jueves, 28 de marzo de 2019

Corazón Indomable: Capítulo 17

—¿Por eso estás aquí?

—Sí —Paula se obligó a volver a la realidad. Tenía que poner fin a la conversación. —No estaba trabajando bien y mi jefe me sugirió que me tomara un tiempo.

—Pero tú no estabas de acuerdo —afirmó Pedro.

Paula se lamió el labio inferior. Vió cómo él seguía el movimiento de su lengua con los ojos y rechazó la sensación que eso le provocaba.

—Al principio no, pero después comprendí que tenía razón. En realidad nunca llegué a llorar la muerte de mi familia. Enterré el dolor en un lugar tan profundo de mi corazón que no podía salir a la superficie.

—Y un día afloró. Inesperadamente.

—Exacto. Me quedé en casa varias semanas, durante las cuales lloré y tuve ataques de rabia. También tiré y rompí objetos, pero al menos me enfrenté al dolor. De repente, Jimena me llamó, y aquí estoy.

—Pero no por mucho tiempo.

—El día que regrese Jimena, me iré —aclaró ella con una sonrisa inexpresiva.

—Este pueblucho aburrido no es para tí, ¿Eh?

—Tú lo has dicho, no yo.

—Pero eso es lo que sientes.

Paula se encogió de hombros, percibiendo el leve tono de censura de su voz. Que a ella le gustara o no el pueblo no era asunto de Pedro. Sin embargo, no tenía derecho a despreciar su entorno, era insultante,

—Mira, pretendía...

—Eh, no me debes ninguna disculpa —Pedro alzó la mano. —Hubo un tiempo en que yo pensaba igual.

Paula abrió los ojos de par en par.

—Como sabes, no siempre he vivido aquí.

—Eso dijiste, pero pareces haber encontrado el huequito perfecto para tí.

—En otras palabras, no he tardado mucho en convertirme en un pueblerino.

—No quería decir... —Paula se ruborizó.

—Claro que sí, y no importa. Me encantan estos bosques y la gente que vive en ellos.

—¿Y si te quedas sin árboles que talar por aquí?

—Eso no ocurrirá.

—¿En serio?

Él soltó una risita y se inclinó hacia delante. Paula captó el aroma de su colonia, que volvió a asaltar sus sentidos. Intentó simular que no la afectaba, pero cada vez era más difícil. Ese hombre tenía que marcharse, sobre todo porque el tórrido beso que habían compartido estaba muy presente en su mente. Si llegaba a pensar en lo que había sentido cuando su dedo le rozó el pecho, tendría problemas muy serios.

—Esta zona es el paraíso para un forestal —dijo él, devolviéndola a la realidad. —No creo que me quede sin árboles nunca.

—Eso es un plus para tí.

—No importa, me encanta este sitio y, con suerte, no tendré que abandonarlo.

—Eso lo entiendo —dijo Paula con voz vigorosa. —A mí me encanta la ciudad y no la abandonaré nunca.

—Hace mucho que aprendí a no decir nunca —ladeó la cabeza y le lanzó una mirada calculadora.

—¿Eso incluye el matrimonio? —ella se indignó consigo misma por preguntarlo. Le daba igual que hubiera estado casado o pensara casarse en el futuro. El que la hubiera besado con furia no le daba derecho a indagar en su vida personal. —Disculpa, no es asunto mío.

—No es problema —alzó los hombros y sonrió. —No me opongo al matrimonio, ahora que me he asentado en un sitio. Supongo que no he encontrado a la potrilla adecuada todavía.

Ella sintió una oleada de disgusto. La potrilla adecuada. Ese tipo de lenguaje le recordó de nuevo que no tenía nada que ver con ese hombre y que estaba perdiendo el tiempo al mantener una conversación personal con él. Iba a ser su cliente, nada más. Lo acompañó hasta la puerta, tinos pasos más atrás, y volvió a fijarse en sus andares que hacían justicia al trasero masculino más firme y atractivo que había visto en su vida. Al ver el rumbo que tomaban sus pensamientos, Paula rezongó una palabrota.

—¿Decías algo? —preguntó él, volviéndose.

—No —forzó una sonrisa.

—Sigues pensando en ayudarme con el requerimiento judicial, ¿Verdad? —preguntó él, serio.

—¿Estás seguro de que quieres que lo haga, ahora que sabes que mi empresa no confía mucho en mí en estos momentos?

—No pongas excusas tontas —protestó Pedro.

Ella titubeó.

—No puedes abandonar el barco ahora.

—Te dije que haría lo que pudiera, y pienso mantener mi palabra —hizo una pausa. —Sólo espero que no tengas que arrepentirte.

—No me arrepentiré —murmuró él, mirándola como sí pudiera comérsela.

Ella se dijo que no podía permitir que le afectase. Sus sentimientos eran puramente físicos. Sí los ignoraba, desaparecerían.

—Sabes lo que me gustaría hacer ahora, ¿Verdad? —la voz sonó aún más ronca y grave.

Paula se sentía como si estuviera a punto de tener un infarto. Lo miró sin decir nada.

—Me gustaría besarte hasta quitarte el aire.

«¿Y por qué no lo haces?», estuvo a punto de decir ella. Pero venció el sentido común.

—No creo que sea buena idea.

—Yo tampoco —la desnudó con ojos ardientes. —Porque una vez que empezase, no me bastaría con un beso.

Paula siguió parada, inmóvil, la sangre le martilleaba los oídos. Pedro se puso el sombrero y carraspeó.

—Me marcho.

Cuando la puerta se cerró a su espalda, Paula obligó a sus piernas a llevarla al sofá. Se dejó caer y se apretó el estómago, la cabeza le daba vueltas. ¿En qué se había metido?

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