jueves, 5 de diciembre de 2019

A Su Merced: Capítulo 8

Paula estaba sorprendida al sentir una punzada de culpabilidad por oír esas palabras. ¿Podría ser pena? ¿Pena por un hombre que se había vuelto contra su madre hacía tantos años? No podía permitirse sentir eso por él. No se lo merecía.

—¿Entiendes? —pregunto Pedro.

—Claro que entiendo —dijo ella—. ¿Qué quieres que haga? ¿Volar a Grecia y tomarlo de la mano?

Se volvió para mirarlo, toda la furia reprimida las últimas semanas atizaba su pasión.

—Sería más de lo que él hizo por mi madre. Durante veinticinco años pretendió que ella ni existía. ¡Todo porque tuvo la temeridad de casarse por amor y no realizar un anticuado matrimonio arreglado! ¿Puedes creerlo? —lo miró retadora—. La sacó de su vida por completo. Ni siquiera se apaciguó cuando se enteró de que se había casado. No le importó tener una nieta. Estaría disgustado seguramente porque era una niña —suspiró con aspereza—. Y cuando ella se estaba muriendo, no la llamó para hablar con ella —su voz se quebró, se dió la vuelta para evitar la penetrante mirada, sacó un pañuelo de papel del bolsillo trasero y se sonó la nariz—. ¿Tienes idea de lo que hubiera sido para mi madre reconciliarse con él? ¿Ser perdonada? — guardó el pañuelo y parpadeó desesperadamente para aclararse la vista—. Como si hubiera sido ella la que hubiera cometido un crimen.

—Tu abuelo es muy conservador —dijo Pedro—, cree en los viejos modos: la absoluta autoridad del cabeza de familia, la importancia de los hijos obedientes, los beneficios de un matrimonio aprobado por las dos familias.

Lo miró a los indescifrables ojos y se imaginó que las cosas no habían cambiado mucho. Pedro Alfonso era un hombre que utilizaba su autoridad como una seña de identidad.

—¿Fue así como te casaste tú con una Schulz? —preguntó tratando de parecer brusca—. ¿Los clanes Alfonso y Schulz pensaron que era beneficiosa la fusión?

De los ojos de Pedro salía fuego y, por un momento, Paula pensó que había saltado al vacío sin cuerda de seguridad. Tuvo un escalofrío debido a su bravuconada y al atávico temor ante la idea de enfadar a un hombre como ése.

—El matrimonio tuvo la bendición de las dos familias —dijo sin entonación—. No fue una fuga.

Lo que no respondía a su pregunta. Paula lo miró a los ojos y vio los signos de un hombre fuerte manteniendo su temperamento bajo control. Era respuesta suficiente, pensó mirándolo. Pedro Alfonso no se contentaría con cualquier cosa, especialmente una esposa, que no deseara. Siempre había conseguido lo que quería y asumido las consecuencias. La idea de alguien así necesitando ayuda para casarse provocaba la risa. Hubiera apostado a que su prima había sido encantadora, guapa y había quedado cautivada por el descaro de su masculino marido. No había ninguna duda de que había estado a su disposición como una buena y tradicional esposa griega.

—Gracias por hacer todo este viaje con esas noticias —dijo finalmente—, pero como puedes ver...

¿Qué? ¿No le importaban? No, no podía mentir. Había una parte de ella que sentía lástima del dolor del anciano. Una brizna de simpatía por él, moribundo y decidiendo, demasiado tarde, que se había equivocado con su hija. Darse cuenta de eso la hizo sentirse como una traidora.

—Es demasiado tarde para tender puentes —dijo deprisa—. Nunca he sido parte de la familia Schulz y no tiene sentido pretender ahora que lo sea.

