rama de la abogacía.


—¿Te vas a replantear la propuesta de matrimonio de Pedro?


—No si eso implica que me voy a casar con medio Londres. Tenías que haberlo visto. Parecía como si Sam les perteneciera, y él dominaba la situación perfectamente. Sin embargo, yo detesto las relaciones públicas.


Paula siguió hablando de los inconvenientes que tenía el departamento de Pedro. Que si era un espacio diáfano donde el niño molestaría a su padre, que si tenía una escalera peligrosa, que si los muebles eran de lujo. Aunque el departamento era una preciosidad, no era el lugar más adecuado para criar a un niño. Al cabo de un rato, se bebió sorbito a sorbito su taza de té y le preguntó a Agustín.


—¿Qué te parece si le regalas a Fiorella mis vacas? 




Pedro estaba muy ocupado. Más incluso que en la época de la inauguración del nuevo centro cultural. Además, no quería estar en su departamento porque allí, todo le recordaba a Paula. Nunca se había parado a pensar que un desengaño amoroso pudiese afectar tanto a una persona. Los días soleados le parecían carecer de color e incluso las películas más divertidas le resultaban tristes. La música que oía en las tiendas o en la radio le mataban de amor. Incluso la música clásica en el coche le hacía daño. Utilizaba mucho su BMW para ir al enclave de un nuevo proyecto. Se trataba de una obra sin complicación, lo que le dió tiempo suficiente para atender todas las entrevistas que había concertado después de ganar el premio de diseño. Las citas le hacían salir de Londres con destino al Sudoeste de Inglaterra. Visitó Surrey, Hampshire, Wiltshire e incluso Dorset, aunque lejos de la granja de Paula. Algunos clientes le preguntaban por la joven y él tenía que contestar que ya no la veía, con el consiguiente dolor en el corazón. Sus padres estaban preocupados por el mal estado en el que se encontraba. Apenas se cuidaba, no se miraba en el espejo ni para reconocerse… Cada segundo de su vida era una tortura, y le hacía sentirse como si se fuera a hundir constantemente. ¡Echaba tanto de menos el calor y la figura de Paula!


Cinco semanas después de la inauguración tuvo una llamada: Se trataba de una clienta y amiga que necesitaba su asesoramiento para realizar reformas en el tejado de su casa. Pedro no entendía muy bien por qué Patricia Kennedy, una mujer complicada, tenía tanto interés en que fuera personalmente a preparar las reformas de la casa. Ese día tenía la agenda muy apretada, sin embargo, consiguió hacer un hueco para visitarla. En su primera cita del día, Pedro se libró de una multa por haber estacionado mal el coche. No le interesaba especialmente el proyecto por lo que dejo pasar la ocasión de captar nuevos clientes en Hampstead. 

Refugio: Capítulo 49

Pasaron varias semanas y Paula estaba realmente desanimada, por la dureza del clima y por la pena de no volver a ver a Pedro. Sacó las vacas al pasto y pensó que tenía que limpiar el establo con el tractor. Para eso hacía falta dinero. La joven decidió ir a Dorchester a vender el vestido negro de la inauguración y uno de sus trajes de chaqueta. Tomó el autobús e hizo sus recados. Con el dinero obtenido, Jem se sentía rica. Se fue a una cafetería a merendar y más tarde, se sentó en un banco del parque. Con sus manos tan estropeadas, se dedicó a contar las semanas de retraso de su período. Habían pasado siete semanas desde que tuvo su última menstruación. Fue a una farmacia a comprar un test de embarazo. Tras tomar el autobús de vuelta, llegó a casa e hizo la prueba de embarazo que dió positivo. Su corazón comenzó a latir apresuradamente. «Estoy embarazada. Un hijo de Pedro va a crecer dentro de mí y dentro de siete meses lo tendré en mis brazos» pensó, siendo consciente de la importancia del acontecimiento.


—Voy a tener un niño, Daisy. ¿Qué te parece?


La perrita comenzó a mover el rabo alegremente, manifestando su apoyo incondicional.  La joven se sentó en la cocina observando la cánula del test teñida de azul. No se atrevía a tirarla por si acaso… De repente, Luna se puso a ladrar desaforadamente y apareció Agustín. Paula metió a toda prisa la barra azulada en un recipiente de cocina que estaba a mano.


—Hola, Agustín.


—¿Cómo estás?


—Bien, gracias. ¿Cómo va tu brazo?


—Ya no llevo la escayola. Veo que has sacado a las vacas al pasto.


—Quería que les diera el aire. Tengo que hacer limpieza en el establo, pero como no disponía de tractor…


—No me querrás vender las vacas como regalo de boda… —soltó de pronto el granjero, jugando con la caja de Paula distraídamente.


—No. Pero, ¡Agustín, felicidades! —exclamó Paula, dándole un abrazo—. Calla, Luna, que se va a casar, pero no conmigo.


Entonces habló el granjero con las mejillas encendidas.


—Parece ser que yo le gustaba a Fiorella, pero no me lo dijo para que yo insistiera.


—Y tú no lo hiciste.


—No… Al menos durante un año. Parece estúpido, ¿Verdad? Nos hemos conocido poco a poco, charlando a uno y otro lado de la barra del pub.


—Y esta vez sí ha accedido a tu petición…


—Claro, estoy enamorado de ella —reconoció torpemente Agustín, no queriendo hablar mucho de sus sentimientos íntimos.


El granjero bajó la mirada y, en un segundo, descubrió lo que había dentro de la caja con la que estaba jugando.


—Paula… —murmuró sin saber qué decir.


—No se te ocurra comentárselo a nadie —le amenazó Paula, agitando su dedo índice.


