—¿Bailar con la compañía?
Paula suspiró y cerró la puerta de la nevera.
—No. Con la compañía no. Ni con nadie. No volveré a bailar de manera profesional. Eso ya lo habías imaginado, ¿No?
Las lágrimas inundaron su mirada y trató de salir corriendo de la cocina. Pedro la agarró del brazo.
—Lo siento.
—¿Por qué? Eso es lo que pasa con las bailarinas que no pueden bailar. Él se contuvo para no blasfemar y la abrazó contra su pecho.
—¿Qué ha dicho el médico?
—Lo que ya sabía. La rodilla se está curando, pero no quedará lo bastante bien como para bailar de manera profesional.
—A veces las cosas salen de la peor manera — murmuró él.
—Tú lo sabes mejor que nadie —dijo ella.
Él suspiró y apoyó la barbilla sobre su cabeza, abrazándola unos minutos hasta que por fin dejó de temblar.
—¿Has informado a la compañía? —preguntó.
—No importa —se liberó de su abrazo y se secó las mejillas—. Siento haberte mojado la ropa.
—Sólo es una camiseta —dijo él—. ¿Y por qué no importa?
—Antes de irme de Nueva York sabía que probablemente no regresaría en condiciones de actuar.
Pedro la miró.
—No era eso lo que contabas.
—¡Porque todavía tenía alguna esperanza! Pensaba, que si regresaba y podía demostrar que todavía tenía lo que hace falta tener, quizá el equipo de dirección pudiera deshacer la decisión de Marcos. Él no tiene la última palabra respecto a los artistas… —se calló y negó con la cabeza antes de secarse los ojos con un papel de cocina—. Ya no importa. Lo único que puedo hacer es regresar como profesora de baile. Dirigiré los ensayos de mi sustituta —añadió—. Un día muy feliz.
—Entonces, no regreses.
—¡Es mi trabajo!
—Consigue otro.
—¿Como hiciste tú? —lo miró—. A lo mejor no quiero dejar una carrera en la que he empleado todo mi tiempo. El ballet era mi vida. Era todo lo que tenía.
—¿Y qué se supone que significa eso?
—Lo dejé todo por el baile. La oportunidad de conocer a un hombre que quisiera casarse conmigo. Y tener hijos —negó con la cabeza—. Ni siquiera tengo excusa para estar disgustada con ello. Sabía lo que estaba haciendo. Sabía la elección que estaba tomando. Y debía haberme dado cuenta de cómo era Marcos.
—Entonces, deja de hablar como si nunca fueras a tener esa oportunidad. Conocerás a alguien —deseaba que la voz de Harmony le indicara qué podía decirle a Paula para que reaccionara. Pero no había oído la voz de Brenda desde la noche en que abrazó a Paula dentro del agua.
—Te enamorarás —añadió.
Paula lo miró y negó con la cabeza.
—No todo el mundo consigue lo que tú tuviste con Brenda —se volvió para guardar un paquete en el armario.
—¿Eso qué quiere decir? ¿Qué ni siquiera vas a buscarlo? ¿Te traiciona un canalla y crees que se acaba el mundo?
Ella cerró los ojos y suspiró.
—Soy patética, pero no tanto.
—No eres patética —dijo él con impaciencia.
—Entonces, ¿qué soy? —lo miró a los ojos—. ¿Qué es lo que ves cuando me miras, Pedro? Ni siquiera tienes que contestar. Porque ya lo sé. Ves a una mujer que te desea. Pero es todo lo que ves, ¡Porque enterraste tu corazón junto a tu esposa!
—Ella era mi vida.
—Y el ballet la mía —se volvió y se cubrió el rostro con las manos— . Márchate. No debería haber hablado de esto contigo. Como bien dijiste, ni siquiera somos amigos. Ni tampoco amantes.
Pedro se preguntaba qué diablos eran porque, desde luego, no podía dejar de pensar en ella.
—¿Qué pasa, entonces? ¿Es por orgullo? ¿Crees que empezar a ser profesora de ballet es rebajarte?
—¡No! ¡Las buenas profesoras de ballet valen su peso en oro! — exclamó—. Tendría mejor horario y, gracias a que mi agente fue muy inteligente, la compañía está obligada a mantenerme el sueldo. Además no importa lo que yo piense. Es el mundo que conozco. Y es el trabajo que me espera.
—Sólo si lo aceptas —dijo él.
—¿Y qué más puedo hacer? El ballet no da tantos beneficios como debía de dar tu despacho de arquitectura. ¡Tengo que ganarme la vida!
—Da clases —dijo él—. Estás practicando con Abril y sus amigas.
—No puedo quedarme aquí.
—¿Por qué no?
—¡Por tí! —se sorprendió de sus propias palabras. Las lágrimas inundaron de nuevo su mirada—. Por tí —repitió tras un silencio.
—Yo te abrí la puerta la semana pasada. Fuiste tú quien decidió no pasar.
—¿Crees que esto se trata nada más de sexo?
—¿De qué más si no?
Ella lo fulminó con la mirada.
—No estás enamorada de mí —dijo él—. Nos conocimos hace menos de cinco semanas.
—¿Cuánto tiempo pasó antes de que supieras que amabas a Brenda?
Él apretó los dientes. «Un día», contestó en silencio.
—Eso es diferente —no eran más que unos críos. Y habían crecido juntos, tratando de descubrir cómo convertirse en buenos padres, y cómo ser buenos amantes a pesar de que a veces desearan estrangularse el uno al otro.
—¿Por qué? ¿Porque era santa Brenda y nadie puede ser como ella? —pasó junto a él—. Eso es — murmuró mientras salía de la habitación.
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