jueves, 14 de marzo de 2019

Corazón Indomable: Capítulo 1

Pedro Alfonso acababa de bajarse de su camioneta cuando Marcos Tipton, el jefe de correos, salió de la cafetería Sip'n Snack.

—¿Qué? A echar un vistazo ¿No? —Marcos ofreció a Pedro una sonrisa que medio escondían su barba y bigote. —O quizá debería decir a echar otro.

—¿De qué hablas? —preguntó Pedro, perplejo.

—De la nueva pieza del pueblo.

—Supongo que te refieres a la mujer recién llegada, ¿No? —Pedro hizo una mueca.

—Correcto —contestó Marcos, moviendo la cabeza de arriba abajo y sin dejar de sonreír. Obviamente, no veía razón para avergonzarse o pedir disculpas por su forma de expresarse. —Está llevando la tienda de Jimena.

Pedro gimió para sí, Marcos era el mayor cotilla de pueblo. Y el que fuera hombre lo empeoraba aún más.

—No lo sabía —Pedro encogió los hombros, —pero hace tiempo que no voy a tomar café.

—Cuando la veas te arrepentirás de eso.

—Lo dudo —ironizó Pedro.

—No te daba por muerto, Alfonso.

—Dame un respiro, ¿Quieres? —Pedro estaba irritado y no se molestó en ocultarlo.

—Pues es despampanante —declaró Marcos. —Está a años luz de cualquiera de aquí.

—¿Y por qué me lo cuentas? —preguntó Pedro con tono de aburrimiento, esperando que Marcos captara la indirecta.

—Pensé que podría interesarte, dado que eres el único de por aquí que no tiene esposa ni compromiso —esbozó una sonrisa de complicidad y le dio un golpe en el hombro. —Tú ya me entiendes.

Durante un segundo, Pedro deseó aplastarle la cara al cartero pero, por supuesto, no lo hizo. Marcos no era el único que había intentado ser su casamentero. Era indudable que le gustaría que una mujer batalladora y de sangre ardiente ocupara su cama de vez en cuando, pero la idea de algo permanente le daba escalofríos. Por primera vez, la vida le iba bien, sobre todo en Lane, ese pequeño pueblecito de Texas. Grant, como guarda forestal, estaba haciendo lo que adoraba: jugar en el bosque y cortar árboles con los que ganaría montañas de dinero. Además, no estaba listo para asentarse. Con su pasado de vagabundeo, nunca sabía cuándo volvería a entrarle la comezón de moverse. Y si no podía hacerlo se sentiría atrapado. Eso no era para él, al menos aún.

—¿Quieres que vuelva a entrar y los presente? —preguntó Marcos, soltando una risa profunda.

—Gracias, Marcos —Pedro apretó los dientes, —pero en cuestión de mujeres, se apañármelas solo —miró su reloj. —Estoy seguro de que tienes clientes esperando.

—Captado —Marcos le guiñó un ojo.

Sin embargo, cuando el jefe de correos desapareció de la vista, Pedro aceleró el paso hacia la puerta de entrada Sip'n Snack.



Paula Chaves se frotó las manos en el agua calienta y jabonosa, mordiéndose el labio inferior. Había estado colocando bollos en el mostrador y estaba convencida de que estaba pegajosa hasta los codos. Desde que estaba en el pequeño pueblecito campestre, Lane, hacia tres semanas, se había preguntado una y otra vez si había perdido la cabeza. Pero conocía la respuesta y era un «no». Su prima, Jimena Perry, necesitaba ayuda y Paula había acudido al rescate, igual que Jimena la rescató a ella después del trágico acontecimiento que había cambiado su vida para siempre.

—Ay —gimió Paula, sintiendo escozor en las manos. Las sacó del agua, agarró una toalla y frunció el ceño al ver sus dedos.

 Las largas y perfectas uñas pintadas y la suave piel de la que tanto se había enorgullecido habían desaparecido. Sus manos tenían aspecto seco y arrugado, como si las tuviera en remojo todo el día. Así era, a pesar de que tenía dos ayudantes, Leandro y Daniela. Echó un vistazo a la cafetería vacía y soltó un suspiro, imaginando cómo estaría minutos después: abarrotada de gente. Sonrió para sí por la palabra «abarrotada». El término no encajaba con ese diminuto pueblo. Sin embargo, no tenía por qué reírse. La nueva adición de Jimena a esa localidad maderera de dos mil habitantes había sido un gran éxito. Con muy poca inversión su prima ya tenía beneficios, aunque escasos, vendiendo café, pastas, sopas y bocadillos de alta gastronomía. Según los lugareños, Sip'n Snack era el local de moda, y eso era bueno. Si tenía que estar allí, al menos estaba donde estaba la acción, hasta que cerraba. Odiaba las veladas. Eran demasiado largas y tenía demasiado tiempo para pensar. Aunque entraba en la pequeña y acogedora casa de Jimena tan agotada que apenas era capaz de llegar a la bañera, y menos a la cama, no podía dormir. Las noches habían sido un problema mucho antes de que llegara a Lane. Y teniendo las tardes libres, el pasado tenía muchas oportunidades de alzar su traumática cabeza. Pero pronto cumpliría con su obligación para con su prima y regresaría a Houston, a donde pertenecía. Se recordó, con ironía, que su vida personal no había sido mejor allí, de haberlo sido no estaría en Lane. Por dentro, en lo más profundo de su ser, tenía el corazón recubierto de una capa de cemento que nada podía romper.

—Teléfono para tí, Paula.

—Hola, tesoro, ¿Cómo va todo? —canturreó la alegre voz de Jimena al otro lado del auricular.

—Va.

—No quiero estar encima de tí, pero no soporto no saber qué ocurre. Estar lejos de la tienda me provoca síndrome de abstinencia.

—Lo imagino.

—¿Lo has conocido ya?

—¿Conocer a quién? —Paula hizo una mueca.

—Al guaperas del pueblo —rió Jimena, —el único soltero que merece la pena por aquí.

—Sí lo he conocido, no lo sé —dijo Paula, intentando ocultar su agitación.

—Oh, créeme, lo sabrías muy bien.

—Estás perdiendo el tiempo, Jime, intentando hacer de celestina.

—Hace tiempo que deberías estar mirando a otros hombres —su prima suspiró. —Hace mucho tiempo.

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