Paula se preguntaba qué más les habría contado la familia a sus padres.
—Pedro también ha estado por aquí —añadió con naturalidad.
—¿Y?
—Y nada.
Alejandra arqueó una ceja.
—Cariño, puedes contarme lo que pasa entre Pedro y tú, o puedes contárselo a tu padre cuando entre dentro de dos minutos.
—Vas a contárselo de todas maneras.
—Sí, es cierto. Pero quizá le resulte más fácil si le cuento yo primero que su hija se ha enamorado del vecino solitario.
—Yo no he dicho…
—No hace falta —Alejandra le sujetó la barbilla—. Lo llevas escrito en el rostro. Tal y como Sabrina se lo contó a Melina y Meli me lo contó a mí.
—Cotillas —murmuró.
—En este caso, me alegro porque al menos sabía que no estabas llorando por el idiota de Marcos —hizo una pausa—. Y no me equivoco, ¿Verdad?
Paula suspiró y negó con la cabeza.
—¿Cómo de serio es?
—Muy serio. Al menos por mi parte —se mordió el labio—. Sobre todo después de lo de anoche.
—Ah —murmuró Alejandra—. Entonces, ¿Por qué pareces disgustada?
—Él no ha venido a trabajar esta mañana. Y no ha traído a Abril a clase de baile. Dijo que estaba con fiebre y que iba a llevarla al médico, pero… — negó con la cabeza— creo que se arrepiente de lo que ha pasado.
—Umm —Alejandra se puso en pie—. ¿Qué piensas hacer al respecto?
—Hacen falta dos personas para mantener una relación — murmuró—. Iba a acercarme a su casa.
—Muy bien. Ve a ver qué pasa.
—Pero acaban de llegar. Apenas he visto a papá.
—Lo primero es lo primero. Nosotros vamos a quedarnos una buena temporada. Vete, y déjame a tu padre a mí —agarró las llaves de la encimera y se las dió a Paula.
Cuando Paula llegó a casa de Pedro y vió su camioneta junto a la casa se le formó un nudo en el estómago. Se bajó del vehículo y se dirigió a la puerta. Pedro salió a abrir.
—¿Cómo está Abril?
—Está bien. Se ha dormido.
—¿Nada grave?
Él negó con la cabeza.
—Muy bien. ¿Y qué es lo que no puedes hacer?
—Esto. Lo nuestro —dijo él.
Ella creía que estaba preparada para el dolor que le provocaba oír aquello, pero no era cierto. Se abrazó a sí misma y le preguntó:
—¿No puedes o no quieres?
—No importa.
—Sí importa —miró a un lado y a otro del porche—. ¿No vas a invitarme a pasar?
—No quiero que Abril se despierte y se disguste más.
—¿Más? Eso significa que ya está disgustada. ¿Quizá porque le has contado que voy a regresar a Nueva York?
—Es cierto, ¿No es así? ¿Qué más podía decirle?
Ella estiró los brazos para tocarlo, pero él la agarró por las muñecas.
—No.
—¿Por qué no? ¿Porque te pones nervioso? — tiró para liberarse—. Ambos lo sabemos. Anoche lo comprobamos. Varias veces.
—No lo niego.
—Por supuesto que no. El sexo fue estupendo.
—Paula.
—No quieres llamarlo por su nombre. Tuvimos sexo. Eres un gran amante, Pedro. Un verdadero…
—Basta —soltó él—. Sólo porque no pueda ser el hombre que mereces no significa que tengas que rebajarte y hacer el amor conmigo.
—Qué detalle por tu parte.
—¿Estás tratando de provocarme? —dijo él, saliendo al porche y cerrando la puerta de un portazo.
—¿Serviría de algo si lo hiciera? —preguntó Paula, mirándolo a los ojos.
—No debería haberte tocado.
—¿Por qué?
—Porque es demasiado complicado.
—Sólo es complicado si tú quieres que lo sea.
—Abril está muy apegada a tí.
—Esto no se trata de Abril y tú lo sabes. Se trata de nosotros y del hecho de que me sientes demasiado cercana para tu gusto —tragó saliva—. Sabes que estoy enamorada de tí y, si tú no sintieras nada por mí, probablemente no te habría ni importado. Sin embargo, tienes miedo porque me he metido en el espacio que tenías reservado para Brenda.
Él se había quedado de piedra. Pero no negó sus palabras y a Paula comenzaron a temblarle las piernas.
—Pedro. No intento sacar a nadie de tu corazón, y menos a alguien a quien amabas. Nunca intentaría hacer tal cosa.
—No importa —dijo él—. Vas a regresar a Nueva York.
«¡Pídeme que me quede!», pensó ella. Pero él la miró sin decir nada.
—Sabes, nunca pensé que podría querer a alguien más que al ballet. Y no tiene nada que ver con mi rodilla. Ni con lo que me he perdido por haber elegido las opciones que he elegido —lo miró—. Siempre pensé que tenía que elegir entre una cosa u otra — pestañeó y se le escapó una lágrima—. Pero me equivoqué. El corazón está hecho para amar. Y sus paredes se expanden más de lo que nunca había soñado.
—Sé lo que puede hacer un corazón. Consiguió convertirme en un hombre decente cuando el corazón de Brenda decidió fijarse en mí.
—Eres un buen hombre. Pero ¿De veras crees que su corazón estará más tranquilo sabiendo que nunca volverás a utilizar el tuyo? —lo miró a los ojos.
Y se le encogió el corazón. No importaba que viera arrepentimiento en su mirada. No iba a cambiar de opinión. Nunca.
—No conocía a Brenda. Pero te conozco a tí. Y a tu hija. Ni siquiera tienes que amarme, Pedro. Pero rezaré para que algún día te permitas amar a alguien. Porque es algo que honraría a la mujer con la que compartiste tu vida —lo besó en la mejilla—. Al menos, así habría sido si hubiera sido yo —terminó con un susurro.
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