martes, 26 de marzo de 2019

Corazón Indomable: Capítulo 15

Él soltó una risa y empezó a explicarle en detalle cómo funcionaba la industria y su parte en el proceso.

—Busco a propietarios de terreno que quieran vender parte de sus árboles. Los compro, los talo y los clasifico por tamaño y calidad. Después, llevamos la madera a las fábricas donde se procesa y distribuye por todo el mundo.

—Así que si no talas, la empresa pierde... y mucho.

—Yo soy la empresa —afirmó Pedro. —Y como ya mencioné antes, esto podría arruinarme financieramente.

—Sigue —pidió Paula.

—Las cuotas por la maquinaría, que ahora está en el bosque parada, son de cincuenta mil dólares al mes.

Paula soltó un gemido.

—Eso no es todo —dijo Pedro. —Como había gastado el efectivo en árboles que ahora no se pueden talar, por culpa de la humedad, he tenido que pedir un préstamo para compra éstos.

—¿A cuánto ascienden el equipo y la madera?

—A cerca de cien mil al mes. Ya ves por qué tengo que arreglar esto cuanto antes —la voz de Pedro sonó áspera. —Cuando mis trabajadores están parados, no tengo ningún ingreso.

—Eso tiene sentido.

—No puedo permitir que Holland o ese Ross sigan adelante con esta tontería. Si no reemprendo la tala pronto... —se detuvo y su rostro se contrajo.

Era innecesario que acabara la frase, Deber tanto dinero podía ser una sentencia de muerte para un hombre de negocios si no afrontaba los pagos. Por no mencionar pagar al banco a tiempo.

—De acuerdo —aceptó ella. —Veré qué puedo hacer.

—¿De veras? —él pareció aliviado.

—Eso he dicho pero, de nuevo, no te hago ninguna promesa.

—No te preocupes, te compensaré.

—Ésa es la menor de mis preocupaciones.

—Gracias —Pedro carraspeó. —Te lo agradezco mucho.

Paula se limitó a asentir.

—¿Te importa que te pregunte algo?

—Eso depende.

—No tiene nada que ver conmigo.

—Pregunta —dijo ella, a sabiendas de que debería cortar la conversación de raíz.

—¿Habías estado llorando? —Pedro hizo una pausa y ladeó la cabeza. —Parecías increíblemente triste.

Paula se puso rígida. Seguro que aún quedaban vestigios de su ataque de llanto. Debía de estar horrible, con la nariz roja y los ojos inyectados en sangre. Y manchas de maquillaje en las mejillas. Pero su aspecto daba igual. Ella no intentaba impresionarlo. Al menos, no en ese sentido...

—Estaba pensando en mí marido y mi hija.

Él pareció quedarse atónito, y un silencio sofocante invadió la habitación.

—¿Estás casada? —preguntó con áspera sorpresa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario