Para que no lo viera mirándola, giro la cabeza. Poco después, Paula llegó a la mesa.
—Buenos días —saludó.
—A tí también —dijo Pedro.
Alzó la cabeza y sus ojos se cruzaron un milisegundo.
—¿Café?
—El más fuerte que tengas.
—Volveré enseguida.
Cuando les sirvió y se fue. Luis volvió a reírse.
—Otra vez. ¿Qué hay entre vosotros? He visto cómo te miraba ella. Algo ocurre, pero si no quieres contármelo, me parece bien.
—Gracias —respondió Pedro rezumando sarcasmo. Luis se limitó a sonreír. —En realidad es abogada.
—¿Ella? —la sonrisa de Luis se esfumó. —¿Abogada?
—Eso he dicho —afirmó Pedro con voz tersa.
—Entonces, ¿Por qué está aquí?
—Ésa es otra historia y, francamente, no es de tu incumbencia.
—¿Eso opinas?
—Sí.
—Supongo que ya se ha convertido en incumbencia tuya.
—No sabes cuándo rendirte ni cuándo callarte, ¿Verdad? —Pedro tuvo que tragarse una palabrota.
—No.
—Va a ayudarme a levantar el mandamiento judicial, dado que Fernando está fuera del país. ¿Satisfecho?
—Más o menos. Nunca pensé que Fernando mereciera la pena, por cierto.
Pedro ignoró el comentario de Luis sobre su abogado. Eso daba igual. Lo único importante era poner a sus hombres y su maquinaria en marcha de nuevo. Esperaba que Paula pudiera conseguirlo. Se moría de ganas de preguntarle si había empezado a trabajar en el caso, aunque lo dudaba, porque lo habían discutido el día anterior. Aun así se moría de impaciencia. Cada segundo de retraso le costaba tiempo y dinero. Tenía la esperanza de que empezase esa tarde. Por esa razón, no pensaba molestarla en casa, aunque deseaba hacerlo. Y la razón no tenía que ver con el caso.
—¿Ha hecho algo ya? —preguntó Luis.
—Aun no, estoy seguro.
—Necesita ponerse en marcha.
Pedro frunció el ceño. Iba a responder cuando llegó Paula con una cafetera llena. De nuevo, se le aceleró el corazón al verla. Maldijo su libido y sus emociones.
—¿Quieren más? —preguntó ella.
—No, gracias —repuso Luis. —Quizá más tarde.
Ella asintió, se dió la vuelta y se fue. Pedro no pudo evitar admirar el lindo balanceo de su trasero. Nada le habría gustado más que poner las manos sobre él, hacerla girar y besar sus labios húmedos y carnosos. Le costó toda su fuerza de voluntad dejar de pensar en ella, pero lo hizo. Había demasiado en juego.
—Sigues apoyándome en lo del dinero, ¿Verdad? —preguntó Pedro, llevándose la taza a la boca.
—Te daré tanto tiempo como pueda —respondió Luis. —Pero los demás no serán tan comprensivos —hizo una pausa. —Si tardas en arreglar este lío, quiero decir.
—Entiendo — a Pedro los nervios le atenazaban el estómago. —Por eso me alegra haber hablado contigo. Necesito informar a Paula de lo que esté sucediendo.
Charlaron un rato más, hasta que Luis terminó su café y se marchó. Pedro fue hacia la barra y se sentó en uno de los taburetes, Paula estaba de espaldas a él pero, como si percibiera que alguien la observaba, se dió la vuelta. Un velo inexpresivo cubrió sus ojos y rostro.
—Sólo quería decirte adiós y pedirte que me llames cuando sepas algo.
—Lo haré —le sonrió débilmente.
Sus ojos mantuvieron el contacto un momento más. Después, él se levantó y salió. Lo asustaba la fuerza de sus emociones; maldijo todo el camino hasta llegar a su furgoneta.
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