—¿El hijo es de Pedro?


—Por supuesto, de quién iba a ser.


—Los de la ciudad hacéis cosas distintas a las nuestras.


—Yo detesto la ciudad —replicó la granjera. 

martes, 18 de abril de 2023

Refugio: Capítulo 48

 —Creo que eres un poco injusta. Yo tengo muchos amigos en los que confiar.


—Y yo también, pero ni viven, ni nunca vivirían aquí.


Pedro se puso triste.


—Paula, te quiero.


—Yo también te quiero, pero las cosas no son tan fáciles.


—Deberían serlo…


—Ya lo sé, Pedro. Como te conté, estuve ejerciendo de abogado matrimonialista durante años. Conocí a parejas que no podían vivir juntas a pesar de estar enamorados. Al final, terminaban separándose, destruyendo de ese modo el amor que había existido entre ellos. Lo siento, pero no puedo casarme contigo. Sería incapaz de vivir en Londres. No podría ser yo misma y, en ese caso, ya no me desearías. Sería espantoso para mí.


—Siempre sentiré deseo por tí —dijo Pedro, cerrando los ojos y acercándose más a Paula—. Piénsalo con calma y, luego, me das una respuesta. Sobre todo, no te apresures.


—No necesito apresurarme…


—Shss. Ahora calla, déjame que te haga el amor.


Las manos del amante tomaron por debajo de la camisa los pechos de Paula y sus bocas se unieron al unísono con urgencia. La granjera estaba muy triste: Se trataba de la última vez que iban a disfrutar del amor… La entrega sexual fue más bien amarga y, cuando hubieron terminado, no se sabía a ciencia cierta si las lágrimas eran del uno o del otro… 


A última hora de la mañana, Pedro llevó a Paula a la granja en su flamante BMW. El viaje transcurrió en su mayor parte en silencio. No obstante, el joven acariciaba de vez en cuando el brazo de ella, o le ponía amistosamente la mano en un muslo. La granjera evitaba pensar en su separación, aunque apenas podía dejar de llorar. Cuando llegaron al patio de la casa de labor, el joven rechazó la taza de té que le había ofrecido la dueña de la finca. A Jemima le alegró porque era incapaz de prolongar la despedida. Pedro la siguió, llevando su maleta. Cuando el joven se iba a ir, miró a los ojos a su amor. 


—No digas nada —murmuró el arquitecto—. Piensa en lo que te he propuesto. No tenemos por qué vivir en Londres… Hay infinidad de lugares donde podríamos vivir.


—No puedo estar en la ciudad… —repitió la granjera obstinadamente y le acarició la mejilla con una de sus rudas manos.


Este gesto puso claramente de manifiesto las diferencias palpables entre la pareja.


—Te quiero —dijo Paula, haciendo un esfuerzo para mirarlo a los ojos.


—No lo suficiente —sentenció Pedro.


—Lo que pasa es que nuestros mundos son muy diferentes y yo no puedo dar marcha atrás. Una vez realizada mi escapada al campo, ya no soy la misma persona. Eso no quiere decir que no te quiera. Creo que eres una persona maravillosa —dijo Paula comenzando a llorar de nuevo y buscando el cuerpo de Pedro para recobrar la calma.


Ambos se unieron en un beso interminable y luego se separaron. Pedro entró en el coche y se marchó casi sin oír la débil despedida de la granjera. Dentro de casa, Paula oyó cómo el ruido del motor se apagaba hasta desaparecer. De pronto, apareció Agustín que venía a visitar a su vecina. La granjera no podía contener el llanto y estrechó con sus brazos al amigo para desahogarse con él. Pedro no sabía muy bien hacia dónde ir. Se acercó a la casa de sus abuelos. Apareció su abuela con las manos llenas de harina que le hizo pasar directamente a la cocina, cerca del fuego.


—Ganamos el premio de diseño —dijo Pedro inexpresivamente.


—Ya lo sé, me lo dijo tu madre por teléfono. Enhorabuena, querido. Pero, ¿Qué es lo que has venido a contarme?


—He cometido una estupidez.


Luisa puso agua a calentar y preparó el té con un ajetreo que le resultó familiar y alivió un poco su pena. Su abuela le pasó la taza de té.


—Le he pedido a Paula que se case conmigo —dijo por fin el hombre con un nudo en la garganta—. Me ha dicho que no.


Pedro estaba haciendo esfuerzos por no llorar. Mientras tanto, su abuela lo miraba comprensivamente, sin decir una palabra. 


—¡No me mires así, por Dios!


—Está bien. El problema que tienen es la diferencia existente entre sus formas de vida, ¿No es así?


El joven asintió.


—Por supuesto, ella no se mudaría a Londres porque lo detesta. Cuando se mudó a la granja, lo había estado pasando fatal. Pero rápidamente se centró en las labores de la granja, con las vacas y las gallinas y recobró la alegría.


Pedro asintió tristemente.


—Entonces, ¿Qué vas a hacer? —preguntó Luisa.


—Supongo que volveré a la ciudad y trataré de olvidarla —contestó el nieto con resignación.


—¿Antes o después de morirte de pena?


Inmediatamente después, Pedro se cobijó en los brazos de su abuela que le consolaba con caricias en la cabeza, como a un niño pequeño.

Refugio: Capítulo 47

Sus padres se quedaron mirando a la pareja con sorpresa y complicidad.


—Muy bien, hijo, descansa —dijo la madre de Pedro, mirando comprensivamente a Paula, que se puso colorada al instante.


—Estamos muy orgullosos de tí, has estado realmente brillante esta noche —le felicitó el padre, dándole palmadas en el hombre a su hijo.


