Cuando Pedro pasó a su lado, captó un aroma limpio y fresco, como si acabara de ducharse. Eso la puso aún más nerviosa. Sonrojándose, Paula se dió la vuelta. No había pensado así desde la muerte de su marido.
—¿Quieres algo de beber? —preguntó. —¿O comer?
—Un café bastará.
—¿Seguro que quieres que te lo sirva yo? —se obligó a preguntarlo con una sonrisa, esperando que él se relajara un poco.
La tensión de su rostro se suavizó e incluso esbozó una sonrisa. A Paula se le disparó el corazón.
—Claro, pero ya te habrás dado cuenta de que me he sentado muy cerca de la mesa.
Ella sonrió de nuevo, pero Pedro, en cambio, frunció de nuevo el ceño. Paula fue a por el café y dejó la taza ante él con mucho cuidado.
—Pareces molesto —dijo. Si era por culpa de ella, quería saberlo.
—Sí, pero no contigo —la miró a los ojos. Ella notó cómo el rubor cubría sus mejillas. Grant siguió con voz baja y ronca. —Estás tan preciosa que, si pudiera, te abrazaría aquí mismo y te besaría hasta que me suplicaras que parase. Y aun así, no sé si obedecería.
La provocativa afirmación la desconcertó tanto que se quedó de pie, muda y ardiendo de calor.
—¿Tienes un minuto?
—Claro —dijo, temiendo escuchar algo que no deseaba oír.
Él apartó la silla contigua a la suya y le indicó que se sentara.
—Deja que vaya a por un café antes. Volveré enseguida —Paula volvió con su café y se sentó.
Estuvieron en silencio unos minutos, bebiendo.
—Ha ocurrido algo —aventuró ella por fin.
—Y que lo digas —Pedro soltó un suspiro.
—¿Quieres hablar de ello?
—Necesito un buen abogado. ¿Conoces alguno?
A Paula le dió un vuelco el corazón, pero mantuvo el aspecto de serenidad. ¡Vaya si conocía abogados!
—Con todos tus negocios, me sorprende que no tengas uno.
—Sí lo tengo, pero está fuera del país. Y su socio es un idiota.
—Ah —Paula alzó las cejas pero no hizo preguntas.
—Perdona. Eso no es del todo cierto. Digamos que no tenemos las mismas ideas.
—¿Por qué crees que necesitas un abogado? —preguntó Paula.
No tenía por qué contárselo, pero parecía querer hablar con alguien del tema.
—Lautaro Holland, el propietario del terreno cuyos árboles compré acaba de llamarme y ha dejado caer una bomba.
—¿Sí?
—Sí, y lo peor de todo es que yo lo consideraba amigo mío.
—La amistad y los negocios son cosas muy distintas, Grant. Eso deberías saberlo.
—Lo sé, diablos. Pero en un pueblo pequeño la palabra de un hombre vale tanto como su firma. Y yo tenía ambas cosas de Lautaro.
—¿Qué es lo que ha cambiado?
—Quiere que mis trabajadores dejen de talar.
—¿Por qué razón?
—Un cuento de un medio hermano ilegítimo que ha aparecido de la nada y quiere tomar parte en el negocio que Lautaro y sus hermanos habían hecho conmigo.
—¿Y tu amigo se lo ha creído y quiere romper al trato? —Paula estaba atónita pero también intrigada.
—Se lo ha tragado enterito. Dice que si Julián Ross, así se llama el tipo, dice la verdad, tiene derecho a una participación en el negocio.
—Suena ridículo.
—Es más que eso. Es una locura.
—¿Y qué has contestado? —preguntó Paula.
—Le he dicho a Holland que está fuera de sus cabales si un tipo al que no ha visto nunca llega de repente con esas pretensiones y no lo manda a paseo.
—Me parece increíble que no lo haya hecho —Paula movió la cabeza consternada.
—Lautaro dijo que nunca me había visto tan enfadado.
—Tengo la sensación de que ese comentario no debió de gustarte nada —Paula abrió mucho los ojos.
—Tienes razón. Le dije que si creía que eso era estar enfadado esperase un poco, porque aún no había visto nada. En ese momento aún estaba tranquilo.
—Qué lío—comentó Kelly.
—Hay más —interpuso Pedro, —Lautaro defendió al tipo diciendo que su padre era un mujeriego y era posible que Julián Ross fuera fruto de una de sus aventuras. Según él, la madre de Ross estaba harta de callar y le juró a su hijo que Rafael Holland era su padre y que debía reclamar todo aquello que le correspondiera.
—¿Y tu respuesta? —Paula lo miró a los ojos,
—Basura y más basura —Pedro soltó el aire de golpe. Paula casi sonrió. —Le dije que suena demasiado fácil. Ross es su problema, no mío. Tenemos un trato en marcha, firmado, sellado y entregado.
—Pero él no lo ve así, ¿Verdad?
—Acertaste. Por lo visto, Julián Ross amenaza por poner una demanda para interrumpir mí negocio, alegando que su familia no tiene derecho a vender los árboles sin su firma.
—Es una locura; cuando hizo el trato, Lautaro ni siquiera sabía que el tipo existía —Paula estaba atónita y lo demostraba. —Pero por lo visto al tal Ross le da igual.
—Así que le dije a Holland que me devolviera el dinero. Un proceso judicial podría arruinarme.
—¿Y qué contestó? —Paula estaba cada vez más horrorizada. Pedro tenía razón: necesitaba un abogado, cuanto antes mejor.
—Dijo que no podía, que él y sus hermanos lo habían invertido todo en acciones de liquidez a largo plazo.
—Ese hombre es toda una pieza.
—Le dije que ése era su problema, no mío. Por supuesto, Lautaro gimió que buscaríamos una solución, que sólo me pedía que suspendiera las operaciones unos días, hasta arreglar este lío.
—Espero que le dijeses que no.
—Efectivamente, El arguyó que estaba siendo irrazonable. Le pregunté qué haría él si estuviera en mi lugar. ¿Estaría dispuesto a ceder? Contestó que no, así que le dije que la solución era pedir un préstamo utilizando las acciones como garantía y pagar al tipo.
—Sí hubiera aceptado, no estaríamos teniendo esta conversación —apuntó Paula.
—Correcto de nuevo —afirmó Pedro. —Amigo o no amigo, un trato es un trato. Yo cumplí mi parte y espero que él cumpla la suya. Lautaro se enfadó y me dijo que esto no quedaría así. Pero si quiere lucha, la tendrá. Yo voy a talar mí madera.
—Tal vez pueda ayudarte.
—¿Tú? —Pedro la miró sorprendido.
—Eso he dicho —dijo Paula con ecuanimidad,
—¿Cómo? —él rió, —¿Vas a utilizar tus dotes de camarera para echar café caliente en su entrepierna?
Paula sabía que intentaba ser gracioso, pero para ella el comentario no lo era en absoluto. Forzó una sonrisa almibarada y se puso en píe.
—Tengo mis fallos como camarera, pero cuando me dedico a las leyes, soy una abogada excelente.
Pedro se puso pálido, como si acabara de rebanarle el pescuezo.
—¿Tú eres abogada? —su risa resonó por todo el local.
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