El rostro de Pedro se veía bronceado y cincelado con dureza, pero brutalmente atractivo de un modo similar al de los hombres del oeste que pasaban los días a la intemperie trabajando con animales peligrosos. Con la mente aún abotargada se dio cuenta de que peligroso era la palabra para describir el aspecto de Pedro Alfonso. Era en un cien por cien un tejano dominante, desde la corona de su Stetson hasta el tacón de sus botas vaqueras. En nada parecido al suave y dulce Damián. Jamás como él. Entonces, ¿A qué se debía esa súbita agitación con Pedro, esa repentina fascinación por un hombre demasiado áspero y masculino para sus gustos refinados? Giró la cabeza para no tener que mirarlo. Se sentía tan mareada. Sin duda esas impresiones desbocadas y las sorprendentes reacciones se debían a su estado físico. El brusco zarandeo de la avioneta hizo que se sacudiera. Se sintió dominada por un inmenso alivio al ver que habían aterrizado. Aún le daba vueltas la cabeza cuando él detuvo el aparato y apagó los motores. Sentía tantas náuseas que no se atrevía a moverse. Cerró los ojos mientras aguardaba que el estómago se tranquilizara.
-¿Ha comido algo hoy?
La hosca pregunta le irritó los nervios. La náusea regresó unos instantes antes de volver a desaparecer. La afirmación que le dio fue una mentira. Reconocer que había estado demasiado nerviosa para comer le revelaría una debilidad que Paula consideraba mucho peor que marearse.
-Puede comprar un sándwich en la cafetería que hay allí. Me reuniré con usted cuando el avión haya repostado -Paula no respondió hasta que le tocó el brazo. El terremoto que él provocó la sacudió. Se irguió y se sentó más recta-. Vamos, princesa. Salga de aquí.
Las palabras hostiles fueron su única advertencia antes de verse sacada a la fuerza del asiento. Asustada, manoteó en busca del bolso y trató de salir del avión por sus propios medios. Pero tenía los brazos y las piernas torpes, y la cabeza como un torbellino. Pedro la alzó como si no pesara más que una molesta maleta. Era como una gigantesca ola cálida, que llevó su pequeño cuerpo por delante de él hasta depositarla sobre los pies detrás de un ala del avión. Sintió los huesos como gelatina y se apoyó en él, aferrándose a su cintura estrecha como mejor pudo mientras trataba de recuperar las fuerzas. La sensación de la dura y bien definida masculinidad de Pedro le devolvió la fortaleza, aunque la recorrió un nuevo tipo de debilidad que aminoró su recuperación.
-¿Saco el frasco de sales o se está insinuando conmigo?
Ella tardó unos segundos en asimilar sus palabras. La idea la indignó. Fue sorprendente la rapidez con que sus piernas se recuperaron y pudo sostenerse por sí sola.
-Dios no lo quiera -las palabras cáusticas salieron de su boca antes de que pudiera comprender la fuerza del golpe sobre un ego masculino. Casi todos los hombres tenían unos egos frágiles. Por lo general, no le importaba si debía pisotear uno, pero necesitaba la buena disposición de Pedro.
Alzó la vista para calibrar su reacción, pero las gafas de sol ocultaban sus ojos. Lo que pudo ver de su cara indicaba una total inmunidad a la puya. Por supuesto. Un hombre que había conseguido tanta riqueza y poder como Pedro Alfonso no podía tener un ego frágil. Orgullo, tal vez. Un orgullo excesivo. Pero no había nada de frágil en la torre de masculinidad que se alzaba ante ella.
-De paso pídame una taza de café -dijo; luego dió media vuelta y se dirigió al hangar sin mirar atrás.
Paula logró comer una buena parte de la ensalada y la tostada que pidió antes de que Pedro se reuniera con ella en la cafetería. Después de poco más de una hora en tierra, volvían a despegar. Se sentía mejor, pero no era capaz de superar el nerviosismo que le producía la avioneta. Aunque no se sentía mucho más segura en un avión grande de línea regular, los pequeños siempre le daban la sensación de que surcaba el espacio en una lata de refresco. Pedro y ella no hablaron, y al rato se quedó medio adormilada cuando la tensión del día pudo con ella y el zumbido del motor la arrulló. Fue el sonido raro del motor lo que la despertó más tarde. Al principio pensó que iban a aterrizar. Pero no se le pasó por alto el sonido seco de un motor fallando y la vibración irregular que sacudía al aparato. El terror la despertó del todo. Giró la cabeza.