La madre le besó en la mejilla y le hizo un gesto cariñoso a Pedro susurrándole algo de una invitación para otro día. Por fin pudieron escaparse esquivando a la gente, subiendo al departamento a pie y evitando ser vistos por los invitados. Nada más abrir la puerta, él se quedó pegado a ella de espaldas. Atrajo a Paula hacia él y la abrazó riendo.


—Lo conseguimos… Me recuerda a cuando hacía novillos de pequeño. Me estoy portando mal…


—No deberías haberte desembarazado de tus padres —le dijo Paula, dándole con un dedo en la punta de la nariz.


—No veo por qué. Quiero estar sólo contigo, Paula.


El hombre se acercó a la boca de la joven y le dió un beso suave y ligero. A partir de entonces, Pedro la besó apasionadamente, meciéndola con un brazo mientras la otra mano la tomaba el trasero, impulsándola hacia él.


—Te deseo —murmuró Pedro en los labios de su amante, que se quedó con las piernas temblando.


—¡Oh, Pedro! —susurró incoherentemente su compañera.


El amante llevó en brazos a Paula hasta su dormitorio y la depositó en el borde de la cama.


—¿Cómo se desabrocha este vestido? —quiso saber Pedro, con manos impacientes.


—Bajando la cremallera —dijo Paula, dejándose hacer.


Cuando la hubo desvestido, Pedro se encontró con que su amante llevaba ropa interior de color rojo…


—La última vez que viste estas prendas… —dijo Paula, sonriendo pícaramente.


—Estaban atadas a un par de palos en una zanja llena de nieve. La verdad es que te sientan mucho mejor a tí.


Paula rió y se miró el sujetador y el liguero rojos que contrastaban con las bragas y las medias negras. Su aspecto excitó al hombre mucho más de lo que ella esperaba.


—Quédate quieta —dijo Pedro, quitándose su elegante traje de vestir y tirándolo al suelo.


A continuación tomó a su amante, que emitió un pequeño gemido de alivio, cuando se vió envuelta por los brazos masculinos… Tanto el traje de Pedro como el vestido de Paula tenían pelusas de la lana de la moqueta. La granjera los recogió y los sacudió para dejarlos sobre una silla. Paula se puso las bragas negras de encaje y la camisa de su amante. Fue a la cocina y puso agua a calentar. Eran las cinco y media de la mañana, la hora de ordeñar a las vacas que era su despertador biológico. Como Pedro estaba durmiendo y no tenía nada que hacer, subió al salón del piso de arriba y se puso a tomar el fresco en la terraza. El aire resultaba ligeramente cargado, se notaba el tráfico por la cantidad de bocinas que sonaban y por el río también había mucha actividad. Paula se dió cuenta de que echaba mucho de menos a las vacas, las gallinas y al tordo que cantaba todas las mañanas. Ése era el mundo de Pedro. Había sido el suyo, pero ya no se sentía a gusto en la gran ciudad. En ese momento se sentía ajena totalmente a ese ritmo de vida. Estaba tiritando de frío, cerró la terraza y se encontró con él en lo alto de la escalera.


—Te echaba de menos. Me desperté y te habías levantado —dijo el hombre.


—Es la hora del ordeño —replicó Paula, envolviéndose con sus propios brazos.


—Estás tiritando, vuelve a la cama… He hecho un poco de té.


Paula le siguió y sonrió ampliamente para ocultar su infelicidad. En la cama, Pedro la rodeó de almohadones para que estuviera cómoda, se tumbó a su lado y le ofreció una taza de té. Se inclinó sobre ella y le dió un beso suave.


—Buenos días. 


Bebiéndose la infusión de una vez, exclamó:


—Realmente lo necesitaba. ¿Queda más té?


—Ahora mismo voy a hacer más —dijo Pedro, abrazándola—. Quiero agradecerte que hayas pasado la velada de ayer conmigo, porque estaba muy nervioso.


—No tiene importancia —respondió Paula.


El hombre le estaba acariciando el brazo y miraba la mano donde le había escrito el mensaje sobre el premio…


—Estoy muy orgullosa de tí —murmuró la granjera sonriendo y besándolo en la boca.


Iba a echarlo mucho de menos, cuando volviera a Dorset…


—Paula, te quiero —dijo Pedro de repente y la mano de la joven que le acariciaba la mejilla se quedó helada—. De hecho, creo que te he querido siempre, desde que tenías seis años. Ahora te quiero como no he querido nunca a nadie. Es la primera vez que me pasa esto. Tengo miedo de que te vayas porque eres lo más importante de mi vida.


—¡Oh, Pedro! Yo también te quiero —exclamó Paula, llorando a lágrima viva.


—¿Quieres casarte conmigo? —murmuró el hombre—. Quédate conmigo hasta el resto de nuestros días. Te necesito tanto… Paula no pudo contener el llanto de dolor.


—No puedo, Pedro. ¿Qué voy a hacer con las vacas?


—Véndeselas a Agustín.


—El asunto es más complicado… Me fui de Londres porque odiaba la vida en la capital y este fin de semana he vuelto a detestarlo. Este lugar no es para mí…


—Podríamos mudarnos a otro sitio, si no te gusta mi apartamento…


—No se trata de tu casa o de este conjunto arquitectónico… Que me gustan muchísimo. Me parecen maravillosos y comprendo que estés orgulloso de haberlos creado tú y tus colegas. Lo que me molesta es la gente que va de guapa y brillante por la vida, cuyo único interés es perseguir sueños de fama y dinero. ¡Son tan falsos! Aquí no hay gente como Agustín o tus abuelos… No son personas en las que puedas confiar cuando tienes problemas. La gente de tu mundo no piensa más que en ir a lo suyo. 

