—¿Por qué? —la miró intrigado. —¿Te ha inhabilitado o algo así?
—No, no estoy inhabilitada ni nada así —dijo ella con paciencia forzada.
—Mira, lo siento —dijo él con sinceridad, como si hubiera comprendido que estaba metiendo la pata de nuevo. —Pero hay algo en tí... —calló de repente, como si temiera cometer otro error.
—Que te hace decir y hacer cosas que no harías normalmente —Paula terminó la frase por él.
—Sí. ¿Cómo lo sabes?
—Tal vez a mí me ocurra lo mismo.
Que hubiera admitido eso pareció sorprenderlo. De hecho, ella también se había sorprendido. Cuanto menos personales fueran las cosas entre ellos, mejor sería. De hecho, cuanto antes se librara de él, mejor.
—Te suplicaré si hace falta —dijo él.
Dejó de mirar el fuego y la miró a ella. Ella no pudo leer sus ojos, pero notó una desesperación en su gran cuerpo que no había percibido antes. Seguramente creía que si le pedía perdón, ella cedería. Pero se equivocaba. Una vez más.
—Las suplicas están prohibidas aquí.
—¿Y arrodillarse? —preguntó él.
—Eso también —le costó un gran esfuerzo no sonreír.
—No le das mucho cuartel a un hombre, ¿Eh?
—Sólo cuando se lo merece.
—Fui un burro. Ya lo he admitido —Pedro se puso pálido. —Pero si de veras no puedes ayudarme, me marcharé y no volveré a molestarte.
De repente, Paula se sintió culpable. Pensó que quizá en lo más profundo se moría de ganas de hacer algo, cualquier cosa, relacionada con la ley. Y luchar contra un mandamiento judicial sería sencillo comparado con lo que solía hacer; a menos que el juez fuera un viejo cascarrabias que se creyera el Dios de por allí. No la sorprendería que fuera el caso. Si era así, tendría que esforzarse. Los abogados de ciudad y los de campo eran como agua y aceite. Aun así, anhelaba aceptar. Cualquier cosa en vez de servir café y tartas.
—El que aún no me hayas echado a patadas me da esperanzas.
Paula percibió un toque de excitación infantil en la voz de Pedro y eso le llegó al alma. Deseó que no la mirase así. No sabía definir exactamente ese «así», pero reconocía el deseo en un hombre cuando lo veía. Y aunque eso la incomodaba, también hacia que se sintiera como una mujer por primera vez en mucho tiempo.
—¿Quieres beber algo?
Pedro alzó la cabeza de golpe. Había vuelto a sorprenderlo. Paula se alegró; no quería que se sintiera seguro de ella.
—¿Sigues teniendo cerveza?
—Eso creo.
—Sí no tienes, no importa.
—Iré a ver.
Regresó poco después con dos botellas de cerveza abiertas. Aunque parecía ser la bebida favorita de Jimena, a Paula no le gustaba. Pero decidió acompañar a Pedro.
Bebieron en silencio unos minutos. Sorprendentemente, Paula empezó a relajarse. Atribuyó el cambio a la cerveza, aunque sólo había tomado dos sorbos. Le hacía efecto muy rápido, por eso casi nunca bebía. Pensando en eso, dejó la botella en la mesa y contempló cómo él echaba la cabeza hacia atrás y vaciaba media botella de un trago. Tal vez no estaba tan cómodo ni seguro de sí mismo como quería hacerle creer.
—Han paralizado la tala.
—¿Disculpa? —Paula parpadeó.
—No permiten a mis hombres cortar la madera que compré —Pedro soltó un suspiro y se acabó la cerveza.
—Entonces, ¿Ese tipo interpuso la demanda?
—Sí.
—¿Has hablado con él en persona?
—Aún no. Ahora mismo, seguramente es mejor que me mantenga lo más alejado posible, para no arrancarle la cabeza de los hombros.
—Me parece una medida inteligente —Paula no pudo ocultar su sarcasmo, aunque no dudaba que Pedro Alfonso hablaba en serio y sería capaz de hacer lo que se propusiera, incluso sí tenía que herir a otra persona.
Se estremeció por dentro. Estaba planteándose la posibilidad de meterse en algo que podía ser un lío.
—¿Vas a ayudarme? —Pedro se había erguido y movido su enorme cuerpo hacia el borde del sofá.
Sentada frente a él, siguió en silencio, mordiéndose el interior del labio. Sabía que se arrepentiría de su decisión, pero iba a hacerlo. No lo hacía por él, sino por sí misma; al menos eso se dijo. A pesar de lo que había dicho su médico, necesitaba un reto o se marchitaría hasta morir. Servir bebidas y comidas no era suficiente. Y su reciente ataque de llanto lo demostraba.
—No te prometo nada —dijo Paula finalmente, —pero te daré el asesoramiento legal que necesites.
—Gracias a Dios —Pedro suspiró con alivio.
—No le des las gracias aún. Ya mí tampoco.
—Ah, bueno.
—Tendrás que ayudarme. Soy buena abogada, pero no estoy familiarizada con la industria maderera. Sólo sé que se cortan árboles en el bosque y se utiliza la madera para muchas cosas: construcción, papel... —hizo una pausa y sonrió. —Incluido el papel higiénico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario