—¿Tienes un minuto?
Pedro torció el gesto al oír la voz de su banquero, Luis Rains.
—Montones de ellos. ¿Por qué?
—Vamos a quedar a tornar un café.
—¿Dónde? —preguntó Grant, deseando que no sugiriese el Sip'n Snack.
—Sip'n Snack, ¿qué otra cosa hay en el pueblo?
—Te veré enseguida —Pedro suspiró internamente. —Cerró el móvil y se encaminó en esa dirección.
Por más que deseaba ver a Paula, se resistía a hacerlo, incluso por negocios. Le gustaba demasiado estar con ella, y eso lo preocupaba. La última persona que necesitaba ver en ese momento era la mujer que pulsaba sus teclas, en más de un sentido. Sin embargo, más le valía acostumbrarse, porque iba a representarlo. Le gustara o no, era la única abogada del pueblo. Mayor razón para mantener la guardia. Tenía demasiada carga del pasado para él. En ningún modo deseaba competir, no lo haría, con los recuerdos de un hombre y una niña fallecidos. Iniciar una relación con esos antecedentes sería un suicidio.
Suponía que ningún hombre estaría a la altura de su esposo. Diablos, Pedro ni siquiera quería probar cuando se casara, si lo hacía, y era dudoso, su esposa sería una mujer bella enamorada del aire libre, como él. Trabajaría a su lado en el jardín, e incluso hada conservas de frutas y verduras. La imagen de Paula Chaves haciendo algo así le daba risa. No, No era la mujer para él. Pero tenía que admitir que era atractiva, y lo excitaba. Por tentado que estuviera, haría mejor limitando su relación a lo estrictamente profesional. Además, cuando Jimena regresara, Paula se marcharía de Lane. No tenía ninguna intención de permitir que se llevara su corazón con ella, dejando un agujero en su vida tan grande como el cráter de un volcán. No, era demasiado listo para eso.
Unos minutos después entró en Sip'n Snack. Luis Rains ya estaba sentado con una taza de café delante de él. Al principio, Pedro no vió a Paula hasta que salió de detrás del mostrador. Se detuvo al verlo. Sus ojos se encontraron durante lo que pareció un momento interminable. Después ella lo saludó con la cabeza y se dirigió hacia una mesa que acababa de ocupar un pareja. Pedro supuso que después lo atendería a él. Pero no había prisa; en cuanto había entrado, había percibido su dulce perfume. No se atrevía a mirar hacia abajo, pero estaba convencido de que su reacción era visible en la entrepierna de sus vaqueros.
—La recordarás la próxima vez que la veas.
Pedro estrechó los ojos y miró a su banquero, cuyo rostro era tan redondo como su cuerpo. Luis no estaba gordo; era fuerte como un toro, porque asistía al gimnasio a diario. Decía que eso lo mantenía cuerdo para enfrentarse con gente rara todo el día. Pedro no envidiaba en absoluto su trato con la gente; sobre todo cuando el tema era el dinero. Prefería con mucho la maquinaria y los árboles. Eran mucho más sencillos: no replicaban.
—¿A qué te refieres? —preguntó Pedro con voz ruda, sentándose.
—A cómo la estabas mirando —Luis resopló.
—¿Qué pasa? ¿La conoces o algo?
—En cierto modo.
—Sabes explicarte mejor que eso, amigo —Luis lanzó a Pedro una mirada de incredulidad.
—¿Y si no quiero hacerlo?
—Tenías aspecto de poder comértela con una cucharilla, si hubieras tenido una —Luis sonrió.
—Bueno, es un gusto para los ojos. Y no estoy muerto. ¿Entonces...? —Pedro dejó la pregunta abierta a propósito.
—Ya empezaba a inquietarme —la sonrisa de Luis se hizo más amplia. —Hace mucho que no te veo con una mujer, ni te oigo hablar de una.
—Estoy demasiado ocupado trabajando.
—Eso es basura.
Pedro se encogió de hombros.
—¿Quién es? ¿Y qué está haciendo aquí?
—Es la prima de Jimena, Paula.
—Ah, así que Paula, ¿Eh?
—Vete al cuerno —Pedro miró a su amigo con ira.
—Eh, no te culpo por mirarla de arriba abajo. Chico, es despampanante, no lo que uno espera encontrarse trabajando en un sitio como éste, aunque tenga más clase que ningún otro de Lane.
—Jimena tiene problemas y está sustituyéndola.
Pedro cerró la boca y observó a Paula llevar café y bollos a la mesa que había frente a ellos. Ese día llevaba unos vaqueros de corte bajo, un cinturón ancho y un suéter negro de cuello vuelto. De sus orejas colgaban unos pendientes brillantes. Luis tenía razón; era despampanante, sobre todo ese día. El conjunto acentuaba todos sus puntos positivos.
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