Refugio: Capítulo 46

Paula sonrió plácidamente. Ambos bromearon unos instantes. Se iban a sentar tranquilamente pero los invitados seguían acercándose a Sam, que respondía todo el rato con buen humor y delicadeza. Esto emocionó a la joven que logró terminar su plato, mientras que el homenajeado sólo pudo probar un par de bocados de los deliciosos manjares del buffet. Cuando Pedro observó la blancura del plato de ella, se rió y le dió su parte a su acompañante. Él seguía atendiendo a clientes potenciales, repartiéndoles tarjetas del estudio. Como se les iba agotando la paciencia, decidió que comerían más tarde. De momento, tomó a Paula de la mano y ambos se marcharon a la sala de exposiciones a ver las fotos de las obras. Allí tampoco hallaron intimidad.


—Volveremos mañana —dijo Pedro de buen humor—. Vayamos al teatro: Seguro que no hay nadie.


Allí, sobre el escenario, había una pequeña orquesta que tocaba música de baile, con luz tenue.


—Nunca me habías dicho que te gustaba bailar —dijo Paula.


—Es que no he tenido oportunidad de hacerlo…


La pareja permaneció entrelazada, dejándose llevar por la música.


—¿No te he dicho todavía que estás muy elegante?


—Ya me lo has dicho, pero puedes seguir diciéndomelo todas las veces que quieras —contestó Paula.


—¿Por qué te has puesto los guantes largos?


—Para cubrir mis manos… No quería que pensaran que soy una obrera de la construcción —comentó Paula, divertida.


Pedro la estrechó entre sus brazos y posó su barbilla sobre la cabeza de la joven, dando un suspiro.


—Por fin, parece que puedo relajarme…


—Has estado maravilloso. Estoy muy orgullosa de tí, Pedro —le comentó Paula.


—Estaba muerto de miedo, hasta que te reconocí entre el público. A partir de ese momento, estuve tranquilo. Era como si me hubieses transmitido toda tu calma y la fuerza de tu espíritu.


—Ni soy tranquila ni ecuánime —dijo Paula, riendo—. No soy…


—Lo fuiste con la nieve y la avería eléctrica. 


—Estaba demasiado deprimida para ponerme nerviosa. Lo único que me apetecía era acurrucarme en una esquinita… Bueno, el caso es que allí estuviste tú para ayudarme. Se lo debo a Luisa.


—Pero no perdiste el control —insistió Pedro—. Acércate, que estás muy lejos…


Los dos estaban siguiendo el ritmo de la música, compartiendo su calor. Paula notó la fortaleza y la buena forma del cuerpo de Pedro. Se dió cuenta de que estaba tan pegada a él que se le iba a arrugar el vestido. Pero no le importó y siguió bailando placenteramente. Se estaban excitando mutuamente, y se sentían completamente ajenos al resto del mundo. Ella se preguntaba cuándo podrían estar solos. En ese instante, alguien lo reconoció y Pedro mantuvo una breve conversación con él, sonriendo diplomáticamente. Había posado su mano masculina sobre una de las caderas de la joven y, cuando la banda de música comenzó a tocar una canción romántica, se puso a bailar con Paula, pidiendo excusas por retirarse. La tomó en sus brazos y se la llevó bailando entre otras parejas. Él seguía el ritmo de la melodía perfectamente, o quizá se trataba de una sincronía entre ellos dos… Bailando al mismo son. Parecía como si hubiesen sido pareja toda la vida y ella empezó a notar cómo le subía la temperatura, teniendo el cuerpo de Pedro tan cerca del suyo. No iba a poder resistir esa posición mucho tiempo más, ni él tampoco…


—Vayámonos a otra parte —propuso Pedro, esquivando a nuevos invitados que querían felicitarle.


Estaban ya en el vestíbulo, cuando de repente se encontraron con los padres de Pedro.


—Hola querido, nos preguntábamos dónde estarías… ¿Les apetece un café en algún lugar tranquilo?


Paula no se esperaba este nuevo encuentro… Y ahora no podían escapar. ¿O sí era posible?


—Lo siento —dijo el arquitecto sonriendo, esta vez sinceramente—. Paula está despierta desde las cuatro de la mañana y yo llevo durmiendo una media de tres horas al día, desde hace una semana. Teníamos ganas de retirarnos. Mañana voy a visitarlos, ¿De acuerdo? 

Refugio: Capítulo 45

Todo el mundo quería hablar con Pedro porque la noticia del premio se propagó rápidamente entre el público asistente. Paula estaba a su lado hablando únicamente cuando le dirigían la palabra, pero disfrutando de la perspectiva externa del teatro. Le apetecía mucho ver el resto de los detalles que había creado él con su equipo. Era un conjunto fascinante, cálido y con personalidad. Ella se lo podía imaginar como un lugar muy apreciado por los londinenses. Una vez dentro, el escenario se proyectaba ligeramente sobre el auditorio, consiguiendo una sensación de intimidad difícil de igualar. Paula se figuraba que las diferentes partes de la escena se podrían moldear de acuerdo con las necesidades de cada producción. La joven estaba deseando conocer al detalle el conjunto de la obra de Pedro. Sin embargo, no era el momento apropiado para visitar más edificios. Al contrario, el cocktail comenzó en seguida. Los asistentes hablaban entre sí, decían cosas brillantes e ingeniosas. Mientras tanto, Paula sonreía sin parar, hasta que le dolió la mandíbula. Segundos después, empezó la ceremonia de apertura. Pedro se fue a toda velocidad a escena con las personalidades oficiales, que estuvieron un buen rato comentando lo importantes que habían sido los edificios de la fábrica de cerveza para la comunidad local. También elogiaron el proyecto de él y su equipo, por haber restaurado y reciclado el complejo industrial, convirtiéndolo en un centro cívico de referencia. A continuación, las autoridades del distrito elogiaron el papel de Pedro en la nueva etapa de la obra arquitectónica.


