martes, 19 de marzo de 2019

Corazón Indomable: Capítulo 6

Paula se quedó sin aire. Por supuesto que no podía entrar. No había ninguna razón para que él estuviera allí. Y menos aún para que entrase. Sin embargo se quedó allí con la puerta abierta, mientras su sentido común se perdía. No podía permitirse esa locura. Ni siquiera estaba vestida. No llevaba nado bajo el albornoz, pero al menos era grueso y nada transparente.

—Estas flores se mueren de sed —Pedro ladeo la cabeza y sonrió. —No sé cuánto tiempo más sobrevivirán.

—Sí que están un poco mustias —Paula movió la cabeza de lado a lado.

—Ya sabía yo que en algo estaríamos de acuerdo.

—¿Te han dicho alguna vez que eres imposible? —preguntó ella, mirándolo con exasperación.

—Sí —la respuesta fue seguida por una risa grave y profunda que hizo que a Paula se le disparase el pulso.

La asombraba que ese hombre estimulara su naturaleza sexual cuando otros no lo habían conseguido, por empeño que pusieran. Hacía años que no miraba un hombre excepto con pasividad. Se preguntó por qué era distinto él. No lo sabía pero tampoco quería analizar las razones con él instalado en el porche de Jimena.

—Si te prometo que sólo me quedaré hasta que pongas las flores en agua —no lo dijo como pregunta, pero alzó las cejas como si lo fuera.

Paula, resignada, dió un paso atrás e hizo un ademán con la mano. Pedro, sonriente, se quitó el sombrero y entró de dos zancadas. Ella cerró la puerta y lo siguió a una distancia segura, pero observándolo. No sólo estaba fantástico con otro par de vaqueros desvaídos y una camiseta azul del mismo color que sus ojos; su altura y constitución hacían que la habitación pareciese pequeña, demasiado para los dos. Aún con el pulso desbocado, Paula deseó alejarse más, pero sabía que sería inútil. No había ningún sitio que pudiera poner la suficiente distancia entre ellos.

—¿Tienes un jarrón?

—Hum, seguro que Jimena tiene alguno por ahí.

—Tal vez deberías ir a buscarlo.

—Tal vez —afirmó ella tras un tenso silencio.

—Eh, soy inofensivo —rió él. — De verdad.

Paula alzó las cejas y sonrió. «Eres tan inofensivo como una serpiente cascabel en una guardería», pensó. Tenía que aguzar sus sentidos para protegerse.

—Siéntate mientras busco un jarrón —estiró la mano hacia las flores.

—¿Seguro que no necesitas ayuda? —preguntó él, dándole el ramo.

—Seguro —repuso ella, con más dureza de la que pretendía.

Pero ese hombre se le estaba metiendo en la piel y, lo peor ele iodo, era que le estaba dando carta blanca para hacerlo. Había permitido que sus manos se rozaran y la sensación le provocó un escalofrío. Buscó un jarrón, lo llenó de agua y colocó las flores. Después volvió a la sala y puso el jarrón sobre una mesita. Él estaba inclinado junto a la chimenea, reavivando las ascuas. Era indudable que tenía un trasero perfecto, Y en ese momento podía observarlo sin que él lo supiera. De pronto, comprendiendo lo que hacía, sacudió la cabeza.

—Gracias por las flores.

Él se irguió y se dió la vuelta. Sus ojos se encontraron un momento. Cuando Pedro desvió la mirada, ella suspiró de alivio. Su presencia allí iba a ser problemática si no conseguía controlar sus emociones. Estaba comportándose como una adolescente dominada por las hormonas.

—Es una oferta de paz —dijo él, frotándose una barbilla que lucía un principio de barba que acentuaba su atractivo.

—Sí es por eso, debería ser yo la que apareciera en tu puerta.

—En realidad sólo es una excusa para verte otra vez —hizo una pausa y la miró a los ojos. — ¿Tienes algún problema con eso?

—Desde luego, no te muerdes la lengua—dijo ella, intentando ganar tiempo. Era el momento perfecto para decirle que no estaba interesada en él ni en ningún otro hombre. Pero no lo hizo, — ¿Quieres sentarte?

—Me encantaría, pero ¿Estás segura de que es lo que quieres?

—No —su voz sonó temblorosa. —Ahora mismo no estoy segura de nada.

Él se dejó caer en el sofá y miró el fuego.

—No te he ofrecido nada de beber.

—Una cerveza estaría bien.

Jimena tiene algunas en el frigorífico.

—No me gusta beber solo.

—Yo tengo mi café.

La risa de él la siguió hasta la cocina. Preparó las bebidas y volvió a la sala. Él había extendido sus largas piernas ante él. Inconscientemente, miró sus fuertes muslos y el bulto que había bajo la cremallera. Al comprender lo que estaba haciendo, alzó la vista y descubrió que él la miraba con ojos ardientes. Inspiró con fuerza, pero no sirvió de mucho. Le ardían el rostro y los pulmones. «Debería marcharse» pensó. Se sentó en el sillón. Él tomó un trago de la botella de la cerveza y la dejó en la mesita.

—¿Qué trae a alguien como tú a este lugar?

—¿Alguien como yo? —Paula dió un respingo.

—Sí, una dama con clase que parece y se comporta como un pez fuera del agua.

—Mi prima necesitaba mí ayuda y acudí al rescate.

—Nada es así de sencillo.

—Puede que no.

—Pero eso es todo lo que vas a contarme, ¿Correcto? —agarró la botella de cerveza y tomó otro trago.

—Correcto —afirmó ella, aunque sus labios pugnaban por curvarse con una sonrisa.

—Entonces tienes mucha carga del pasado o muchos secretos, Paula Chaves. ¿Cuál de las dos cosas?

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