martes, 12 de marzo de 2019

La Danza Del Amor: Capítulo 41

Su prima miró a Paula y después a Pedro.

—Toma todo lo que quieras —dijo señalando el pastel—. Tenemos montones de sobras.

Paula puso un pedazo en una servilleta y miró los folletos que tenía en la mano.

 —Sujétamelos un momento —dijo, entregándoselos a Pedro.

Agarró el pastel y lamió un poco de la cobertura antes de dirigirse a la zona de columpios.

—¿Qué clase de juego estás jugando?

Ella arqueó una ceja y se sentó en un columpio.

—¿Te refieres a los columpios? —se empujó con el pie.

—No, no me refiero a los columpios.

—Cuida el tono, Pedro. Hay niños alrededor.

Él se colocó frente a ella y agarró las cadenas para pararla.

—Este juego —le mostró los folletos.

—Te agradecería que no llamaras juego a mi negocio.

—Maldita sea, te habías marchado. ¡O eso me dijo tu padre!

—Tenía que solucionar algunas cosas —dijo ella—. Ya he vuelto.

—¿Para quedarte?

Ella miró a otro lado.

—El precio es razonable —dijo ella—. Y para los niños de Weaver que no puedan pagar las clases he puesto en marcha un programa de becas gracias a Daniel. Él me lo sugirió. Y lo financiará al menos durante los primeros cinco años.

 —¿Cinco años?

—Eso es lo que he dicho —se metió el último pedazo de tarta en la boca y se chupó los dedos antes de limpiárselos con la servilleta. Después, movió las cadenas—. ¿Si no te importa?

—Sí me importa.

—Vivía en Weaver mucho antes que tú, Pedro. Tengo derecho a regresar y a montar un negocio si quiero. Estoy preparada para nuevos retos —saltó del columpio—. Y no tiene nada que ver contigo — murmuró mientras pasaba junto a él.

 Pedro la agarró del hombro.

—Creo que sí tiene que ver conmigo.

Ella lo miró.

—Como me has dicho muchas veces, no importa lo que tú pienses. Puede que tú no estés preparado para continuar con tu vida, pero yo sí. Ahora, si me perdonas —le quitó los folletos de las manos—, me gustaría terminar de repartirlos. Esta tarde he quedado con un constructor en el estudio.

 —Un constructor —repitió él y observó cómo se marchaba.

No se dió cuenta de que su padre se había aproximado a él hasta que Horacio habló:

—¿Cuántas veces vas a permitir que se aleje de tí?

Pedro se miró las manos. El anillo de boda brillaba con el sol. Abril seguía repartiendo folletos. Susana se había acercado hasta donde Daniel y Jimena tenían los caballos.

—¿Y si la pierdo a ella también?

—¿Y si no? —Horacio apoyó la mano en su hombro y se lo apretó—. Hijo, si no vas a buscarla y le dices lo que sientes, nunca tendrás la oportunidad de saberlo.

«Ve. Ahora». La voz que llevaba tanto tiempo ausente, apareció en su cabeza. Y él supo que había llegado el momento final. El trabajo de Brenda había terminado. Suspiró. Respiró hondo. Y fue en busca de su futuro.


—No ha estado tan mal —se dijo Paula a sí misma mientras cruzaba la calle del colegio hacia el parking. Había sobrevivido a su primer encuentro con Beck

No podía dejar de pensar en el estudio que iba a montar. Estaba situado en Main, cerca de Colbys. Y gracias al dinero que su padre había insistido en prestarle había hecho una oferta de compra, tanto para el local como para la carpa que había en el parque de enfrente. Sólo necesitaba reformar el interior, instalar la tarima flotante, lo espejos y las barras antes de dar su primera clase. Incluso, cuando hiciera buen tiempo, podrían hacer espectáculos en la carpa.

—Suponiendo que tengas alumnas —se dijo en voz alta.

—Las tendrás.

 Ella se volvió.

 Pedro estaba detrás de ella y notó que se le aceleraba el corazón.

 —¿Me estás siguiendo?

—Sí.

Ella continuó caminando hacia la carpa. Quería comprobar en qué estado se encontraba porque Alejandra le había dicho que necesitaba algunos arreglos.

—¿Qué quieres de mí ahora?

—Todo.

 Ella se quedó paralizada.

Pedro suspiró y se colocó delante de ella.

—Dime, Paula. ¿Soy uno de los retos que estás dispuesta a aceptar?

—¿Por qué? ¿Quieres otra oportunidad para tirármela a la cara si te digo que sí?

—No —él levantó la mano y se quitó el anillo de boda.

—No tienes que hacer eso por mí, si lo haces por eso —dijo ella con voz temblorosa—. Tu matrimonio es parte de tí.

—Lo es. Lo era —se guardó el anillo en el bolsillo de los vaqueros—. Pero tengo que quitármelo porque ha llegado el momento de dejarle hueco a alguien más.

Ella contuvo la respiración y él la sujetó por los hombros.

—Para hacerte hueco a tí.

—Pedro…

—Necesito decirte esto.

—Bien, porque mi cerebro ha dejado de funcionar.

—No me hagas reír. Podrás hacerlo durante el resto de nuestra vida, pero ahora no.

A Paula se le inundaron los ojos de lágrimas.

—Nunca tuve miedo de sustituir a Brenda — dijo él—. Tenía miedo de volver a perder. Así que en lugar de mantenerte cerca cuando apareciste en nuestras vidas, te eché de nuestro lado. Estaba haciendo exactamente lo que me dijiste que estaba haciendo — le acarició los hombros—. Me equivoqué.

—Así es —dijo ella—. Pero yo soy de las que perdona.

—Probablemente tenga que recordártelo durante los próximos años.

—¿Años?

Él dejó de sonreír y la miró fijamente.

—Años. A lo mejor no te has dado cuenta, pero soy un chico anticuado. Para mí, el amor ha de ser para toda la vida.

 —¿Me quieres? —preguntó ella con piernas temblorosas.

 —¿Tú qué crees?

Ella negó con la cabeza y comenzó a llorar. Él le sujetó el rostro y le secó las lágrimas.

—Te quiero, Paula Chaves. Así que te lo volveré a preguntar. ¿Soy uno de esos retos?

Ella soltó una carcajada.

—Serás el mejor reto de todos.

Pedro cerró los ojos un instante.

—Gracias —la besó con delicadeza.

 Paula lo abrazó.

—Tengo miedo de despertarme y que todo sea un sueño.

—No es un sueño —le aseguró él—. Es la vida misma. Nuestra vida.

 —Te quiero, Pedro.

Pedro le agarró las manos y se las besó.

—Te quiero —sonrió—. ¿Y qué crees que va a opinar Abril acerca de tener una bailarina en la familia?

La risa de Paula invadió el ambiente y Pedro supo que nunca se cansaría de oírla. Ella le dió la mano y entrelazaron sus dedos.

—Una ex bailarina. Y sólo hay una manera de descubrirlo…

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