—Decidimos sacar a concurso internacional la puesta en marcha del proyecto. Parecía lo más sensato teniendo en cuenta que los edificios tenían que resultar un lugar emblemático, a las puertas del segundo milenio. Recibimos miles de proyectos como respuesta y uno de ellos era el de Pedro Alfonso. Se trataba de un arquitecto joven, sin mucha andadura, pero con una idea muy concreta de lo que tenía que ser una obra de este calado. Sus diseños nos parecieron muy buenos y el proceso de su elaboración mostraba una madurez propia de un profesional experimentado. El hecho de ser el supervisor de todo el proyecto le hizo ganar numerosos puntos por su categoría no sólo como director sino también como ser humano. Su equipo tuvo que competir con un gran número de participantes procedentes de todo el mundo. Pero, por lo que podemos ver esta noche, está claro que hemos acertado confiando en él. Acaban de comunicarnos que le han otorgado el Premio de Diseño por este proyecto y estamos orgullosos de habernos asociado con él. ¡Enhorabuena, Pedro! Señoras y señores, con ustedes, Pedro Alfonso.


—Muchas gracias —dijo Pedro, con una amplia sonrisa—. Nuestra idea desde el principio fue ganar un desafío, y no estábamos seguros de haberlo conseguido. Pero esta noche, aquí, mi equipo y yo estamos seguros de haber acertado con nuestra filosofía. Gracias a Dios hemos terminado a tiempo, omitiendo las travesuras de algún pequeño duende que nos ha jugado malas pasadas.


El público rió con la broma y Pedro continuó hablando.


—El premio lo hemos recibido como una enorme gratificación. Desde aquí le doy las gracias a todos los miembros del equipo. Deseamos de todo corazón que los habitantes del distrito puedan disfrutar de las posibilidades de ocio que ofrece este centro cívico. Les damos las gracias por haber podido crear este lugar insignia para todos ustedes. Gracias por haber confiado en mí.


Cuando Pedro hubo terminado su pequeño discurso, se sentó en su asiento con un clamor de aplausos. El concejal del distrito descubrió una placa conmemorativa de la inauguración y, a continuación, invitó a los asistentes a una cena en el restaurante del centro. También comunicó a los invitados que había una muestra en la sala de exposiciones sobre la evolución de las obras de restauración. Entre tanto, Paula estaba perdida entre el gentío que reía y hablaba en alto, esperando a que regresara. Por fin, llegó. Todo el mundo quería charlar con él; señoras enjoyadas y esbeltas junto a sus maridos, le paraban para saludarle. Los intelectuales, que iban elegantemente vestidos y disfrutaban con sus brillantes conversaciones, también le detenían para tener unas palabras con él en esa noche tan especial. Por fin, Pedro se acercó a Paula y se la llevó con él, presentándosela a todo el que le dirigiera la palabra. Le tomó la mano y entró con ella en el restaurante.


—Estás espléndida —dijo Pedro observando a Paula. 

jueves, 13 de abril de 2023

Refugio: Capítulo 44

Salió del departamento con prisa, bajó por el ascensor y cruzó el patio acristalado casi corriendo de impaciencia. Un portero con librea le paró.


—Buenas noches. ¿Me puede enseñar la invitación, por favor?


—La invitación… —dijo Paula, sorprendida—. He venido con Pedro Alfonso.


—Los acompañantes del Sr. Alfonso tienen todos invitación…


Paula se quedó sin pasar. ¡Qué frustración!


—Resulta que acabo de bajar de su departamento, y por eso no tengo entrada. ¿Podría usted avisarle para que yo entrara en el recinto?


—Lo siento, señora, pero en estos momentos está muy ocupado…


—Pero es que tengo que darle una noticia importante.


En ese momento, entre un grupo de personas, Paula reconoció al arquitecto y lo llamó.


—Hola, Paula. ¡Estás guapísima! Ven, te voy a presentar a mis colegas —y sin darle tiempo a hablar, la llevó hacia su equipo de colaboradores.


—Pedro, tengo que decirte algo…


—Más tarde, ahora no puede ser. Acaban de llegar las autoridades y tengo que estar presente para saludarles.


Paula no sabía cómo atraer su atención. De pronto, tuvo una idea. Le pidió un bolígrafo a un compañero de Pedro, y escribió un mensaje en la palma de la mano, previamente desenguantada. Cuando él lo leyó, comenzó a hacerle más preguntas a Paula.


—Cuando estaba saliendo del departamento, sonó el teléfono. Era para decirte que te han concedido el premio de diseño.


—¡Qué estás diciendo! —preguntó el arquitecto, mientras se sofocaba y se quedaba rígido por la impresión.


Paula le volvió a dar la noticia. 


—Acababan de salir de la reunión y, como sabían que esta noche era la inauguración, querían darte la noticia antes de los actos de apertura. Dijeron que te llamarían a tu móvil una tal Marcela Cárter o algo así.


—Cartwright —dijo Pedro y sus ojos empezaron a brillar como nunca de alegría—. ¡Lo hemos conseguido! ¡Hemos ganado!


—Me alegro mucho, Pedro —y, alzándose sobre la punta de los pies, lo besó suavemente en la boca.


El joven empezó a reír y a dar abrazos a Paula, levantándola del suelo en volandas. Las autoridades asistieron a tal entusiasmo con expresión de sorpresa.


