El teléfono fue piadoso con ella y empezó a sonar Paula se incorporó, con el corazón acelerado, y dejó escapar el aire de golpe.
—¡Dios! —susurró, avergonzada y confusa. Estiró la mano hacia el auricular.
—Hola, chica, ¿Cómo te va?
Jimena otra vez. Aunque Paula no quería hablar con ella, no tenía elección. Tal vez la risa de su prima fuera el antídoto que necesitaba para recuperar la cordura.
—¿Qué tal el resto del día?
—¿Seguro que quieres saberlo? —preguntó Paula con voz temblorosa.
—Oh, oh, ¿Ha ocurrido algo?
—Podrías decirlo así.
—Eh, no me gusta cómo suena eso —Jimena hizo una pausa. —¿Te han abandonado los empleados?
—Nada de eso. Me adoran.
—Uf, es un alivio. Si supieras cuánto me costó encontrar a ese par, te alegrarías. Entonces, sí el sitio sigue en pie y el género se vende, ¿Qué puede ir mal?
—¿Conoces a un granjero llamado Pedro Alfonso?
—Mal, no es granjero —Jimena se rió. —Es maderero.
—Eso da igual, pero lo acepto.
—Niña, es el guaperas del que te hablé. Estoy segura de que eso ya lo supusiste.
—Sí, lo supuse, —Dime ¿Qué... te... parece?
—Está bien —repuso Paula. «Si tú supieras», pensó.
—¿Sólo bien? —casi gritó Ruth. —No te creo. Todas las mujeres del condado y de los que lo rodean han intentado llevarlo al altar —hizo una pausa. —Sin éxito, por cierto.
—Pues es una lástima. Tú sabes mejor que nadie que no me interesa un granjero, por Dios — Paula se retorció en el sofá.
—Maderero.
—Es un patán de campo que seguramente prefiere abrazar árboles en vez de mujeres —calló un segundo. —Sin ánimo de ofender.
—No me ofendes —contestó Jimena risueña. —Ya sé lo que piensas del campo. ¿O debería decir del bosque?
—Para mí son lo mismo.
—Ya, bueno. Volviendo a Pedro. ¿Qué pasa con él?
Paula carraspeó y después contó la pura verdad, sin saltarse nada. Siguió un silencio al otro lado de la línea y después Jimena gritó como una posesa.
—Oh, Dios mío, ojalá hubiera estado allí para verlo.
—¿No estás furiosa conmigo? —preguntó Paula.
—¿Por ser una patosa? —Jimena soltó otro gritito de alegría.
—Suenas como si se mereciera lo ocurrido —comentó Paula, confusa por la reacción de su prima.
—En absoluto—dijo Jimena, risueña. —Es sólo que él, de todos los hombres, el semental del condado, resultara quemado donde más duele.
—¡Jimena! No puedo creer que hayas dicho eso.
—Bueno, ¿No es lo que hiciste?
—Llevaba vaqueros, Jime. Sin duda...
—Cuando hablamos de líquido caliente, los vaqueros no son tan gruesos. Puedes apostar a que sus gónadas sufrieron el impacto.
—Supongo que sí —admitió Paula compungida.
—Esperemos, por el bien de las que aún lo persiguen, que su orgullo esté sólo chamuscado, no carbonizado.
—Jime, voy a estrangularte cuando te vea.
Las risitas de su prima se convirtieron en carcajadas.
—Estás haciendo que me sienta fatal.
—Cariño, no te preocupes. Pedro es duro, sobrevivirá. Puede que nunca vuelva a la cafetería, pero qué se le va a hacer. Aparte de eso, ¿Cómo va el negocio?
Tras charlar con su prima un largo rato, Paula iba a la cocina cuando llamaron a la puerta. Se detuvo y volvió a la sala. Abrió la puerta con el ceño fruncido y se llevó la sorpresa de su vida. Se le abrió la boca. Pedro estaba en el porche con flores en la mano. Antes de decir nada, la recorrió con la mirada. Ella intentó tragar saliva, pero tenía la garganta cerrada.
—Es obvio que no esperas compañía —cambió el peso de un pie a otro. —Pero ¿Puedo entrar de todas formas?
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