Era ella misma, Paula Chaves, fuerte, capaz, independiente. No necesitaba ninguna familia perdida en Grecia. Tenía amigos, una agenda llena. Y tenía una carrera por delante, una vida que vivir. Aunque en ese momento no deseara otra cosa que apoyarse en aquel extraño y llorar hasta que algo del dolor que sentía desapareciera. Pero esa debilidad pasaría. Tenía que hacerlo, decidió mientras se mordía el tembloroso labio inferior.

—Has dejado tus sentimientos meridianamente claros —la profunda voz la recorrió haciendo que sus nervios se estremecieran—. Pero no es tan sencillo desconectar de la familia.

—¿Qué quieres decir? —se acercó a él, pero rápidamente se apartó al ser consciente de lo poco que lo conocía.

—No pasa nada —gruñó—. No muerdo.

Se estremeció al pensar en aquellos dientes blancos mordiéndola en la piel sensible del cuello. Se le aceleró la respiración y el corazón le estallaba en el pecho. Se volvió de repente horrorizada de pensar que se hubiera dado cuenta del ataque de deseo que había sufrido. Se frotó los ojos. Estaba desequilibrada. El funeral, la falta de sueño le estaban pasando factura.

—Paola...

—Paula —corrigió de modo automático. Había rechazado la versión original de su nombre en cuanto había sido lo bastante mayor para darse cuenta de que pertenecía al mundo de la lejana familia que había tratado tan mal a su madre.

—Paula —se detuvo y ella se preguntó qué seguiría a continuación—. Había venido a buscar a tu madre porque parece que es la única persona que podría ayudar...

—¿Por qué ella?

—Porque es de la familia —dijo mientras se alisaba el inmaculado pelo con la mano—. Mi hija está muy enferma —su voz era brusca hasta el punto de resultar violenta—. Necesita un trasplante de médula. Esperaba que tu madre fuera la donante que necesita.

Aquellas palabras, tan prosaicas, tan sencillas, cayeron entre ambos como una bomba. Horrorizada, Paula sintió cómo las palabras se hundían en su interior. Se descubrió a sí misma mirándolo a la cara al saber por primera vez que su formidable reserva podía ser producto de su necesidad de poner coto a una insoportable mezcla de angustiosas emociones.

—¿Tú no eres compatible? —preguntó dándose inmediatamente cuenta de que la respuesta era obvia.

Pero no estaba preparada para la ola de rabia que lo llenó. Sus manos se crisparon peligrosamente y pareció tensársele el cuerpo entero. No había duda sobre la expresión de su ojos en esa ocasión: furia. Y dolor. En silencio negó con la cabeza.

—¿Ni nadie de tu familia...?

—Nadie de la familia Alfonso es donante potencial —cortó él—. Tampoco nadie de tus parientes —hizo una pausa y respiró hondo.

Debía de sentirse tan desamparado... Y no había ninguna duda de que Pedro Alfonso era un hombre acostumbrado a controlar el mundo. El corazón de Paula se hundió al darse cuenta de lo extremo de la situación. Si el propio padre de la niña no era compatible, ¿cómo era posible que ella lo fuera? Pareció leerle el pensamiento.

—Tampoco tuvimos suerte al buscar en la base de datos de donantes potenciales, pero tu madre y su hermana eran gemelas idénticas, así que hay una posibilidad.

—¿Crees que sería capaz de donar médula ósea?

—Por eso estoy aquí —apoyó las palmas de las manos en los muslos—. Ninguna otra cosa me habría apartado de Camila en este momento.

Paula sintió el peso de sus expectativas, de su esperanza, caer encima de ella y pesar incluso más que el dolor que ella arrastraba. Qué desesperado debía de estar para volar hasta Australia sin siquiera saber si su madre estaba allí y qué terrible debió de ser para él cuando ella había borrado sus mensajes y colgado el teléfono. Sintió un escalofrío y se envolvió con sus brazos mientras una corazonada la dejaba fría. Todas las expectativas de él, toda su oscura y potente energía habían cambiado de foco. La quería a ella.

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