—Señores, me acaban de comunicar que hemos conseguido el premio de diseño para el cual habíamos quedado como finalistas.


Entonces, se produjo una reacción de júbilo general. Unos se daban palmadas en la espalda, otros se felicitaban entre sí. A continuación, Paula conoció a los padres del arquitecto. El padre era un hombre mayor, pero era el vivo retrato de su hijo y su madre tenía los mismos ojos y la sonrisa de Pedro.


—Estoy muy orgulloso de tí, hijo —dijo su padre.


—Espera un momento —le ordenó su madre que quería quitarle una mancha de carmín con su pañuelo—. Muy bien, hijo. Estoy muy orgullosa de tí.


Paula se quedó sonriendo, preguntándose si el rímel que se había puesto sería resistente a las lágrimas…

Refugio: Capítulo 43

Paula se puso a pensar en su modo de vida tan provinciano… Lo más probable era que Pedro la estuviera utilizando como pago de su ayuda en la granja. Súbitamente, se puso a llorar. Estaba a punto de descolgar el vestido, meterlo en la maleta y marcharse a su casa cuando apareció el arquitecto.


—¿Qué tal? —y la tomó en sus brazos sin darle tiempo para rechistar—. Humm… ¡Qué bien hueles! ¿Te apetece una taza de té?


—Claro que sí —dijo Paula, sonriendo.


—No he podido parar en todo el día. ¿Qué opinas del departamento?


—Es precioso —respondió la joven sinceramente, consciente de que ya no podría escapar hasta después de la inauguración…


—Paula, tengo que volver abajo. Usa el baño a tu antojo y vístete tranquilamente. Si bajas a las siete y media, te estaré esperando en la entrada.


Paula sintió una ola de pánico, pero en seguida recuperó el control. Después de todo, ya era mayorcita y había hecho cosas peores. En efecto, había batallado por sus clientes en los tribunales con cierta seguridad.


—Está bien, Pedro.


Ambos se despidieron con un beso en los labios.


—Me voy a duchar rápidamente para dejarte el cuarto de baño libre lo antes posible.


Al cabo de media hora, apareció vestido con un elegante traje. La única nota negativa la proporcionaba la corbata, que estaba mal anudada.


—¿Sabes hacer nudos de corbata?


Paula sonrió y dijo:


—Es mejor que la planchemos primero un poco.


Ambos fueron a la cocina y sacaron una tabla de planchar de uno de los armarios. Encendieron el aparato y, cuando estuvo caliente, Paula alisó con cuidado la seda de la corbata. Pedro estaba realmente nervioso. Miró el reloj e hizo una mueca.


—No te agobies, que esto ya está listo —dijo Paula con mucho remango—. ¿Tienes un pañuelo limpio? 


—¿Me lo pides para sonarte?


La abogada utilizó el pañuelo para humedecerlo y ponerlo sobre la corbata de seda. Con habilidad, Paula dejó las dos prendas convenientemente planchadas. A continuación, le puso la corbata al joven y le hizo un nudo que quedó perfecto. Ella era la única en su casa que le anudaba adecuadamente la corbata a su padre. Tenía que asistir a numerosas recepciones y siempre confiaba en su hija para el detalle final.


—Ya está. Ahora ya puedes bajar a la inauguración —ordenó suavemente la abogada.


—Estupendo. Entonces, nos vemos a las siete y media.


Pedro tomó el rostro de Paula y de dió un beso rápido. La joven le quitó una mota de los hombros y le dió otro beso en los labios.


—Buena suerte.


—Gracias.


Paula pudo ver su sonrisa, pero también el grado de tensión que le tenía atemorizado. Tampoco había tenido noticias del premio para el que había sido nominado. Esto suponía una pequeña preocupación más… La joven se metió en el cuarto de baño y se introdujo en el jacuzzi, disfrutando de los chorros de agua templada y de las burbujas. Se lavó el pelo, consciente de que debería darse un poco de prisa. Se maquilló y comenzó a vestirse. Necesitaba la ayuda de alguien, pero al final se las arregló para ponerse el vestido negro y el resto de los complementos. Se secó el pelo, que, desde que vivía en plena naturaleza, tenía mucho mejor aspecto, y lo peinó cuidadosamente. Ahora le tocaba el turno a las manos. Las untó con una crema apropiada y se puso los guantes largos. ¡La única persona que la había visto con ellos alguna vez era el veterinario! ¿Por cierto, cómo estarían los animales? Quizá tendría que llamar a Agustín… Descartó la idea y terminó de arreglarse. Bajó al piso de abajo para contemplar el resultado final e incluso ella misma se encontró estupenda. Se preguntaba qué es lo que pensaría Pedro. Como ya estaba lista, iba a salir del departamento. De repente, sonó el teléfono, pero, en vez de contestar, dejó que saltara el contestador automático. 

Refugio: Capítulo 42

Ambos siguieron abrazándose y bromeando, mientras que Pedro llevaba su maleta.


—No he traído el coche, porque el tráfico está fatal. Venga, démonos prisa: Todavía tengo cosas que hacer…


Tomaron un taxi que les llevó a través de la ciudad, hasta un centro cívico con un patio con gravilla rodeado de edificios de ladrillo. Por los alrededores, había gente que colocaba plantas ornamentales, otros llevaban banderas, los de más allá comprobaban el buen funcionamiento de las luces… Aquello era un enjambre de actividad. Pedro llevó a Paula a una zona acristalada entre dos de los edificios. Se trataba de algo realmente espectacular: Había verdor, luz, aire y espacio para dar y tomar. Paula se enamoró del lugar nada más verlo. Un ascensor transparente les llevó hasta el ático, donde se encontraba el departamento de Pedro. El joven introdujo la llave en la cerradura y dijo:


—Ésta es mi casa.


