jueves, 7 de marzo de 2019

La Danza Del Amor: Capítulo 33

Dos días más. Pedro miró la ampliación que estaba construyendo y pensó: «Dos días más». En dos días habría terminado todo, incluidos los retoques finales, y ya no tendría que regresar al Lazy-B. Podría sobrevivir dos días más. Después, una semana más tarde, Abril empezaría otra vez el colegio. Y Paula… Bueno, no estaba seguro de lo que haría Paula después. Excepto que regresaría a Nueva York. Eso lo había dejado bastante claro. Colocó el primer clavo en la moldura que estaba poniendo y continuó hasta el final. Estaba deseando que eso sucediera. Quizá, así podría recuperar el sueño sin despertarse a cada momento soñando con ella. No sólo soñaba con hacerle el amor. Y pensaba que eso podría haberlo soportado. Eran los otros sueños los que lo volvían loco. Trató de no pensar en ello y bajó de la escalera en la que estaba subido.  Desde la mañana de los gofres, ella había tratado de evitarlo.  Pero ya le había contestado a su propuesta de acostarse con ella, ¿No era cierto?


Molesto consigo mismo, Pedro miró el reloj. Tenía que ir a recoger a Abril al campamento porque su padre se había ido a pasar el día con Susana. Desde el día del Double-C, su padre y aquella mujer se habían hecho inseparables.  No se lo reprochaba a su padre. Susana era una mujer atractiva y disponible. ¿Por qué Horacio no iba a disfrutar de ello? Por desgracia, le quedaban dos horas para ir a recoger a su hija. Así que no tenía motivo para no terminar con lo que estaba haciendo.

Cuando recogiera a Abril tampoco podría dejar de pensar en Paula, porque su hija no paraba de hablar de ella. O de las clases de ballet, o del picnic que Paula le había prometido que harían el primer día de colegio o del tutú de color rosa que le había regalado la semana anterior. Si no, se pasaba haciendo piruetas todo el día, diciendo que iba a salir en la televisión igual que Paula. Eso se lo debía a Rafael y a Analía, quienes le habían mostrado a Abril un documental en el que Paula aparecía bailando. Y Pedro se había pasado una hora buscándolo en Internet. Había encontrado montones de enlaces donde hablaban de su pasado en NEBT. E incluso había encontrado una foto del cerdo canalla.  En realidad, no podía imaginarse a Paula con aquel hombre. Recargó la pistola de clavos y agarró otra moldura antes de subir de nuevo a la escalera.  No conseguía olvidarse de Paula, por mucho que lo intentara. Si Abril no hablaba de ella, él pensaba en ella. 


¿Y dónde se había metido? La camioneta que solía utilizar no estaba aparcada frente al granero. Y aparte de comentarle antes del fin de semana que aquella mañana no podría darle clase a Abril, no le había dicho por qué.  Tampoco era que él se lo hubiera preguntado. Desde la mañana del desayuno, no habían hablado demasiado.  Bajó de la escalera una vez más y se dirigió a la cocina. La cafetera estaba vacía. Y seca. Él se había terminado el café un rato antes y la había lavado. Rellenó su botella de agua y, cuando se disponía a regresar al trabajo, percibió movimiento cerca de la ventana. Antes de que pudiera moverse, se abrió la puerta y apareció Paula.


—Hola —dijo ella, deteniéndose un instante. Después, se acercó a la cocina con las bolsas de la compra entre los brazos.

 Él dejó la botella de agua sobre la encimera y fue a ayudarla.

—Dame —le retiró algunas de las bolsas y notó que una ola de calor se apoderaba de él cuando sus dedos se rozaron.

 —Cuánta comida. ¿Vas a hacer una fiesta?

—No. Sólo me preparo para cuando lleguen mis padres mañana — dejó las bolsas sobre la mesa—. Todo el mundo querrá oír cómo les ha ido el viaje, así que pensé que sería mejor que hubiera bastante comida.

 —¿A qué hora se supone que llegan?

—En algún momento de la tarde, si su avión llega puntual — comenzó a desempaquetar las cosas.

 Él dejó las bolsas junto a las otras y la observó moverse por la cocina durante un momento.

—Ya casi no cojeas.

—Sí —dijo ella, abriendo la nevera para meter la leche—. Esta mañana tuve una cita con mi médico. Él viene desde la clínica deportiva que tiene mi tío en Cheyenne.

—¿Tu tío tiene una clínica deportiva?

—Huffington —dijo ella—. Es bastante conocida.

—¿Tu tío es Adrián Schulz?

—¿Has oído hablar de él?

Cualquier persona que viera el fútbol americano había oído hablar de él.

—Sí —«vuelve al trabajo», se ordenó en silencio. Agarró la botella de agua y se dirigió a la puerta que conectaba con la ampliación—. ¿Y qué te ha dicho el médico?

 Ella lo miró.

—Que todo va bien para poder marcharme — dijo ella.

Pero estaba mintiendo. Él se apoyó en el cerco de la puerta.

—Así que vuelves a la compañía.

Ella miró a otro lado y sacó un paquete de uvas de las bolsas para meterlo en la nevera.

—Ajá.

—¿Qué vas a hacer cuando llegues allí?

Pedro se percató de que ella se ponía tensa y enderezaba la espalda.

—¿Qué quieres decir?

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