Paula se quedó impresionada por la altura de los techos y el lujoso juego de luces. Las paredes eran blancas, la madera del suelo clara y las viejas vigas del techo daban ese toque de glamour postmoderno, característico del conjunto arquitectónico. El fondo del departamento tenía dos pisos. Para acceder a la planta de arriba, había que subir por una escalera hecha de planchas de vidrio transparente, con un original pasamanos de arce. Como los peldaños eran transparentes, se podía ver la puerta de la terraza superior desde los primeros escalones. Al fondo de la planta baja se encontraba el estudio de Pedro. Había una mesa de dibujo con algún que otro diseño, fotos y un teléfono con el cual se comunicaría con los clientes y los constructores. Daba la sensación de que allí trabajaba una persona organizada y trabajadora. El piso de arriba era la zona donde estaban los sofás, delicadamente tapizados en color crudo, y elegantemente dispuestos alrededor de una mesa redonda. Se imaginó a Luna volviendo de un paseo y sentándose en uno de los maravillosos sofás de piel… ¡Qué espanto!  Todo estaba limpio y ordenado. En las paredes había cuadros originales, colocados de modo apropiado. Todo el ambiente despedía sencillez y buen gusto. Ella pensó en la cocina de la granja, donde ambos habían pasado momentos inolvidables. ¿Cómo podría soportar Pedro un lugar tan caótico y viejo, después de vivir en un sitio tan elegante?


—¿Qué te parece, Paula?


—Es maravilloso… —comentó la joven impresionada, mientras que Pedro la estrechaba en sus brazos.


—Ahora tengo que irme. Puedes hacer lo que quieras hasta que venga a recogerte.


Paula se dirigió hacia la cocina para prepararse un té. La habitación estaba decorada con madera de arce, acero inoxidable y cristal transparente. El conjunto dejó a la joven entusiasmada. De nuevo pensó en su cocina, con la estufa de leña tan anticuada… Su seguridad en sí misma empezó a debilitarse. Puso agua a calentar en un hervidor de diseño, que parecía más una obra de arte que un utensilio de cocina… Mientras el agua se calentaba, se paseó por toda la casa. La habitación de Pedro era amplia, ordenada y sencilla. Tenía una terraza que daba al Támesis y un cuarto de baño propio, lo que confirmaba que, más que un dormitorio, se trataba de una suite. Se acercó al salón y se dejó caer sobre uno de los sofás. Por fin, se preparó una taza de té. Esta vez, en vez de sentarse, subió al piso de arriba para disfrutar de la infusión junto a la terraza. Estaba empezando a anochecer, pero todavía podía apreciarse la fealdad del paisaje urbano. Sin embargo, las luces de la ciudad se fueron encendiendo poco a poco. ¡Ahora sí que podía disfrutar de la vista de la ciudad en todo su esplendor! Cuando se terminó el té, fue a buscar una percha para su vestido. Abrió el armario y sacó una. Se quedó impresionada por la cantidad de trajes, pantalones y jerséis que había. Casi toda la ropa era de diseño y cara. Todo lo que había allí dentro servía para vestir a un hombre de éxito, con una rica vida social. 

Refugio: Capítulo 41

La tienda de ropa de segunda mano se encontraba en la parte trasera de un emblemático edificio de dos plantas. El establecimiento era pequeño, pero había cosas preciosas. Ella sabía muy bien lo que quería: un sobrio vestido negro, sin mangas y largo hasta la rodilla. Lo encontró entre un montón de trajes de cocktail. Era muy sencillo y le sentaba de maravilla. Se compró también unos guantes negros, largos hasta el codo. En casa tenía unos zapatos que pegaban con el conjunto. Unas medias oscuras harían el resto… ¡Estupendo! Antes de tomar el autobús de vuelta a casa, se paró en el escaparate de una agencia inmobiliaria, visó que había algunas granjas parecidas a la suya, cuyo precio era mucho más alto de lo que ella había declarado para poder recibir la herencia del tío Tomás. Se puso muy contenta: tenía el privilegio de poseer la pequeña explotación de su familia. A continuación, la joven subió al autobús, que la llevó hasta casa. Una vez allí, subió a su cuarto y colgó sus adquisiciones en el armario. Se quitó el traje que llevaba puesto y se vistió de faena para comenzar a ordeñar a las vacas.


El jueves, Paula recibió una carta de parte de la secretaria de Pedro. Contenía un billete de tren para ir a Londres, así como unas breves líneas del arquitecto. En ellas le comunicaba  que un taxi la llevaría desde la granja hasta la estación. Tras la llegada a la capital, el propio Pedro la recogería para llevarla a la inauguración. La víspera, él habló por teléfono con la joven, que estaba dormida. Nada más oír la llamada, Paula se lanzó escaleras abajo.


—¿Dígame? —dijo la granjera.


—Hola, Paula. ¿Qué tal estás? 


—Bien. Estaba durmiendo…


—Perdona. Se me había olvidado que madrugabas tanto. ¿Recibiste la carta de Valeria?


—Sí, claro… Gracias, Pedro. Agustín y tus abuelos están de acuerdo para cuidar a los animales… Pedro, ¿Habrá que ir muy elegante a la inauguración?


Paula sintió pánico de repente, pensando en su vestido de segunda mano.


—Sí, claro. Un vestido de cocktail sobrio y distinguido sería lo aconsejable. ¿Te parece bien?


—Estupendo —mintió Paula, mientras pensaba en el dinero para reparar el tractor…


De todas maneras, estaba contenta con el atuendo elegido. ¿Qué cara pondría Pedro cuando la viera con el vestido?


—¿Cómo va el trabajo? —preguntó la joven.


—Oh, estoy deseando que termine todo para poder dormir tranquilamente… Por lo pronto, ya tengo otro proyecto en marcha… Bueno, te tengo que dejar porque todavía estoy ocupado. Sólo quería comprobar que habías recibido el billete de tren. Hasta el viernes. Cuídate mucho.



La granjera estaba impaciente. Parecía como si el viernes no fuera a llegar nunca. Paula se levantó temprano, ordeñó a las vacas, se ocupó del resto de los animales, hizo la limpieza del establo y llevó los perros a casa de Alfredo y Luisa. A continuación, se dio un buen baño, se puso un traje sastre y metió en la maleta el vestido y todo lo demás. Con todo preparado, bajó al piso de abajo. No tuvo tiempo de comer nada porque, en ese mismo instante, apareció puntualmente el taxi que la llevaría a la estación. El tren llegó puntualmente a Londres, donde la esperaba el brillante arquitecto.


—¡Paula!


La joven corrió a su encuentro, sintiéndose absurdamente feliz. Pedro la besó y la abrazó hasta que, al fin, la dejó sobre el suelo. ¡Era la primera vez que la veía limpia y atractiva, lejos de la granja! 


martes, 11 de abril de 2023

Refugio: Capítulo 40

 —Más o menos bien —dijo el arquitecto suspirando—. Hay mucho trabajo y estamos muy presionados. Quiero decirte que te echo de menos.


—Yo también. Parece como si estuvieras en otra galaxia.


Pedro rió con un leve tono de amargura.


—Te llamaba porque… Quiero pedirte que me acompañes en la inauguración del edificio. Es la semana que viene… El viernes por la noche.


—¿Yo? —dijo sorprendida Paula.


—Sí, tú. Pensé que te gustaría ver el proyecto una vez construido… Para ser honesto, necesito tu apoyo. Es la primera vez que me voy a enfrentar a una situación de esta envergadura y estoy muerto de miedo.


—Y necesitas alguien que te anime…


—Necesito tu presencia, compartir el momento contigo…


—Tus padres van a ir, ¿No es así?


—Sí, claro. Pero no es lo mismo. Quiero que me acompañes, pero también quiero celebrarlo contigo. Será algo muy especial.


—Primero tengo que ver si Agustín se puede ocupar de las vacas. Todavía lleva la escayola. Yo creo que si sólo se trata de una noche, podrá arreglárselas bien. Por lo tanto, tendría que volver el sábado por la mañana.


—Yo te podría traer a la granja el sábado. Lo que no voy a poder es llevarte el viernes a Londres. Voy a estar muy ocupado.


—Iré en tren, aunque primero tendré que dejar al ganado en manos de Agustín y a los perros con tus abuelos. La verdad es que me apetece mucho ir…


—Estupendo —dijo Pedro—. Bueno, te dejo, que aún hay un montón de cosas que hacer para mañana, además de otro proyecto que tengo entre manos. Ya te llamaré. Cuídate mucho.


—Tú también. Hasta pronto.


Paula colgó cuidadosamente el teléfono, pensando que tan sólo llevaban viéndose diez días. De pronto, se acordó de que no tenía nada que ponerse. Subió a su habitación y abrió el armario. En efecto, no encontró ningún vestido para llevar en tal evento.  Tenía ahorrada una pequeña suma de dinero para reparar el tractor. Pero lo que iba a hacer era sacar el dinero y tomar el autobús para ir a Dorchester. Allí, se dirigiría a una tienda de ropa de segunda mano, que estaba muy bien. Si sólo se ponía el vestido una vez, podría cambiarlo de nuevo por el dinero. De ese modo, sólo perdería la pequeña comisión de la venta. Sin embargo, para ir a Dorchester, necesitaría dejar a algún vecino cuidando a sus animales y eso podría ser más complicado. La joven fue a la granja de Agustín y le encontró luchando con la horca y el heno.


—Hola, Agustín. ¿Cómo te encuentras? ¿Has sabido algo de Fiorella?


El granjero rió y paró de trabajar.


—Me dijo que los vió a tí y a Pedro el otro día en el pub… Me da la impresión de que le molestó verte de nuevo.


—Sí, en efecto —dijo Paula, riendo—. A Pedro le guiñó el ojo, para fastidiarme.


—¿Y lo consiguió?


—En absoluto —dijo Paula—. Agustín, quería pedirte un favor. ¿Tú podrías ordeñar a mis vacas el viernes por la noche y el sábado por la mañana? Yo estaría de vuelta a mediodía del mismo sábado.


—Bueno, está bien. Creo que podré arreglármelas con todo. Teniendo en cuenta de que me lo pides tú, y que Pedro es parte de tu vida…


La granjera lo abrazó rápidamente.


—Yo me ocuparé de las gallinas antes y después de marcharme. No te supondrá un gran esfuerzo.


—Cuando vivía Tomás, solía ayudarlo con frecuencia… El favor que me pides no me molesta en absoluto.


—Gracias, Agustín.


—¿Qué vas a hacer si te dice que te cases con él?


—¿Casarme con él? —repitió Paula, atónita—. Pero si apenas lo conozco…


—Ya… —dijo Agustín, sin creérselo demasiado.


A continuación, Paula tomó el autobús para ir a Dorchester. Se quedó pensando lo de un posible enlace entre el arquitecto y ella. ¡Qué tontería! La relación no duraría más que unas semanas, lo justo para que el joven se relajase un poco de la tensión del trabajo. Se sintió defraudada…